sábado, 26 de enero de 2008

El mito de los seis millones

Joaquín Bochaca



Según el Honorable Winston Churchill, la primera victima de la guerra es la verdad. Difícil resulta discutir la justeza de esta afirmación del viejo león británico. A partir de la guerra franco-prusiana de 1870, y en el curso de todos los conflictos bélicos de nuestro siglo, la propaganda basada en atrocidades, reales o supuestas, del adversario, ha entrado a formar parte delarsenal ideológico, cada vez más indispensable para la obtención de la victoria final.

En el curso de la Primera Guerra Mundial, los Aliados, que monopolizaban casi por entero las agencias de noticias en todo el mundo, acusaron a Alemania de las mayores barbaridades. La propaganda sobre las atrocidades se convirtió en manos de hombres inteligentes pero desprovistos de escrúpulos, en una ciencia exacta. :Increibles historias de la barbarie germánica en Francia y Bélgica crearon el fraude de una excepcional bestialidad de los alemanes; fraude que continúa coloreando la mente de muchas personas en la actualidad. Los ulanos se informó gravemente al mundo se divertían arrojando al aire a los bebés belgas y ensartándoles con sus bayonetas al caer; también cortaban las manos de las enfermeras de la Cruz Roja. La prensa y la radio anglosajonas anunciaron la crucifixión de prisioneros canadienses. Aunque tal vez, la «noticia» más repulsiva y ampliamente puesta en circulación se refería a una fábrica para el aprovechamiento de cadáveres, en la cual, los cuerpos de los soldados, tanto alemanes como aliados, muertos en combate, eran «fundidos» para aprovechar la grasa y otros productos útiles al esfuerzo de la guerra de los Imperios Centrales. El hecho de que Arthur Ponsonby, eminente historiador y político británico, demoliera la fábula, no impidió al Fiscal soviético en el Proceso de Nuremberg de acusar otra vez a Alemania de haber montado una fábrica de jabón hecho con grasa humana, en Danzig, en 1942.

Aún cuando numerosos escritores de la escuela revisionista histórica, tanto en Francia como sobre todo en Estados Unidos, desmitificaron la imagen maniquea de vencedores y vencidos, los que se llevaron la palma del «fair play» fueron, dicho sea en su honor, los ingleses, y su Ministro de Asuntros Exterio res, ante la Cámara de los Comunes, presentó públicamente excusas por todos los ataques al honor de Alemania, reconociendo explícitamente que se trataba de propaganda de guerra. En realidad, esto era normal. En tiempo de guerra la necesidad determina la ley y preciso es reconocer que el coktail de sinceridad, nobleza y cinismo servido por el Secretario del Foreign Office resulta impar en la Historia. Ahora bien, una confesión de ese talento no se ha hecho tras la Segunda Guerra Mundial. Al contrario, en vez de difuminarse con el paso del tiempo, lá propaganda sobre las atrocidades alemanas y, de manera especial, la manera co mo fueron tratados los judíos europeos durante la ocupación de buena parte del Continente por las tropas de la Wehrmacht, ha ido en aumento. Hoy en día, en la Televisión australiana y en la noruega, en la soviética y en la norteamericana aparecen docenas de films sobre los campos de concentración. La literatura concentracionaria, a los treinta y tres años de finalizada la trage dia, continúa lanzando nuevas ediciones al mercado. Matilleando retinas y cerebros de las gentes, una cifra horrorosa: Seis millones de judíos asesinados por los alemanes. El mayor genocidio de la Historia, perpetrado con increíble brutalidad en la tierra que vió nacer a Kant y a Beethoven, a Goethe y a Schiller.

La misma magnitud de tan horrendo crimen colectivo ha movido a centenares de historiadores a ocuparse del tema. Desde las ediciones de lujo, encuadernadas en piel y gravemente recomendadas por los titulares de cátedras univesitarias, hasta las ediciones de bolsillo con cubiertas alucinantes han llegado a imponer como axiomática la tesis de que, efectivamente, seis millones de personas, sin otro motivo que su pertenencia a un grupo racial determinado, fueron exterminadas por diversos procedimientos, destacando entre ellos, los gaseamientos y las incineraciones, en vivo, en los hornos crematorios. Pero muchos otros escritores e historiadores han puesto en duda, o han negado resueltamente, la realidad del holocausto. En las páginas que siguen creemos haber demostrado, de manera irrefutable, que éstos tienen razón y que el hecho de pretender sostener, hoy en día, que entre 1939 y 1945 seis millones de judíos fueron exterminados, a consecuencia de una política Oficial de las autoridades alemanas es una acusación cuyo único fundamento son sus móviles políticos. El Autor se da perfecta cuenta de que, como toda afirmación que no sigue la corriente de las verdades oficiales, la conclusión establecida en el párrafo precedente será mal acogida por los más. No obstante es el resultado de una investigación iniciada sin ideas preconcebidas, varios años ha, y basada en la lectura de casi tres centenares de obras versando sobre este tema, así como más de un millar de artículos periodísticos. Es también resultado de innumerables conversaciones con supervivientes de la persecución nazi, todos ellos milagrosamente salvos. Y es, finalmente, consecuencia del sencillo manejo de la Aritmérica y del sentido común.

Tal como el lector podrá comprobar por la lectura de las páginas que siguen y por la bibliografía de la presente obra, se excluyen deliberadamente los testimonios exculpatorios de los acusados o de personas que hubieran desempeñado un cargo público en Alemania o en Austria entre 1933 a 1945. Unicamente citanios, en apoyo a nuestra demostración, a testimonios de parte contraria, a enemigos de Alemania o del régimen nacionalsocialista y a diversos autores políticos judíos. En las páginas.que siguen se revela, no solo la falsedad de la imputación de que seis millones de judíos fueron exterminados por los nazis, sino los motivos que hay para que poderosas Fuerzas Internacionales estén desesperadamente interesadas en la persistencia de ese fraude.

Por los motivos, razones, excusas o pretextos que fueran, la Alemania Nacionalsocialista, considerando a su comunidad judía como un elemento halógeno y hostil a la nación, tomó una serie de medidas administrativas y políticas, destinadas a limitar progresivamente, hasta llegar a la eliminación de su influencia social y política dentro de los límites territoriales del III Reich. No es propósito de esta obra elucidar el fundamento o la improcedencia de los reproches formulados por el gobierno alemán contra los judíos de nacionalidad alemana, No obstante, preciso es dar un salto atrás para examinar los antecedentes históricos que determinaron la hostilidad del Pueblo Alemán contra su comunidad judía. Si la expresión «Pueblo Alemán» parece desenfocada y excesiva en este caso, puede sustituirse por «Movimiento Nazi», pero no debe olvidarse que los nazis, llegados al poder a consecuencia de una victoria electoral, no disimularon nunca sus tendencias antijudías, perfectamente plasmadas en su programa, conocido desde 1923 y reiteradamente proclamado en múltiples ocasiones, y que una mayoría de electores dieron su voto a este programa.




A mediados del Verano de 1916, el Gabinete de Guerra Británico, obligado por las circunstancias adversas, empezó a considerar seriamente la posibilidad de aceptar la oferta alemana de una paz negociada sobre la base de un statu quo ante. La situación era desesperada para Inglaterra. Las trópas alemanas ocupaban gran parte Bélgica y Francia; Italia se tambaleaba ante los rudos golpes del Ejército Austro-Húngaro; el gigante ruso se desmoronaba. La campaña submarina alemana había logrado un efectivo bloqueo de Inglaterra, cuyas reservas de alimentos apenas alcanzaban para tres semanas; el Ejército Francés de amotinaba... Desde el principio de la guerra, la Gran Bretaña había prodigado sus aperturas hacia prominentes financieros norteamericanos, de origen judío-alemán con objeto de enrolar a los Estados Unidos al servicio del esfuerzo de guerra británico. Esas aperturas no se vieron en principio, coronadas por el éxito, debido especialmente al hecho de figurar en el bando Aliado la Rusia Zarista, cuya actitud hacia los judíos fue, tradicionalmente hostil. Ello trajo como consecuencia un fuerte sentimiento de hostilidad a Inglaterra por parte de la Finanza norteamericana. Además, Alemania estaba demostrando una dosis de consideración y benevolencia para con los judíos del Este de Europa, particularmente en la ocupada Polonia, donde eran muy numerosos. La diplomacia inglesa fué incapaz de contrarestar, desde 1914 hasta 1916, los fuertes Sentimientos pro-alemanes de los financieros norteamericanos.

Los sionistas se enteraron pronto de la oferta de paz hecha por Alemania a Inglaterra. También se enteraron de que el Gábinete de Guerra británico estaba considerado seriamente la posibilidad de aceptar la oferta germánica. Lossionistas, encabezados por Lord Rothschild y Lord Melchett, de Londres, propusieron un acuerdo entre el Gobierno Británico y la Organización Sionista Mundial, según la cual, a cambio del reconocimeinto de un Hogar Nacional Judío en Palestina, se comprometían a usar su influencia para conseguir la entrada de los Estados Unidos en la guerra, al lado de Inglaterra y sus Aliados. Con objeto de lograr mantener su liderazgo mundial, la Gran Bretaña optó por seguir luchando, con los Estados Unidos como Aliado, rechazando las ofertas alemanas. La sagacidad tradicional de los políticos ingleses falló en esta ocasión. Olvidaron que los que buscan protectores, sólo encuentran amos, y sólo vieron que con la ayuda norteamericana y el desangre de Francia podrían derrotar a Alemania e impedir la construcción de la vía férrea Berlín-Bagdad que, evidentemente, ponía en peligro la hegemonía mundial inglesa.

Los hombres de Westminster y del Foreign Office, aparentemente, sólo veían un aspecto de la situación. Creían que la aceptación de la oferta de paz alemana, una paz empate, dejaría al Reich las manos libres para proceder a la puesta en marcha del proyectado ferrocarril, que, en sólo ocho días permitiría trasladar un ejército desde Hamburgo, en el Mar del Norte, hasta Bassorah, en el Golfo Pérsico, por la concesión otorgada al Kaiser Guillermo II por su amigo personal y aliado, el Sultán del Imperio Otomano.

En el momento de estallar la I Guerra Mundial, el Imperio Otomano incluía los territorios conocidos desde las Conferencias de Paz de Versalles, en 1919, como Turquia, Líbano, Siria, Irak, Arabia Saudita, Yemen, Kuwait, Palestina y Jordania. Según la concesión otorgada por el Imperio Otomano al Reich Alemán, la vía férrea enlazaría, en territorio otomano, las ciudades de Constantinopla y Bassorah. Alemania tendría un rápido, eficaz y seguro acceso a los mercados y a los recursos naturales del Lejano Oriente, sin estar a la merced de la «Home Fleet». Hasta entonces, el tráfico alemán sólo podía hacerse por vía maritima, a través del Mediterráneo, con la aún inexpugnable fortaleza de Gibraltar en un lado y en el Canal de Suez, controlado por Inglaterra, en el otro. Sólo quedaba la ruta del Cabo de Buena Esperanza, igualmente dominada por Inglaterra. La ruta más corta entre Hamburgo y Bombay requeria, entonces, cuatro semanas, que los ingleses podían convertir en seis o siete con sólo crear problemas burocráticos en Port-Said o en Suez, y la más larga de nueve o diez semanas. El mismo viaje requeriría de seis a ocho días, a un costo mucho más reducido, por la yia férrea Berlin-Baghdad.

Salta a la vista que la realización de esa Vía férrea era un peligro para la hegemonía militar y comercial, y, en definitiva, política, de Inglaterra. El joven Imperio Alemán era, potencialmente, un contrincante peligroso. Además el Sultán del Imperio Otomano, tras ser derrotado por la Rusia Zarista poco después de la Guerra Franco-Prusiana de 1870, concertó un acuerdo con Guillermo II para la reorganización de su ejército por instructores militares alemanes. Una gran amistad personal surgió entre el Kaiser y el Sultán, lo que evidentemente facilitó la concesión de la Vía férrea Berlin-Baghdad. La diplomacia británica apeló sin éxito a toda fase de halagos y presiones para que la concesión fuera cancelada, pero fracasó en sus propósitos. En vista de ello, Inglaterra ofreció costear la construcción de la vía férrea, a cambio de la mitad de los derechos de la concesión. La propuesta inglesa se completaba con la oferta de dividir, prácticamente, el mundo, en dos esferas de influencia, esperando con ello monopolizar el comercio mundial entre la Gran Bretaña y el Reich, lo cual prometía inmensos beneficios mutuos, aún cuando Inglaterra seguiria siendo, en ese caso, el «primus inter pares», políticamente hablado.

Alemania era una joven nación que aún no pocha financiar, sóla, la realización de aquella inmensa obra, Pero la oferta inglesa fué rechazada. Alemania entonces, podía sólo financiar la construcción de tramos limitados, y aún ello con la asistencia de los banqueros alemanes, muchos de ellos y los más prominentes de raza judía, y deseosos de prestar dinero a su gobierno. Los políticos ingleses, cada vez más preocupados por el creciente pretigio del «Made in Germany» y por el inmenso aumento de poder militar, comercial y político que concedería a Alemania la construcción del ferrocarril Berlin-Baghdad, decidieron que la única solución que les quedaba era aplastar a Alemania en una guerra que eliminara para siempre la amenaza de la tan temida vía férrea. Estaba claro que si el Reich era derrotado, en su caída arrastraría a su aliado otomano, cuyo territorio se convertiría en botín de guerra en la posterior conferencia de paz dictada por Londres,cortando así el paso terrestre de Alemania, Austria-Hungría o Rusia hacia la India, la clave de bóveda de todo el Imperio Británico.

Con tal propósito Inglaterra premeditó, provocó y precipitó la I Guerra Mundial para aplastar a Alemania. En. 1904, la Gran Bretaña hizo aperturas diplomáticas a Francia, en busca de una «alianza defensiva conjunta» contra Alemania. Los franceses, humillados por el recuerdo de la severa derrota en 1870, aceptaron inmediatamente la propuesta. El recuerdo da Sedán no fué el único motivo, ni siqúiera el principal. Más importantes fueron el temor francés ante la fenomenal expansión militar e industrial de Alemania, y la dependencia política de Paris con respecto a Londres, después del bofetón diplomático de Fashoda. Francia no estaba en posición de rehusar la oferta. Inglaterra propuso luego a la Rusia Zarista una alianza similar, también «defensiva» y también contra Alemania. A cambio de la participación rusa en la Entente, Gran Bretaña se comprometía a hacer posible la realización del viejo sueño moscovita del control de los Dardanelos, como paso a los «puertos de aguas calientes». Rusia seria recompensada con los despojos del Imperio Otomano, el aliado de Alemania.

La activa y admirable diplomacia inglesa logró enrolar aún nuevos miem bros en la Entente, como Italia apartandola de la alianza alemana el Japón, Portugal, Serbia y Montenegro. Habiendo completado el cerco estratégico de Alemania, los diplomáticos británicos esparcidos por todo el mundo, hicieroncuanto estuvo en su mano para provocar a Alemania con objeto de que ésta cometiera un «acto de agresión» calificado. La oportunidad codiciada por Inglaterra se produjo en Julio de 1914, con motivo del asesinato del Principe heredero de la Corona Austríaca, Francisco Fernando. Ninguna persona en su sano juicio, puede aceptar que ese asesinato fué la «razón» o la «causa» de la I Guerra Mundial. Ello fué sólo la excusa para la puesta en marcha del plan británico para aplastar a Alemania. No importa establecer si fué Alemania, o si fué la Rusia Zarista quien movilizó primero a sus tropas, o si fué un ejército o el otro quien primero se internó, en unos centenares de metros, en territorio enemigo. La confusión, intencionadamente creada, por el retraso en las comunicaciones, hizo la guerra inevitable.

No obstante, en el transcurso de los dos primeros años, la suerte de las armas fue totalmente adversa a Inglaterra y sus Aliados, Pero la entrada en guerra de los Estados Unidos como nuevo y decisivo aliado de Inglaterra transformó las victorias alemanas de 1914 hasta 1917 en la ignominiosa derrota de 1918. Es innegable que el Acuerdo de Londres, del que saldría la posterior Declaración Balfour para la creación de un Hogar Nacional Judío en Palestina fué el causante de la entrada de los Estados Unidos en la contienda y la posterior derrota de Alemania.

Los alemanes han estado siempre convencidos de que si los sionistas no hubieran propuesto los Acuerdos de Londres al Gabinete de Guerra Británico, el Gobierno Inglés hubiera aceptado la propuesta alemana de paz y la guerra hubiera terminado en 1916 y no en 1918.

Siempre existieron relaciones sumamente cordiales entre Alemania y la Organización Sionista Mundial, cuya sede central, hasta el año 1915, se hallaba en Berlín. Durante siglos Alemania había sido el refugio de los judíos procedentes de Rusia y Polonia, de donde huían por la frecuencia de los «pogroms» que allí sufrían. El Edicto de Emancipación, dictado en 1812, dió a los judíos la igualdad de los derechos civiles con los alemanes, en la mayor parte de los territorios de la actual Alemania. Ningún otro país, ni siquiera la Francia Republicana, había concedido aún la total igualdad a los judíos. El Edicto de Emancipación atrajo a los judíos a Alemania con preferencia a otros países..

El Kaiser apeló en numerosas ocasiones, entre 1895 y 1915, al Sultán, en favor de los sionistas. Guillermo II deseaba que el Imperio Otomano garantizara una concesión territorial a los sionistas para la creación de un «Estado Judío» en Palestina; incluso se desplazó personalmente a visitar al Sultán con este propósito. Los esfuerzos del Kaiser en pro de la causa sionista continuaron hasta 1916, cuando se produjo el Acuerdo de Londres, calificado por un judío norteamericano, Benjamín Freedman, de «puñalada por la espalda». (1) La mala disposición del Sultán hacia el proyecto, el hecho de que Alemania ofreciera a Inglaterra una «paz tablas», sin cambios territoriales y con retomo a las fronteras de 1914; la situación en que se encontraba Inglaterra, que la obligaría a aceptar cualquier condición a cambio de la ansiada participación norteamericana en la contienda, movieron a los prohombres del Sionismo a proponer su ayuda a la Gran Bretana.

Numerosos escritores norteamericanos (2) han narrado detalladamente las medidas tomadas por el movimiento sionista para hacet entrar en la guerra a los Estados Unidos. Curioso es el cambio, que, en unos meses, se hace dar al Presidente Woodrow Wilson, un auténtico «détraqué» sujeto a deficiencias psico-sexuales. Cuando, al principio de 1916, el Sionismo todavía espera que el Kaiser obtendrá para los judíos el territorio de Palestina y Wilson hace tentativas para obtener la paz (una «pax germanica») y Londres y Paris ni siquiera se dignan responder a sus propuestas, Wilson exclamará que «ingleses y franceses hacen gala de una exasperante malafé». (3)

Por otra parte, la Gran Prensa americana cambió bruscamente de orientación a partir del Acuerdo de Londres; la propaganda aliadófila alcanzó grados de delirante apología y las provocaciones antialemañas se multiplicaron al mismo tiempo que se organizaba la masiva ayuda norteamericana a Inglaterra. Finalmente, en Abril de 1917, y tomando como pretexto el hundimiento del transatlántico «Lusitania», que iba armado y cargado de municiones con destino a Inglaterra, el Gobierno de los Estados Unidos declaró la guerra a Alemania. En realidad, no era más que un burdo pretexto pues, al fin y al cabo, el Lusitania fué hundido en febrero de 1915 y los Estados Unidos declararon la guerra en Abril de 1917, veintiseis meses más tarde. (4)


El pueblo alemán no tuvo conocimiento de esa traición de quien se suponía un viejo y fiel aliado hasta el año 1919, en plena Conferencia de Paz de Versalles el tratado que los alemanes de todos los matices políticos calificaron «Diktat» cuando 117 dirigentes sionistas, casi todos ellos nacidos en Alemania u oriundos de la misma, le reclamaron a Inglaterra el pago de su «libra de carne», es decir, la entrega de Palestina.

Hemos considerado necesario extendernos tal vez excesivamente en los antecedentes históricos que marcan la ruptura de la vieja alianza, al menos en términos de Política entre Alemania y el Movimiento Sionista, y transforman la amistad tradicional en profunda aversión. Dicha aversión iría en aumento a medida que se hacían patentes las duras cláusulas de paz impuestas a Alemania: pérdida de todas sus colonias; incautación de su Marina; amputaciones territoriales en la metrópoli y una tremenda contribución de guerra.

Es evidente que no se podía hacer cargar a los judíos alemanes con las culpas del Movimiento Sionista, a pesar de la representatividad que éste quisiera irrogarse. Pero también es evidente y comprensible que, en la post-guerra, y en la crisis que siguió, se desarrollara en Alemania una corriente anti-judía. Los pueblos se mueven por sentimientos, por corrientes de simpatías y antipatías, y no por silogismos más o menos bien construidos.

Además, ciertos prohombres sionistas, en vez de guardar prudente silencio consideraron necesario estallar una absurda arrogancia. Así, por ejemplo, cuando Lord Melchett (a) Alfred Mond (a) Moritz, judío oriundo de Alemania y presidente del trust «Imperial Chemical Industries» declaró ante el Congreso Sionista, reunido en New York:

«Si yo ós hubiese dicho en 1913 que discutieramos sobre la reconstrucción de un Hogar Nacional Judío en Palestina, me hubieseis tomado por un ocioso soñador; si os hubiese asegurado entonces que el archiduque austríaco seria asesinado y que, de todo lo que se derivaría de tal crimen surgiría la posibilidad, la oportunidad y la ocasión de crear un Hogar Nacional Judío en Palestina me hubierais tomado por loco. ¿Se os ha ocurrido alguna vez pensar cuán extraordinario es que de toda aquella confusión y de toda aquella sangre haya nacido nuestra oportunidad? ¿Creéis de veras que sólo es una casualidad todo esto que nos ha llevado otra vez a Israel?». (5)

O la frase lapidaria del israelita francés, oriundo de Alemania, Simon Klotz, cuando se discutía la cuantía de la contribución de guerra a imponer a Alemania: «Le boche payera tout» (El alemán lo pagará todo).

Otra causa que contribuyó poderosamente a deteriorar las relaciones entre alemanes y judíos fué la desproporcionadamente elevada cantidad de hebreos que tomaron parte en las llamadas «revoluciones sociales» que estallaron en Alemania en 1918; revueltas comunistas que minaron la moral del pueblo en momentos críticos de la contienda y contribuyeron a la derrota del país. Judío era el comisario del pueblo Hugo Haase líder de los «socialistas independientes», así como el abogado Karl Liebknecht y la escritora Rosa Luxemburg, jefes de la «Liga Espartaquista». Esta liga anunció, el 14 de Diciembre de 1918, que su finalidad era implantación del Comunismo en Alemania.

El Dr. Oskar Khon, Subsecretario de Justicia, recibía dinero del agente soviético Joffe, para la financiación de la revuelta comunista del 9 de Noviembre de 1918. Cuando Joffe, el Embajador soviético, debió abandonar Alemania al haberse descubierto sus actividades, fué substituido por otro correlegionario suyo, Karl Radek (a) Sobelssohn, a cuyo cargo se encomendó la dirección de la propaganda comunista en Alemania. El punto culminante de la acción bolchevique se alcanzó en Munich. El agitador principal en la capital bávara era otro judio, Kurt Eisner quien, en el verano y el otoño de 1918, cuando el combate en el frente estaba en todo su apogeo, excitó a la huelga de los obreros de las fábricas de armas de Munich y quien organizó la revolución, instaurando en Baviera un «Tribunal Revolucionario»; Eisner se proclamó Presidente del Consejo de Baviera y en calidad de tal dirigió un llamamiento a todas las regiones de la Confederación Germánica, el 10 de Noviembre de 1918 que, en los Códigos Civiles y militares de cualquier pueblo seria considerado como alta traición. Secundaban a Eisner, compartiendo con él las tareas de gobierno una serie de literatos judios, tales como Kurt Muhsam, Levine -Nissen, Levien, Gustav Landauer y Ernst Toller. Otro judio. Karl Kaustky, Subsecretario del Ministerio de Asuntos Exteriores del Reich, dió la máxima publicidad a todos los documentos que pasaban por sus manos y podian presentar matices más ensombrecedores, debilitando así la posición de Alemania en las negociaciones de paz. Le secundó en ese trabajo el influyente redactor jefe de la «Vossische Zeitung», su correlegionario Georg Bernhard quien abogó con todas sus fuerzas por la firma del Tratado de Versalles que, desde el punto de vista alemán, representaba un verdadero atropello.

Aún después de firmado el tratado de paz, parece persistir una cierta fraternidad entre derrotismo, comunismo y judaísmo, o, al menos, determinados judíos. El «deus ex machina» de la propaganda comunista en Alemania era el israelita Willy Münzenberg, millonario propietario de periodicos de gran circulación, como «Illustrierte Arbeiter Zeitung», «Die Welt am Abend» y «Magazin für Alle». El «Socorro Rojo». otro instrumento comunista bajo capa de beneficiencia social, contaba entre sus fundadores con los judios Arthur Holitscher, Alfons Goldchsmitd, Paul Ostreich, Einstein, Max Harden, Leonhardt Frank y el profesor Elzbacher. Los comandos de acción los asesinos que actuaban por cuenta del Partido Comunista Alemán habían sido fundados y organizados por otro judío, Hans Kippenberger, verdadero causante moral del asesinato de Horst Wessel, considerado por los nacionalsocialistas como su héroe nacional, en cuyo asesinato desempeñó además un importante papel la judía Else Cohn, organizadora del atentado. Estos comandos llevaron a cabo una labor tan eficaz, que los nacionalsocialistas acusaron al Presidente de la Policía de Berlin, Grzesinski, hijo de judío y polaca, de propiciar solapadamente sus actividades. Por otra parte, cuando los miembros de los comandos caían en manos de la Justicia, eran defendidos con notorio éxito por el abogado judio Litten que, convicto de haber tratado de influir en los testigos de sus procesos, fué expulsado del Colegio de Abogados. Los comunistas orientaron sus principales esfuerzos a la infiltración en las escuelas y universidades. La «Karl Marx-Schule» (Escuela Carlos Marx) estaba dirigida por el judío Doctor Fritz Karsen (a) Krakauer, y había sido fundada por otro judío, el Profesor Lowenstein.

También les fué reprochado a los judíos que un miembro de su comunidad Magnus Hirschfeld, fuese patrocinador de la legalización de la Sodomía y su correlegionaria, la Doctora Kienle-Jacubowitz, del Aborto. Pero donde más se destacaron los judíos fue en la literatura bélica y post-bélica: Siegfred Jacobssohn, Kurt Tucholsky, Peter Panter, Ignaz Wrobel, Bernhard Citron, Theobald Tiger, Kaspar Hauser, Alfred Polgar, Fritz Sternberg, Rudolf Leonhardt, Hans Siemsen, Emil Ludwig, Thomas y Ludwig Mann, Remarque, Arnold Zweig y muchos más, todos ellos lanzaron acerbas críticas, durante y después de la guerra, contra todo lo alemán, y en especiañ contra el Ejército. Tucholsky llegó a escribir: «Los militares son asesinos... Los voluntarios de 1914 murieron por una porqueria... El himno nacional es un mal verso, de poesía charlatana». (6)

Otro motivo de crítica de muchos alemanes hacia su comunidad judía lo constiuía el predominio exagerado de ésta en determinados sectores primordiales de la vida de la nación. Así, por ejemplo, una comunidad que, como la Judía, representaba, numéricamente, entre el 0,5 y el 0,7 % (según las épocas) del total de la población, daba un porcentaje de 7,4 % entre los magistrados de todo el país, de ellos doce presidentes de Audiencias Territoriales y de Senados, 109 Magistrados de Tribunales Supremos y altos funcionarios de Audiencias Territoriales. En Berlin, en 1925, los médicos judíos totalizaban el 47,9 %; los abogados el 50,2 %; los farmacéuticos, el 32,2 %; los actores y directores de escena, el 13,5 %; los dentistas, el 37,5 %, los redactores de periódicos el 8,5 %. Los alemanes alegaban que esa preponderancia se había conseguido por medios desleales; los judíos, naturalmente, lo negaban. La misma discrepancia de puntos de vista se observaba con respecto a la afluencia de judíos en la escena política de Alemania, completamente desproporcionada con la población judía del país. En efecto ¿Qué ocurrió en el momento en que Alemania cambió de régimen, en 1919?. en el Gabinete de los Seis, que ocupó el puesto del antiguo Gobierno Imperial, predominaba la influencia de los hebreos Landsberg y Haase; este último se ocupaba de los Asuntos Exteriores, asistido de su correlegionario Kautsky, un bohemio que un año antes ni siquiera poseía la nacionalidad alemana. El judío Schiffer dirigía el Ministerio de Hacienda, con otro judío, Bernstein, como Subsecretario. El Ministro de Gobernación era Preuss, y su Subsecretario, Freund. Otro judío, Fritz Max Cohen era el Jefe del Servicio Oficial de Información. A director del Negociado de Colonias ascendió el hebreo Meyer-Gerhard, y Kastenberg al de Letras y Artes.

En los gobiernos regionales la aportación judía era aún más desproporcionada con relación a su importancia numérica. En el prusiano, ocupaban carteras ministeriales los israelitas Hirsch, Rosenfeid, Futran (un ruso con ciudadania alemana recientemente estrenada), Arndt, Simon, Wurm, Stadthagen y Cohen, este último Presidente del Consejo de Obreros y Soldados. El judio Ernst era Jefe de la Policía de Berlin, mientras el mismo cargo en Frankfurt y en Essen lo detentaban sus correlegionarios Sinzheimer y Lewy. En el Estado de Baviera, el omnipotente Eisner, que se autonombró; residente del Estado. puso a otro judío, Bretano, al frente de los Ministerios de Comercio. Industria y Tráfico. En Hesse, la máxima figura politica era el hebreo Fulda, mientras en Wurtemberg ocupaban relevantes cargos Haiman y Taiheimer.

Dos plenipotenciarios alemanes en las Conferencias de la Paz eran judíos; los principales consejeros también lo eran, empezando por Rathenau y continuando con el banquero Max Warburg, el Doctor von Strauss, Merton, Oscar Oppenheimer, Struck, Brentano, Mendelssohn-Bartholdy y Wassermann. Según la opinión de los nacionalistas alemanes, los judíos nunca hubieran alcanzado tal posición sin la Revolución Marxista que se hizo estallar en el país en el momento critico de la 1 Guerra Mundial, y la Revolución, en cambio, no hubiese estallado son que ellos mismos la hubiesen preparado o própiciado. Según los portavoces de Judaísmo, tal acusación carecía de fundamento. Pero Mr. George Pitter-Wilson, corresponsal del periódico londinense «The Globe» escribió que

«... el bolchevismo significa la expropiación de todas las naciones cristianas, de manera que ningún capital permanecerá en manos cristianas y que los judíos en conjunto ejercerán el dominio del mundo a su antojo». (7)

Por desgracia para la comunidad judia alemana, el quesería apodado «Judas del pueblo alemán» resultó ser un hebreo, Maximilian Harden que con su publicación «Die Zukunft» hizo, durante veinte años, política en gran escala. Ningún otro político ha dado pruebas de mayor versatilidad de principios. Actuando, primero, como censor moralista del Imperio, dió, con sus escritos escandalosos, el golpe de gracia a la monarquía de los Hohenzollern. Durante la guerra mundial, y hasta el giro copernicano dado por el Congreso. Mundial Judío a su orientación política en 1917, fué el único verdadero anexionista de Alemania, que exigía como premio a la victoria nada menos que toda Bélgicá, la costa francesa del Canal de la Mancha y el Congo Belga. (8)

Luego al cambiar la política sionista, este «ultra» del anexionismo prusiano, se opuso a los nacionalistas alemanes que querian continuar la lucha y se convirtió en admirador declarado del Presidente Wilson. Una vez firmado el Armisticio de Compiégne atacó inesperadamente la resistencia nacional contra las onerosas condiciones de paz denominándolas «furia simulada y miserable harto de embustes». (9)

Una parte numéricamente importante del pueblo alemán hizo, al menos, parcialmente responsable a los judíos, o a una parte notable y representativa de la comunidad judía, alemana y extranjera, no tanto de la derrota de 1918 como de las inusitadamente duras condiciones de paz. Esto quedaría confirmado con una inaudita declaración del Ex-Primer Ministro Britanico, Lloyd-George, que manifestaría, años más tarde, ante una sorprendida Cámara de los Comunes:

« En 1917, el Ejército Francés se amotinaba, Italia está derrotada, Rusia muere por la Revolución y América aún no está luchando a nuestro lado.. .Repentinamente nos llega la información de que es de una importancia vital para los Aliados conseguir el apoyo de la comunidad mundial judía...». (10)

Es preciso hacer constar que Lloyd-George no era, ciertamente un antisemita que buscara desprestigiar a los judíos o crearles dificultades; es más, durante varios años fué abogado del Movimiento Sionista de Inglaterra. Para agravar aún más el deterioro de las relaciones entre alemanes y judíos, en los procesos que se incoaron entre 1919 y 1930 contra acaparadores «millonarios de guerra» y, en general, toda clase de delitos de estafa, diversos miembros de la comunidad israelita aparecieron con monótona regularidad en los lugares de honor (sic). Así, hombres como Sklarz, Barmat, Kasmarek, Parvus-Helphand, Kutisker, emigrantes recien llegados de los ghettos del Este de Europa. Jaques Meyer, dirigente de la Central de Compras Alemana en Holanda, que se enriqueció a costa de sus conciudadanos, Ludwig Katznellenbogen, director del mayor de los consorcios cerveceros de Alemania, condenado a prisión por malversación de fondos; los hermanos Fritz y Alfred Rotter, propietarios de un inmenso trust teatral, que huyeron a Francia antes de ser procesados. Todo esto puede ser calificado de «anecdótico», e incluso de «poco representativo». Pero lo que, según muchos alemanes no necesariamente nazis era verdaderamente representativo es que jamás, en ningún caso. ningún judío prominente, de algún peso específico dentro de la comunidad, alzó su voz para condenar a sus correlegionarios. Esto fué interpretado como una aprobación tácita de su conducta. Esa condena hubiera sido muy útil, aún cuando sólo hubiera servido para contrarestar las campañas anti-alemanas que otros judíos, particularmente desde Francia y los Estados Unidos, desencadenaron entonces, con notoria falta de oportunidad, varios años antes de la llegada de Hitler al poder. Incluso en la propia Alemania, el judío Weiszman Secretario de Estado de Prusia, intervino a favor del convicto estafador Sklarz, destituyendo al fiscal.

La desproporcionada participación de la comunidad judía en la delincuencia alemana fué atestiguada por el escritor hebreo Ruppin quien, a base del manejo de las estadísticas llega a un resultado mucho mayor de criminalidad judía para delitos comerciales a los que puedan corresponderle en relación a la participación hebrea en el comercio. Según ese autor, los judíos eran trece veces más numerosos que los no judíos, atendiendo a las respectivas cifras de población, en los delitos de especulación ilícita y usura; nueve veces más én los de quiebra fraudulenta y cinco veces más en los de encubrimiento y complicidad. (11)

Comprobaciones similares hace el israelita Wassermann, en las que demuestra que la criminalidad de los judíos en el año 1900, y en lo que se refiere a la quiebra simple fué diecisiete veces mayor para las quiebras fraudulentas. Tales cifras las obtuvo tomando expresamente en consideración la participación porcentual en las profesiones comerciales. (12)

No debe omitirse la participación judaica en determinados delitos especialmente vituperables, como el contrabando de drogas y la pornografía. El organismo oficial «Central para la lucha contra el uso de estupefacientes» comprobó que en el año 1921, de los 232 traficantes internacionales de estupefacientes, 69, es decir, el 26 por ciento, eran judíos. Teniendo en cuenta que la comunidad judía representaba aproximadamente el 0,7 por ciento de la población total de Alemania en aquella época, resulta que su participación en tal tipo de delitos era treinta y siete veces mayor de lo normal. En 1933, la participación israelita aumentó hasta un 30 por ciento. El ya citado Ruppin confiesa: «El hecho de que los israelitas habiten generalmente las ciudades tiene como consecuencia el que se les coja sobre todo en los delitos afectos a las grandes urbes, como alcahuetería y complicidad en la prostitución. (13)

Desde el Edicto de Emancipación, en 1812, hasta 1933, en que el pueblo alemán, democraticamente, manda al Nacional Socialismo al poder, se ha ido produciendo un cambio total. El matrimonio judeo-germánico se ha roto.



El programa racial nacional socialista

El 30 de Enero de 1933, el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, encabezado por Adolf Hitler, subía al poder, merced a una victória en las urnas.

Aparte de los otros puntos programáticos del N.S.D.A.P., liberación de las cadenas de Versalles, reforma financiera, reforma agraria, superación de la lucha de clases y creación de una colectividad nacional, igualdad de derechos para Alemania, lucha contra la delincuencia y el parasitismo y promoción de las ciencias y las artes, había uno, concreto que atrajo especialmente la atención: el que se refería a la eliminación de los judíos de la dirección política del país.

El denominado antisemitismo no es. como algunos han pretendido hacer creer post mortem, una invención de Hitler. Ese es un problema tan añejo como la propia historia del pueblo judío, a lo largo de todo su deambular por el mundo. La Iglesia Católica veintinueve de cuyos Papas dictaron cincuenta y siete bulas, edictos y decretos antijudíos (14) participó tanto en la persecución (versión judía) o en la defensa (versión cristiana) contra los israelitas como Martin Lutero que escribió el folleto titulado «De los Judíos y sus Mentiras». Todos los pueblos, en uno u otro momento de su historia, tomaron amparándose en diversos motivos, razones o pretextos, medidas contra las comunidades judías que, habiendo inmigrado en el país, se mantenian voluntariamente segregados y participaban de los ideales e inquietudes de los autóctonos. En numerosas ocasiones incluso, la chusma se había desmandado, dando lugar a horrorosas e inexcusables matanzas. Esta clase de abusos eran especialmente frecuentes en el Este Europeo, en Polonia y Rusia, hasta en punto de que la palabra «Pogrom», que en ruso significa «devastación» o, «tumulto» llegó a ser intencionalmente asimilada a «matanzas de judíos». Precisamente a causa de estos «pogroms», que entre 1881 y 1917 alcanzaron una virulencia inusitada, los hebreos rusos y polacos emigraron en gran número a Alemania. Ya hemos tratado, en el epígrafe precedente, de la progresiva degradación de las relaciones entre la población autóctona y la comunidad judía en Alemania. Este éxodo masivo contribuirá en gran manera a empeorar aún más la situación. Cuando los nazis llegan al poder, en el Parlamento se sientan ya seis diputados antisemitas no nazis. Estos, por su parte, pronto evidencian que se hallan dispuestos a poner en práctica, integramente. los veinticinco puntos de su programa hechos públicos trece años atrás, concretamente el 25 de Febrero de 1920, en una asamblea en el Hofbrauhaus, en Munich.

El punto 4º especificaba. bien claramente:

«Sólo puede ser ciudadano el que sea miembro del pueblo. Miembro del pueblo sólo puede serlo el que tenga sangre alemana, independientemente de su confesión religiosa. Ningún judío puede, por consiguiente, ser miembro del pueblo».

El punto 5º aseveraba:

«El que no es ciudadano, sólo puede vivir como huésped en Alemania y debe estar sometido a la legislación de extranjeros», mientras el 6 º deducía: «El derecho a determinar la conducción y las leyes del Estado ha de ser privativo del ciudadano. Por eso exigimos que todo cargo publico.. sólo pueda ser desempeñado por ciudadanos».

El punto 7º, continuando por el mismo sendero, afirmaba:

«Exigimos que el Estado se comprometa a asegurar en primer término, la subsistencia y el poder adquisitivo de los ciudadanos. Si no es posible alimentar la población total del Estado, entonces los miembros de naciones extranjeras no ciudadanos deberán abandonar el Reich».

El punto 8º recomendaba que los no-arios que inmigraron a Alemania des pués del 2 de Agosto de 1914 fueran obligados a abandonar inmediatamente el Reich. En el punto 23º se prohibía a los no-ciudadanos (a los judíos, en la práctica) ser editores o colaboradores en periódicos publicados en idioma aleman. También se prohibía a los no-ciudadanos toda participación financiera en periódicos alemanes. Finalmente, en el punto 24º, tras afirmar que «el partido defiende el punto de vista de un Cristianismo positivo, sin atarse confesionalmente a una doctrina determinada», se remacha: «Combatimos el espíritu judeo-materialista dentro y fuera de nosotros...» Como se ve, el programa nazi, sin eufemismos de ninguna clase, y con una claridad que algunos juzgaron impolítica, propugnaba, prácticamente la eliminación de los judíos en la vida política y administrativa del país. La procedencia o imporcedencia de los puntos programáticos antijudíos del NSDAP, democráticamente llevado al poder por la mayoría guste o no del Pueblo Alemán, podrán ser discutidas, pero lo que no podrá afirmarse es que constituyan una novedad en la Historia. En todas las épocas, y en la actualidad, numerosos paises discriminan en la teoria y en la práctica, contra determinados sectores de su población en razón de su pertenencia a ciertos grupos raciales, políticos o religiosos. En 1933, cuando el programa nacionalsocialista empezó a ser puesto en práctica en los Estados Unidos deAmérica, donde los judíos gozaban de la plenitud de los derechos civiles, los negros cuyo porcentaje con respecto a la población total quintuplicaba el de los judíos de Alemania carecían de ellos, mientras los indios americanos, supervivientes del mayor genocidio organizado que registra la Historia, estaban aparcados en reservas para satisfacción de la curiosidad turística. En Inglaterra, Madre de las Democracias, un divorciado veía como una parte de sus derechos eran limitados, hasta el extremo de que Eduardo VIII debia abdicar de la Corona de Inglaterra por haberse casado con Mrs. Simpson, una divorciada. En el Dominio de la Unión Sudafricana se discriminaba contra los negros y en el de la Unión India existía una complicada organización de castas que equiparaba casi, a las bestias, a treinta millones de parias. Finalmente, un católico no podía, constitucionalmente, ser Rey ni Primer Ministro de tan admirada democracia como la británica. Hoy en día podríamos citar casos de discriminación, de hecho o de derecho, contra sectores de población numéricamente mucha más importantes que la comunidad judía en Alemania. El más aleccionador de todos nos parece el caso del Estado de Israel que engloba casi tres cuartos de millón de árabes en Cisjordania y en la zona de Gaza; esos árabes no son inmigrados recientes, como la mayor parte de los judíos alemanes en 1933, sino que llevan varias generaciones viviendo en Palestina, pero carecen de los más elementales derechos políticos. Se arguira que pueden ser elegidos e incluso miembros del Parlamento, pero se omitira que no pueden ostentar cargos gubernamentales y que no tienen voz ni voto en la política del pais: un pais cuya ciudadania solo puede ser ostentada por personas cuya madre fuera judía. (15)


Las muy criticadas «Rassenschutz Gesetz» (Leyes Raciales de Nuremberg) no fueron tan drásticas como las actuales leyes raciales imperantes en el Estado de Israel. Por ejemplo, en Alemania, el individuo que tuviéra tres abuelos arios sólo podía contraer matrimonio con persona aria, y el que tuviera tres abuelos judios, o no arios, sólo podía casarse con no arios. Las personas con sólo dos abuelos arios podían casarse con individuos de diferente grupo si obtenían la consiguiente autorización del Estado. No vamos a emitir un juicio de valor sobre tales medidas; nos limitaremos a hacer constar que en la actualidad, en el Estado de Israel, sólo se consideran ciudadanos judios los hijos de madre judía; los matrimonios con no judios estan prohibidos tanto por la ley civil como por la religiosa. Y los no judios no estan autorizados a residir permanentemente en el país. Como se verá, en el aspecto racial, la politica del Estado de Israel, es una reedición, corregida y aumentada. aunque en sentido contrario, de la del III Reich. (16)


Una parte del Judaismo Aleman publicó un manifiesto en favor del régimen nacionalsocialista, en el cual se decia:

«Nosotros, miembros de la Asociacion de Judios Nacionales Alemanes, fundada, en el año 1921, hemos colocado siempre. en la guerra y en la paz, el bienestar del pueblo alemán, nuestra patria. con lo cual nos sentimos entrañablemente unidos. por encima de nuestros intereses personales Por este motivo hemos saludado el alzamiento nacional de Enero de 1933. a pesar de habernos ocasionado ciertos perjuicios, porque hemos visto en el el unico medio para eliminar los daños causados durante catorce años por elementos antialemanes».

Pero en su discurso del 1 de Abril de 1933. Goebbels repuso que hubiera sido mucho más util y creible que tal declaracion de simpatia al Nazismo, o, simplemente, de adhesión a Alemania, la hubiera hecho, dicha Asociación de Judíos Nacionales Alemanes, antes de las elecciones del 30 de Enero, en el curso de los catorce años en que los aludidos «elementos antialemanes». cuyo núcleo lo constituian precisamente los judíos, tantos daños causaron al pais. Anunció Goebbels la puesta en marcha de. las medidas tendentes a eliminar la desmesurada influencia judía» en los asuntos alemanes e incitó a sus compatriotas a que boicotearan los comercios judíos y «compraran aleman». (17)


El bando judio devolvio el golpe. Las grandes agencias de noticias internacionales. en las que la influencia de judíos. sionistas o no, era muy grande, por no decir determinante, desplegaron una campaña contra Alemania, parangonable a la que las mismas agencias desencadenaron desde 1917, a partir del Acuerdo de Londres, hasta la conclusión del Tratado de Versalles. Empezáron a aparecer, con toda seriedad, espeluznantes relatos de amputación de miembros a judíos, de violaciones de muchachas judias, y de ojos arrancados de sus órbitas. Naturalmente, tales relatos sólo aparecían en determinado tipo de publicaciones, pero no por ello dejaban de surtir su efecto en amplios sectores de la llamada opinión pública. Pero en publicaciones con reputación de objetivas aparecieron criticas más razonables pero no por ello menos adversas a Alemania y su régimen. Otra vez escritores hebreos estuvieron en vanguardia de la campaña periodística: Bertoldt Brecht, Remarque, Heinrich y Thomas Mann, Franz Werfel, Ernst Lissauer, Arnold Zweig son las autoridades que se citan en Francia como demostracion del aserto de que el pueblo alemán no es más que un hato de fanaticos sedientos de venganza y animados de los más bajos instintos.

La situación se irá agravando a medida que las medidas antijudias nazis se iran poniendo en práctica. No óbstante. conviene tener muy en cuenta que la campaña exterior de los judíos contra Alemania empezó ya antes de la subida de Hitler al poder. No se puede soslayar el hecho de que el Judaismo o si se prefiere, el movimiento político internacional, que se suele llamar Sionismo, y que se irroga la representación de los judios, con abstracción de sus patrias de nacimiento habia declarado la guerra politico económica a Alemania con anterioridad a la victoria electoral hitieriana. Ya en 1932 el diario «New York Times», propiedad de judíos y editado por judíos, publicaba anuncios a toda página: «Boicoteemos a la Alemania antisemita!». El bien conocido sionista Samuel Fried escribió, también en 1932:

«La gente no debe temer la restauración del poderío militar alemán. Nosotros, judios, aplastaremos todo intento que se haga en este sentido y, si persiste el peligro, destruiremos esa odiada nación y la desmembraremos».

El 12 de Febrero de 1933, otro israelita, Henry Morgenthau, Secretario del Tesoro de los Estados Unidos, declaró que «América acaba de entrar en la primera fase de la Segunda Guerra Mundial». (18)

Observemos que sólo habían transcurrido doce dias desde la victoria electoral de los nazis y que aún no se habian tomado medidas contra los judíos alemanes. Observemos, también, que Morgenthau involucra a «América» por algo que va a sucederles a correligionarios suyos, de nacionalidad alemana. Cinco días después, el Rabino Stephen Wise, miembro prominente del «Brain Trust», camarilla de consejeros del Presidente Roosevelt anunció, por la radio la «guerra judía contra Alemania». (19)

Por su parte, el editor del «New Morning Freiheit», un periódico comunista escrito en yiddisch, dirigió un llamamiento a los judíos del mundo entero para unirles en la lucha contra el Nazismo. Estas manifestaciones causaron en Alemania un efecto que es de suponer, especialmente la alusión de Morgenthau a una «Segunda Guerra Mundial», en 1933. (20)


Mientras tanto, en Alemania se empiezan a aplicar medidas discriminatorias contra los judíos. En realidad, esas medidas sólo pueden ser calificadas de discriminatorias si se considera a los judíos alemanes como ciudadanos del Reich; no pueden, aún, ser calificadas como tales si se les considera como extranjeros. En ningún país del mundo pueden los extranjeros ocupar cargos públicos; determinadas profesiones les están vetadas y otras limitadas por un «numerus clausus». Según la Gran Prensa norteamericana la limitación de los derechos civiles a los judíos alemanes era un atentado contra los derechos humanos; esa misma Prensa no demostraba igual sensibilidad con respecto a la limitación de los derechos civiles de los autóctonos irlandeses... en Irlanda, impuesta porlos ingleses. Y tengamos en cuenta que la población de orígen irlandés es, numéricamente, muy superior a la de orígen judío, en los Estados Unidos.

Los judíos eran expulsados de la vida política y administrativa del Reich. También les era vetada toda actividad relacionada con la prensa. Se estableció un «numerus clausus» que regulaba la participacion judia en la abogacia. jueces, abogados o médicos judios que fueron combatientes en 1914-18 quedaban, de momento, excluidos de estas medidas. En 1935, dos años después de su aplicación, la participación de los judíos en la profesión de abogado bajo. en Alemania, de un 29,7 por ciento a un 20,6 por ciento, aunque en la capital, Berlin, el porcentaje de judíos ejerciendo la profesión de abogado llegaba a un 39 por ciento, cuando sólo un 1 por ciento de berlineses eran judíos.

Los judíos fueron expulsados del Ejército. Los militares de origen israelita que hubieran participado en la Primera Guerra Mundial se retiraban con una pensión equivalente a su paga integra. Los mismos derechos les eran reconocidos a sus hijos. Los militares o funcionarios públicos que no hubieran tomado parte en la guerra, sirviendo en el Ejército Alemán, eran retirados de sus cargos, cobrando la indemnización que reglamentariamente les córrespondiera.

Algunos judíos no la mayoría interpretaron estas primeras medidas discriminatorias contra los judeo-alemanes como una verdadera exterminación. En Austria se publicó un libro de propaganda anti-alemana, (21) escrito por Leon Feuchtwanger, el autor del famoso libro «El judío Suss», en el qué lás medidas administrativas internas del Reich contra su población de origen israelita eran descritas como «exterminación de la judería alemana». El hecho de que en Dachau, uno de los primeros campos de concentración instalados en el Reich hubieran, en 1936, cien internados judíos pertenecientes al Partido Comunista, fué descrito por Feuchtwanger como una tentativa de las autoridades alemanas de dejar morir a aquellos detenidos, a causa de malos tratos y sub-alimentación. En realidad, sesenta de esos cien internados ya habían ingresado en el campo de Dachau en 1933. Todos ellos, en calidad de comunistas, y no de judíos; junto a estos convivian los marxistas racialmente arios. También habia judíos comunistas en Sachsenhausen, y esto desde mediados de 1933, pero no representaban ni la décima parte del total de los detenidos. Otro libro escrito poco después de la llegada de los nazis al poder por el comunista, de raza judia, Hans Beimler, que posteriormente mandaria una brigada internacional en la Guerra Civil Española, aseguraba que el campo de Dachau era un campo de exterminación; tal pretensión era incluso sostenida por el propio titulo del libro. (22)

No obstante, el propio Beimler admite en su libro que él fué detenido por pertenecer al Partido Comunista (23) y que fué liberado, y posteriormente expulsado de Alemania, al cabo de sólo un mes de permanecer en Dachau. Incluso la Acusacion Publica en el proceso de Nuremberg afirmó que Dachau se convirtió en un campo de exterminio sólo a partir de 1942. Los campos de concentración en la Pre.Guerra servían para el internamiento de oponentes politicos de extrema izquierda especialmente socialistas y comunistas de todas las tendencias siendo la proporción de judíos muy exagerada con relación a su porcentaje en la población total del país, pero normal si se tiene en cuenta el gran número de judíos que pululaban en las organizaciones ultra-izquierdistas. y muy especialmente en el Partido Comunista. Mientras, por citar un ejemplo que nos parece revelador, en los campos de concentración sovieticos de Siberia y del Circulo Polar Artico habia, según los cálculos más prudentes, de seis a ocho millones de internados, el escritor e historiador hebreo antinazi Reitlinger sostiene que, entre 1934 y 1938, el número de detenidos en campos de concentración raramente pasó de 20.000 en toda Alemania, de los cuales el numero de judíos nunca sobrepasó los 3.000. (24)

La filosofía de las medidas antijudias de Hitler se basaba, en definitiva en la constatación de que la comunidad hebrea constituía un cuerpo halógeno, desinteresado de los avatares de la nación, cuando no hostil a los mismos; un estado dentro del estado, es decir, politicamente hablando, un parásito. En realidad, antes de Hitler habían sido ya muchísimos los que habían sustentado ideas antijudias, y justamente en las generaciones inmediatamente anteriores, desde Wagner (que escribió un libro antijudio titulado «El Judaismo en la Música») hasta Liszt, pasando por Bismarck, Fichte, Grillparzer, Hebbel, Hegel, Kant, Schoppenhauer, Mommsen, Nietzsche, Schiller, Spengler, Luddendorff, la aversión a la influencia judía es indiscutible. Tal aversión no es específicamente alemana ni se circunscribe a los siglos XIX y XX. Al doble juego judío, consistente en recabar todos los derechos de los ciudadanos de un país sin participar en las obligaciones de los mismos, se han opuesto, con frases contundentes, que no dejan el menor resquicio a la duda, grandes hombres de todas las épocas y de todas las naciones: Jorge Washington, Benjamín Franklin, Mahoma, Voltaire, Lope de Vega, Victor Hugo. Gracián, Napoleón, Ortega y Gasset, Cicerón, Pascal, Papini,.Beethoven, Giordano Bruno, Shakespeare, Cervantes, Quevedo, Lutero... (25) Incluso en el Evangelio de San Juan se cita (8, 31.47) una diatriba de Jesucristo contra los fariseos (los sionistas de la época) de una violencia que no superó jamás ni siquiera el Doctor Goebbels.

Pero es que, además, esa filosofía según la cual los judíos no eran alemanes no era exclusivamente sustentada por los nazis, sino que de la misma par. ticipaban los propios judíos, tanto de Alemania como de cualquier otro país. Los judios siempre han reclamado los derechos de ciudadanía para conseguir todo lo que de ello se deriva, para disfrutar de la proteccion de las instituciones públicas con objeto de extraer del pueblo que les ha dado hospitalidad todo el provecho material y moral que pueda resultar de sus actividades. Pero al mismo tiempo han reservado su lealtad a otra nacion, a otra bandera, a otra organización, a otros líderes internacionales, al Sionismo, formando un estado dentro del estado. Ejemplos: El Doctor Chaim Weizmann, un marxista nacido en Rusia, que llegaría a ser el primer Presidente del Estado de Israel, escribió: «Somos judíos y nada más. Una nación dentro de otra nación». (26)

El escritor judeoalemán Ludwig Lewisohn, por su parte, aseguraba: «Un judío es siempre un judío. La asimilación es imposible, porque nosotros no podemos cambiar nuestro carácter nacional». (27)

El rabino Stephen Wise, figura prominente del Judaísmo y uno de los hombres que más trabajó para que estallara la guerra de 1939, como más adelante veremos, declaró en una ocasión: «El judio miente cuando jura obediencia a otra fé, y se convierte en un peligro para el mundo». (28)


Leo N. Levy, presidente electo de la prominente sociedad judeo-americána «Bnai Brith, manifestó: «No es verdad que los judíos sean sólo judíos por su religión. Un esquimal, un indio americano, podrían conscientemente adoptar cada dogma de la religión judía, pero nadie que reflexionara por un momento les clasificaria como judios. ¿Quién puede decir que los judíos sólo son una religión?. Los judíos son una raza. Un creyente de la fe judía no se convierte en judio por este hecho. En cambio, un judio de nacimiento sigue siendo judío aunque haya abandonado su religión». (29)

Louis Brandeis. que llegó a Presidente del Tribunal Supremo de los Estados Unidos definió el hecho de la nacionalidad judía en los siguientes terminos:

«Reconozcamos que nosotros los judíos somos una nación distinta en la cual cada judío es un miembro a parte, cualquiera que sea su país de origen». (30)

Podriamos extendernos citando a centenares de judíos empeñados en darle anticipadamente y también a posteriori razón a Hitler. Nos limitaremos, como colofón, a citar al judeo-húngaro Max Nordau, quien, sin ambages, proclamaba: «No somos alemanes, ni ingleses ni franceses. Somos judíos. Vuestra mentalidad cristiana no es la nuestra». (31)



Organizacion del boicot contra Alemania

En el verano de 1933, se reunió en Holanda una «Conferencia Judía Internacional del Boycot contra Alemania», presidida por el famoso sionista Samuel Untermeyer, que también ostentaba el cargo de la presidencia de la «Federación Mundial Económica Judía» y era miembro del «Brain Trust» de Roosevelt, (32) y acordó el boycot contra Alemania y contra las empresas de otros paises que comerciaran con Alemania. A su regreso a los Estados Unidos Untermeyer declaró, en nombre de los organismos que representaba, la «guerra santa» a Alemania. (33)

Unos meses después, el mismo Untermeyer fundó otra entidad, la «Non Sectarian Boycott League of America», cuya misión era vigilar a los americanos que comerciaban con Alemania. En Enero de 1934, Jabotinsky, el fundador del titulado «Sionismo Revisionista», escribió en la revista «Nacha Recht»: La lucha contra Alemania ha sido llevada a cabo desde hace varios meses por cada comunidad, conferencia y organización comercial judía en todo el mundo. Vamos a desencadenar una guerra espiritual y material en todo el mundo contra Alemania». A principios de 1934 se fundó en Inglaterra el titulado «Consejo Representativo Judío para el boycot de los bienes y servicios alemanes», entidad cuyo objeto consistía en hacer el vacio comercial a las firmas británicas que trabajaran con Alemania. Con la misma finalidad, extendida a todo el Imperio Británico, los judíos ingleses Lord Melchett y Lord Nathan, crearon la «Joint Council of Trades and Industries», que fué eficacisima en la lucha económica contra el Reich. También se fundaron una «Women's Shoppers League», que boicoteaba especialmente los productos agrícolas alemanes y una «British Boycott Organization», dirigida por el hebreo capitán Webber, que organizaba la guerra económica en paises en que predominaba la influencia politica inglesa. En Francia, las campañas periodísticas desatadas por numerosos y prominentes judíos contra Alemania superaron en acritud las de otros paises, pero en cambio no hubo un boycot sistemático contra el comercio con Alemania. No obstante, el 3 de Abril de 1933, el «Comité Francés del Congreso Mundial Judío», la L.I.C.A. (Liga Internacional contra el Antisemitismo), la «Asociación de Antiguos Combatientes Voluntarios Judíos» y el «Comité de Defensa de los Judíos Perseguidos en Alemania», mandaron un telegrama a Hitler anunciando el boycot de los productos alemanes en Francia y en el Imperio colonial francés. El Gobierno francés, en el que predominaba la influencia de los israelitas Leon Blum y Georges Mandel (a) Rotschild, no tomó ninguna medida contra esos judíos a pesar de que, al atacar a una potencia extranjera con la que Francia mantenía realciones diplomáticas normales, se situaban al margen de la ley.

La reacción que provocaron estas campañas fué muy fuerte. El gobierno del Reich empezó, en 1934, a tomar medidas que favorecieran la emigración de judíos a otros paises. En esa época el gobierno compraba negocios de los judíos que voluntariamente preferían emigrar. Una cantidad de judíos difícil de evaluar correctamente emigró a otros paises. Se empezó a pensar en la isla de Madagascar, entonces colonia francesa, como futuro hogar de los judíos; se especuló con la idea de que allí se concentrarian no sólo los judíos procedentes de Alemania sino también los israelitas ortódoxos procedentes de otros paises. La idea no era nueva. El padre del moderno Sionismo político, Theodor Herzl, ya formuló, a finales del siglo XIX, la posibilidad de un Hogar Nacional Judío en Madagascar, o en Uganda. Para Herzl el lugar ideal era Palestina, pero comprendía, y en eso coincidía con los políticos del III Reich, que ello originaría interminables conflictos con la población árabe autóctona. (34)

Para los jerarcas nazis parecía más sencillo obtener la aquiescencia francesa a un núcleo judío en Madagascar que el proyecto palestino; no en vano había numerosos políticos judíos influyentes en la III República.

Pero, oficialmente, Alemania no presentó el «Plan Madagascar» hasta 1938, formulado, en sus trazos generales, por el Ministro de Finanzas, Hjalmar Schacht. Aconsejado favorablemente por Góring, Hitler envió a Schacht a Londres para que discutiera la propuesta con representantes sionistas. El sionismo, pese a la Declaración Balfour. no habia logrado la implantacicn de un verdadero Hogar Nacional para los judios en Palestina, debido a la logica resistencia de los arabes autoctonos, y determinados lideres sionistas no veian con disgusto la puesta en práctica del «Plan Madagascar». Schacht se entrevistó con dos representantes del Sionismo, Lord Bearsted. por la Juderia Inglesa, y Mr. Rublee, de Nueva York. La propuesta alemana era que los capitales judios en Alemania fueran congelados como garantia de un préstamo internacional para costear la emigracion judia a Madagascar. Mr Rublee y Lord Bearsted desecharon Madagascar, y aceptaron el resto de la propuesta. Sugerian, como emplazamiento del Hogar Nacional Judio, Palestina. (35)

Schacht informó a Hitler sobre las negociaciones, en Berchtesgaden el 2 de Enero de 1939; pero el plan fracasó debido a la negativa inglesa a aceptar Palestina como sede de los judios, en una escala superior a la prevista por la Declaracion Balfour, que Inglaterra incumplio clamorosamente, engañando simultaneamente a arabes y judios. (36)

Es preciso hacer constar, empero. que Alemania no fue la primera en presentar un «Plan Madagascar» para los judios. Fue el gobierno polaco quien tuvo, oficialmente, la iniciativa de proponer a la antigua Isla de los Piratas como hogar de los judios oriundos de Polonia. y en 1937 envio a la Mision Michael Lepecki, acompañada de representantes judios, para que estudiara el problema sobre el terreno. (37)

En vista de que Madagascar no era, finalmente, aceptado por los circulos dirigentes del Sionismo, e Inglaterra ponia mil trabas a la solucion palestina, se hicieron otras tentativas para promocionar la emigración de los judios a otros paises europeos. A tal efecto se reunieron en Envian, en 1938, representantes alemanes y sionistas. Aquéllos insistieron en el «Plan Madagascar», pero los sionistas lo rechazaron resueltamente. A principios de 1939, un alto funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores del Reich, Helmuth Wohltat, se trasladó a Londres para proponer a sus colegas del «Foreign Office» una emigracion limitada de los judíos que aun quedaban en Alemania a la Guayana Británica, pero el gobierno británico rechazó de plano la propuesta. Finalmente, unos meses antes de la guerra mundial, el Mariscal Hermann Goering, especialmente comisionado por Hitler, escribió al Ministro del Interior Frick, ordenándole la creación de una «Oficina Central de Emigración para los judios», mientras por otra parte ordenaba al Jefe de los Servicios de Seguridad del Reich, Reinhardt Heydrich que solucionara el problema judío por los medios de «la evacuación y la emigración». El «Plan Madagascar» continuaba siendo patrocinado por el gobierno alemán, pues se esperaba llegar a convencer al Presidente francés, Daladier, para que diera su anuencia.



Estalla la segunda guerra mundial

El 2 de Enero de 1938, el «Sunday Chronicle» de Londres publicaba un artículo titulado:. «Judea declara la guerra a Alemania», en el que, entre otras cosas, se decía:

«El judío se encuentra ante una de las crisis más graves de su historia. En Polonia, Rumania, Austria, Alemania, se halla de espaldas a la pared. Pero ya se prepara a devolver golpe por golpe. Esta semana, los líderes del judaísmo internacional se reunen en un pueblecito cerca de Ginebra para preparar.una contraofensiva. Un frente unido, compuesto de todas las secciones de los partidos judíos se ha formado, para demostrar a los pueblos antisemitas de Europa que el judío insiste en conservar sus derechos.



«Los grandes financieros internacionales judíos han contribuído con una cantidad que se aproxima a los quinientos millones de libras esterlinas. Esa suma fabulosa será utilizada en la lucha contra los estados persecutores. Un boycot contra la exportación europea causará ciertamente el colapso de esos estados antisemitas».




Precisemos que el «Sunday Chronicle» no era, precisamente, un periódico antijudío. Y hagamos notar que, a consecuencia del boycot exterior, el gobierno de Octavian Goga, debía dimitir y dar paso a Otro más tolerante con su importante minoría israelita. También en Polonia se producían notables cambios gubernamentales substituyendose a los ministros más partidarios de un entendimiento con Alemania por otros que se negaban a cualquier clase de negociación que modificara el statu quo en Danzig. El 3 de Junio de 1938, el muy influyente «The American Hebrew», portavoz del judaísmo norteamericano escribía, en un editorial que causó sensación y fué reproducido en el mundo entero:



«Las fuerzas de la reacción contra Hitler estan siendo movilizadas. Una alianza entre Inglaterra, Francia y Rusia derrotará, más pronto o más tarde, a Hitler. Ya sea por accidente, ya por designio, 38

un judío ha llegado a la posición de la máxima influencia en cada uno de esos países... Leon Blum es un prominente judío con el que hay que contar. El puede ser el Moisés que conduzca a nuestro lado a la nación francesa. ¿Y Litvinoff?. El gran judío que se sienta al lado de Stalin, inteligente, culto, capaz, promotór del pacto francoruso, gran amigo del Presidente Roosevelt; él (Litvinoff) ha logrado lo que parecía increíble en los anales de la diplomacia: mantener a la Inglaterra conservadora en los términos más amigables con los rojos de Rusia. ¿Y Hora Belisha?. Suave, listo, inteligente, ambicioso y competente... su estrella sube sin cesar,..



«Esos tres grandes hijos de Israel anudarán la alianza que, pronto, enviará al frenético dictador, el más grande enemigo de los judíos en los tiempos modernos, al infierno al que él quiere enviar a los nuestros.



«Es cierto que esas tres naciones, relacionadas por numerosos acuerdos y en un estado de alianza virtual aunque no declarada, se opondrán a la proyectada marcha hitieriana hacia el Este y le destruiran (a Hitler).



«Y cuando el humo de la batalla se disipe, podrá contemplarse una curiosa escena, representando al hombre que quiso imitar a Dios, el Cristo de la Swastika, sepultado en un agujero, mientras un trío de no-arios entona un extraño requiem que recucida, a la vez, a «La Marsellesa», al «Dios Salve al Rey» y a la «Internacional», terminando con un agresivo ¡Elí, EIi EIi !».




Las presiones del muy influyente «lobby» israelita consiguieron que el gobierno norteamericano aumentara. las tarifas aduaneras contra las mercancías alemanas, en señal de represalia por el trato dado por el gobierno alemán a los judíos alemanes. Por otra parte, el «Congreso Judeo-Americano» votó, por unanimidad, el boycot comercial contra Alemania e Italia (a pesar de que ésta última no había tomado medidas especiales contra los judíos).

Ya desde principios de 1938 había arreciado la campaña antialemána en Francia. El hebreo Louis Louis-Dreyfus, el «rey del trigo», financiaba con generosidad los periódicos belicistas franceses. Incluso varias publicaciones partidarias de un entendimiento con Alemania cambiaron súbitamente de parecer, al sufrir las presiones a que puede someterse a una prensa que se supone «libre». El semanario «Le Porc Epic» acusaba, por su parte, a la entidad «Union et Sauvegarde Israélite», a nombre de la cual se reunían sumas importantes que luego se destinaban a «acondicionar» debidamente a la prensa, haciendole adoptar una línea no ya tan sólo anti-alemana, sino belicista. 39


Un periodista judío, Emmanuel Berl, publicaba una revista, «Pavés de Paris», en la cual denunciaba la existencia de un «Sindicato de la Guerra».

Citaba nombres y cifras. Decía sin rodeos que el israelita Robert Bollack, director de la Agencia Económica y Financiera y de la Agencia de noticias Fournier, había recibido varios millones de dólares, enviados por prominentes correligionarios suyos desde América, para «regar» a la prensa francesa, en el sentido de crear el clima necesario para una ruptura de hostilidades con Alemania. Y afirmaba: «La acción de la Alta Finanza en el empeoramiento de las relaciones diplomáticas es demasiado evidente para que pueda ser disimulada». 40


El propio Charles Maurras, que si no amaba ciertamente a los judíos, era un empedernido germanofóbo, precisaba que los fondos de Nueva York para el «Sindicato .de la Guerra» en Francia los había traido el financiero Pierre David-Weill, de la Banca Lazard. Precisaba que tales fondos eran distribuidos por Raymond Philippe, antiguo director de la mencionada banca y por Robert Bollack. Maurras hablaba de tres millones de dólares y acusaba formalmente a las diversas ramas de la familia Rothschild de participar en el movimiento. 41


La prensa francesa no era sólo «regada» con dinero procedente de la Judería Americana. Está demostrado que también desde Praga afluían fondos para ella con objeto de «animarla» en su actitud anti-alemana. Checoeslovaquia, artificial Estado inventado en Versalles, contenía en su seno una importante comunidadindía; su importancia no radicaba sólo en su número sino, especial-mete, en su preponderancia en los puestos clave de la Finanza y la Administración de aquel país. El ambajador checo en París, Doctor Osuky, entregaba personalmente fondos a los siete principales diarios de París y a dos de provincias. El gobierno checo incluso financió directamente, y de forma total, desde su creación, al periódico «Le Monde Slave», que dirigía el judío Louis Eisenmann y costaba 150.000 francos anuales. 42


Es innegable, y ha sido admitido por numerosos autores y políticos judíos, que el Judaísmo Internacional, o, como mínimo, la totalidad de entidades judías diseminadas por todo el mundo, hicieron cuanto estuvo en su mano para provocar una guerra mundial contra Alemania. El «Congreso Mundial Judío» que se adhirió al boycot económico antialemán en Marzo de 1937, decían representar, juntos, a siete millones de israelitas esparcidos en treinta y tres países. Sólo mencionamos a estas dos entidades como más representativas, aún cuando existieran docenas de otras asociaciones judías que organizaron boycots contra Alemania o participaron en los mismos.

Los judíos más eminentes y representativos afirmaron a posteriori, y en plena guerra, que ellos la habían declarado antes que nadie. Así, por ejemplo, Chaim Weizmann, conocidisimo sionista que seria luego el primer Presidente del Estado de Israel, declaró la guerra a Alemania en nombre del Pueblo Judío. En efecto, dos días después de la declaración de guerra, hecha por Inglaterra y Francia al Reich, Mr. Weizmann, hablando en nombre del Congreso Mundial Judió y del Movimientó Sionista manifestó que «... los judíos estan al lado de la Gran Bretaña y lucharán al lado de las democracias.., La Agencia judía está preparada para hacer inmediatamente cuanto sea necesario para utilizar a la población judía, a su habilidad técnica y a sus recursos de todo orden en la lucha contra Alemania.» 43


Más tarde, en plena guerra, prominentes judíos hablarían de ésta auténtica «Declaración de guerra»: Nada menos que Moshe Shertok, que en 1948 sería jefe del gobierno del Estado de Israel manifestó en Enero de 1943, ante la Conferencia Sionista Británica que «... el Sionismo declaró la guerra a Hitler mucho antes de que lo hicieran Inglaterra, Francia y América, porque ésta guerra es nuestra guerra». 44


El órgano de la comunidad judía de Holanda escribió, diez días después de la. declaración de guerra anglo-francesa a Alemania: «Los millones de judíos que viven en América, Inglaterra y Francia, Africa del Norte y del Sur, sin olvidar, a los que ya viven en Palestina, están dispuestos a llevar hasta el fin la guerra de aniquilamiento contra Alemania». 45

El Rabino Moses Perzlweig, dirigente de la Sección Británica del Congreso Mundial Judío, declaró en Toronto, Canadá: «El Congreso Mundial Judío está en guerra con Alemania, a todos los efectos prácticos, desde hace, por lo menos, siete años». 46

El órgano oficial de la Judería de la segunda ciudad norteamericana, el «Chicago Jewish Sentinel» manifestó, en su sección «Sermón de la Semana»:






«La segunda guerra mundial es la lucha por la defensa de los intereses fundamentales del Judaísmo.., todas las demás explicaciones no son más que excusas o razones complementarias». 47





Por su parte, el oficioso «Jewish Chronicle», de Londres, portavoz de la comunidad judía londinense, escribió en un editorial que «hemos estado en guerra con él (Hitler), desde el primer día que subió al poder». 48

El hombre que declaró la guerra a Alemania, Sir Neville Chamberlain, Primer Ministro del Gobierno Británico, el hombre que firmó la ruptura de hostilidades, confesó al Secretario de Estado de los Estados Unidos para la Marina, James. V. Forrestal, que fué el Judaísmo quien arrastró a Inglaterra a la guerra mundial. En efecto, Forrestal anotó en su diario, con fecha 27 de Diciembre de1945 lo siguiente:






«Hoy he jugado al golf con Joe Kennedy.nbs49

Le he preguntado sobre la conversación sostenida con Roosevelt y Chamberlain en 1938. Me ha respondido que la posición de Chamberlain era entonces de que Inglaterra no tenía ningún motivo para luchar y que no debía arriesgarse a entrar en guerra con Hitler. Opinión de Kennedy: Hitler habría combatido contra la URSS sin ningún conflicto posterior con Inglaterra, de no haber mediado la instigación Bullit (50) sobre Roosevelt, en el verano de 1939, para que hiciese frente a los alemanes en Polonia, pues ni los franceses ni los ingleses hubiesen considerado a Polonia como causa suficiente de una guerra de no haber sido por la constante y fortísima presión de Washington en ese sentido. Bullit dijo que debía informar a Roosevelt de que los alemanes no lucharían. Kennedy replicó que lo harían y que invadirían Europa. Chamberlain declaro que America y el mundo judio habian forzado a Inglaterra a entrar en la guerra». 50





Forrestal se refería a «América y el mundo judío». Preguntamos: ¿que América?. En una encuesta realizada por el Instituto Gallup en 1940, el 83,5 por ciento de ciudadanos americanos se mostraban contrariados a la idea de ver a su país mezclado en una nueva guerra mundial. Al lado de un 12,5 por ciento de respuestas vagas, sólo un 4 por ciento de consultados se mostraron partidarios de la entrada en la guerra. Luego cuando Chamberlain decía «América» se refería sin duda razonable posible al gobierno americano de Roosevelt y a su «Brain Trust» dos terceras partes del cual se componían de judíos. Cuando Chamberlain acusaba al «mundo judío» de haber forzado a Inglaterra a declarar la guerra a Alemania no se refería solamente a la talmúdica administración rooseveltiana, sino que aludía igualmente al clan belicista de Londres, cuya cabeza visible y líder indiscutido era Winston Churchill.

Hasta 1937, Churchill fué un ferviente admirador de Hitler, según se desprende inequívocamente de la lectura de su obra «Great Contemporaries», así como de «Step by Step», en que hace verderos panegíricos del Führer. Fué entonces cuando, en trance de ser declarado en bancarrota por la pésima administración de su patrimonio familiar, un financiero judío, Sir Henry Strakosck, le regaló la, entonces, fabulosa suma de 18.000 libras esterlinas, que permitieron al versátil político conservar su «status» en la sociedad londinense. A partir de aquél momento la orientación de Churchill en política exterior da un giro copernicano y se hace el campeón del clan belicista y anti-alemán en el Partido Conservador. 51


Por otra parte, entre los miembros del Gobierno británico que prácticamente arrastraron al dubitativo Chamberlain a la declaración de guerra, figuraban cuatro judíos: Hore Belisha, Ministro de la Guerra; Sir Adair Hore, Secretario de Pensiones Sociales; Lord Hankey, Ministro sin Cartera, y Lord Stanhope, Primer Lord del Almirantazgo. Pero, además, Lord Halifax, Ministro de Asuntos Exteriores, estaba casado con. una nieta de los Rothschild, y con esa opulenta familia estaba igualmente emparentado por vía de matrimonio el Ministro de Comercio Oswald Stanley. Sir John Simon, Canciller del «Exchequer», es decir Ministro de Hacienda, era intimo amigo y protegido de Sir Philippe Sasoon, uno de los prohombres del Sionismo británico, y estaba casado con una judía. También estaban casados con hebreas Lord Maugham, Presidente de la Cámara de los Lords, H. H. Rambotham, Ministro de Obras Públicas y Sir J. Reith, Ministro de Información, de los restantes ministros, Sir Malcolm Mc Donald, el Secretario de Colonias, estaba asociado en asuntos de finanzas, con el conocido multimillonario y sionista Israel Moses Sieff. El Duque de Devonshire, Subsecretario de los Dominios, tenía como asociado, en el consejo de administración de la «Allied Asurance Co.» a los judíos Rothschild, Bearsted y Rosebery. El Ministro de Transportes, E. L. Burgin, era el director de una empresa de abogados que defendía los intereses de la poderosa banca judía «Lazard Bros». Sir Kingsley Wood, Ministro del Aire y el Conde De la Warr, Ministro de Educación, eran asociados del P. P. P. (Political and Economical Planing), del hebreo Sieff, entidad definida por el propio Churchill como un «vivero de marxistas». Solamente Lord Woolton, el Ministro de Abastecimientos, no tenía ningún lazo familiar o comercial con judíos, aün cuando anteriormente hubiera sido miembro del Consejo de Administración de la firma judía «Lewi's Ltd.» No debemos olvidar a dos figuras de máximo relieve en el clan belicista inglés, aun cuando en el momento de la declaración de guerra no formaran parte del gobierno oficial del país: Duff Cooper y Anthony Eden. Sir Duff Cooper, ex-Primer Lord del Almirantazgo, era junto a Churchill, Halifax y Eden, y más aún que el propio Presidente Chamberlain, uno de los hombres de más influencia en el Partido Conservador. Curiosamente según las leyes de Nuremberg no hubiera sido considerado judío, por serlo su madre, Agnes Stein, de una familia de banqueros de la City. En cambio, según la Halacha (la ley judía) es judío por haberlo sido su madre...52


En cuanto a Anthony Eden, que había sido Ministro de Asuntos Exteriores y volvería a serlo, llegando incluso a Primer Ministro, fué toda su vida un amigo y protegido del multimillonario judío y sionista Sir Phillip Sassoon (que, por cierto, en el momento de la declaración de guerra al III Reich formaba parte del Gobierno como Secretario de Obras Públicas). Eden incluso celebraba sus reuniones políticas en el despacho de Sassoon en la Cámara de los Comunes. 53

El abuelo materno de Eden era un hebreo polaco apellidado Schaffalitsky.

En el momento de estallar la guerra, 181 de los 415 diputados de la Cámara de los Comunes eran directores, accionistas notorios o administradores de sociedades comerciales o financieras. Estos 181 padres de la Patria ocupaban en total 775 lugares de los miembros de los consejos de administración y de dirección en los 700 bancos, grandes empresas industriales, navieras, compañías de seguros y empresas exportadoras más importantes del imperio británico. Al menos las tres cuartas partes de tales empresas eran judías.

El predominio de los judíos o de políticos relacionados con el Judaísmo era, en Francia, tanto o más notorio que en Inglaterra. El cabeza de fila del poderoso clan belicista francés era Georges Mandel, cuyo verdadero nombre era Jeroboam Rothschild. La Gran Prensa Mundial, influenciada cuando no abyectamente dependiente dé fuerzas políticas infeudadas al Judaísmo, que denigraba sistemáticamente a Alemania, guardó distraído silencio cuando, el 4 de Febrero de 1936, Wilhelm Gustloff, jefe del grupo nacionalsocialista de alemanes residentes en Suiza fué asesinado por el hebreo Frankfurter. Sólo dos de los dieciseis diarios parisinos dieron la noticia, y aún omitiendo mencionar la extracción racial del autor del asesinato. (54)

El 7 de Noviembre de 1938, un incidente inesperado y banal según la prensa francesa , o una auténtica provocación según la prensa alemana , motivó (o sirvió de pretexto a una violenta reacción alemana. El agregado consular alemán en París, Von Rath, fué asesinado por un joven hebreo, emigrado de Alemania, llamado Herschel Grynzspan. Algunos de los líderes más exaltados de las unidades de combate del Partido Nacionalsocialista organizaron, la noche del 8 al 9 de noviembre, una verdadera orgia de antisemitismo, que sería conocida con el nombre de «Kristallnacht» (la noche de cristal): escaparates de tiendas judías apedreados, quema de numerosas sinagogas e innumerables casos de malos tratos de palabra y obra. Afortunadamente no se registraron decesos. Inmediatamente se organizaron manifestaciones antialemanas en las democracias occidentales y en la URSS. No obstante, no era la primera vez en la Historia que el asesinato de altos funcionarios a manos de un extranjero provocaba enérgicas represalias contra los compatriotas del asesino. Podemos mencionar como ejemplo, los abusos cometidos contra los italianos de Lyon y Marsella, después de que un italiano, Casserio, asesinara al Presidente Carnot en 1905. En Lyon y Marsella hubo muertos; no los hubo en la «Kristallnacht», pero la reacción internacional contra Alemania fue de una inusitada violencia y el Presidente Roosevelt, que retiró a su embajador en Berlin declaró que «apenas podía creer que tales cosas sucedieran en pleno siglo XX». La Segunda Guerra Mundial estalló por la concatenación de una serie de factores, siendo el factor judío, o más exactamente, el Judaismo, y en especial su rama Sionista, uno de los principales. También se ha dicho por numerosos autores, y personalmente creemos haberlo demostrado, (55) que la Alta Finanza Internacional fue factor principalísimo y ciertamente determinante de la llamada «Gran Cruzada de las Democracias». Pues bien: para nadie que se halle siquiera medianamente informado constituye un secreto que los individuos y entidades componentes de esa Alta Finanza son, en apabullante proporción, judíos. Con el fin de dar una idea de cuán cínicamente piensan algunos judíos sobre el valor y la significación de la guerra, citamos algunas palabras del discurso pronunciado por el periodista judeo-americano Isaac Marcuson con motivo de un banquete celebrado en el «American Luncheon Club»:

«La guerra es una colosal empresa comercial. En cuanto a las mercaderias que se negocian, éstas no son máquinas de afeitar, ni jabones y pantalones, sino sangre y vidas. El mundo ha sido inundado con relatos sobre heroísmo en la guerra, pero el heroísmo era en la lucha mundial una de las cosas más vulgares del mundo. Lo más bonito de esta guerra (se refiere a la I Guerra Mundial. Autor) era más bien la organización comercial». (56)

La frase es perfectamente aplicable a la II Guerra Mundial, y a todas las guerras que se han sucedido desde que estalló la «paz». Por ejemplo, en Francia, el judío Citroen fabricaba para el ejército autos, tanques, proyectiles y torpedos. El judío Leon Levy, de la casa Comentry, suministraba cañones. Las máscaras antigases las fabricaban la «Société d'Etudes et de Construction du Matériel de Protection», bajo la dirección de los judíos Frank y Bráun. Los gases asfixiantes los suministraban los judíos Klotz, Mannheimer, Weill y Berr. Otros proveedores de material de guerra eran los judíos Aron, Cahen, Eiffel, Goudchaux, Lazard, Lehmann y Stern. La fábrica de automóviles Latil, que luego fabricaría carros blindados, la dirigían los israelitas Blum (el socialista multimillonario), Georges y Lazare Latil, Jean-Paul Lévy, Fribourg, Fortoul, Korn y Weill. El Ministerio del Aire nombró dos todopoderosos «consejeros» para la gran fábrica de aeroplanos que se montó en 1937 en Nantes. Estos dos consejeros eran extranjeros. Uno de ellos M. E. Hijmans, procedía de Holanda, y el otro, H. E. Oppenheimer, de Alemania. Ambos eran judíos. El «rey» de la aviación de guerra de Francia era el judío Marcel Bloch, que años más tarde cambiaría su nombre por el de Marcel Dassault. Los técnico franceses de esta gran factoría han llegado a producir el avión «Mirage». (57)

En Inglaterra y los Estados Unidos, y en ambos casos por intermedio de la Alta Banca, la industria de guerra de hallaba y sigue hallandose bajo el casi absoluto control de judíos que, en muchos casos son sionistas. Concretamente, en los Estados Unidos, el hombre que en las dos últimas guerras mundiales ha centralizado en sus manos el más omnin odo poder sobre las industrias bélicas fué el llamado «Procónsul de Judá en América», Bernard Mannes Baruch, según se reconoció, incluso, en una histórica sesión ante el Senado norteamericano.

Un tercer factor fué el comunismo, y concretamente su encarnación fáctica, es decir, la Unión Soviética quien resultaría, a la postre, el verdadero vencedor político de la contienda. Y no se puede discutir seriamente que, si en la gestación de la URSS intervinieron mayoritariamente los hebreos de los ghettos rusos y polacos, en 1939 elementos judíos copaban en una proporción no inferior a las dos terceras partes el «apparat» gubernativo de la URSS. Mucho se ha hablado, a ese respecto, del Pacto Ribbentrop-Molotoff, en vísperas del desencadenamiento de las hostilidades, en 1939. En cambio, se ha soslayado en lo posible el mencionar que quien propuso el Pacto fué Sta-Un, rechazando el que le proponían los anglo-franceses; al Zar Rojo no le interesaba «sacarles las castañas del fuego a los reaccionarios occidentales», segun manifestó con impar franqueza. Pero una vez Alemania comprometida en una guerra con l'Occidente, Molotoff, (58) que había substituido muy oportunamente a Litvinoff, el polifacético hebreo, se presentó en Berlín con una serie de reivindicaciones territoriales que fueron rechazadas, pero que Inglaterra y los Estados Unidos concederían graciosamente después.que el Judaísmo, de manera directa a través de su rama Sionista, e indirectamente por las Actividades de la Alta Finanza y del Comunismo en cínica y, para los no informados; sorprendente alianza, fué no un factor, sino EL factor determinante del desencadenamiento de la guerra, está fuera de toda duda razonable. Corroboran esta afirmación los testimonios precitados, todos ellos de parte contraria, y ya se sabe que a confesión de parte exclusión de prueba.

Y que Alemania era consciente de quién era su verdadero enemigo lo demuestran numerosas declaraciones públicas de sus principales líderes políticos, de las que vamos a citar, como más representativa, una frase del discurso de Hitler del 19 de Septiembre de 1939:

«En numerosas ocasiones, he ofrecido la amistad del pueblo alemán a Inglaterra y al pueblo inglés. Toda mi política se ha basado en la idea de esa mutua amistad. Siempre he sido rechazado... Nosotros sabemos que el pueblo inglés, en su conjunto, no puede ser hecho responsable. Quien en realidad odia a nuestro Reich es la clase dirigente y plutocrática de la Judería».

Que no se trataba de fantasías de Hitler lo atestiguan dos testigos de impar calidad. Nada menos que los embajadores polacos en París y Washington en el momento de estallar la guerra. Lukasiewicz, embajador en París, escribió a su Gobierno, el 7 de Febrero de 1939, que el Embajador norteamericano en Paris, el medio judío William C. Bullit, le había dicho textualmente que «los Estados Unidos disponen de medios de presión formidables contra Inglaterra. La simple amenaza de su. empleo debiera bastar para impedir qüe el Gobierno Británico prosiguiera su política de conciliación hacia Alemania». (59)

Por su parte, el Conde Jerzy Potocki, embajador polaco en. Washington, escribió, el 12 de Enero de 1939, al Jefe del Gobierno, Coronel Beck: «Aquí se ha desatado una campaña antialemana de una rara violencia. Participan en la misma diversos intelectuales y banqueros judíos: Bernard Baruch, el Juez del Tribunal Supremo, Frankfurter, el Secretario del Tesoro, Morgenthau, y muchos otros relacionados con Roosevelt con lazos de amistad personal. Este grupo de personalidades que ocupan los cargos de mayor responsabilidad en el gobierno norteamericano está unido por lazos indisolubles con la



Baruch, Morgenthau et alia

En la gran democracia americana suele verse, junto a los presidentes elegidos por sufragio universal, a una serie de personajes, que parecen surgir por generación espontánea, ejerciendo el cargo de «consejeros especiales». Tales consejeros nunca han sido elegidos por el pueblo «soberano», sino que han sido promocionados digitalmente. Desde los tiempos de Roosevelt reciben el nombre de «Brain Trust», o Trust de los Cerebros, y a su frente aparece una especie de «Gran Visir», cuyo poder es o lo parece superior al del propio presidente. Ahí tenemos el caso de Kissinger, junto a Nixon. Y a su antecesor Sydney Weinberg, de la firma bancaria Goldmann, Sachs & Co, junto a Johnson. Y a Bernard Mannes Baruch, llamado «el proconsul de Judá en América», siempre junto a Roosevelt, Truman, Eisenhower y Kennedy.60


Pues bien, Bernard Baruch admitió ante un Comité Investigador del Senado de los Estados Unidos que, en plena guerra, redactó un plan de 14 puntos para «estrangular» a Alemania una vez victoriosamente terminada la guerra y que, a consecuencia de ese plan, los ciudadanos alemanes «padecerían hambre y miseria». (61)

El Plan Baruch, concebido cuando todavía no se hablaba de cámaras de gas, fué debidamente estructurado por un correligionado suyo, Henry Morgenthau, Jr., Secretario del Tesoro de los Estados Unidos.

En el Plan Morgenthau se programa fríamente, la destrucción física de sesenta y cinco millones de alemanes, una vez obtenida la victoria militar de los Aliados. Se prevé la destrucción de todas las fábricas, la incautación de todas las patentes de invención y la reducción de las mujeres alemanas al estatuto de concubinas; los hombres seran esterilizados y la etnia germánica desaparecerá en unos años. En el lugar ocupado anteriormente por Alemania quedarán unos quince millones de personas, procedentes de otras naciones, que vivirán en un estado puramente agrícola y pastoril.

Los detalles del Plan Morgenthau, que debiera, en realidad, haberse llamado Plan Baruch-Morgenthau, eran conocidos en Alemania. Si tras la victoria de los Aliados, el Plan no llegó a aplicarse más que en sus puntos iniciales, ello se debió tanto al inmediato desencadenamiento de la «Guerra Fría» entre occidentales y soviéticos como a la resuelta oposición de los altos mandos militares americanos y británicos. (62)

La contribución de los judíos, tanto individualmente corno, sobre todo, integrados en sus entidades específicamente sionistas, en la lucha contra Alemania, antes y durante la guerra, fué masiva. Y judíos fueron quienes mas contribuyeron a que la lucha sobrepasara el límite de los combatientes para incluir entre sus rigores a la población civil.

Así, fué un judío, Lord Cherwell, (a) Lindemann, por cierto nacido en Alemania, y naturalizado británico, quien inspiró a Churchill la por él mismo calificada de splendid decission, de bombardear objetivos alemanes no militares. El llamado «area bombing» tenía como único objetivo bombardear las viviendas de las clases trabajadoras alemanas. Este objetivo, destinado a crear el terror y a forzar a la población civil alemana a que exigiera la rendición a su gobierno fracasó totalmente. Pero millones de europeos, alemanes y no alemanes pues el area bombing se practicó asi mismo en Italia, Bélgica y Francia pagaron con sus vidas el loco y mesiánico sueño de venganza de Lindemann.

Samuel Fried, el bien conocido sionista y pacifista, escribió cuando la patria de su pasaporte, los Estados Unidos, era aún neutral, lo siguiente:

«Hemos de destruir esa nación odiada (Alemania), tanto desmembrándola como repartiéndola entre sus vecinos, así como mediante despiadados asesinatos masivos». (63)


Theodore Nathan Kauffman escribió: (64)

Citado por Louis Marschalsko in «World Conquerors», p. 104. cuando «su» patria, los Estados Unidos, aún era neutral, lo siguiente:

«Cuando esta guerra acabe, Alemania será desmembrada. La población alemana que sobreviva a los bombardeos aéreos, tanto hombres como mujeres, será esterilizada con objeto de asegurar la total extinción de la raza alemana».

El mismo odio destilan los libros de los conocidos escritores hebreos Maurice Leon Dodd, (65) Charles G. Haertmann, (66) Einzig Pelil, (67) Ivor Duncan, (68) y Douglas Miller, (69) en todos los cuales se aboga por la exterminación física de millones de alemanes cuando la guerra concluya. Todos estos libros fueron escritos cuando los Estados Unidos aún eran, al menos teóricamente, neutrales. Cabe mencionar la excepción de Einzig Palil, que escribió su nada humanitario mamotreto en Londres, en 1942, cuando la patria de su pasaporte, el Canadá, ya estaba oficialmente en guerra con Alemania. En el bando soviético, la declaración más inaudita fué hecha por su Ministro de Propaganda, Ilya Ehrenburg, quien, al acercarse las tropas bolcheviques a Alemania lanzó, por radio, la siguiente proclama:

«Asesinad, valientes soldados del Ejercito Rojo. En Alemania, nadie es inocente. Ni los vivos ni los aún por nacer... Aplastad para siempre en sus madrigeras a las bestias fascistas. Destrozad violentamente el orgullo racial de las mujeres alemanas. Tomadias como botín. Asesinad, bravos soldados rojos! ».

Si los judíos, independientemente de su nacionalidad de pasaporte, tomaron parte activa en el desencadenamiento de la guerra contra Alemania y en el endurecimiento de la misma, como apóstoles de las matanzas injustificadas de civiles y de la sistemática violación de las leyes de la guerra en el tratamiento dado a los soldados alemanes, (70) también fueron los instigadores de los procesos de desnazificación, cuya culminación la constituyó el Proceso de Nuremberg. A partir de la Conferencia de Placentia Bay, en que se habló por primera vez de los procesos contra los «criminales de guerra» alemanes, el Congreso Mundial Judío, ya en 1942, es decir, un año antes de que empezaran, según los acusadores del bando Aliado, las ejecuciones masivas de judíos en los campos de concentración alemanes, empezó a redactar las listas de tales «criminales».


Los campos de concentracion

Los llamados modernos medios de Información que, en honor a la Verdad, debieran ser apodados de «Desinformación», han presentado una imagen convencional del problema. El contencioso germano-judío ha sido fallado por la Historia Oficial de la post-guerra de manera totalmente maniquea. Los nazis y, por extensión, los alemanes todos, eran unos brutos salvajes que encerraban a los judíos de Alemania y de los países que lograron ocupar militarmente en unos campos de concentración, con la finalidad de exterminarlos en crematorios y en cámaras de gas. Los judíos eran unas inocentes criaturas, que se dejaban llevar mansamente al matadero, entonando a coro el Cantar de los Cantares. Esa imagen ha sido reiterada, ad nauseam, en revistas y periódicos, por la radio y la televisión de todos los paises, beligerantes o no en la pasada guerra... Docenas, centenares de peli culas han aparecido y aparecen aún, pasados treLnta años del final de la contienda, repitiendo obsesivamente el mismo leit motiv: alemanes estúpidos, nazis asesinos, judíos inocentes y holocausto infernal de seis millones de personas, perpetrado con refinamientos de crueldad inconcebibles en seres que se suponen civilizados.

Antes de entrar decididamente en lo que constituye el tema central de la presente obra, esto es, la demostración de que no existió un plan oficial aleman para la exterminación masiva de los judíos por el hecho de serlo y que, en cualquier caso, la cifra de bajas judías, por todos los conceptos, de resultas de la conflagración mundial, no pudo sobrepasar el 10 por ciento de la cifra oficial, hemos querido situar el problema en sus justos y excatos términos. Tal vez nos hayamos extendido excesivamente en los precedentes epígrafes, pero ello nos ha parecido impréscindible para una nueva evaluación precisa del problema. Bien intencionados de la escuela revisionista se han sumergido de lleno en el tema, olvidándose de los antecedentes del mismo, y limitándose a señalar la imposibilidad material de la cifra de seis millones de exterminados. Un tal planteamiento, excluyendo las circunstancias que enmarcan el caso, parece dar por sentado que es lógico el internamiento de varios millones de civiles en campos de concentración.

Si se omite el mencionar lo que, basandonos en testimonios de parte contraria a los nazis o, simplemente, a los alemanes en general, hemos reseñado en los epígrafes anteriores, cualquier lector medianamente advertido notará una laguna que por fuera hay que colmar. A nuestro juicio, el planteamiento correcto del problema de lo que no dudamos en calificar como «el mayor fraude histórico de todos los tiempos» es el siguiente:

a) La tradicional amistad entre el Sionismo y el Pan-Germanismo quedo rota cuando, a mediados de 1917, aquél traicionó una alianza fáctica y propició la entrada de los Estados Unidos en la guerra, al lado de los Aliados, lo que originó la derrota de Alemania y el infausto Tratado de Versalles, en cuya redacción participaron numerosos e influyentes judíos, en muchos casos nacidos en Alemania.
b) La masiva participación de los judíos en las revueltas comunistas ocurridas en Alemania entre 1917 y 1925, así como su papel de líderes de los movimientos disolventes y antinacionales, culminando todo ello en una posición de preponderancia política y económica contribuyó poderosamente al triunfo electoral del Nacionalsocialismo, cuyo programa preveía la asimilación de los judíos alemanes al estatuto de extranjería.
c) Tal como hemos visto en precedentes epígrafes, los judíos del mundo entero, incluyendo los nativos de Alemania y Austria, declararon, de hecho y oficialmente, la guerra a Alemania.
d) En el transcurso de la guerra, diversos judíos con pasaporte norteamericano, inglés, francés o apátridas (ex-alemanes) coadyuvaron al endurecimiento de la guerra contra Alemania y a la entrada de los Estados Unidos en la contienda.
e) Las actividades de los judíos en los diversos movimientos de resistencia, es decir, de francotiradores que combatían sin uniforme, han sido tanvoceadas por los propios hagiógrafos de los judíos que huelga extenderse sobre ello. En dichos movimientos de lucha ilegal según las Convenciones de Ginebra y La Haya, no se olvide los judíos eran legión. (71)
f) En tales circunstancias, y atendidos los citados precedentes, los civiles judíos constituían, tanto en Alemania como en los territorios que sucesivamente fue ocupando el Ejército Alemán en el curso de la guerra, un peligro potencial. Por consiguiente, se hizo necesario, en determinados casos, su internamiento.
g) Ese internamiento hubo de realizarse en campos de concentración, que hubo que improvisar en plena guerra, pues los construidos en preguerra para alberge de marxistas y elementos asociales no bastaban. Con la masiva Uegada de prisioneros, especialmente procedentes del frente del Este, la situación en los campos de concentración empeoró, aumentando la tasa de mortalidad, ya normalmente elevada en los campos de prisioneros.
h) La tesis oficial pretende que, mediante gaseamientos, crematorios, fusilamientos en masa y sevicias de todo género, no menos de seis millones de judíos fueron deliberadamente ejecutados por los nazis, siguiendo un plan oficial del Gobierno Alemán.
i) Como vamos a demostrar seguidamente, no existió ningun programa oficial de exterminación de los judíos, no existieron cámaras de gas y los crematorios tenían como finalidad la incineración de los cadáveres. Finalmente la cifra de seis millones de judíos muertos (72) representa de quince a veinte veces la realidad.
j) El «mito de los seis millones» es artificiosamente mantenido en vida por el interés mancomunado y convergente del Sionismo Internacional y de la Unión Soviética. Para ésta, la creencia en tal entelequia mantiene en pié un muro de horror entre Alemania Occidental (73) y los demás paises de la Europa residual aún no sometidos al Comunismo. Si seis millones de judíos fueron exterminados, muchísimos alemanes debieron saberlo; si lo sabían y lo toleraban Alemania era y debe continuar siendolo un país de salvajes, indigno de la convivencia internacional. Así se mantiene una resquebrajadura permanente en el ya de por sí poco sólido edificio de la Alianza Atlántica. Para aquél, para el Sionismo , la pervivencia del mito representa la seguridad de poder continuar contando con la República Federal Alemana como enjuagador de los permanentes déficits del Estado de Israel.
Los campos de concentración para judíos y (no-judíos) estaban ubicados en las siguientes ciudades: Natzweiler, Dachau, Flossenburg, Buchenwald, Bergen-Belsen, Neuengamme, Ravensbrück, Sachsenhausen, Gross-Rosen, Theresienstadt, Mauthausen, Stutthoff, Chelmno, Treblinka, Sobibor, Maidanek, Belzec, Auschwitz-Birkenau, Vught, Dora, Beuchow, Drancy, Ellrich, Elsing, Gandersheim, Gurs, Herzogenbusch, Kistarcsa, Lublin y Wolzec.

Para empezar, he aquí una fantástica coincidencia. Según la literatura concentracionaria, aún cuando los malos tratos ejercidos con lunático sadismo se dieron en todos los campos citados, sólo fueron «campos de exterminación» propiamente dichos los de Auschwitz-Birkenau, Stutthof, Chelmno, Belzec, Treblinka, Maidanek y Sobibor, es decir, todos los situados en territorio actualmente controlado por los comunistas, rusos o polacos. Se ha podido probar que ni Dachau, ni Buchenwald ni Bergen-Belsen fueron «campos de exterminación»; cuando se ha pretendido continuar las investigaciones en los siete campos restantes, actualmente en territorio controlado por los comunistas, éstos han declarado, bajo «palabra de honor» que la versión que los presenta como campos de exterminio es correcta, y el asunto se ha dado por zanjado. Así pues, la cuestión de los campos de exterminio se inicia, ya, con una coincidencia matemáticamente super-improbable. Pero de ello ya hablaremos más adelante, al estudiar el caso campo por campo.

Ahora creemos interesante hacer un inciso sobre la necesidad del internamiento de grandes masas civiles de halógenos potencialmente hostiles, llevada a cabo por paises en estado de guerra.

Sin necesidad de remontarnos a conflictos bélicos anteriores, y circunscribiendonos a la última guerra mundial, observaremos que los Estados Unidos de América, a los que se supone patentados campeones del Derecho, la Justicia, la Democracia, etc, etc,. adoptaron, contra los halógenos a los que consideraron potencialmente peligrosos, una serie de medidas tan racistas como odiosas. Concretamente, y salvo rarísimas excepciones, los casi 150.000 norteamericanos de origen japonés, residentes en la costa occidental de los Estados Unidos y especialmente en California, fueron internados, pocos días después de la ruptura de hostilidades entre los Estados Unidos y el Japón, en campos de concentración, y mantenidos en una situación de subalimentación que causó la muerte de, como mínimo, la mitad de ellos. (74)

Sus bienes fueron incautados y ahora, a posteriori, numerosos escritores e historiadores norteamericanos han reconocido la injusticia del trato dado a unos ciudadanos norteamericanos, de naturaleza y de nacimiento, y que por razón del color dé su piel, sin sospecha alguna de deslealtad al gobierno de los Estados Unidos, sin precedentes recientes y reiterados de animosidad contra el país, cual era el caso de numerosos judíos contra Alemania, eran hacinados en campos de concentración con coeficientes de mortalidad nunca alcanzados en lá acosada Alemania, abarrotada de prisioneros de guerra. (75)

Otro caso notable es el de los alemanes del Volga que, en número de 600.000 se habían aposentado en Rusia ciento ciñcuenta años antes. Al producirse el ataque hitleriano contra Rusia, a mediados de 1941, los alemanes del Volga fueron deportados, en condiciones atroces, a Siberia, por considerarieles un enemigo potencial, y nunca más ha vuelto a saberse de ellos. Ni los alemanes del Volga ni los japoneses de California representaban, remotamente siquiera, un peligro potencial comparable al de los judíos en el área territorial controlada por la Wehrmacht. Entre aquéllos y los pueblos americano y ruso que les habían dado alberge, no existían precedentes de animosidad, ni conflictos de intereses, como era el caso en el contencioso germano-judio. Su porcentaje con relación a las colectividades nacionales americana y rusa era también más reducido que el de los judíos en el Continente Europeo, o en la zona de éste controlada por el ejército alemán. Finalmente, los japoneses de California y los alemanes del Volga, de haber sido halógenos potencialmente hostiles, sólo habrían contado con el apoyo de Alemania y el Japón, mientras que los judíos contaban con apoyos y complicidades en todos los países del mundo.

Pese a estas fundamentales diferencias, aún aceptando como válida la cifra imposible de seis millones de judíos exterminados por los nazis, el tratamiento dado por americanos y rusos a sus ciudadanos de origen japonés y alemán fué aún peor y el número de bajas comparativamente más elevado.



Los derechos de la aritmetica

Si diversos autores, periodistas e historiadores atanto alzado pretendieron, entre el final de la guerra y principios de 1946, que los nazis habían exterminado hasta... ¡once millones! de judíos, mientras otros, más moderados, se contentaban con sólo ocho millones, los violines de la orquesta fueron debidamente acordados dejandó la cifra en siete millones y medio, cifra que resistió tres o cuatro meses hasta oficializarse la de seis millones. Y aunque én el simulacro de proceso a Eichmann en Jerusalen el Fiscal General judío presentó como oficial la cifra de 5.700.000, los «mass media» siguen aferrados, cual náufrago a un salvavidas, a los seis millones y a tal cifra absurda vamos a atenernos.

Según fuentes oficiales judías, (76) el número de judíos que viven en Europa cuando el Nacionalsocialismo accede al poder, en 1933, es de 5.600.000. sin contar los que viven en la Unión Soviética, a los cuales difícilmente pudo llegar a capturar el ejército alemán. Es de aplastante lógica suponer que. los judíos de Ucrania y Rusia Blanca se retiraran hacia el interior de Rusia con el Ejército Rojo y no se quedaran «sur place» para ser llevados a los campos de concentración alemanes. Ahora bien, dos fuentes dispares, una suiza (77) y otra judía (78) coinciden en que el número de emigrantes judíos, entre 1933 y 1945, a Inglaterra, Suecia, Suiza, la Península Ibérica, Canadá, los Estados Unidos, América Latina, Australia, China, la India, Palestina y Africa, fué de 1.440.000. Estos judíos procedían de Alemania, Austria, Checoeslovaquia y, en menor escala, de Polonia, Rumania y Hungría. Por otra parte, el número de judíos que vivían en los paises neu trales, sin contara los recientes inmigrados, era de 413.128. (79)

Es decir que de los 5.600.000 judíos que vivían en Europa, excluyendo la URSS, en 1933, cuando el Nacionalsocialismo sube al poder, debemos eliminar como posibles víctimas de los nazis a 1.440.000 que logran emigrar a países neutrales y militantes en el bando Aliado, más a 413.128 que ya residían en países neutrales o en la inocupada Inglaterra. Esto reduce la cifra a 3.746.872. (80)

Pero tampoco esta cifra es definitiva. Para llegar a la cifra máxima de judíos que estuvieron dentro del radio de acción de los nazis lo que no significa necesariamente internados, pues los judíos abundaban en los movimientos de resistencia hay que descontar a los que vivían en la parte oriental de Polonia y en los paises bálticos, que huyeron a la Unión Soviética después de 1939 y fueron, luego, evacuados fuera del alcance de las tropas alemanas que se internaban en la URSS. Según el historiador judío Reitlinger (81) el número de judíos emigrados hacia la Unión Soviética y, por tanto, a salvo, fue de 1.550.000. Esto nos da la cifra definitiva de 2.196.872. Citaremos, de paso, el testimonio de un periodista israelita, Freilig Foster quien asegura que «desde 1939 hasta la invasión nazi de Rusia. 2.200.000 judíos de los ghettos del Este de Europa encontraron su salvación en la Unión Soviética. (82)

Sihacemos caso de este testimonio, la cifra definitiva debe quedar reducida enla diferencia entre la cifra facilitada por Reitlinger, es decir, 1550.000 y esos 2.200.000, o sea que hay que reducir 650.000 más a los que, según ese autor, no pudo llegar el fatal brazo del Führer, con lo cual la cifra definitiva de victimas potenciales, no efectivas, quedaría reducida a la cifra de 1.546.872.

No obstante, el testimonio de Foster no parece real. Pese a escribir en una revista «burguesa» de los Estados Unidos, ese periodista era conocido por la benevolencia de sus comentarios cuando tocaba el tema que rozara, de cerca o de lejos, a la URSS. De ahí que su articulo, tan prosoviético, presentando a la Meca del Comunismo como la salvadora de los judíos orientales, nos parezca, a priori, sospechoso. Por eso nos quedamos con la cifra antes citada de 2.196.872, a pesar de que otro judío pro-comunista, Louis Levine, Presidente del «American Jewish Council for Russian Relief» (Comité Judeo-Americano de Ayuda a Rusia) declaró en una conferencia que

«... al principio de la agresión alemana contra Rusia, los judíos fueron los primeros evacuados de las regiones amenzadas por los hitlerianos y puestos en seguridad tras los Urales. Así fueron salvados dos milliones de judíos». (83)


Esa alta cifra es confirmada por otro pro-comunista judío, David Berlengson al afirmar que

«gracias a la evacuación el 80% de los judíos que vivían en la zona polaca ocupada por el Ejécito Rojo en 1939, y en los Países Bálticos pudo salvar la vida, es decir, algo más de dos millones de personas».(84)


La cifra de 2.196.872 puede ser aumentada en, aproximadamente, en 110.000 es decir, el 5% de crecimiento de población, por diferencia favorable entre nacimientos y decesos, porcentaje que nos parece muy «deportivo» por favoreble a la tesis oficial, máxime si tenemos en cuenta que la Judería Europea de rentas elevadas siempre ha sido menos fecunda en nacimiento que las de otros continentes, y con mayor razón debió darse esa circunstancia en el azaroso periodo que nos ocupa. Es decir, que la cifra máxima de judíos que, según fuentes judías más favorables a la tesis oficial, pudieron caer en manos de los nazis fué de unos 2.300.000.

Pero hay, aún otra fuente que permite aumentar esa cifra. En efecto, los precedentes cálculos están basados en unos datos oficiales judíos, facilitados por la Conferencia Judeo-Americana, según la cual la población israelita de Europa cuando el Nacionalsocialismo llega al poder es de 5.600.000. Pero según la «Chambers Encyclopoedia», el número total de judíos que vivían en Europa en la época objeto del presente estudio era de 6.500.000, es decir, 900.000 más que los citados por fuentes judías. Es posible que la «Chambers» haya manipulado erroneamente datos de otras agencias judías, aunque lo más probable es que éstas sólo hayan considerado judíos a los inscritos en las sinagogas, lo que explicaría el «décalage» de cifras. No obstante, lo importante a retener de este dato es que la cifra dada por la «Chambers», o sea, 6.500.000 es la más elevada que se conoce. La conclusión final es, pues, que utilizando los datos más favorables a la llamada tesis oficial, Hitler sólo pudo llegar a tener bajo su control a 3.200.000 judíos, es decir, los 2.300.000 a que llegábamos en los precedentes cálculos más los 900.000 de diferencia en más según la generalmente bien informada «Chambers Encyclopoedia».

No queremos insultar al sentido común del lector amigo demostrándole que si Hitler solo pudo tener acceso, en el mejor de los casos, a 3.200.000 judios, no le fué posible ordenar el asesinato indiscrirninado de 6.000.000. Procedamos ahora, a efectos de comprobación, en el sentido inverso. «La mayoría de los judíos alemanes consiguieron abandonar Alemania antes de que la guerra estallara». (85)

También pudieron emigrar 220.000 de los 280.000 judíos austríacos y 260.000 de los 420.000 de los checoslovacos. En total sólo quedaron en Alemania, Austria y Checoslovaquia, después de Septiembre de 1939, unos 360.000 judíos.

En Francia había, en 1939, 320.000 judíos. Según el Fiscal francés en los procesos de Nuremberg, 120.000 de ellos fueron deportados a los campos de concentración, aún cuando el repetidamente citado autor judío Gerald Reitlinger sostiene que la cifra sólo fué de 50.000, basándose en fuentes emanadas de la «Alliance Israélite Universelle». (86)

No obstante, vamos a tomar la cifra más favorable a la tesis oficial, es decir, 320.000 contra los que pudo actuar Hitler. Las colonias judías de Bélgica (40.000), Holanda (140.000), Italia (50.000), Yugoeslavia (55.000), Hungría (380.000) y Rumanía (710.000), en 1939 (87), totalizan, junta a las ya mencionadas de Alemania, Austria, Checoslovaquia y Francia, 2.055.000 personas. Queda el problema de los judíos polacos, cuya cifra es, siempre, la más difícil de evaluar. Se ha afirmado frecuentemente, sin fundamento alguno, que a consecuencia de la guerra con Polonia el reich obtuvo el control sobre tres millones de judíos suplementario. Esto es sencillamente imposible. Según Reitlinger (88) el censo de judíos polacos era, en el año de 1938, de 2.732.600, de los cuales 1.170.000 residían en la zona ocupada por los soviéticos y otros 380.000 emigraron antes de la ocupación alemana de la zona occidental de aquél país, lo cual presupone que el número de judíos polacos bajo control alemán fué de 1.182.600, cifra a todas luces exagerada, y a la que se llega sólo si se toman como válidas las cifras de Reitlinger (que incluyen a los judíos que vivían en los Países Bálticos) pero que deben acercarse más a la realidad si se acepta la cifra del estadístico y demógrafo judío Jakob Leczinsky, de 750.000 personas.

En cualquier caso, si se aceptan las cifras de Reitlinger con respecto a Polonia, las más favorables a la tesis oficial, el número máximo de judíos bajo control alemán fué de 3.237.600, cifra sensiblemente semejante a los 3.200.000 que hallamos en el cálculo anterior, basándonos en las cifras iniciales de 6.500.000 judíos en toda Europa aseveraba la «Chambers Encyclopoedia». Si se aceptan las de Lesczinsky, llegamos a la cifra máxima de 2.805.000, que representaba aproximadamente el punto medio entre la cifra de la «Chambers» (6.500.000) y la del tratadista judío Bruno Blau (5.600.000), que parece gozar de más autoridad en la materia. (89)

Podemos, pues, resumir la cuestión diciendo que el número de judíos que pudieron estar bajo jurisdicción alemana, en el transcurso de la II Guerra Mundial fué, como máximo, de 3.237.600, y, como mínimo, de 2.300.000, siendo la cifra de unos 2.800.000 la que parece más ajustada a la realidad. Enfoquemos la cuestión desde otro punto de vista. En 1938, había en el mundo 15.688.259 judíos, según datos oficiales judíos. (90)

Diez años des. pués, es decir, después de las persecuciones nazis y del supuesto holocausto de los seis millones de gaseados y cremados, habían, en todos el mundo, entre 15.600.000 y 18.700.000 judíos, según un articulo, aparecido en el diario «The New York Times» (91) suscrito por Mr. Hanson William Baldwin, experto demógrafo. Tomemos como cierta la evaluación más baja, es decir, la más favorable a la tesis oficial de los seis millones de israelitas asesinados, o sean, 15.600.000 judíos, y observaremos que resulta que en los diez años que mediaron entre 1938 a 1948 época que incluye los años de guerra, de 1939 a 1945, durante los cuales se asegura muy seriamente que Hitler hizo matar a seis millones de judíos la población judía ha permanecido inalterable, cubriendo, con seis millones de nacimientos, los supuestos seis millones de muertes. Es decir, que en siete años de persecución, y tres años de post-guerra, los judíos supervivientes de la matanza, 16 millones menos 6 millones igual a 10 millones, han logrado, en un alarde sexual sin precedentes en la Historia, un incremento de población del ¡60%! ... Y si se tomá la cifra más alta propuesta por Mr. Baldwin, es decir, 18.700.000 judíos, resultaría que si Hitler, efectivamente hizo matar a seis millones de judíos nos encontraríamos con un incremento de la cifra demográfica de nueve millones, o sea un aumento de tres millones más otros seis millones de nacimientos para suplir los seis millones de judíos pretendidam ente gaseados o cremados por los nazis. Si en 1948 habían en el mundo dieciocho millones de judíos, el nacimiento de nueve millones de judíos durante los diez años del período 1938-1948, o sea un incremento total del 100% es una imposibilidad física. Ni aún cuando todo judío púber se hubiera dedicado, exclusivamente, veinticuatro horas diarias, a practicar el coito con mujeres púberes de su raza, el que ubiesen podido llegar a engendrar, en diez años, nueve millones de retoños está en pugna total con las leyes de la genética, por muy sexualmente obsesos que se quiera suponer a los correlegionarios de Freud.




El origen del mito

Si durante la contienda ambos bandos se acusaron mutuamente de la comiSión de actos crueles e inhumanos, tal como mandan los cánones de la llamada «guerra psicológica», las referencias especiales a los malos tratos dados a los judíos se iniciaron en los Estados Unidos, cuando estos eran aún neutrales, a mediados de 1941. En un despacho radiado desde Estocolmo, el 12 de Junio de 1941, se habló de cámaras de gas; el autor de la noticia era el periodista judío Lipschitz (a) Winchell, y los principales periódicos norteamericanos se hicieron eco de la noticia. No obstante, una cosa era innegable; aún cuando la Gran Prensa acusara a los nazis de «todos los pecados de Israel», para utilizar una expresión bíblica, las alegaciones de exterminación masiva de civiles judíos no tuvieron eco destacado en la prensa de los paises Aliados. Solamente a finales de 1944 recrudeció la campaña sobre los campos de extermina cion, pero siempre en noticias de segunda página, Basta para cerciorarse de ello solicitar en cualquier hemeroteca pública, ejemplares del londinense «Times» o su homónimo neoyorquino. Toda acusación del campo Aliado iba seguida de un desmentido alemán, con invitación a la Cruz Roja Internacional a que comprobara la falsedad de tales acusaciones. Acusaciones de unos y desmentidos de otros son normales dentro de los condicionantes de la guerra psicológica.

La relativa lenidad de la campaña propagandística de los Aliados a propósio del tema judío puede explicarse, aunque no afirmaremos que ésta fuera la razón, por la posibilidad de los nazis de acudir al testimonio imparcial de la Cruz Roja Internacional.

Es un hecho que, a mediados de 1944, cuando la victoria aijada parecía segura y Alemania no podía acudir prácticamente a ningún testimonio impatrcial, se multiplicó la campaña propagandística a propósito del tema concentracionario y de las exterminaciones masivas de judíos. No obstante, la mayor virulencia se alcanzó una vez terminanda la guerra, con el vencido adversario practicamente amordazado. Seria necio pretender que el motivo de ese «crescendo» en el tono propagandístico fué debido a la circunstancia de haber podido comprobar los Aliados, «de visu», la realidad de los llamados «campos de exterminio». No se puede sostener que entidades de tan merecido prestigio como el «Intelligence Service», el «F.B.I.» o el espionaje soviético ignoraran el supuesto programa de exterminio de los judíos; no se puede sostener que los nazis quemaran a seis millones de personas y tales entidades no se enteraran. Precisamente los Aliados tenían contactos incluso en el Gran Cuartel General del Führer y estaban al corriente del atentado contra Hitler el 20 de Julio de 1944. Es inconcebible, pues, que los Aliados no se enteraran de tan macabro plan y si se enteraron, es aún más inconcebible que, disponiendo, Como disponían, del control de las grandes agencias internacionales de noticias, no armaran un verdadero alboroto, cuando el «leit motiv» de su propaganda consistió, precisamente, en presentar a sus adversarios en el papel de los villanos de la película. Dejando aparte las acusaciones de malos tratos y de asesinatos individuales o en pequeña escala, de judíos, la primera acusación de exterminaciones masivas fué hecha por el Congreso Judeo-Americano y Congreso Mundial Judío, conjuntamente, el 27 de Agosto de 1943, en un informe de 300 paginas que fué entregado a la prensa norteamericana. En él se afirmaba que 3.000.000 de judíos habían sido exterminados en los campos de concentración nazis, mientras que 1.800.000 habían logrado salvarse por haber huido a la Unión Soviética y otros 180.000 a otros paises. En dicho informe no hay ni un indicio de prueba, y sí tan sólo algunos «affidavits» o declaraciones juradas por escrito de sedicentes evadidos de los campos nazis. No obstante fué aceptado por los organismos oficiales norteamericanos, siendo de destacar la virulencia de la presión ejercida por el Departamento del Tesoro, cuyo titular, Henry Morgenthau, sostuvo un verdadero duelo con el Subsecretario de Estado John Breckenridge Long, que se resistía a incluir el tema en la propaganda oficial norteamericana. Finalmente, Morgenthau, con el poderoso apoyo del Secretario de Justicia, Felix Frankfurter y del propio huesped de la Casa Blanca (92) logró doblegar la resistencia de Breckenridge Long y hacer que fueran aceptando, sin control ni verificación de ningún género, los relatos de atrocidades nazis contra los judíos, mandados desde Ginebra por los dos representantes del Congreso Mundial Judío, Paul Guggenheim y Gerhard Riegner. Uno de los relatos transmitidos desde el Consulado norteamericano en Ginebra afirmaba que «un industrial alemán» había informado a Guggenheim sobre una conferencia mantenida en el Gran Cuartel General del Führer en la que se decidió exterminar a todos los judíos pro-soviéticos en manos de los alemanes. Los judíos debían ser confinados en algún lugar del Este de Europa y gaseados con ácido prúsico. Esta información fué enviada a Washington y a Londres por conducto diplomático. El «industrial aleman», cuyo celo en conservar el anonimato se comprende en aquel tiempo, ha continuado recluido en el mismo anonimato hasta hoy, en que tan provechosa podría resultarle la publicidad de su confidencia a Guggenheim. Cuando el mensaje fué recibido en el Departamento de Estado fue debidamente evaluado y se decidió que:

«... la publicación de ésta noticia no parece aconsejable en vista de la naturaleza fantástica de las alegaciones y de la imposibilidad de su comprobración». (93)

El mensaje fué, pues, suprimido de la propaganda oficial norteamericana. Inmediatamente, el rabino Stephen Wise (a) Weisz, del Congreso Judeo-Americano, presentó una enérgica protesta ante el Departamento de Estado por la supresión de la noticia. Pero unas semanas después dos personas desconocidas, y que «preferían guardar su anonimato», se presentaron en el Consulado Americano en Ginebra asegurando ser unos judíos que habían logrado huir de unos (sin mencionarlos) campos de exterminio. Aséguraron que los alemanes mataban a los judíos para utilizar sus cadáveres como fertilizantes. De nuevo se informó a Washington por vía, diplomática y entonces el Gobierno de los Estados Unidos, oficialmente, requirió a la Santa Sede que tratara de confirmar esta noticia, así como la anterior, causante de la protesta del rabino Wise. Finalmente, el 10 de Octubre de 1943 el Vaticano. oficialmente, informó al Gobierno de los Estados Unidos, a través de Myron Taylor, que asumía las funciones de Embajador sin Embajada en la Santa Sede, que le era imposible confirmar los informes de severas medidas contra los judíos en el territorio controlado por los alemanes. Casi simultáneamente. Reigner presentó triunfalmente dos nuevos documentos. El primero, según él afirmó, había sido redactado por un «oficialde elevada graduación», miembro del Alto Estado Mayor Alemán y que, naturalmente, deséaba permanecer anónimo. Dicho oficial aseguraba en su informe que habían, en el Este de Alemania, al menos de factorías para el aprovechamiento de los cadáveres judíos, de los que los lamenanes obtenían jabón, grasas y lubricantes, y que se había calculado, por los contables de la Gestapo (!?) que cada cadáver judío valía, en promedio, 50 Reichsmarks. El segundo documento consistia en dos carta cifradas encritas por un judío suizo residente en Varsovia, en las cuales afirmaba que todos los judíos de la capital polaca habían sido exterminados mediante fusilamientos en masa. Esto se afirmó muy seriamente, en septiembre de 1943, es decir, más de un año antes de que los judíos del ghetto de Varsovia se sublevaran con las armas en la mano y fueran vencidos por las unidades alemanas enviadas en su represión.

Queremos hacer notar la sorprendente semejanza de las acusaciones en cuestión con las formuladas contra Alemania en el transcurso de la I Guerra Mundial: aprovecharniénto de cadáveres para hacer jabón y fertilizantes. Una falta de imaginación y creatividad realmente asombrosa. Sólo el fiscal soviético hizo suyas las acusaciones de las «fábricas de jabón» en el Proceso de Nuremberg del que más adelante hablaremos mientras que uno de los pione ros de la literatura concentracionaria, Raul Hilberg, afirmó que tales «fábricas» nunca existieron en realidad. (94)

A finales de Octubre de 1943 el infatigable Riegner se presentó de nuevo ante el Embajador norteamericano en Berna, Harrison, informándole de que había obtenido pruebas de que los nazis estaban exterminando masivamente a los judíos en el territorio ocupado por ellos. He aquí las pruebas: un informador anónimo alemán y un alto funcionario de la Cruz Roja Internacional, naturalmente también anónimo, aseguraban poseer información de primera mano, aunque también anónima, de que los alemanes estaban gaseando o fusilando en masa a los judíós bajo su control. Harrison mandó el informe a Riegner al Departamento de Estado, en Washington, adjuntando una carta personal informando, a su vez, de haber recibido un «affidavit» de Guggenheim, el colega de Riegner, en el que se afirmaba haber recibido testimonios que corroboraban las manifestaciones de Riegner. Tales testimonios emanaban de un ciudadano alemán, igualmente anónimo, que había obtenido su información en una conversación sostenida con un funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores funcionario asimismo anónimo y de un ex-funcionado del Ministerio de la Guerra, anónimo igualmente. Finalmente, un informador suizo, residente en Belgrado había proporcionado información a Guggenheim, confirmando las acusaciones de exterminios masivos de judíos. Naturalmente, ese suizo, era, también anónimo. Realmente, es muy dificil presentar una acusación basándose en testimonios más gaseosos e inmateriales. Con audacia sin par, Riegner y Guggenheim lo hicieron, y Morgenthau, Dexter White y Wise se encargaron de materializarla en los Estados Unidos.

Precisamente fué el Rabino Wise quien se presentó en la Casa Blanca, ante el Presidente Roosevelt, al frente de una delegación de judíos americanos. entregándole un documento de veinte páginas titulado «Blue Print for Exterminations», basado exclusivamente en la clase de información que acabamos de mencionar. La presión del «lobby» judío, y especialmente de su fracción sionista, forzaron al Gobierno Norteamericano a aceptar las alegaciones de Wise y, en consecuencia, los gobiernos de los países aliados incluyendo la Unión Soviética hicieron público un comunicado condenando las «exterminaciones de judíos llevadas a cabo por los nazis».

Junta al «lobby» judío, apoyándole en todo momento en la tarea de oficializar la tesis propagandística de los exterminios en masa de judíos, estuvieron infatigablemente los comunistas y los ultra-izquierdistas de Norteamérica, con Harry Dexter White y los hermanos Hiss a la cabeza. (95)

Al término de las hostilidades, los abanderados campeones de la Democracia y el Progreso consideraron necesario actualizar el ignominioso ¡Vae Victis! del bárbaro Brenno y, nombrándose a sí mismso jueces, fiscales y verdugos condenaron, en los llamados Procesos de Nuremberg, a los vencidos, basándose en leyes «ex post facto». No vamos a ocuparnos aquí, por escapar del ámbito estricto de la presente obra, del Tribunal Militar Internacional de Nuremberg, de sus pompas y sus obras. Simplemente mencionaremos que, por decisión personal del Presidente Rosevelt, el Juez Samuel Rosenman (96) fue designado representante directo de la Casa Blanca en el llamado «War Crimes Branch» (Sección de Crimenes de Guerra), presidido por el General John M. Weir, (97) cuya misión consisna en juzgar y castigar a los criminales de guerra nazis una vez consumada su derrota». Este «War Crimes Branch», actuó, junto al Tribunal Militar Internacional en los doce procesos de Nurenberg, y posteriormente, en los centenares de procesos llevados a cabo por los vencedores en toda Europa, y no solamente en Alemania.

El «Congreso Mundial Judío» tuvo, prácticamente. el monopolio en la presentación de pruebas contra los denominados «criminales de guerra». (98) Más adelante trataremos de tales pruebas cuando incidan en el tema del presente sujeto. Baste, por el momento, mencionar que fue precisamente el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg quien, a priori, admitió como demostrado el plan de exterminio de los judíos, llevado a cabo por los nazis. Así, por ejemplo, el Juez soviético Nikitchenko declaró tranquilamente, antes de los procesos que «...ahora vamos a ocuparnos de los mayores criminales de guerra, que ya pueden considerarse convictos». (99) No creemos exagerar si afirmamos que ese «juez» estaba ligeramente predispuesto contra los reos.

Pero mayor incidencia a tenido, aún, en la consagración del mito como verdad histórica, la inmensa literatura concentracionaria, que, desde 1945 hasta hoy, se ha vertido sobre un mundo atónito. Se han publicado relatos esperpénticos, con una técnica narrativa y publicitaria adaptada a todas las culturas y mentalidades. Peliculas, conferencias, emisiones radiofónicas y televisivas, martilleando ad nauseam cerebros y retinas del hombre disuelto en la masa. Es comunmente admitido que, las en su genero, más destacadas obras de la literatura concentracionaria corresponden a cincó autores, todos ellos judíos: Léon Poliatov, (100) Gerald Reitlinger, (101) Lucy S. Davidowicz, (102) Nora Levin, (103) y Raul Hilberg. (104)

Todos estos libros tienen un punto en común: se apoyan en el veredicto del tribunal internacional de Nuremberg, y se citan profusamente entre si, aludiendo constantemente a declaraciones de personas como Morgenthau, Dexter White, Rosenman et alia, cual si se tratara de testimonios irrefutables y de probada imparcialidad. También presentan numerosos documentos gráficos, de los que más adelante hablaremos, y que en muchos casos no son más que hábiles fotomontajes. Su falta de valor probatorio se fundamenta en que dan por axiomático lo que, precisamente, se trata de demostrar, estos es, que hubo un plan premeditado del gobierno alemán para asesinar masivamente a los judíos en razón de su procedencia etnica y que el total de víctimas alcanzó los seis millones, parten, para ello, de las conclusiones del Tribunal Militar Internacional de Nuremberg, sobre la validez de cuyas decisiones han opinado de forma desmoledora numerosos miembros del mismo. Sirvan como ejemplo entre varios que se podrían citar, las declaraciones del Juez Norteamericano Charles F. Wennerstrum, que presidió el llamado «caso séptimo» (juicio de los generales alemanes acusados de la ejecución de rehenes), quien de regreso a America y tras presentar la dimisión de su cargo, manifestó:

«Si hubiera sabido antes lo que hoy se, nunca hubiera ido a Alemania a participar en esos juicios... La acusación pública no ha podido disimular que no se trataba de justicia sino de venganza. La atmosfera de los juicios es insana. Se necesitaban linguistas. Abogados, pasantes, interpretes e investigadores eran americanos desde hacia pocos años. Conocían mal nuestra lengua y se hallaban imbuidos de los odios y los prejuicios europeos». (105)


No creemos sea torturar los textos si de las palabras del Juez Wennerstrum deducimos que «abogados, pasantes. intérpretes e investigadores», «que crearon una atmosfera insana» y antepusieron la venganza a la justicia debían ser en su abrumadora mayoría, judíos. Conocían bien el alemán intérpretes y mal el inglés, por llevar pocos años en América, y además, se hallaban «imbuidos de los odios y prejuicios europeos». ¿Quiénes podían ser sino judíos emigrados de Alemania antes de estallar el conflicto?. ¿Cuántas personas saben, por ejemplo, que el Fiscal General Americano de Nuremberg fué Robert Kempner, un judío nacido en Alemania en 1899, Consejero legal de la Policia de Prusia durante el regimen de Weimar y luego, durante el régimen nazi, abogado del sindicato de taxistas alemanes?. ¿Cuántas personas saben que el tal Kempner fue, prácticamente el único abogado de Occidente que apoyó la absurda tesis soviética según la cual la matanza de 15.000 oficiales polácos en el bosque de Katyn fue llevada a cabo por los alemanés y no por los rusos?. ¿Cuántas personas, en fin, saben que el jefe del «Staff» encargado de redactar las listas de «criminales de guerra» fué David Marcus, un sionista, miembro de la Hagannah, que perdió la vida en la guerra judeo-árabe de 1948. ¿Cómo puede, seriamente, creerse en la imparcialidad de unas estructuras judiciales cuyos miembros eran, a la vez, juez y parte?.

Los creadores del mito fueron, puede decirse que exclusivamente, judíos y, en su aplastante mayoría, sionistas. En segundo plano y sólo en segundo plano colaboraron con ellos los comunistas, interesados por las razones más arriba apuntadas, en la supervivencia del rancio mito. (106)

Si en el epígrafe «Los Deréchos de la Aritmética» creemos haber demostrado que el número máximo de personas de extracción racial judia que pudieron estar bajo control alemán en el transcurso de la II Guerra Mundial fué de 3.237.600, el mínimo de 2.300.000, siendo la cifra de unos 2.800.000 la que nos parecía más ajustada a la realidad, vamos a deducir, basandonos en fuentes libres de toda sospecha de parcialidad, la cifra de bajas que, por todos los conceptos, pudieron padecer los judíos en el transcurso de la pasada contienda mundial.

Analicemos el mito, el sacrosanto tabú de los seis millones, sin prejuicios. Tratemoslo, más bien, como un simple problema arjtmético, utilizando para nuestros cálculos la clase de datos que ninguna persona en su sano juicio pueda pretender que emanan de fuentes «anti-semitas». (107)

Vamos a referirnos, por ejemplo, a la Encyclopoedia Britannica, (108) en la que podemos leer la siguiente frase, tan interesante como ambigua, a propósito de las víctimas judías en la II Guerra Mundial: «Si sólo una fracción de las atrocidades denunciadas es exacta, entonces muchos miles de no combatientes judíos, hombres, mujeres y niños indefen. sos fueron asesinados después de Septiembre de 1939».

Fijémonos bien: los autores de este articulo en la Enciclopedia Britannica hablan de miles y no de «millones» de posibles víctimas, y, al principio de la frase, colocan un cauteloso «Si...» «Si sólo una fracción de las atrocidades denunciadas es exacta...» ¿Tenían, los autores, base o fundamento para poner en duda la veracidad de tales atrocidades? Aparentemente, sí; pues no es verosímil suponer que la primera enciclopedia del mundo no cuide, controle y verifique el contenido de los artículos de sus muy excogidos colaboradores; más aún si tenemos en cuenta que la editora de dicha enciclopedia es la firma Wagnalls, cuya dirección está encomendada a judíos, y judíos son los detentores de la mayoría de sus acciones. El motivo de las dudas puede radicar en los fraudes Auerbach, Ohrenstein et alia, que más adelante estudiaremos. Limitemonos, de momento, a reproducir una noticia aparecida en el semanario americano «South Carolina Sunday Post»:

«El Doctor Aaron Ohrenstein, Gran Rabino de Baviera, ha sido sentenciado a un año de cárcel por fraude. El Gran Rabino ha sido convicto de haber falsificado numerosas declaraciones juradas sobre inexistentes victimas del terrorismo nazi». (109)


Desgraciadamente, ignorámos cuántos cadáveres fabricó ese pío personaje de Jehová y cuántos otros rabinos, doctores y comunes mortales siguieron su ejemplo. Hemos recopilado unos cuantos de los que, repetimos, más adelante nos ocupamos. Ahora bien: creemos que no es descabellado suponer que ese rabino no era una «rara avis», porque sólo mediante la concatenación de esfuerzos concentrados y altamente organizados de muchos colaboradores eficientes pudo ser posible crear y mantener tan delirante mito.

Y mito ¡por no decir otra cosa! es afirmar que quien tuvo bajo su control a tres millones de seres pudo asesinar a seis millones... y aún le sobraron, como mínimo, un par de millones supervivientes que se fueron á los Estados Unidos y a Palestina...(!) Una moderna actualización del bíblico milagro de los panes y los peces. Sólo a título comparativo mencionaremos aquí que el Japón, que lucho primero contra China y luego contra los anglo-americanos durante casi nueve años, fué despiadadamente bombardeado y fué la víctima de las dos primeras bombas atómicas, tuvo un total de 3.087.000 muertos «sólamente».

¿Cuántos judíos murieron, en realidad?. La cifra generalmente admitida, como sabemos, como saben hasta los parvulitos de Nueva Zelanda por que se lo han introducido a martillazos publicitarios en sus cabecitas es la de seis millones, que es fácil de recordar y de repetir. Pero las sedicentes cifras «oficiales», según el Fiscal del Juicio contra Eichmann, en Jerusalen, confirmados posteriormente por el Comité Anglo Americano quedan fijadas ¡hasta la próxima rebaja! en la sorprendentemente exacta cifra dé «Víctimas» de 5.721.000.

Admitamos, a efectos puramente polémicos que ésta es la respuesta correcta a nuestra pregunta, y situemonos en 1957, cuando la revista norteamericana «Time» publicó una estadística sobre población judía que armó un cierto revuelo. (110)

Población Mundial Judía en 1938, según datos oficiales de la Oficina Estadística de las Sinagogas de América: 15,7 millones.

Aumento natural de la población judía entre 1938 y 1957 según datos del Congreso Mundial Judío: 1. millón.  Total.:16, 7 millones.

Menos las victimas según el Fiscal del Juicio contra Eichmann,. 5, 7 millones.

Debieran quedar, en 1957:.11 millones. Pero he aquí que según datos proporcionados por el mismo Congreso Mundial Judío, habían, en 1957:

Judíos en la Unión Soviética.......................................................... 2 millones.

Judíos en los Estados Unidos.........................................................5,2 millones.

Judíos en otros países......................................................................4,6 millones.

Lo que totaliza: 11,8 millones.

Once millones ochocientos mil judíos. Es decir, 0,8 millones mas de los que debieran haber de acuerdo con el primer cálculo. Por consiguiente, un tesmonio de tan excepcional calidad como el propio Congreso Mundial Judío admite, tácitamente, que el número de «victimas» no puede ser siquiera de 5,7 millones, debiendo rebajarse a 5,7 0,8: 4,9 millones. Pero, según informa el demógrafo norteamericano Roland L. Morgan, en el censo de la población soviético de 1957, el número de judíos residentes en la URSS era ligeramente superior a los tres millones y no los dos millones mencionados por el Congreso Mundial Judío. (111) Si substraemos ese millón «perdido» y ahora «hallado» en Rusia, de la cifra del párrafo anterior deberemos deducir precisamente «ese» millón: 4,9 millones 1 millón: 3,9 millones.

Ahora bien, si el Congreso Mundial Judío pudo «arreglar» la población judeo soviética en un tercio, ¿podemos admitir como aceptable la sospechosamente baja cifra de sólo 5,2 millones de judíos en los Estados Unidos...? Roland L. Morgan lo niega resueltamente, razonándolo de la siguiente manera: «Según cifras oficiales del Comité Judeo-Americano la población judía de los Estados Unidos era, en 1917, el 3,27 % del total; en 1927, el 3,58 % y en 1937 el 3,69 %. Todos sabemos que, además del aumento natural normal se produjo, en las décadas de los años 40 y 50 un tremendo influjo de inmigrantes judíos tanto ilegal como ilegalmente a las hospitalarias tierras americanas. Pero, sorprendentemente, si hemos de creer las cifras del Congreso Mundial Judío, en 1957 el porcentaje había descendido hasta un 2,88 % del total (5,2 millones sobre 180 millones). Esto es imposible. No se puede admitir». (112)

En efecto: ¿cómo pudo ocurrir ese «milagro»?. No sería más lógico suponer que, según el demógrafo norteamericano Wilmot Robertson, (113) a mediados de la decada de los cincuenta debieron haber en los Estados Unidos entre ocho y nueve millones de judíos, lo que llevaría su porcentaje con respecto al total de la población a un 4,5%?. Porque, en todo caso el asumir que el porcentaje descendió por debajo del nivel de 1937 es sencillamente absurdo.

Examinemos esta cuestión desde otro punto de vista. La revista «Time» (114) citando el Anuario de las Iglesias Americanas informa de que hay, en los Estados Unidos, 5,5 millones de judíos «practicantes de la religión mosaica». En otras palabras, si el número total de judíos oficialmente admitidos en el pais es de 5,2 millones, resulta que más del cien por cien de los judíos apróximadamente el 106 por ciento están inscritos en sus comunidades religiosas. ¿Otró milagro?... Que no todos los judíos residentes en los Estados Unidos son practicantes de su religión está corroborado por un artículo aparecido en el mismo semanario «Time» (115) en el que se afirma que sólo el 10,6% de la población neoyorquina profesa la religión mosaica, a pesar de que el porcentaje total de los judíos en esa ciudad es del 28%, aún cuando creemos, avalados por las obras de Robertson, entre otros, que esa cifra es inferior a la realidad, que más bien debe acercarse al 35%. En todo caso, una cosa es evidente: más de la mitad de los judíos neoyorquinos son religiosamente indiferentes y no se hallan registrados en las sinagogas. Según las estadísticas, (116) el 38% de los americanos son ateos o agnósticos, y el 62% pertenece a una u otra de las diversas religiones. Dando por sentado tratando, como siempre hacemos, de ponernos en la postura más favorable a la tesis oficial de los seis millones que los judíos norteamericanos son más religiosos que sus compatriotas neoyorquinos, les aplicaremos, a todos ellos, el porcentaje general del 62%. De manera que si hay 5,5 millones de judíos «practicantes» (62%), deben haber, aproximadamente otros 3,3 millones de «no practicantes» (38 %). Sumando ambas cifras tendremos un total de 8,8 millones de judíos en los Estados Unidos, lo que cuadra con las cifras de Robertson. Además, esta cifra, que es el 4,9% de la población americana, coincide con nuestro anterior cálculo y es, indudablemente, mucho más plausible que la ridículamente baja cifra de 5,2 millones que, con fines evidentemente políticos facilitó el Congreso Mundial Judío. Este exceso en la población judía de los Estados Unidos, es decir, 8, 8 miIlones-5,2 millones: 3,6 millones nos da derecho a acortar, por tercera y úl tima vez el número de victimas, pues resulta obvio a la luz de los precedentes cálculos que el número de los judíos americanos ha sido, igual que el de los rusos, «ajustado» en más de un tercio. Y resulta evidente que si no se hubieran producido tales «ajustes» hubiera sido imposible mantener tanto tiempo el mito de los seis millones (ahora, ya 5,7 millones) de víctimas judías.

De modo que, finalmente, resulta: 3,9 millones-3,6 millones «descubiertos» en los Estados Unidos: 0,3 millones. Y esta cifra, 300.000 judíos, es el número aproximado de muertos que tuvo esa comunidad a consecuencia de la II Guerra Mundial. Es posible incluso que la cifra haya sido algo más baja, o algo más alta, pudiéndose concluir que el número total de bajas judías debió escilar entre las 250.000 y las 400.000.

Creemos que las cifras y razonamientos presentados más arriba debieran ser mas que suficientes para demostrar que las reticencias y cautelas de la Encycloroedia con respecto al número de victimas judías estaban más que justificadas, pues la más bombástica y desvergonzada campaña propagandistica que han visto los siglos multiplicó, de quince a veinte veces, el numero real de bajas judías en la contienda mundial.

Aldo Dami, autor que dista mucho de ser un «pro-nazi», con sangre judía en sus venas y casado con una judía, ha escrito un documentadisimo libro (117) en el que demuestra que el total posible de victimas judías en la guerra fué de seiscientas mil, aunque afortunadamente, dicho total posible no se alcanzó, pues hubo muchos individuos dados inicialmente por desaparecidos en las cámaras de gas y crematorios, que aparecieron, años después, en el nuevo Estado de Israel. Para Dami perecieron, como máximo, medio millón de judios, incluyendo los que murieron en la sublevación armada del ghetto de Varsovia y las victimas del terrorismo de los movimientos de «resistencia», del consiguiente «contraterrorismo» y de los bombardeos aéreos.

Otro judío, el demógrafo Allen Lesser confesó que «el número de judíos fallecidos en la pasada contienda ha sido profusamente exagerado», y también que, «según se divulgó durante los años de guerra, por parte de las agencias de prensa judaicas, el número de judíos muertos en toda Europa, asciende a varios millones más de los que los mismos nazis supieran jamás que hubiesen existido». (118)

De las cifras facilitadas por el escritor judío Jacob Letchinsky se deduce, igualmente, que, como máximo, de trescientos cincuenta a cuatrocientos mil israelitas perecieron en la contienda, por todos los conceptos, y aproximadamente, los dos tercios de esa cifra en los campos de concentración. (119)

La cifra de trescientos mil judíos muertos ha sido sostenida por el periódico suizo «Die Tat», de Zurich (120) que tras un documentado estudio, basado en fuentes neutrales y judías, concluye que «el total de victimas judías en los campos de concentración alemanes durante la guerra es, de aproximadamente, unas 300.000». Esa cifra incluye los fallecimientos a causa de todos los factores, epidemias, muertes naturales, inanición e, incluso, bombardeos de la Aviación Aliada. La propia Cruz Roja Internacional, en documentado estudio aparecido en el periódico suizo «Baseler Nachrichten», y cuya reproducción adjuntamos, afirmó oficialmente que el número de muertos en los campos de concentración fué de 395.000. Esta cifra, emanada de la Cruz Roja, no ha sido, evidentemente, reproducida millones de veces por los periódicos y los locutores de radio y televisión del mundo entero. Al contrario, un espeso muro de silencio ha mantenido a la incómoda cifra en el más discreto de los anonimatos. La Verdad no siempre es cómoda, especialmente cuando contradice los dogmas oficiales. Pero... ¿no parece más digno de fé el testimonio de la Cruz Roja Internacional, al fin y al cabo entidad filantrópica y neutral, que las acusaciones del Congreso Mundial Judío y demás organismos paralelos, que son entidades políticas y no ciertamente neutrales en el caso que nos ocupa?.

Es importante mencionar que el «Guinness Book of World Records», publicación estadística que goza de buen renombre en el mundo de habla anglosajona, publicó que... «a pesar de haberse repetido frecuentemente que las victimas judías en la última guerra fueron seis millones de personas, de nues tros estudios resulta que el máximo de victimas que hubieron fué de 1.200.000., de los cuales 900.000 en el campo de concentración de Auschwitz».

El Guinness Book simplemente manejó las cifras oficiales que le fueron fa cilitadas, y a través de las contradicciones de las mismas llegó a la antedicha cifra. Pero es preciso tener en cuenta que tales cifras oficiales estan muy su jetas a caución, especialmente las referentes a Auschwitz, emanadas, como se sabe, de las autoridades polacas.



Una objecion clasica

Antes de seguir adelante creemos que debemos atenernos ante la objeción que se presenta, siempre, a los que se niegan a reverenciar al ídolo; a los que se niegan a damitir el fraude de esa cifra absurda de seis millones de exterminados. La objeción se formula, invariablemente, después de un sencillo manejo de cifras o la exposición de un razonamiento que prueba la falsedad de la tesis oficial. Entonces, se replica que nadie habría osado inventar un cuento tan extraordinario como el de los seis millones; que nadie podría poseer una imagínación tan delirante y, en el improbable supuesto de que la poseyera, el evidente riesgo en que incurriría al pergeñar tan gigantescas mentiras acabaría por disuadirle de su empeño. Este argumento implica que la mera existencia de la leyenda presupone la realidad de sus partes esenciales, aún cuando aquí y allá pudieran detectarse exageraciones e incluso invenciones. Este argumento parece, superficialmente, muy lógico. Se basa, sobre todo, en la aceptación general de la leyenda; la gente está convencida de que nadie seria tan osado, ni tan cínico, como para inventar una mentira tan colosal.

No obstante, el razonamiento es falso, pues la Historia y, sobre tódo, la Historia del Pueblo Judio, contada por los mismos judíos nos proporciona numerosos ejemplos de aceptación popular de mentiras gigantescas, como el éxito trompetero de Josué ante las murallas de Jericó o la histérica caza de brujas en la Alta Edad Media. La aceptación general de una idea no es, precisamente, una credencial de infabilidad. La Tierra era tan redonda en siglo IV como al atardecer del 12 de octubre de 1492, y se movía en el instante en que contra Galileo se fulminaba una condena papal. Que la tesis oficial de los seis millones tenga que ser auténtica porque ha sido aceptada por el consenso general no significa necesariamente que sea cierta. El argumento puede, muy facilmente, volverse del revés con sólo recordar que también en Alemania, en la época hitieriana, existia un consenso general anti-judio, como existía en todo el mundo cristiano en la Edad Media y principios de la Edad Moderna. El argumento de la aceptación general de una determinada tesis no vale, pues, nada en absoluto. La Verdad, con aceptación general o sin ella, siempre será la Verdad. Pretender que el consenso popular es válido cuando se trata de avalar la tesis de los seis millones y es falso cuando se manifiesta en unas votaciones democráticas aplastantemente favorables a Hitler, es una siniestra idiotez que no resiste un examen serio.

Es sumamente irónico que Hitler, en el Capitulo X de «Mein Kampf» anticipara la técnica de la «Gran Mentira» cuando, al descubrir el modus operandi de los agitadores judíos en Alemania, afirmaba que, cuando mayor era una mentira, más probabilidades tenía de ser creída, porque precisamente el hombre medio reacciona afirmando que una enormidad tan grande no ha podido inventarla nadie.

Más irónico es todavía que los más absurdos relatos de exterminios masivos aparezcan en la literatura talmúdica judía y en el Antiguo Testamento. He aquí algunos ejemplos de ello: Adriano, cónsul romano en Egipto en el año 200, exterminó a la población judía de Alejandría, según el Talmud, o le causó importantes bajas según modernos historiadores. (121) Ahora bien: el Talmud afirma que el número de judíos exterminados en Alejandría fué de 1.200.000, cuando según cualquier historiador solvente (122) la población de aquella ciudad en tal época no pasaba de los 500.000, y en ella los judíos sólo eran una relativamente importante minoría.

Digna de mención es, también, la revuelta de Bar-Kochba, un judío que se declaró Mesías en el siglo II de la Era Cristiana, y se sublevó contra los romanos. Aún cuando la población judía de Palestina era, en aquél entonces, de unos 500.000 habitantes, el Talmud asegura que el ejército de Bar-Kochba se componía de 200.000 soldados. Esto es sencillamente imposible; pero sigamos. Bar-Kochba abandonó Jerusalén y se hizo fuerte en la ciudad amurallada de Bethar, pero la ciudad fué tomada por los romanos tras un asedio tremendo y toda la población de Bethar isesinada. Esta es al menos la versión oficial judía. (123)

En todas las historias de Roma que hemos podido consultar, desde la de Gibbon hasta la de Mommsen, el episodio de la toma de Bethar se le da una importancia minima, y tengamos en cuenta que en la batalla de Cannas hubo unos setenta mil muertos y en la cuenta de Zama tal vez la victoria más importante de Roma en su lucha con Cartago setenta mil. Rarisimo, pues, que historiadores de la talla de los citados omitan mencionar la toma de Bethar como una gran victoria.., pues gran victoria debía ser capturar una plaza defendida por 200.000 guerreros a los que hubo que exterminar en su totalidad. Esto parece casi milagroso que haya sido unánimemente omitido por la totalidad de los historiadores. Mas milagroso aún parece que en la pequeña plaza fuerte de Bethar pudieran cobijarse nada menos que 200.000 guerreros, si tenemos en cuenta que las dimensiones eran de 600 metros de profundidad por doscientos de anchura, según fuentes judaicas de indiscutible calidad. (124)

Si la arimética, no miente, para albergar a 200.000 guerreros. con sus lanzas y corazas, y suponemos que sus escuadrones de caballeria, en un rectángulo de 120.000 metros cuadrados, seria preciso distribuirlos de manera que tocaran a ... 0,6 metros cuadrados por guerrero. Estamos por creer que la guarnición de Bethar no murió a causa del ardor bélico de los romanos sino de claustrofobia y asfixia. Y, no obstante, las citadas fuentes judías, insisten en que la lucha fué épica y la resistencia heroica. El mismo Bar-Kochba, era tan fuerte y tan ágil que cogía al vuelo las piedras arrojadas por las catapultas romanas y las devolvía de un sólo movimiento al campo de origen. (125)

Debieron transcurrir dieciocho siglos para que una tal proeza fuera repetida por Popeye tras ingurgitar apresuradamente una ración de espinacas.

Para terminar con el abracadabrante episodio de la toma de Bethar, muy seriamente relatado, con pelos y señales, por el Talmud, mencionaremos que el número de judíos exterminados por los romanos, queremos suponer que ya no en Bethar, sino en el resto de Palestina, fue de ... ¡40 millones! Repetimos: Cuarenta millones. Y para ilustrarnos sobre la verosimilitud de la cifra, se asegura que la sangre de los judíos exterminados llegaba hasta los belfos de los caballos romanos y se perdia, como un río, en el mar, cuyas aguas teñía en una extensión de seis kilómetros. Los romanos fueron tan eficientes como los alemanes: la sangre de los judíos fué utilizada como fertilizante de las viñas, y sus huesos para hacer amuletos. La literatura talmúdica no estaba destinada al consumo de millones de lectores, y así sus autores tuvieron una mayor libertad de acción que los inventores del mito de los seis millones, que debieron tener en cuenta el posible escepticismo de masas importantes de «gentiles». Y, como señala muy bien A. R. Butz, autor norteamericano que no es precisamente un nazi, (126) puede ser significativo que dos rabinos, Weissmandel y Wise, jugaran un papel tan importante tal como luego veremos en el nacimiento del mito, y especialmente en la leyenda del campo de Auschwitz.

La Biblia y, concretamente, el Antiguo Testamento, está llena de relatos muy seriamente creidos por grandes masas de cristianos y suponemos que por la mayoria de judíos: los tratos y pactos particulares de Jehová con «su» pueblo Pueblo Elegido , regalándole la Tierra de Canáan y prometiéndole que las naciones y reinos que no se sometan a Israel perecerán... «Y tú, lsrael, chuparás la leche de los Gentiles y los pechos de los Reyes...»; (127)

el episodio del cruce del Mar Rojo, con sus aguas que se separan para que pasen los israelitas y se vuelvan a unir para sepultar al ejército del Faraón persecutor; o el de las murallas de Jericó derrumbándose ante el estruendo de las trompetas judías, o el sol que se para (¡?) al escuchar Jehová la petición que le hace Josué para que este pueda degollar a sus vencidos adversarios antes de que llegue la noche... (¡Admirable!); para no hablar del «maná» en el desierto, de la inaudita pelea entre David y Goliat (probablemente un ingenuo atleta que se presentó al combate y fué sorprendido por una pe drada del mequetrefe David); o del «ángel exterminador» mandado por Jehová atendiendo la demanda de Moisés, para que ejecutara con su espada, con predemitación y alevosía y nocturnidad, a los primogénitos de cada una de las familias egipcias; curioso ángel éste, que descubría a los primogénitos sin ayuda pero en cambio necesitaba que los judíos le indicaran previamente las casas en que vivían egipcios, mediante una seftal, trazada con sangre de cordero en la puerta de las mismas. (128)



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NOTAS

1 Benjamín H. Freedman: «Common Sense», Unión, NJ, 1976.

2 Elizabeth Dillings: «Plot against Christianity»; William Guy Carr «Paws in the Game»; Olivia Marie O'Grady: «Beast of the Apocalypse»; Michael F. Connors: «The Development of Germanophobia», etc..

3 Georges Bonnet: «Miracle de la France».

4 O. Garrison Willards: «The true story of the Lusitania».

5 Jewish Chronicle, «diario judío» (9-11-28)

6 Kurt Tucholsky: «Deutchsland, Deutchsland, über alles».

7 George Pitter-Wilson: «The Globe», Londres, Abril de 1918.

8 Maximilian Harden: «Die Zukunft», Berlin, 17 de Octubre de 1914.

9 Maximilian Harden: «Die Zukunft» Berlin, 4 Marzo 1919.

10 David Lloyd-George, declaración ante la Cámara de los Comunes. Citado por Arthur Rogers en «El Misterio del Estado de Israel», pag. 42.

11 Max Ruppin: «Die Juden den Gegenwart».

12 Jakob Wassermann: «Beruf, Konfession und Verbrechen».

13 Max Ruppin, ibid.

14 Véase «The Jewish Problem as dealt with by the Popes», publicado por la Britons Publishing Society, 1953.

15 La revista Time de 12 de Febrero de 1965 menciona el caso de Rita Eitani, una judía que llegó a Palestina en 1947, estuvo en un kibbutz, sirvio en el ejército isrealí, educó a su hijo y a su hija como judíos, y. aún cuando no fuera creyente, celebró las principales fiestas del Judaísmo en su casa... Pero no era suficientemente judía para el Ministro del Interior de Israel. A pesar de que el padre de la Señora Eitani fué un judío polaco. su madre era una protestante alemana, y según la Halacha (la Ley judía) sólo es judío aquel cuya madre es judía, o un convertido a la Fe. a condición de que su padre sea judio. De manera que la Señora Eitani no pudo permanecer en Israel (N. del A).

16 La revista norteamericana «White Power» (Vol. VII, no 5) cita el caso de un joven judío de 17 años que violó a una muchacha inglesa de 21 años. La joven había estado trabajando en un kibbutz cerca del Mar Muerto cuando fué atacada. La acusación contra el joven judio, sin embargo, se derrumbó después de que dicho joven citó dos preceptos del Talmud para justificar su acción: «Un judío puede violar a una no-judia, pero no casarse con ella». (Cad. Shas, 2:2). «Un judío puede hacer a una no-judía lo que quiera. Puede tratarla como un pedazo de carne». (Nadarine, 206; Shulshan Aruch, Choszen Hanniszpat 348). El juez, al absolver al joven violador observó que no estaba dispuesto a ejecutar una decisión que puediera afectar adversamente los fundamentos morales y religiosos del Estado israeli. (N. del A.)

17 «Völkischer Beobachter»: 2.IV- 1933.

18 Según el «Portland Journal», de 13-2-1933.

19 Robert Edward Edmondson: «I Testify».

20 El apellido de Morgenthau era particularmente detestado en Alemania. El padre de Henry Morgenthau, Jr., fué Embajador de los Estados Unidos en Turquía en el transcurso de la Primera Guerra Mundial, y de una declaración jurada suya salió la tesis, oficializada en el Tratado de Versalles y plasmada en el infamante Artículo 231, de la culpabilidad exclusiva de Alemania en el desencadenamiento de aquella guerra. Según Morgenthau Sr., el 5 de Julio de 1914 se reunieron en Postdam tres docenas de banqueros, industriales, políticos y militares alemanes con el Kaiser, para ultimar los preparativos de la guerra inminente. No obstante, esa reunión nunca tuvo lugar, por la sencilla razón de que las personas que se pretendió tomaron parte en ella, se encontraban en otros lugares en esa fecha. A pesar de haberse probado hasta la saciedad que el libelo de Morgenthau era una farsa absóluta, la comisión Lansing lo presentó triunfalmente en Versalles como «prueba» de la culpabilidad unilateral de Alemania. Tratan exhaustivamente ese tema, entre otros, los escritores norteamericanos Harry Elmer Barnes, en «Blasting the Historical Blackout» y Charles Callan Tansill, en «Back Door to War», y el inglés Francis Neilson, en «How Diplomats Make War». (N. del A.).

21 Der Gelbe Fieck: Die Ausrottung von 500.000 deutschen Juden, por Leon Feuchtwanger, 1936.

22 Hans Beimler: «Four Weeks in the Hands of Hitler's Hell-Hounds: The Nazi Murder Camp of Dachau» (Cuatro semanas en poder de los perros infernales de Hitler: el Campo de asesinatos nazi de Dachau). Nueva York, Oct. 1933.

23 El regimen comunista de Alemania Oriental concede anualmente un «Premio Hans Beimler» por servicios rendidos a la Causa Comunista (N. del A.).

24 Gerald Reitlinger: «The SS: Alibi of a Nation», pág 253.

25 Vease «150 Genios opinan sobre los judíos». Recopilación Antológica de EdicionesBau, Barcelona 1974.

26 Chaim Weizmann: «Great Britain, Palestine and the Jews»

27 Ludwig Lewisohn: «Israel».

28 Stephen Wise: «New York Herald Tribune», 2-III-1920.

29 [falta]

30 [falta]

31 [falta]

32 [falta]

33 {falta]

34 Theodor Herzl: «A Jewish State».

35 Gerald Reitlinger: «The Final Solution», pág. 20.

36 En ocasión del acuerdo Sykes-Picot según reconoció el propio Primer Ministro británico, Ramsey Mc Donald, en 1923. (N. del A.).

37 Gerald Reitlinger, id.

38 Subrayado por el Autor.

39 «Le Porc Epic», 3-12-1938.

40 «Pavés de Paris», 3-2.1939.

41 Henry Coston: «Les Financiers qui mènent le monde».

42 J. A. Leriche in «Charivari», Paris, Agosto 1963.

43 «Jewish Chronicle», Londres, 8-IX-1939.

44 «Jewish Chronicle», Londres, 22-1-1943.

45 «Central-Blaad voor Israeliten in Nederland», 13-IX-1939.

46 «Toronto Evening Telegram», Toronto, 26-11-1940.

47 «Jewish Chronicle», Londres, 8-V-1 942.

48 «Jewish Chronicle», 8-V-1 942.

49 Padre del futuro Presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy (N. del A.).

50 Embajador de los Estados Unidos en Francia, medio judío (N. del A.).

51 John V. Forrestal: «The Forrestal Diaries», págs. 121-122.

52 «South African Observer», Agosto, 1977.

53 «News Rewiew», 21 -VII- 1938.

54 Idéntica actitud adoptaría la Gran Prensa en ocasión de los asesinatos de los líderes nacionalistas ucranianos Petliura y Konovaletz. Ni un sólo periódico mencionó que los asesinos, Schwartzbart y Wallach, eran judíos. Petliura y Konovaletz eran pro-alemanes. (N. del A.).

55 J. Bochaca: «La Historia de los Vencidos» y, especialmente, «El Enigma Capitalista» y «La Finanza y el Poder». Ediciones Bau. (N. del A.).

56 «New York Herald Tribune», 14-VI-1938.

57 «Le Pilori», Paris, 2-IX-1938.

58 Molotoff, aunque de raza eslava, estaba casado con la judía Karp, cuyo hermano era un adinerado fabricante de armamento residente en Bridgeport, Connecticut, Estados Unidos, (N. del A.).

59 aul Rassinier: «Les Responsables de la IIe Guerre Mondiale», pág. 203.

60 [falta]

61 Declaración hecha el 22-VI-1945. Citado por Austin J. App, Presidente Honorario de la Universidad de Philadelphia, in «Morgenthau Era Letters», Boniface Press, 1966.

62 Algunos de estos, como el General Patton y el delegado británico en la U. N. R. R. A., General Morgan, pagaron su oposición al Plan Morgenthau con el ostracismo y la muerte política... o física. (N. del A.).

63 Citado por Louis Marschalsko in «World Conquerors», p. 104.

64 Th. Nathan Kauffman: «Germany must perish», p.104.

65 Maurice Leon Dodd: «How many world wars?», New York, 1941.

66 Charles G. Haertmann: «There must be no Germany after war».

67 Einzig Palil: «Can we win the peace?», Londres, 1942.

68 Ivor Duncan: «Die Quelle des Pan-Germanismus».

69 Douglas Miller: articulo aparecido en el «New York Times, 5-XI-1941.

70 Históricamente, fué el judaico Ministro del Interior de la III República Francesa, Mandel (Rothschild), quien ordenó el fusilamiento sumarísimo de los paracaidistas alemanes, desde Febrero hasta Mayo de 1940. (N. del A.).

71 Fue precisamente un comando judío, mandado por un tal Peretz Gold

72 La cifra «oficial», que en un principio fue de siete millones y medio para rebajarse a seis millones, ha sufrido una nueva rebaja de un 5 por ciento en el Proceso contra Eichmann, en Jerusalen, pues el Fiscal judío presentó la cifra de 5.700.000. (N. del A.).

73 Es curioso, pero nadie parece sorprenderse del hecho de que sólo se exijan reparaciones por los supuestos judíos exterminados al Estado de la Alemania Federal y no a la titulada República Democrática Alemana, controlada por los comunistas. Un hecho tan sencillo y a la vez tan sorprendente parece haber escapado a todo el mundo (!). (N. del A.).

74 Austín J. App: «Morgenthau Era Letters». Charles Lindbergh: «The Wartime Journals of Charles A. Lindbergh».

75 A los «Nisei» (americanos de orígen racial japonés, que sobrevivieron a los campos de concentración de Roosevelt se les indemnizó con una cifra equivalente al diez por ciento del importe de sus haberes que les fueron incautados a finales de 1941. Es decir, que tras casi cuatro años de internamiento, el tío Sam ( o el tío Sem?) magnánimo, les devolvía un dólar por cada diez que les había quitado. Y si consideramos la erosión del dinero en aquellos años de guerra, más cerca estaremos de la verdad si decimos que la indemnización fué de un dolar por cada quince.

76 «The New York Times», 11 de Enero de 1945, reproduciendo datos oficiales de la «American Jewish Conference».

77 «Baseler Nachrichten» 13-IV-1946.

78 «Aufbau», periódico yiddisch de Nueva York. Articulos del demógrafo israelita Bruno Blau, 13-VIII-1948.

79 «World Almanach» (Almanaque Mundial), 1942. p. 594.

80 Tales judíos residían en Inglaterra, Gibraltar, Portugal, España, Suecia. Suiza, Turquía Europea e Irlanda (N. del A.).

81 G. Reitlinger, «Die Endlösung», p. 34.

82 «Collier's Magazine», 9-VI-1945.

83 Chicago, 30 X 1946.

84 David Bergelson in «Ainikeit», revista yiddish en Moscú, 5 XII 1942.

85 «Unity in Dispersion», p. 377. Publicación oficial del Congreso Mundial Judío.

86 Gerald Reitlinger: «Die Endlösung».

87 Id., p. 93.

88 Id., p. 36.

89 Bruno Blau, obtuvo sus datos de la «American Jewish Conference», cuyas fuentes de información sobre la población judía parecen dignas de crédito (N. del A.)

90 «World Almanac», 1947. Cifra facilitada al referido Almanaque Mundial por el «Comité Judeo-Americano y por la Oficina Estadística de las Sinagogas de América».

91 Ejemplar del 22 II 1948. El propietario de este diario es el judío y sionista, Arthur Sulzberger.

92 El Presidente Franklin Delano Roosevelt, pertenecía a la séptima generacióñ del hebreo Claes Martenszen van Roosevelt, expulsado de España en 1620 y refugiado en Holanda, de donde emigró, en 1650 o 1651 a las colonias inglesas del Norte de América, según investigaciones fueron continuadas por el publicista judío Abraham Slomovitz quien publicó en el «Jewish Chronicle» que los antepasados judíos de Roosevelt residían en España y se apedillaban Rosacampo. Robert E. Edmondsson, que estudió el árbol genealógico de los Roosenvert-Rosacampo-Martenszen-Roosvelt dice que, desde su llegada a América tal familia apenas se mezció con elementos anglosajones puros, abundando sus alianzas matrimoniales con Jacobs, Samuels, Abrahams y Delanos. La propia esposa de Roosevelt era judía y fervorosa sionista. El New York Times del 4 de Marzo de 1935 recogió unas manifestaciones de Roosevelt en las que se reconocía su origen judío. (N. del A.)

93 A. R. Butz: «The Hoax of the Twentieh Century», pag. 60.

94 Raul Hilberg: «The Destruction of European Jews», p. 246.

95 Dexter White, Sub-Secretario del Tesoro y «alter ego» de Morgenthau era un agente soviético, que se suicidó antes de caer en manos de la justicia. También fueron convictos agentes soviéticos Alger Hiss, consejeron especial de Roosevelt y su hermano Donald, funcionario del Departamento de Estado. Los tres eran judíos. (N.del A.)

96 Judío, sionista y miembro del «Brain Trust». (N. del A.)

97 Igualmente judío aunque no miembro del «Brain Trust». (N. del A.)

98 Según Louis Marschalsko, al menos dos terceras partes del personal que trabajó en los procesos eran judíos. («World Conquerors»), pág. 134.

99 Eugene Davidson: «The trial of the Germans».

100 Léon Poliakov: «Le Troisième Reich et les Juifs».

101 Gerald Reitlinger: «The final solution».

102 Lucy. S. Davidowicz: «The War against the Jews, 1933-1945».

103 Nora Levin: «The Holocaust».

104 Raul Hillberg: «The Destruction of the European Jews».

105 Artículo de Eugen Dubois, sionista, en la «Chicago Tribune» del 3-2-1948.

106 Mencion especial merecen en tal sentido. Ilya Ehrenbourg, a quien el mismo Lenín llamaba «la ramera al alcance de todos», y Yevgeni Evtouchenko, depurados por «trotzkistas» y ambos judíos. (N. del A.).

107 Somos conscientes de que «antijudío» no significa necesariamente antisemita, pero, dado el clima imperante, creemos necesaria esa concesión a la inercia mental de los más (N. del A.).

108 Encyclopedia Britannica, Vol. XIII, pág. 63-B (Edición de 1953).

109 «S. C. Sunday Post», 11 VII 1954

110 «Time», New York, 18 2 1957.

111 Las estadísticas soviéticas fueron publicadas por el periódico judío «New Russian World», en Nueva York, 30 9 1960. (N. del A.).

112 oland L. Morgan, «The Biggest Lie».

113 Wilmot Robertson: «The Dispossessed Majority».

114 «Time», New York, 31-X-1960.

115 «Time», New York, 11-II-1957.

116 Wilmot Robertson: «The Dispossessed Majority».

117 Aldo Dami: «Le Dernier des Gibelins».

118 Articulo «Histeria Anti-Difamatoria», 1-IV-1946, en la revista judeo neoyorquina «Menorah Journal».

119 Jacob Letchinsky: «La situation économique des Juifs depuis la Guerre Mondiale».

120 «Die Tat», Zurich, 19-I-1955.

121 [falta]

122 [falta]

123 [falta]

124 Encyclopedia Judaica, Vol. IV, pag. 735.

125 Midrash Rabbah.

126 Arthur R. Butz: «The Hoax of the Twentieth Century».

127 Libro de Isaías: LX, 10, 12 16.

128 Exodo, XII, 21 a 34. Sir Bertrand Russell: «The Scourge of the Swastika».



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