lunes, 28 de enero de 2008

Derrota Mundial



Por Salvador Borrego

Introducción

Es una neutra remembranza volver la mirada a los días extraordinarios de la segunda guerra mundial únicamente con el prolijo escrúpulo de citar fechas y relatar sucesos.

Es un lujo de ociosidad volver la mirada al pasado sin el empeño de obtener luces para el presente.

Pero conociendo mejor el origen de lo que ocurrió y de lo que ahora ocurre, más podrá preverse lo que está por ocurrir.

Sin esta función específica toda aportación a la historia –y aún la historia misma- se reducirían a simple curiosidad o pasatiempo.

Es un hecho que aún no silenciado del todo el fuego que durante seis años mantuvo vivo ese siniestro organismo de muerte que fue la segunda guerra mundial, el mundo se halló súbitamente en el umbral de otra guerra más destructora e incierta.

Durante seis años la humanidad se creyó luchando por la paz definitiva, mas los acordes de su victoria fueron ensombrecidos por la amenaza de un cataclismo todavía mayor.

Durante seis años el mundo creyó luchar por la bandera de libertad y democracia que los países aliados enarbolaron a nombre de Polonia.

Pero al consumarse la “victoria”, países enteros –incluyendo Polonia misma- perdieron su soberanía bajo el conjuro inexplicable de una “victoria” cuyo desastre muy pocos alcanzaron a prever.

Un asombroso y súbito resultado, después de seis años de aparente lucha por la libertad y la democracia y la paz definitiva, sorprendió al mundo: ya no era la libertad de los polacos –libertad perdida totalmente, pese a la “victoria”- la que se halla en riesgo, sino la libertad del mundo entero; ya no era simplemente la conquista de mercados entre las grandes potencias la que se balanceaba en juego, sino el destino del pueblo estadounidense, y en cierta forma el de América; el destino de Alemania y la Gran Bretaña, y así el de Europa entera también.

En los orígenes del conflicto armado que empezó la madrugada del primero de septiembre de 1939 palpitaron ya los gérmenes de lo que ahora ocurre y de lo que está por venir.

En lo acontecido entonces se filtran ya las sombras de lo que el futuro nos reserva.

En el reverbero de la segunda guerra mundial hay relámpagos que alumbran los decenios y quizá los siglos por llegar.

Mucho se ha hablado de la guerra.

Un mar de datos casi inagotables abruman y abrumarán por mucho tiempo a los historiadores.

La mayor parte de estos datos son jeroglíficos; incluso los hechos y las cifras, pese a lo concluyente de su calidad concreta, son frecuentemente apenas símbolos o frontispicio de realidades más profundas.

Querer entender esta guerra y el monstruoso engaño que el mundo sufrió con ella, viendo simplemente ese mar de datos, es lo mismo que contemplar, clasificar o relatar apariencias de inscripciones cuneiformes y suponer que ya con esto se “conoció” la civilización sumeria.

Entre los símbolos y su significación media un abismo.

Y en el caso concreto de la guerra pasada este abismo se ha hecho más oscuro porque los adelantos que la técnica ha puesto al servicio de la difusión del pensamiento –radiogramas, cablegramas, libros, películas, folletos, etc.- tienen su anverso positivo de orientación y su reverso negativo de confusión, según el sentido en que se les utilice.
- En la guerra y después de ella se les ha utilizado para confundir.

Un diluvio de crónicas con dosificada intención, de libros aparentemente históricos, de radiodifusiones y de películas bajo la influencia intangible de los mismos ocultos inspiradores, oscurecen situaciones, infiltran deformaciones.

Nada tiene así de extraño que aun los espíritus más serenos, objetivos e imparciales –para no hablar de masas carentes de opinión propia- lleguen a conclusiones erróneas.

Por eso muchas conciencias firmes han hecho insensiblemente suya la forma ajena y capciosa de plantear el problema internacional de la segunda guerra.

Una vez dado ese primer paso en falso, los siguientes son erróneos también, y por eso es tan frecuente que hombres de profunda comprensión y sólido criterio confiesen ahora su desconcierto ante los sucesos internacionales.

Un nuevo examen de lo que ocurrió, y por qué ocurrió, puede aclarar los sucesos presentes y ayudar a prever los futuros.

El monstruoso engaño que el mundo padeció al inmolar millones de vidas y al consumir en fuego esfuerzos inconmensurables, para luego quedar en situación incomparablemente peor que la anterior, no es obra del azar.

Si el resultado sólo fuera desorden quizá nada habría de sospechoso.

Pero en la bancarrota que el mundo occidental afronta ahora se oculta un admirable tejido de acontecimientos.

Dentro del aparente desorden hay un eslabonamiento admirable de hechos que obedecen a un mismo impulso y que marchan hacia una misma meta.

Detrás de todo esto hay una inteligencia y una fuerza.

La situación actual no es el resultado fortuito del desorden, sino la notable culminación de una serie de actos que se enlazan siguiendo una secuencia y un camino.

Occidente se halla de pronto en el momento más comprometido de su historia, pero su desgracia no ha descendido de accidentales sucesos.

Ha sido labrada minuciosa y escrupulosamente.

Examinando los orígenes y el desarrollo de la segunda guerra surgen luces que explican el presente.

Tal es el objeto del presente libro.

Muchos de los que vieron desaparecer las falanges macedónicas; de los que presenciaron la caída de Alejandro, el asesinato de César, la capitulación de Napoleón, creían asistir a acontecimientos comunes y corrientes, pero estaban presenciando los fulgores que enciende cada zig-zag de la historia.

Lo que ahora tenemos a la vista es algo más que el fulgor de un simple cambio; es el incendio inconmensurable de una cultura que casi sin saber por qué presiente las pisadas de un peligro mortal.

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