lunes, 28 de enero de 2008
El Anschluss, la anexion de Austria al Reich
El 12 de febrero de 1938, el canciller de la Confederación austríaca, von Schuschnigg, acompañado del secretario de RR.EE., Dr. Schmidt, y el Embajador alemán en Austria, von Papen, y en presencia del ministro de RR.EE. von Ribbentrop, visitó al Führer en su residencia de Obersalzberg, por invitación de este último. Todas las cuestiones referentes a las relaciones entre Austria y Alemania fueron ahí objeto de una amplia discusión. La finalidad de estas conversaciones era la de allanar las dificultades surgidas en la ejecución del convenio del 11 de julio de 1936, resultando de ellas la completa coincidencia en mantener firmes los principios fundamentales del acuerdo considerándolos como punto de partida de un desarrollo pacífico de las relaciones entre ambos Estados. En tal virtud, después de las conversaciones del 12 de febrero, tanto en Alemania como en Austria se decidió la adopción de medidas inmediatas encaminadas a estrechar y afianzar las relaciones amistosas de ambos países, como corresponde a la historia y a los intereses comunes del pueblo alemán entero.
El comisario de la Confederación austríaca para el servicio regional, Coronel Adam, quien dio a conocer el comunicado oficial por la radio de Viena, declaró a continuación, autorizado para ello por el canciller de la Confederación, que las bases del acuerdo del 11 de julio de 1936, lo mismo que la Constitución de mayo de 1934, no sufrían variación alguna; de igual modo, la posición del Frente Patriótico no sería afectada. Según la Constitución y la Ley sobre el Frente Patriótico no podían crearse nuevos partidos ni disgregarse el Frente Patriótico en grupos políticos diferentes, pero que en cambio sería posible que se agregaran a la obra de reconstrucción patriótica aquellos grupos que hasta ahora habían mantenido una actitud negativa o expectante.
La modificación ministerial del gabinete austríaco, hecha en virtud de este acuerdo, fue comunicada a Alemania el 16 de febrero. Como representante de la oposición nacional entró a formar parte del Gobierno el Consejero de Estado Dr. Seyss-Inquart, presidente de la Liga austro-alemana, confiándosele la administración interna de la Nación a la cual se le incorporó de nuevo la dirección de Seguridad, que hasta entonces había sido dirigida por el canciller de la Confederación con apoyo del Secretario de Estado Dr. Michael Skubl. El Dr. von Schuschnigg transfirió su cargo de ministro de RR.EE. al Dr. Guido Schmidt, que hasta entonces había desempeñado las funciones de secretario de Estado. Cesó también en el cargo que hasta aquí había ejercido el ministro de Comercio y Comunicaciones, Prof. Dr. Guillermo Taucher; igualmente el ministro de Justicia, Dr. Adolfo Pilz. Ministro de Comercio fue nombrado el presidente de la Unión industrial, Ing. Julio Raab, antiguo jefe de la guardia federal de la Baja Austria; el industrial de Salzburgo y coronel retirado, Luis von Stepski-Doliva como subsecretario en calidad de agregado para asuntos industriales. Ministro de Justicia fue nombrado el profesor de Derecho constitucional y administrativo en la Universidad e Viena, Dr. Luis von Adamovich. El ministro de la Gobernación, hasta esa fecha, Dr. h. c. Edmundo von Glaise-Horstenau, el secretario federal Guido Zernatto (secretario general del Frente Patriótico), y Hans Rott (de la Asociación de Obreros y Empleados) formaban parte del nuevo gabinete como ministros sin cartera. Adolfo Watzek, que hasta 1934 había sido miembro del partido social-demócrata, fue nombrado secretario para el Servicio de protección de obreros y empleados.
Inmediatamente después de la reforma del gabinete tuvo lugar un consejo de ministros en el que, a propuesta del Canciller de la Confederación, fue sometido al Presidente de la misma un decreto proponiendo la amnistía para los delitos políticos, comprendidos todos los cometidos antes del 15 de febrero de 1938, siempre que el delincuente se encontrara en Austria; se refería tanto a la suspensión del proceso de aquellos delitos cometidos antes de esta fecha, como al sobreseimiento de las causas pendientes y al indulto de las penas todavía sin cumplir. El indulto de penas estaba ligado a la condición de la buena conducta hasta el 31 de diciembre de 1941. Los ministros competentes habían de tomar con la mayor brevedad las medidas necesarias para dejar en suspenso las penas administrativas por causas políticas y las medidas reglamentarias referentes a pensiones, rentas, auxilios y cuestiones escolares. La readmisión en el servicio activo no fue tratada por este decreto. El gobierno austríaco comunicó que estas medidas fueron tomadas con un espíritu de reconciliación para dejar libre el camino a todos los ciudadanos que, habiendo estado hasta aquel momento apartados, quisieran colaborar en la reconstrucción de la patria y asegurar con ello la paz interior y exterior del país.
Para la ejecución de las medidas convenidas, que fueron mencionadas en la declaración oficial sobre la reunión en Berchtesgaden, algunos acuerdos más estaban a punto de realizarse. Entre otros se pueden citar la reforma de la ley de prensa, por la cual debían ser claramente delimitados los distintos puntos del Convenio de Prensa de julio de 1936, y las disposiciones para la liquidación definitiva de las oficinas ilegales del partido nacionalsocialista en Austria y las referentes a la cuestión de los legionarios austríacos refugiados en Alemania, inclusive el trato al que serían sometidos en el caso de su eventual regreso a Austria.
Al tomar posesión de su cargo, el Ministro Dr. Seyss-Inquart agradeció al Secretario Dr. Skubl la buena voluntad para ayudarle en su labor haciendo constar que, como anteriormente, continuaría con el cargo de jefe experto del departamento de Seguridad. La posibilidad de volver a la unificación orgánica de la administración interior (esto es, a la reunión del servicio de Seguridad con los otros negociados de la administración interior), en relación con los resultados obtenidos en la conversación de los jefes de ambos Estados alemanes, sea una prueba satisfactoria de que el camino para la pacificación interior había comenzado con buen éxito. El ministro esperaba que los empleados cumplirían su deber conforme a las tradiciones del pueblo alemán y de la patria austríaca. La actitud política era cuestión que correspondía determinar a los órganos competentes con arreglo a la constitución. El Dr. Seyss-Inquart no concedía a nadie en Austria el derecho de velar por los intereses nacionales con mayor exactitud y celo que él mismo.
Sobre la conversación de Berchtesgarden ambos signatarios no descuidaron de exponer su parecer, pero mientras que la declaración de Adolf Hitler ante el Reichstag, el 20 de febrero, mostraba claramente la firme voluntad de cumplir las obligaciones contraídas, el discurso de Schuschnigg pronunciado cuatro días más tarde ante el Parlamento austríaco, reunido en sesión extraordinaria, dejó la impresión, en todos los que tuvieron ocasión de oírle, de que la interpretación era distinta a lo acordado.
Discursos
Para convencerse es suficiente comparar ambos discursos.
El Führer dijo:
“Las dificultades, que se habían producido al implantarse el acuerdo del 11 de julio, obligaron a intentar la eliminación de todas las equivocaciones y obstáculos que se oponían a una conciliación definitiva. Pues, era evidente que una situación, que había llegado a ser insoportable, un día podía convertirse, quisiéramos o no, en la causa de una gravísima catástrofe. Ya no está más en el poder de los hombres el oponer resistencia a una fatalidad que se ha puesto en marcha por desidia o torpeza. Me complazco en hacer constar que esta realidad corresponde al criterio del canciller austríaco, a quien invité a visitarme. Idea y propósito tenían por finalidad laxar la tirantez de nuestras relaciones de tal modo que, dentro del marco de las leyes vigentes, se le concedieran los mismos derechos de que gozan los demás ciudadanos también a aquella parte del pueblo austro-alemán con ideología nacionalsocialista. En relación con ello habría de producirse una gran acción pacificadora mediante una amnistía general y una mejor inteligencia entre ambos Estados, gracias a una unión amistosa y más estrecha en todos los campos de la colaboración política, personal y económica. Todo esto es un complemento del acuerdo del 11 de julio. Ante el pueblo alemán quiero expresar al canciller austríaco, desde aquí, mi sincero agradecimiento por la calurosa y cordial solicitud con que ha aceptado mi invitación, esforzándose por encontrar junto conmigo una solución que redunde tanto en interés de ambos países como en el del pueblo alemán entero, de ese pueblo del cual todos somos hijos. Yo creo que con ello hemos aportado una importante contribución también a la paz europea.”
El canciller austríaco, en su discurso del 24 de febrero, en tono muy distinto dijo:
“La paz alemana, como yo quiero designar el convenio firmado, de nuevo abre expresamente el camino a todos los que se han reconocido como partidarios de la idea nacionalsocialista para una colaboración con los demás, siempre que su credo político esté en consonancia clara, sincera e inequívoca con los principios de la Constitución, que según la voluntad de Engelbert Dollfuss, ha creado la Austria independiente y autónoma, alemana y cristiana, socialmente organizada y autoritariamente dirigida, además, en consonancia con las leyes fundamentales del Frente Patriótico junto al cual en Austria no hay ni puede haber ningún partido u organización política, dentro de las que cuidaremos, bajo la inconmovible solidez de sus principios fundamentales, de que todo el mundo goce de iguales derechos. Esto será la misión del Frente en las próximas semanas. La observancia de las leyes austríacas y con ella la de la ley sobre el Frente Patriótico y el reconocimiento de la Constitución austríaca es -en el acuerdo de febrero de 1937 sobre política interna de Austria lo mismo que en el presente concluido entre ambos países- la condición previa expresamente establecida e inequívocamente formulada de la colaboración.
Del lado del Reich alemán, se repitió la promesa de tomar las disposiciones más decisivas para no inmiscuirse en los asuntos de la política interior de Austria de modo tal que el gobierno de Alemania está dispuesto a tomar aquellas medidas que impidan la intromisión de los centros políticos alemanes en las cuestiones internas de Austria; se convino y fijó que la organización en Austria, hasta ahora ilegal, no podría contar en modo alguno con la protección de los centros extra-oficiales o con la tolerancia por parte del Gobierno de la Confederación sino que, por el contrario, cualquier actuación ilegal caería bajo las penas previstas por las leyes vigentes; este es un hecho claramente determinado que por una razón especial parece ser digno de tenerse en cuenta.
He hablado de una paz sincera. No la habría sido si en Austria hubieran tenido razón aquellos que hasta hace poco tiempo aun hablaron de la nulidad de la Constitución austríaca y de los perjuros del Gobierno austríaco, de violencia y terror y de la reaparición del partido. Ha sido una paz sincera porque los principios, que nosotros hemos representado siempre en relación con la Constitución del Estado y del Frente Patriótico, han quedado invariables incluso respecto a los fundamentos de nuestra organización estatal. Sabemos exactamente que pudimos ir y fuimos hasta aquel límite detrás del cual existe clara y terminantemente un ‘hasta aquí y no más allá.’ No hemos temido alcanzar este límite porque nosotros, confiados en la palabra y en la personalidad del Führer y Canciller que rige con éxito los destinos del gran Reich alemán, nos hemos decidido a emprender junto con él un camino que, consecuentemente seguido, puede resultar, según nuestra firme convicción, de gran beneficio para el país austríaco y para el pueblo alemán entero, sirviendo también a los intereses de la paz europea.
Atribuyo gran valor a la declaración de que me encuentro dispuesto, plenamente consciente de la responsabilidad y atendiendo con el mayor cuidado los intereses vitales y la existencia pacífica de nuestra patria, a cumplir la palabra dada por parte de Austria, sin segunda intención y con absoluta claridad. Yo y todos nosotros seremos felices si este período penoso y lleno de sacrificios que terminó con un día duro el 12 de febrero de 1938 ha de llevar por fin a una verdadera paz alemana, una paz que, conservándola y profundizándola, compensará los sacrificios hechos.
La cuestión austríaca
Y ahora volvamos hacia la parte puramente austríaca de la cuestión.
Los fundamentos de la estructura de nuestro Estado son tan claros y se han discutido tan frecuentemente, la invariabilidad de aquella orientación, que bajo el signo de Dollfuss se nos señaló de modo tan evidente, se ha recalcado ya tantas veces, que tampoco es necesario ni repetirla ni subrayarla más en este momento. Yo exhorto a todos los austríacos conscientes de los problemas actuales a comenzar desde el día de hoy una nueva vida política común y efectiva en la cual, conservándose fieles a nuestros principios, se le garantice a cada uno la mayor libertad posible, siempre que se mueva dentro de los límites trazados por el Frente Patriótico, y dentro de los cuales nadie debe temer coacción alguna sobre su opinión personal, mientras que no vaya contra las bases y leyes fundamentales del Estado.
Pido, especialmente a los antiguos y fieles paladines del pensamiento austríaco, cuya misión es en estos momentos más necesaria que nunca, el agruparse alrededor de la bandera de la patria y mantenerla enhiesta, con celo incansable, siguiéndola imperturbables, unidos y conscientes. A su obra corresponde en primera línea el llevar adelante la actividad ineludible del Frente Patriótico en el país, ahora necesaria más que nunca para arraigar en el corazón y en el pensamiento del último austríaco la noción de los valores que están en juego. Es hora ya de arrojar al cuarto de los trastos viejos los tópicos de una época pasada. Clerical y anticlerical son conceptos cuyas luengas barbas blancas no debieran conmover más a los hombres conscientes de su tiempo y mucho menos a los jóvenes; liberal, como su concepto antagónico, revolucionario, son ya imágenes que sólo deben ser usadas cuando el que las emplea explica lo que con ellas quiere decir. Pero quien habla de socialismo o de nacionalismo y quien ante el altar de su pensamiento esté acostumbrado a reverenciar al socialismo nacional tenga presente que la consigna en Austria no es nacionalismo o socialismo, sino “patriotismo”. Y todo lo que sea sano entre los diversos pensamientos y programas encontrará sitio en el primer movimiento nacional y social de la patria, en el Frente Patriótico”.
Como se ve, mientras que en Berlín se esperaba haber alcanzado la igualdad de derechos para el Partido Obrero Alemán Nacionalsocialista austríaco, en Viena se creía haber terminado con la oposición nacional mediante su admisión en el Frente Patriótico cuya bandera era la de una susodicha “Austria independiente”. Por eso el discurso de Schuschnigg se recibió en Alemania muy fríamente y no sin decepción. No obstante, se creyó ver una cierta garantía en el hecho de que el correligionario Dr. Seyss-Inquart tenía a su cargo la política interior de Austria.
Pero esta tergiversación por parte de Schuschnigg, si es que no se quiere hablar de deslealtad, no hizo esperar por mucho tiempo su efecto fulminante.
El falso plebiscito
Con motivo de una asamblea de los funcionarios pertenecientes al Frente Patriótico en Innsbruck, el Canciller austríaco proclamó el 9 de marzo la celebración de un plebiscito que habría de tener lugar el domingo siguiente y cuyo lema era: “Por una Austria libre y alemana, independiente y social, cristiana y unida. Por la paz, el trabajo y la igualdad de derechos de todos los que sean fieles al Pueblo y a la Patria.”
Schuschnigg, contra todo principio político, tomó esta decisión sin dar conocimiento de ella al Gobierno y ni siquiera al ministro de la Gobernación bajo la autoridad del cual se efectúan las elecciones en todas las naciones del mundo. Según rumores, al tomar tan grave decisión, los consejeros de Schuschnigg eran el ministro de Educación Pública, Perntner, el ex-ministro de Comercio, Stockinger, el alcalde-presidente de Viena, Schmitz, y el Gobernador Civil de la Baja Austria, Reither.
Esta inaudita resolución no pudo menos que provocar en Berlín viva reacción, tanto en los círculos políticos como en la prensa, ya que la consigna fijada para el plebiscito era contraria al acuerdo de Berchtesgaden y a su espíritu de reconciliación y fue considerada en Berlín como poco caballerosa. Pero la indignación creció cuando se supo que el reglamento del plebiscito fue dado a conocer no por el ministro responsable sino por Zernatto, delegado de Schuschnigg en el Frente Patriótico, como sigue:
“Para cada distrito electoral se constituirían comisiones plebiscitarias según las indicaciones del gobernador respectivo o del alcalde de Viena. Estas comisiones serían compuestas de un presidente y de dos o cuatro adjuntos. En cada caso figuraría un representante de los patronos y otro de los obreros, y de ampliarse el número de adjuntos, uno de estos debería ser una mujer. Todos los miembros de la Comisión plebiscitaria debían pertenecer al Frente Patriótico, a ser posible funcionarios. De acuerdo con las instrucciones del gobernador sería regulado el empleo de secretarios. Asimismo, el gobernador fijaría el comienzo y el fin del plebiscito. Como documento para la votación servirían las tarjetas de asociados al Frente Patriótico, Unión de Labradores, Unión obrera, Confederación de Trabajadores austríacos o simplemente tarjeta de identificación, cédula personal o de inscripción en la policía; en todo caso documentos que sirvieran para la identificación personal. En el documento presentado un sello visible justificaría la votación. Todo el que fuera conocido personalmente de la mesa electoral podía también ser admitido a la votación sin documento alguno. Las personas que entraran en el local debían presentar sus documentos al presidente de la mesa. Todos los ciudadanos austríacos nacidos hasta el año 1914 tenían derecho a voto, esto una vez demostrado, se sellaría el documento presentado por el votante quien personalmente depositarían su sobre. Cumplido el acto, debía abandonar el local. Allí donde lo ordenara el gobernador, se pondría una lista de aquellas personas que hubieran emitido su voto. La papeleta oficial de votación sería de dimensiones corrientes, 5 X 8 cm., impresa por un lado con la palabra “Si”. Aquellos que votaran en contra tenían que escribir a mano una papeleta del mismo tamaño con la palabra “No”.
Como se ve, no había ni lista de electores ni control alguno. Por el contrario, todo elector, que estuviera en poder de varios documentos de legitimación tenía la posibilidad de ir de una mesa a otra y votar repetidas veces. Como en las mesas electorales no había más que papeletas con “Si”, todo votante contrario tenía que llevar una papeleta de las dimensiones estipuladas con el “No”, siendo así reconocido inmediatamente. Como, además existía la posibilidad de entregar la papeleta abierta, el plebiscito perdió su carácter secreto, ya que por otra parte todos los miembros de la mesa tenían que pertenecer al Frente Patriótico. Por último, en todas las oficinas y servicios públicos la votación debía comenzar un día antes y se efectuaría allí mismo con una “libertad” que es bien fácil imaginarse.
Farsa
En estas circunstancias, no es para sorprenderse de que la Prensa del Reich considerara este plebiscito como una “farsa” y en contradicción con los más elementales principios de la democracia; esto fue expresado en artículos de protesta también por muchos periódicos austríacos y extranjeros.
El delegado de la sección política del Frente Patriótico, Dr. Jury, aconsejó a los nacionalsocialistas abstenerse de votar. El 10 y el 11 de marzo se produjeron desórdenes y choques de carácter político, tanto en Viena como en provincias. En Graz fueron movilizadas las tropas del Ejército de la Confederación para contener a la población nacionalsocialista. En diferentes puntos se armó a la Liga de defensa republicana socialista-comunista que antes había sido disuelta. La situación era amenazadora y peligrosa; parecía inminente una guerra civil a estilo de la española.
El presidente de la Confederación, Miklas, no pudo substraerse a las consecuencias de estos sucesos, de modo que el Dr. Schuschnigg se decidió, después de informar al jefe del Estado, el 11 de marzo a las 6 y cuarto de la tarde, de comunicar oficialmente por la radio austríaca a aplazar el plebiscito que se había fijado para el día siguiente. Una hora más tarde el Canciller austríaco presentó su dimisión, diciendo por la radio lo siguiente:
“El día de hoy nos ha puesto ante una grave y decisiva situación. He sido encargado de informar al pueblo austríaco sobre los sucesos de estos momentos. El gobierno alemán ha presentado al Sr. Presidente de la Confederación austríaca un ultimátum perentorio, según el cual el Sr. Presidente debe nombrar como canciller a un candidato que se le propone y formar un gobierno conforme a las indicaciones del Gobierno alemán; en caso contrario, el ejército alemán está preparado para entrar en territorio austríaco. Yo afirmo ante el mundo que son puras invenciones las noticias que se han propagado por Austria de que hubo revueltas obreras, en las cuales la sangre corrió a raudales, sin que el Gobierno se adueñara de la situación imponiendo orden con sus propios medios.
El Sr. Presidente de la Confederación me encarga decir que nosotros cedemos a la fuerza. Como no queremos a ningún precio que corra la sangre alemana, ni aún en esta hora tan grave, hemos dado orden al Ejército austríaco de que, en caso de que la invasión se lleve a cabo se retire sin resistencia alguna y espere las decisiones que luego se tomen. El Sr. Presidente de la Confederación ha confiado el mando del Ejército al general de Infantería e Inspector general de tropas, Sr. Schilhawsky, por mediación del cual las tropas recibirán nuevas instrucciones. Así me despido yo, en estos momentos, del pueblo austríaco, con estas palabras alemanas que expresan mi más ardiente deseo: “¡Dios proteja a Austria!”.
La dimisión de Schuschnigg
La Agencia Alemana de Noticias comunicó por la radio la siguiente rectificación de las razones dadas por el Canciller de la Confederación, Dr. Schuschnigg, para la dimisión:
“Schuschnigg afirma que el Gobierno alemán ha exigido de Austria la formación de un nuevo gobierno en un plazo perentorio. Esta afirmación de Schuschnigg es falsa. No ha sido el Gobierno alemán el que ha presentado este ultimátum sino que han sido los centros austríacos y los ministros de su Gobierno los que en vista de la situación, cada vez más aguda en Austria, le han expuesto al Sr. Presidente las demandas que constan en dicho ultimátum. Schuschnigg afirma, además, que el Gobierno alemán ha exigido en forma perentoria del Sr. Presidente la formación del gabinete según las indicaciones del primero. Tampoco esto corresponde a la verdad, ya que son los círculos gubernamentales de Austria, los que, con pleno conocimiento de la situación en su país, han presentado tales demandas al Sr. Presidente. Por último, el Canciller de Austria afirma que es pura invención el que hayan estallado desórdenes en Austria y que el Gobierno no sea dueño de la situación. en todas las noticias sobre Austria, que se tienen en todo el mundo, se dice que ya han ocurrido innumerables choques y varios desórdenes. Así, por ejemplo, masas comunistas armadas se estaban preparando para una marcha hacia Viena cuando Schuschnigg leía estas falsas afirmaciones.”
El mismo día, una hora después de haber hablado Schuschnigg, el ministro de la confederación, Dr. Seyss-Inquart, leyó por la radio la proclamación siguiente:
“¡Hombres y mujeres de Austria! ¡Compatriotas alemanes! en presencia de los sucesos de hoy y considerando, sobre todo, los que han de venir, hago constar que yo, como ministro de la Gobernación y Seguridad, hoy me encuentro en mi puesto lo mismo que antes y me siento responsable del mantenimiento del orden y tranquilidad en este país. conjuro a todos a secundarme en esta misión. Es necesario dar prueba de una disciplina especial en las horas y días que se avecinan. Si hoy tuviesen lugar manifestaciones no han de tomar en ningún momento el carácter de demostraciones extremas. Por tanto exhorto a las formaciones de orden y seguridad de los nacionalsocialistas para que cuiden en todos los sitios del orden y de la calma y asimismo para que influyan el este mismo sentido sobre sus correligionarios. Cuento con que todos vosotros apoyaréis por entero las órdenes del Gobierno y que os pondréis a sus órdenes. Especialmente, os recuerdo que en ninguna forma se debe intentar la menor resistencia contra la entrada eventual del Ejército alemán, no siquiera por parte del Gobierno, antes por el contrario, el deber más importante en estos momentos es la conservación del orden y la tranquilidad en el país. Mantenéos firmes, uníos y ayudad a la conservación de un porvenir más feliz.”
Al mismo tiempo, Seyss-Inquart dirigió al Führer y Canciller alemán el telegrama siguiente: “El Gobierno provisional de Austria que, después de la dimisión del gobierno Schuschnigg, considera como su misión la de restablecer el orden en el país, dirige al gobierno alemán el apremiante ruego de apoyarle en su labor y de ayudarle a impedir el derramamiento de sangre. Para este fin ruega al Gobierno alemán el envío inmediato de tropas.”
Nuevo gobierno En la noche del 11 al 12 de marzo de 1938, desde el balcón de la cancillería, fue dado a conocer por el Presidente de la Confederación el nombramiento del nuevo gobierno nacionalsocialista, compuesto como sigue: Canciller y Ministro de la Defensa nacional, Dr. Artur Seyss-Inquart; Vice-canciller, Dr. Edmund Glaise-Horstenau; Ministro de Relaciones Exteriores: Consejero ministerial Dr. Wilhelm Wolf; Ministro de Justicia, Dr. Franz Hueber; Ministro de Educación, Prof. Dr. Oswald Menghin; Ministro de Previsión social, Dr. Hugo Jury; Ministro de Hacienda, Dr. Rudolf Neumayer; Ministro de Agricultura, Ing. Anton Reithaller; Ministro de Comercio, Dr. Hans Fischböck. Además, el Presidente de la Policía de Viena, Dr. Michael Skubl fue nombrado subsecretario de Estado y agregado al Canciller como su delegado en las cuestiones de Seguridad.
El 12 de marzo, a las 12 en punto, el Dr. Joseph Goebbels dio lectura desde el Ministerio de Propaganda de Berlín, en presencia de los corresponsales de la Prensa extranjera, a la siguiente proclamación del Führer y Canciller de Alemania:
“¡Alemanes!
Con profundo dolor hemos sido testigos, desde hace muchos años, de la suerte de nuestros compatriotas de Austria. Una unión histórica perenne, que por primera vez fue interrumpida el año 1866 y que experimentó una nueva confirmación por la guerra mundial, ha juntado a Austria, desde tiempos inmemoriales en la comunidad de destino del pueblo alemán. Las penas que ese país ha sufrido, primero venidas de fuera y luego surgidas en su interior, las hemos sentido como propias, de la misma manera que nosotros sabemos también que millones de austro-alemanes han sentido con la misma aflicción las desgracias de Alemania.
Cuando en Alemania, gracias a la victoria de la idea nacionalsocialista, la nación encontró de nuevo el camino para llegar a ser un gran pueblo orgulloso y consciente de sí mismo, comenzó en Austria un nuevo período de sufrimientos y de las más amargas tribulaciones. Un régimen, al cual le faltaba toda forma legal, intentó mantener, mediante los medios más brutales del terror y de las penas corporales y económicas, una existencia rehusada por abrumadora mayoría del pueblo austríaco. Y así, nosotros, todo un gran pueblo, tuvimos que ver que más de seis millones de seres de nuestra misma raza fueran oprimidos por una minoría muy inferior en número que supo sencillamente apoderarse de los medios necesarios de fuerza para ello. A la privación y amordazamiento políticos correspondía una ruina económica del país que estaba en tremenda contraposición con la prosperidad de la nueva vida en Alemania. ¿Quien podría tomarlo a mal que estos infelices compatriotas habrían de dirigir su mirada ansiosa hacia Alemania, hacia aquella Alemania a la cual sus antepasados habían estado unidos durante siglos, con la cual lucharon juntos en la más tremenda de las guerras de todos los tiempos, cuya cultura era también su cultura, a la cual ellos mismos habían contribuido con producciones propias del más alto valor? Ahogar estos sentimientos no quería decir otra cosa que condenar a cientos de miles de seres humanos al sacrificio espiritual más hondo. Si bien, hace unos años estos sufrimientos se podían llevar con paciencia, con el crecimiento del prestigio de Alemania se hizo también más vehemente el deseo de eliminar este yugo.
¡Alemanes! En los últimos años traté de poner sobre aviso a los exgobernantes de Austria que era malo el camino elegido por ellos. La creencia de poder despojar al hombre para siempre del amor a su pueblo de origen por la opresión y el terror sólo pudo caber en la mente de un enajenado. La historia europea enseña que en tales casos sólo se cría un fanatismo mayor. Este fanatismo impulsa a los opresores a emplear métodos cada vez más duros que, a su vez, no hacen más que aumentar el odio y la repugnancia de los oprimidos. He seguido intentando convencer a los gobernantes austríacos responsables de que para una gran nación a la larga es imposible, por indigno, ver constantemente que seres de su mismo pueblo, por su fe en el, por su origen o por su adhesión a una idea, sean oprimidos, perseguidos y encarcelados. Más de 40.000 fugitivos ha tenido que acoger Alemania, otros 10.000 han pasado a las prisiones, cárceles y campos de concentración de ese pequeño país de Austria; cientos de miles han quedado arruinados y reducidos a la miseria. Ninguna nación del mundo podría tolerar a la larga este estado de cosas en sus fronteras, o no merecería sino ser despreciada.
En 1936 me esforcé en hallar un camino cualquiera, gracias al cual se pudiera aliviar el trágico destino de este pueblo alemán hermano, para llegar así acaso a una reconciliación efectiva. El convenio del 11 de julio se firmó solamente para infringirlo inmediatamente después. Como antes, reinaba la carencia de derechos de la inmensa mayoría de los austríacos sin que se modificara tampoco su indigna situación de parias del Estado. Quien abiertamente se declaraba adicto al pueblo alemán era perseguido, fuese obrero nacionalsocialista o jefe benemérito de la guerra mundial. Por segunda vez intenté llegar a un entendimiento. Me esforcé en hacer comprensible al representante de este régimen que, sin estar investido de poder legítimo, se presentaba frente a mí - el Führer elegido por el pueblo alemán - que a la larga ese estado de cosas sería imposible, puesto que la indignación creciente del pueblo austríaco no podría subyugarse eternamente con una fuerza cada vez mayor y que, a partir de cierto momento, también llegaría a ser insoportable para el Reich contemplar en silencio esa tiranía. Si hoy la solución de problemas coloniales depende del derecho de disponer de sus destinos de los pueblos inferiores afectados, es intolerable que 6.5 millones de ciudadanos pertenecientes a un pueblo de antigua y gran cultura estén prácticamente desprovistos de este derecho por la clase de régimen al cual están sometidos. De allí que yo haya querido lograr por un nuevo convenio el que en este país se concedieran a todos los alemanes los mismos derechos y se les impusieran obligaciones iguales. Este convenio debía ser el complemento del tratado del 11 de julio de 1936.
Algunas semanas más tarde, por desgracia, pudimos comprobar que los hombres del Gobierno austríaco, que acaba de caducar, no estaban dispuestos a cumplir este tratado conforme a su espíritu sino que, con objeto de procurarse una coartada para sus continuas violaciones a la igualdad de derechos de los alemanes austríacos, se urdió una demanda de plebiscito destinado a privar definitivamente de sus derechos a la mayoría de los ciudadanos de este país. La modalidad de este expediente debía ser única: Un país que desde hace muchos años no ha tenido más elecciones, que carece de todos los comprobantes para la inclusión de todas las personas con derecho a voto convoca a unas elecciones que deben verificarse dentro de tres días y medio, apenas. No existen ni listas ni tarjetas electorales. No es posible probar si las personas tienen o no derecho a voto, ni existe obligación del secreto electoral, ni garantía para la ejecución imparcial de la elección, ni seguridad en el escrutinio de los votos, etc.
¡Si estos son los métodos para dar a un régimen el carácter de legalidad, entonces nosotros los nacionalsocialistas en el Reich durante 15 años solamente hemos sido unos locos! Hemos pasado por cientos de luchas electorales y sólo a costa de grandes esfuerzos nos hemos conquistado la aprobación del pueblo alemán. Cuando al fin fui llamado al gobierno por el inolvidable Presidente del Reich, yo era el jefe del partido más fuerte de Alemania. Desde entonces me he esforzado siempre en que la legalidad de mi existencia y de mi actuación sea confirmada por medio del pueblo alemán, que siempre me la ha ratificado. Pero si los métodos que el Sr. Schuschnigg quería emplear son los justos, entonces también el plebiscito del territorio del Saar fue sólo una traba puesta a un pueblo al que se quería impedir su retorno a la madre patria. ¡Pero, nosotros somos de otra opinión! Pienso que debemos estar todos muy orgullosos de que precisamente con motivo de este plebiscito en el Saar hayamos recibido de una manera innegable la confianza del pueblo alemán.
Contra este intento de un fraude electoral, si precedente, por fin, en Austria misma se ha levantado el pueblo alemán. Si esta vez el gobierno intenta anular a viva fuerza el movimiento de protesta, el resultado sólo podrá ser una guerra civil. El Reich alemán, de hoy en adelante, no está dispuesto a tolerar que alemanes sean perseguidos en territorio austríaco a causa de sus sentimientos de adhesión hacia la nación alemana o por su profesión de fe a determinadas concepciones ideológicas. ¡Sólo quiere tranquilidad y orden! Por tanto, me he decidido a poner la ayuda del Reich a la disposición de millones de alemanes en Austria. ¡Desde hoy por la mañana marchan por todas las fronteras austro-alemanas los soldados del Ejército alemán! Los grupos de tanques, las divisiones de infantería y las secciones de la SS, tierra, y la aviación militar alemana, en el cielo azul, serán los fiadores -expresamente llamados por el nuevo gobierno nacionalsocialista en Viena- de que por fin se le ofrezca al pueblo austríaco dentro del más breve plazo, la posibilidad de organizar su futuro y con ello su propio destino por medio de un verdadero plebiscito.
¡Detrás de estas tropas están también la voluntad y la firme decisión de la Nación alemana entera! Yo mismo, como Führer y Canciller del pueblo alemán, me sentiré feliz de poder pisar, como alemán y ciudadano libre aquella tierra que también es mi patria. El mundo debe convencerse de que el pueblo alemán en Austria está viviendo en estos días horas de la más feliz alegría y de la más profunda emoción. En los hermanos, que han acudido en su ayuda, el pueblo austríaco ve a los salvadores del intenso peligro.
¡Viva el Reich nacionalsocialista! ¡Viva la Austria alemana nacionalsocialista!”
El Führer en Austria
En la tarde del histórico 12 de marzo, el Führer emprendió un viaje en automóvil a Austria, delegando en Hermann Goering sus funciones durante su ausencia de Berlín. A las 3.50 de la tarde, el Führer atravesó la frontera austríaca en Braunau del Inn, su pueblo natal, entrando en Linz a las 8 de la noche. El Canciller de Austria, Dr. Seyss-Inquart, le dio la bienvenida con la alocución siguiente:
“¡Mi Führer! ¡En este momento tan transcendental para el pueblo alemán y de tanta importancia para el desenvolvimiento de la historia de Europa, yo personalmente y conmigo la patria entera, por primera vez en Austria, os saludo mi Führer y Canciller del Reich! Ha llegado el momento en el cual, a pesar del dictado de paz, de la opresión, de la envidia e incomprensión de todo el mundo, se han vuelto a unir definitivamente alemanes con alemanes. Hoy, todos los alemanes están unánimemente decididos a mantenerse al precio de cualquier lucha y sufrimiento como un solo pueblo unido. El camino ha sido difícil, duro y lleno de sacrificios; ha pasado a través del descalabro más trágico del pueblo alemán, pero, precisamente, de ahí surgió la idea, grande y magnífica, de la indivisibilidad de nuestra comunidad de destino, la conciencia de un pueblo pletórico de vida, la idea del nacionalsocialismo.
Mi Führer, habréis sabido, como hijo de este país fronterizo, de la miseria y desgracia del pueblo. El conocimiento de esto os hizo nacer de la genial idea de arriesgarlo todo para ayudar al pueblo alemán a salir de su más grave descalabro y lo habéis conseguido. Sois el Führer de la Nación alemana en la lucha por el honor, la libertad y la justicia. Ahora, nosotros, los austríacos como alemanes hemos reconocido para siempre con libertad, franqueza e independencia este gobierno y al mismo tiempo, declaramos solemnemente que queda sin efecto al artículo 88 del Dictado de Paz. El poderoso ejército del Reich avanza en nuestro país, agasajado con las manifestaciones de entusiasmo que le tributan los austríacos. Los soldados alemanes saludan a las provincias austríacas no en son de sus agresores sino como confirmación clara y definitiva de que el pueblo alemán entero se halla dispuesto a asegurar la existencia del Reich alemán ante el mundo y a protegerle para siempre sus intereses. El Reich, alemán en su pueblo, tiene como meta el orden, la paz y la libertad de los pueblos; ¡nosotros nos encontramos en el umbral de su palingenesia y Adolf Hitler es su Führer! Nosotros austríacos os lo agradecemos. Yo, en mi calidad de hombre modesto sólo puedo decir sencillamente que de lo íntimo del corazón os lo agradecen millones de austríacos. Hemos luchado siempre a vuestro lado como nos lo permitía nuestro radio de acción en este país fronterizo, perseverantes hasta los extremos de la tolerancia. Creo que hasta el último momento hemos servido la buena causa. Ahora os saludamos con el regocijo de todos los corazones alemanes. ¡Salve, mi Führer!”
Adolfo Hitler contestó así:
“¡Alemanes! ¡Compatriotas! ¡Sr. Canciller! Agradezco vuestras frases de bienvenida, pero en particular agradezco a todos vosotros que os habéis congregado aquí y dais testimonio de que no es voluntad y deseo de unos pocos fundar este gran Reich del pueblo alemán, sino deseo y voluntad del pueblo alemán entero. Quieran ver aquí, esta noche, algunos de nuestros conocidos investigadores internacionales de la verdad ver la realidad de las cosas para reconocerla después ante el público y comunicarla a los demás.
Cuando un día salí de esta ciudad, llevaba dentro de mí exactamente la misma fe firme que hoy me anima. Consideren Uds. la inmensa emoción que me embarga al ver realizado, después de tantos años, este anhelo. Cuando la Providencia me llamó un día fuera de esta ciudad para dirigir los destinos del Reich incluso debió confiarme una misión y esta no pudo ser otra que la de devolver mi querida patria al Reich alemán. He creído en esta misión, por ella he vivido y luchado y, me parece, que ahora la he realizado y vosotros sois testigos. ¡Si, todos vosotros sois testigos y fiadores de ella!
No sé qué día seréis llamados, pero espero que no esté muy lejano. Tendréis vosotros que responder con vuestra propia fe y creo que entonces podré aludir con orgullo a mi patria ante el resto del pueblo alemán. Ese resultado demostrará a todo el mundo que cualquier intento ulterior de desunir a este pueblo será inútil. Así como vosotros os comprometeréis a contribuir a ese futuro alemán, así también toda Alemania está dispuesta a contribuir al mismo fin y ya lo está haciendo en el día de hoy. Ved en los soldados alemanes, que en esta hora avanzan de todas las provincias del Reich, combatientes dispuestos al sacrificio y deseosos de él en aras de la Unidad del pueblo alemán entero, de nuestra libertad, de el poderío de nuestro Reich, de su grandeza y esplendor, ahora y siempre. ¡Salve Alemania!”
Protestas
Al día siguiente, 13 de marzo, los gobiernos inglés y francés, aludiendo a ciertas noticias transmitidas de Viena por sus embajadores, protestaron contra la coacción ejercida por el Reich alemán en los asuntos interiores de Austria. El Gobierno alemán rechazó esta protesta como inadmisible procediendo al mismo tiempo a una rectificación de las informaciones de ambos gobiernos, calificadas como falsas.
La “Correspondencia diplomático-política alemana”, órgano oficial de la Wilhelm Strasse, escribió:
“Las protestas presentadas por Inglaterra y por Francia contra la obra de unidad alemana, y, por lo tanto contra el principio de libertad, no puede ser recibida en Alemania sino con incomprensión absoluta. Semejantes protestas habrían estado en su lugar antes, cuando fue dictado un Tratado de Versalles en contradicción con los Puntos de Wilson, solemnemente aceptados. Pues, disgregaban arbitrariamente y despiadadamente al pueblo alemán o le sometían a la responsabilidad de terceros contra la voluntad expresa de los afectados. Para quien hoy conviva la alegría de liberación del Pueblo alemán en Austria, desde el lago de Constanza hasta el lago de Neusiedler, tales protestas sólo pueden servir como documento de aquel espíritu que dividió el mundo desigualmente, impidiendo por lo tanto la concordia entre las naciones. Si es exacto que la tensión del estado de cosas en la Austria alemana -que no ha podido ser evitada a pesar de los repetidos intentos del Reich- fue un factor perturbador de la paz, como lo afirma constantemente la Prensa extranjera, en ese caso esa prensa lógicamente debiera sostener la opinión de que gracias al arreglo entre Alemania y Austria se ha eliminado un factor de intranquilidad en Europa, contribuyendo a la causa de la paz!”
Ya el 11 de marzo, el Führer por mediación de su embajador extraordinario, el Príncipe de Hessen, había hecho entregar un escrito al Presidente del Consejo de Ministros de Italia, Benito Mussolini, en el cual en primer término le daba un resumen de los últimos acontecimientos en Austria, concebido de igual modo que en la proclamación, y luego exponía los motivos de su actuación.
El Gran Consejo del Fascismo, bajo la Presidencia de Mussolini, se reunió en asamblea el 12 de marzo, después de la cual fue publicada la comunicación siguiente:
“El Gran Consejo, después de recibir el informe del ministro RR.EE. sobre los acontecimientos austríacos y después de enterarse de los informes detallados de los representantes en el extranjero, en virtud de los cuales se ha podido dar cuenta, día por día, del desarrollo de la situación en sus más mínimos detalles, hace constar que el Gobierno de la Confederación austríaca sólo después de consumado el hecho ha comunicado al Gobierno italiano sobre los resultados de la entrevista de Berchtesgaden y de sus iniciativas ulteriores. No obstante, el Gobierno italiano estaba decidido por su parte y por razones evidentes, a no inmiscuirse en modo alguno en la política interior de Austria y en el desarrollo de un movimiento de carácter nacional cuyo resultado lógico era fácil de prever.
El Gran Consejo destaca en forma especial que el plebiscito, que tan repentinamente fuera convocado por el Canciller Schuschnigg, no sólo no había sido sugerido por el Gobierno italiano sino que a causa de su contenido y de su forma fue expresamente desaprobado tan pronto como se recibieron noticias de su intento.
Estima que lo ocurrido en Austria fue resultado de un estado efectivo, ya existente anteriormente, y la expresión del sentimiento y de la voluntad del pueblo que han sido confirmados de una manera inequívoca mediante las imponentes manifestaciones, que han motivado los acontecimientos.
El Gran Consejo se entera con el más profundo interés de una carta que, con fecha 11 de marzo, Hitler dirigió al Duce y que trata de los acaecimientos en Austria en conexión con las relaciones italo-alemanes.
Por último, el Gran Consejo se da por enterado de la negativa que el Gobierno fascista ha dado a la invitación francesa a una acción común, por entender que dicha acción habría carecido de base y de objeto y solamente habría conducido a un empeoramiento de la situación internacional. Aprueba la línea de conducta propuesta por el Gobierno fascista relativa a los sucesos austríacos e inspirada por una apreciación realista de la situación en armonía con los intereses nacionales italianos.”
El Führer y Canciller del Reich Adolf Hitler, en virtud de la publicación de esta resolución, envió al Presidente del Consejo de Ministros de Italia, Benito Mussolini, el telegrama siguiente: “Mussolini, esto no lo olvidaré jamás. Adolf Hitler.” El Presidente de Ministros italiano contestó como sigue: “Mi actitud está fijada por la amistad de nuestros países unidos por el eje. Mussolini.”
El nuevo plebiscito
El 13 de marzo, el Gobierno austríaco publicó la ley constitucional de la Confederación sobre la reincorporación de Austria al Reich alemán y anunció con este motivo un plebiscito:
“En virtud del artículo III, inciso 2 de la ley constitucional de la Confederación sobre medidas extraordinarias dentro de la Constitución RGBI. Nº.255/1934, el Gobierno de la Confederación ha decretado : Artículo 1º. Austria es un país del Reich alemán. Artículo 2. El domingo, 10 de abril de 1938, tendrá lugar un plebiscito libre y secreto de todos los hombres y mujeres alemanes de Austria, mayores de 20 años, sobre la reincorporación al Reich alemán. Artículo 3º. En el plebiscito decide la mayoría de los votos emitidos. Artículo 4º. Las instrucciones necesarias para la ejecución y complemento de esta ley constitucional de la Confederación serán dadas por decreto. Artículo 5º. (1) Esta ley entra en vigor en el día de su publicación. (2) El Gobierno de la Confederación está encargado de la ejecución de esta ley.”
El Gobierno del Reich proclamó, por su parte, la siguiente ley sobre la reincorporación de Austria al Reich alemán:
“Artículo 1º. La ley constitucional decretada por el Gobierno de la Confederación austríaca sobre la reincorporación de Austria al Reich alemán, de fecha 13 de marzo de 1938, es ley del Reich alemán. Artículo 2º. El derecho actualmente en vigor en Austria continúa en vigor hasta nueva orden. La vigencia de la legislación del Reich en Austria se decretará por el Führer y Canciller del Reich o por el ministro autorizado por él. Artículo 3º. El ministro de Gobernación está facultado, de acuerdo con los ministros respectivos del Reich, para decretar las disposiciones legales y administrativas necesarias para la ejecución y complemento de esta ley. Artículo 4º. La ley entra en vigor el día de su publicación.”
Adolf Hitler, en su viaje a través de Austria y procedente de Linz, entró en Viena en la tarde del 14 de marzo, acompañado por el canciller austríaco; dirigió al pueblo vienés la alocución siguiente:
“¡Compatriotas alemanes! Lo que vosotros sentís en este momento lo he convivido yo hasta lo más íntimo de mi ser en estos últimos cinco días. Se ha concedido a nuestro pueblo alemán el comienzo de una nueva era histórica. Lo que vosotros presenciáis en este instante lo presencia también el pueblo alemán entero. No sólo los dos millones de almas de esta ciudad sino los 75 millones de nuestro pueblo en un Reich uno. Todos vosotros os encontráis profundamente conmovidos con la iniciación de esta nueva época histórica y todos juntos os consagrareis al voto siguiente: ¡Suceda lo que suceda, nadie podrá quebrantar ni desunir al Reich alemán tal como ahora existe! Ni la necesidad, ni la amenaza, ni la fuerza podrán romper este juramento. ¡Esto lo dicen hoy, plenos de fe, todos los alemanes, desde Königsberg hasta Colonia y desde Hamburgo hasta Viena!”
El jefe del distrito Bürckel (Palatinado del Saar) fue comisionado por el Führer y Canciller del Reich para reorganizar el Partido Obrero Alemán Nacionalsocialista en Austria y preparar el plebiscito fijado para el 10 de abril.
Durante la permanencia del Führer en Viena le visitó el Cardenal-Arzobispo de esa diócesis, Dr. Innitzer, expresándole su alegría por la unión de Austria al Reich. Al mismo tiempo declaró que los católicos austríacos colaborarían con todas sus energías en la obra alemana de reconstrucción.
Los directores espirituales de la Iglesia evangélica de Austria acordaron que la Iglesia austríaca es un órgano de la alemana y que las medidas necesarias deben ser dictadas inmediatamente por el Consejo supremo evangélico de Viena y de la Iglesia evangélica alemana de Berlín.
Desde el primer momento en el que el Führer y Canciller pisó tierra austríaca, le fueron tributadas entusiastas ovaciones por parte de la población que, particularmente en su ciudad natal, Braunau, así como en Linz y en Viena, se convirtieron en manifestaciones verdaderamente extraordinarias. El coche, que conducía a Hitler, con gran pena pudo abrirse paso a través de la muchedumbre que le aclamaba. El entusiasmo alcanzó su punto culminante, el 14 de marzo, festejando la liberación en la Plaza de los Héroes, de Viena, en donde se había congregado una multitud de varios centenares de miles de almas.
Primero el Gobernador Dr. Seyss-Inquart, como último jefe superior del Estado confederado de Austria, anunció la ejecución del acuerdo legal por el cual, según la voluntad del pueblo alemán y de su Führer, “Austria es un país del Reich alemán”. Proclamó al pueblo alemán y al mundo entero que Adolf Hitler, como Führer y Canciller, había entrado en aquel momento en el palacio de la antigua capital del imperio, custodia de la corona del Reich. “La Marca Austral ha vuelto al hogar patrio”.
A continuación tomó la palabra Adolf Hitler diciendo que dentro de la comunidad alemana se había realizado una transformación cuyo significado no podrían apreciar totalmente sino las generaciones futuras. Los gobernantes anteriores hablaron a menudo de la misión especial de este país. Un jefe de los legitimistas declaró en una memoria que era misión de la susodicha independencia del país, fundada en los dictados de la paz y dependiente de la merced del extranjero, impedir la formación de una nación alemana verdaderamente grande y con ello cerrar el paso al porvenir del pueblo alemán.
Adolfo Hitler continuó diciendo: “Ahora yo proclamo una nueva misión para el país, que corresponde al mandamiento que en otros tiempos congregó aquí a los colonos alemanes de todas las regiones del antiguo Reich. La más antigua Marca Austral del pueblo alemán debe ser de ahora en adelante el más nuevo propugnáculo de la Nación alemana y con ello del Reich alemán” (Intensos y prolongados aplausos). "Puedo asegurar a sus 68 millones de compatriotas que esta tierra es alemana, que ha comprendido su misión y que la cumplirá. Jamás, ni nadie la superará en fidelidad a la gran comunidad alemana. Después que el Führer expresó su agradecimiento a los miembros del gobierno nacionalsocialista, y en especial al Gobernador Seyss-Inquart, y, además, a los innúmeros funcionarios del Partido y a los incontables idealistas anónimos, que han trabajado para la realización de esta obra". Terminó su alocución con las palabras siguientes: “En este momento puedo dar cuenta al pueblo alemán de la consumación del acto más trascendental de mi vida. Como Führer y Canciller de la Nación alemana y del Reich proclamo ante la Historia la reincorporación de mi patria al Reich alemán”. Terminadas estas palabras resonaron durante largos minutos estrepitosas manifestaciones de alegría y entusiasmo en la amplia Plaza de los Héroes.
A continuación de la fiesta de la liberación tuvo lugar una parada militar de las tropas austríacas, que ya llevaban la cruz svástica sobre el pecho, junto con las tropas alemanas que habían llegado a Viena.
El Dr. Seyss-Inquart fue nombrado por el Führer gobernador de Austria. Las tropas austríacas, conforme a la orden de incorporación al Ejército alemán, prestaron juramento de fidelidad al Führer y Jefe supremo del Ejército.
El Gobierno alemán puso en conocimiento de los gobiernos extranjeros la reincorporación de Austria al Reich alemán, y les comunicó que los representantes diplomáticos de Austria en el extranjero habían recibido instrucciones de ponerse a las órdenes de las representaciones diplomáticas alemanas. El último Ministro de RR.EE. austríaco, Dr. Wolf, transfirió al Ministro de RR.EE. alemán, von Ribbentrop, las funciones del ministerio de RR.EE. austríaco.
En virtud de las disposiciones ejecutivas referentes a la reincorporación de Austria al Reich alemán, se dispuso que el Marco alemán sirviera junto con el Chelín austríaco como medio de pago legal en Austria, fijándose la equivalencia de un Marco alemán a un Chelín y medio austríacos.
Opina el Duce
Benito Mussolini, en un discurso pronunciado en la Cámara italiana el 16 de marzo, al tratar de los acontecimientos de Austria, hizo constar que ésta había dejado de existir como Estado. A continuación, estableció un paralelo entre la reincorporación de Austria al Reich alemán y el movimiento de unificación italiano, de los años 1859 y 1871. También entonces, las tropas piamontesas fueron recibidas no como ejército enemigo sino como ejército nacional. Luego hizo un resumen sobre el desarrollo de la política austro-italiana, comenzada con el tercer gobierno Schober en 1929. Cuando, Dollfuss, en febrero de 1934, se vio obligado a reprimir una insurrección marxista, mandé cuatro divisiones al Brenner; fue este un acto de la más elemental previsión. Ni fue pedido, ni fue agradecido por ningún austríaco. Del año 1934 al 1936, la política italiana se rigió por los protocolos romanos. Al formarse el eje Roma-Berlín, en octubre de 1936, Mussolini hizo hacer notar a Austria que no podía vivir siempre bajo una actitud anti-alemana. El 7 de marzo de 1938, un delegado de Schuschnigg visitó a Mussolini para enterarse de la opinión de éste respecto a la idea de un plebiscito. “Le respondí -dijo Mussolini en el Parlamento- esto es un error, esta bomba le estallará a Schuschnigg en la mano.” Que Italia no haya intervenido ahora es debido a que en ese asunto nosotros no hemos contraído ninguna obligación ni directa ni indirecta. El interés de Italia por la independencia de Austria ha partido de la presuposición de que los austríacos, por lo menos en su mayoría, desean esta independencia.
No se puede hablar de un “peligro alemán” en el Brenner, puesto que, hace siglos, los alemanes se han detenido allí. En la era de las masas humanas, ninguna importancia tiene la geografía política, con sus efímeros Estados enclavados entre varias potencias, sino la geografía nacional. Italia no ha sido perturbada por los acontecimientos ocurridos al otro lado del Brenner, ya que se trata de una frontera intangible entre dos pueblos amigos. Italia tiene plena confianza en la promesa de Adolf Hitler: “Mussolini, esto no os lo olvidaré jamás”. Los enemigos mundiales del Fascismo, en los últimos días, estuvieron acechando el momento en que ambos regímenes totalitarios iban a enfrentarse. En su cálculo demócratas, masones y la Tercera Internacional fueron completamente defraudados. Por el contrario, ha llegado la hora en que el eje Berlín-Roma ha podido ponerse a prueba. Todo el mundo sabe hoy que el eje no es solamente un sistema diplomático sino que se trata de un instrumento firmemente forjado y de eficacia también en momentos extraordinarios.
Los miembros del Reichstag alemán se reunieron en Berlín el 18 de marzo para recibir el informe del Führer y Canciller sobre los acontecimientos de Austria. En su alocución Adolf Hitler declaró que ya en el siglo pasado había surgido el principio de las nacionalidades, nuevo ideal que domina más intensamente al hombre y que sustituye a la antigua concepción del Estado limitado por la casta, condicionado por la religión o fijado por la dinastía. Ya hasta fines del siglo pasado una serie de pueblos logró llevar a cabo su unidad nacional. El único pueblo en Europa al que se la ha negado esta evolución ha sido el alemán. En lugar de los derechos de soberanía nacional de los pueblos, indicada por Wilson, se ha ejercido la más brutal opresión sobre millones de alemanes. Aunque es imposible lograr para todos una reglamentación satisfactoria de la situación territorial y demográfica de Europa, preciso es hacer constar que existen Estados construidos de tal manera que llevan en sí el carácter de una injustificación nacional, consciente y deseada, cuya conservación es posible sólo mediante el empleo de la fuerza bruta.
Ejemplo de semejante violación del derecho de soberanía de 6,5 millones almas ha sido la formación del Estado mutilado de Austria. Con todo, se dispuso, hace algunos años, la celebración de un plebiscito sobre el Anschluss; dio un 95% de votos a su favor prohibiéndose inmediatamente esta demostración pacífica. Lo trágico era que Austria representaba un organismo completamente carente de viabilidad, en proporción desde luego a su espantosa situación económica. Por consiguiente, no debe extrañar que comenzara a propagarse entre los hombres conscientes de la idea nacional un sentimiento de exasperación y de resolución fanática por terminar un día con estos ultrajes. Cuando mayores hubiesen sido los intentos de estos seres oprimidos en transformar su suerte, tanto más habría crecido el terror provocado por esa actitud. Era natural que, al ver en continuo progreso la resurrección del Reich alemán, los compatriotas tiranizados al otro lado de la frontera dirigieran su mirada hacia la gran madre patria. De la misma manera la indignación creció también dentro del Reich a medida que fueron conocidas las continuas persecuciones de que eran objeto los alemanes que vivían en Austria.
Por esta razón, Hitler había decidido llevar a efecto la conocida entrevista de Berchtesgarden. En ella expuso al Sr. Schuschnigg, de una manera precisa y formal, que un régimen carente de toda legalidad estaría en conflicto cada vez más grave con la voluntad diametralmente opuesta del pueblo, coartada de un lado por una repudiación cada vez más intensa y por otro por una tiranía cada vez más feroz. Por último llegaría un momento en que fuera imposible a una gran potencia tolerar estos hechos por más tiempo.
Adolfo Hitler continuó:
“Categóricamente dije al Sr. Schuschnigg, de forma que no dejara lugar a dudas, que no existe un sólo austríaco, con decoro nacional y pundonor, que no anhele, en lo más íntimo de su corazón, la unión con el pueblo alemán. Le rogué ahorrar a la Austria alemana, al Reich y a él mismo una situación que, tarde o temprano, habría de llevar a la más serias complicaciones. En este sentido le propuse vías que podrían conducir a una laxación paulatina de la tirantez interna y como consecuencia a una reconciliación no sólo entre los habitantes mismos de Austria sino también entre ambos Estados alemanes. Advertí al Sr. Schuschnigg que éste era el último intento por mi parte y que estaba decidido, en caso de que fracasara, a salvaguardar los derechos del pueblo alemán en mi patria austríaca con aquellos medios que en todos los tiempos han quedado sobre esta tierra como último recurso cuando la inteligencia humana se cierra a los mandamientos de la justicia.”
Ya en su primer discurso de contestación, Schuschnigg rechazó la mano que se le tendía. Así entonces, era evidente que estaba decidido a romper el acuerdo de Berchtesgaden.
El Führer se refirió luego al plebiscito proyectado por el Dr. von Schuschnigg y lo calificó de impostura electoral sin precedentes y de atentado contra el acuerdo del 12 de febrero de 1938 que se iba a perpetrar contra la mayoría del pueblo austríaco. Esta deslealtad y estas medidas sólo pudieron haber tenido como consecuencia una resolución y un espantoso derramamiento de sangre.
Adolfo Hitler continuó:
“En vista de esto, me decidí a poner fin a nuevos actos de violencia contra mi patria. Dispuse inmediatamente las medidas que me parecieron adecuadas para ahorrar a Austria la desgracia de España. El ultimátum, sobre el cual comenzó a quejarse súbitamente el mundo entero, no era sino la firme aseveración de que Alemania no consentiría por más tiempo una opresión de los compatriotas austríacos y al mismo tiempo una advertencia para evitar que se tomase un camino que ineludiblemente habría llevado a un derramamiento de sangre. Prueba de que mi actitud fue justa es que, al no tener ya más remedio que llevar a cabo las medidas de intervención que habían llegado a ser ineludibles, en un lapso de tres días la patria entera acudió hacia mí, sin un solo tiro y por ende sin una sola víctima. Si yo no hubiera secundado los deseos del pueblo austríaco y de su gobierno nacionalsocialista, con toda seguridad más tarde las circunstancias habrían exigido nuestra intervención. Quise ahorrar a este hermoso país desgracias y sufrimientos infinitos.”
El Sr. Schuschnigg y sus partidarios pueden dar gracias a Dios por esta decisión que salvó la vida a él y a otros 10.000. Hitler puede declarar con satisfacción y orgullo que ha devuelto al Reich un país intacto con moradores radiantes de felicidad.
Adolf Hitler habló después de la reacción del extranjero con motivo de los acaecimientos austríacos. Mientras las democracias se hallaban desconcertadas frente a estos sucesos para los cuales no tuvieron comprensión alguna, varios Estados permanecieron indiferentes o expresaron su más cálida aprobación. Adolfo Hitler mencionó especialmente la actitud de Polonia y la declaración de Yugoslavia. La actitud de Italia debe ser mencionada con más prolijidad. Adolf Hitler se refirió a su carta dirigida al Duce, el 11 de marzo, explicando los motivos de su actuación y expresándole en su nombre y en el del pueblo alemán los más calurosos agradecimientos subrayando que Alemania sabe lo que significa la actitud tomada por Mussolini. Si aún fuese menester una consolidación de las relaciones entre Italia y Alemania, esta se realizó ahora. De una comunidad de ideología y de intereses nació una amistad inquebrantable. Tanto el territorio como las fronteras de esta nación amiga son intangibles para Alemania. El eje que une ambos países ha rendido un eminente servicio a la paz del mundo.
Adolf Hitler declaró al final que el 10 de abril no sólo una parte del pueblo será llamada a dar su asentimiento para la fundación definitiva de un Reich alemán, grande y verdadero, sino que este día, y por primera vez en la Historia, toda la nación alemana- la que actualmente se halla dentro del gran Reich- será convocada para prestar solemne declaración. Además, Adolf Hitler comunicó la disolución del Reichstag y la convocación de elecciones para el nuevo Reichstag el día 10 de abril de 1938.
Así como Hitler en el año de 1933 había pedido al pueblo alemán cuatro años para la resolución de los grandes problemas, así también solicitaba, por segunda vez, cuatro años para poder realizar también la fusión interior ya consumada exteriormente. Vencido este plazo, el nuevo Reich alemán se habrá convertido en una unidad indisoluble.-
Requisitos
El Gobernador de Austria dio a conocer los requisitos relativos al plebiscito del 10 de abril de 1938: tienen derecho a votar todos los hombres y mujeres nacidos hasta el día 10 de abril de 1918 con derechos de ciudadanía austríaca o que, en virtud de la ley de desnacionalización de 1933, perdieron estos derechos y no estén excluidos del derecho al voto. Los judíos quedan excluidos del derecho de votación. Las listas electorales estarán expuestas al público del 27 al 31 de marzo.
El decreto sobre el plebiscito y sobre la disolución del Reichstag y convocatoria de nuevas elecciones decía: “Con objeto de dar al pueblo alemán entero ocasión para manifestar su fidelidad a la Gran Alemania creada por la reincorporación de Austria al Reich alemán, se dispone que, a la par del plebiscito popular en el Estado de Austria, también se celebre uno en el resto del territorio del Reich sobre la reincorporación de Austria al Reich alemán, efectuada el 13 de marzo de 1938. Al mismo tiempo queda disuelto el Reichstag a partir del 9 de abril de 1938 con objeto de que los compatriotas austríacos puedan estar representados en el Parlamento de la Gran Alemania. El plebiscito y las elecciones para el Parlamento del Gran Reich alemán tendrán lugar el domingo, 10 de abril de 1938”. Una ley ulterior acordó que en lugar de la lista de candidatos por distritos se hiciera una que abarcara a todo el Reich.
Se dispuso, además, que las papeletas de elección fueran blancas en el territorio anterior del Reich, verdes en Austria. Las papeletas llevarían impresa las palabras “Si” y “No”, debajo de cada una de las cuales se encontraría un círculo en el que el votante trazaría una cruz de acuerdo con su opinión afirmantiva o negativa. En el plebiscito y en las elecciones en el Reichstag pudieron tomar parte todos los alemanes del Reich y todos los austríacos con derecho a voto. La papeleta contenía, igual para todos, el siguiente texto: ¿Estás de acuerdo con la reincorporación de Austria al Reich alemán consumada el 13 de marzo de 1938 y votas por la lista de nuestro Führer Adolf Hitler?
En las elecciones del Reichstag del Gran Reich alemán corresponde un diputado a cada 60.000 votos. Un excedente que pase de 30.000 votos será considerado como equivalente a la cifra global de 60.000.
El arzobispo de Viena, Cardenal Innitzer, comunicó al delegado del Führer para el plebiscito en Austria, jefe de distrito Bürckel, una declaración del episcopado austríaco, fechada el 18 de marzo, en la que se decía que los obispos austríacos reconocen con satisfacción la excelente labor que ha hecho y está haciendo el movimiento nacionalsocialista en la reconstrucción nacional y económica así como en la política social de Alemania, especialmente en las clases más pobres del pueblo. Los obispos están convencidos de que la acción del movimiento nacionalsocialista alejará el peligro del bolchevismo ateo y destructor, y por tanto bendicen este movimiento y se proponen exhortar a sus fieles para que cooperen en el mismo sentido; el día del plebiscito los obispos estiman como un deber nacional evidente el reconocerse como alemanes del Reich alemán y esperan por tanto que todos los cristianos verdaderos sepan lo que deben a su pueblo. Este manifiesto fue firmado por el arzobispo de Viena, Cardenal Innitzer, el Príncipe-arzobispo de Salzburgo, Waitz, los Príncipes-obispos Hefter y Pawlikowsky y los Obispos Gföllner y Memelauer.
Unos días más tarde el Cardenal Innizer dirigió una carta al jefe de distrito Bürckel en la que hacía relación a la noticia publicada por la prensa extranjera de que el manifiesto del episcopado austríaco estuviera en relación con la visita del Nuncio apostólico al Ministro de RR.EE., von Ribbentrop, y que sólo se debía considerar como un gesto aparente. El cardenal manifestó en dicha carta la declaración del episcopado en el solemne momento histórico de la reincorporación de Austria a Alemania fue completamente espontánea y que estima como indigno de su cargo el tomar actitudes aparentes en este memorable acontecimiento. Por el contrario, la declaración hay que valorarla como el reconocimiento sincero que ha brotado de quienes tienen la misma sangre alemana. El cardenal espera que con esta declaración comience un nuevo período en la vida religioso-cultural del pueblo entero y qué de ahora en adelante se establezca una época de pacificación y de reconciliación entre la Iglesia, el Estado y el Partido.
Hermann Goering
El delegado del Plan Cuadrienal, Mariscal Hermann Goering, se dirigió a Austria el 25 de marzo; visitó primeramente Wels y Linz continuando su viaje hacia Viena por el Danubio. A bordo, entre él y personalidades de los círculos económicos austríacos y alemanes se enfocaron aquellas medidas necesarias a consecuencia de la reincorporación de la economía austríaca a la de Alemania. Además, fueron examinados todos los problemas relativos a la introducción en Austria del Plan Cuadrienal.
El 26 de marzo, el mariscal Goering, en un mitin, efectuado en el vestíbulo de la estación del Noroeste, expuso el programa de reconstrucción para Austria. Entre otras cosas dijo que el Führer había nacido por designio de la Providencia en Austria, pues, como austríaco, su misión había sido la de fusionar Austria al Reich alemán. Ahora Austria es libre y pertenece de nuevo al Reich. Goering describió luego los acontecimientos desde el acuerdo del 11 de junio de 1936 y denominó el plebiscito intentado por Schuschnigg como un enorme fraude electoral que aún sería examinado por parte de los tribunales. Ante el mundo entero habría que demostrar que el resultado del supuesto plebiscito democrático había sido ya determinado con anticipación. Se han encontrado pruebas documentales por las que se deduce que el resultado del plebiscito debía señalar un 97% en favor de Schuschnigg. Llamadas por el nuevo gobierno austríaco entraban en Austria después las primeras tropas liberadoras alemanas. Los soldados no llegaron como enemigos ni conquistadores, sino como hermanos rodeados por el júbilo de un pueblo liberado.
Goering dio luego una ojeada a los resultados que el nacionalsocialismo ha obtenido en Alemania tanto en su política interior como en la exterior. Declaró con insistencia que nadie en Austria debía pensar que los hombres del Reich llegaron para quitar el trabajo a los austríacos. Por el contrario, el cuidará estrictamente de que aquí sólo sean austríacos los que encuentren trabajo y que ellos mismos serán los encargados de la regeneración de su patria. El Reich sólo dará las directrices e instrucciones, pues también en Austria deben entrar en vigor todas aquellas medidas y leyes que han restablecido a Alemania. El lema debe ser: eliminación del paro forzoso en un 100%, y hechos y no palabras.
A continuación Goering dio a conocer los puntos del programa para la reconstrucción económica de Austria.
A la ciudad de Viena es conveniente hacer una seria advertencia, pues con sus 300.000 judíos no puede nombrarse con justo derecho una ciudad alemana; Goering autorizó al gobernador a tomar aquellas medidas que sean adecuadas para poner en manos arias la vida económica y mercantil.
En seguida Goering argumentó contra la afirmación lanzada de que la religión será exterminada y la fe religiosa eliminada. En Alemania no ha sido incendiada ninguna iglesia, ni ningún sacerdote atormentado o retirado por prohibición del ejercicio de sus funciones sacerdotales. Basta sólo con establecer una clara delimitación. La Iglesia tiene sus funciones determinadas, importantes y necesarias que cumplir y el Estado y el movimiento nacionalsocialista tienen otras igualmente importantes y decisivas. En Alemania no se ha prohibido la iglesia católica, sino que se ha suprimido simplemente el partido del Centro y el clero político. Nunca se ha ido contra la Iglesia y mucho menos aún contra la fe religiosa, aún cuando quizá no pueda considerarse a los nacionalsocialistas como directamente ligados a una confesión religiosa. El nacionalsocialista no ha destruido ni la fe ni la religión, sino, al contrario, ha devuelto precisamente la fe al pueblo y desea que éste sea creyente y religioso. Por consiguiente, el movimiento nacionalsocialista dará a la Iglesia aquella protección que le sea necesaria, pero la Iglesia no deberá inmiscuirse en cosas que no son de su incumbencia.
Otra calumnia afirmaba que después del 10 de abril comenzarían las represalias. A muchos correligionarios no les habría faltado derecho y muchos de la otra parte verdaderamente habrían merecido la muerte. En Alemania, sin embargo, no decide sino un solo hombre la vida o la muerte: este hombre es el Führer. Quiérase entender claramente esta advertencia. No se practicará venganza alguna sino se empleará el perdón y la comprensión contra todos aquellos que fueron desviados del buen camino. En cuanto a los Habsburgos y al legitimismo, han pasado ya, una vez por todas, a la Historia; aquellos que aún contaban con los Habsburgos deben comprender ahora que sus antiguas esperanzas han quedado aniquiladas por completo. Si hoy aún conspiran en este sentido, esto significaría un delito de alta traición y de lesa patria que sería sometido al peso de la ley, lo mismo tratándose de un modesto obrero que de un antiguo archiduque.
La campaña electoral
Durante la grandiosa campaña de propaganda electoral para las elecciones del Reichstag de la Gran Alemania, el Führer habló en las últimas semanas del mes de marzo en Königsberg, Danzig, Leipzig, Berlín, Hamburgo, Colonia, Francfort del Meno, Stuttgart, Munich, Graz, Klagenfurt, Innsbruck, Salzburg y Linz. Asimismo muchos ministros y jefes políticos hablaron en numerosísimas ciudades del Reich. Como final de esta acción y a manera de introducción de la histórica campaña electoral, el Ministro Dr. Goebbels proclamó el 9 de abril como el “Día del Gran Reich alemán”. La proclamación tuvo lugar a las 12 del día desde el balcón del Ayuntamiento de Viena. Al mismo tiempo tuvieron lugar en todos los talleres y fábricas de Alemania reuniones de obreros y empleados.
En la noche anterior al plebiscito, el Führer, desde el vestíbulo de la estación del Noroeste en Viena, dirigió el último discurso a la población del Reich y de Austria. Se refirió en primer lugar a todos aquellos que a pesar de los grandes sucesos ocurridos aún creían tener que permanecer apartados. En seguida hizo un resumen retrospectivo del desenvolvimiento de su carrera política haciendo constar que, por no haber participado en el proceso de todos los problemas que se presentaron en una época anterior a aquella en la cual entró él en la escena política, se consideraba por lo tanto sin culpa en sus respectivas soluciones. A continuación de la guerra mundial el pueblo se dividió en dos grupos: burguesía y proletariado. El primero confió en la ayuda de otro mundo burgués fuera de las fronteras alemanas y el segundo cifró todas sus esperanzas en la ayuda de Moscú. Pero ninguno de estos grupos tuvo suficiente fuerza propia para salvar a la nación. 36 partidos, y más aún, expusieron sus programas. Si estos estuvieron en pugna durante décadas significa, con toda seguridad, que ninguno de ellos podía ser acertado. Por el contrario, el programa que Hitler presentó se ganó la voluntad de toda la nación en un espacio de tiempo relativamente corto. Persuadido de que todo pueblo debe buscar dentro de sí la propia ayuda y que solo mediante la unión de ambas corrientes idealistas, el ideal nacional y el ideal social, puede llegarse a la salvación. La comunidad del pueblo alemán no le ha caído a Hitler del cielo, sino por el contrario ha tenido que luchar duramente por ella y ha debido batallar durante años por el espíritu de los alemanes, sin poseer más armas que las de su palabra y su convicción. Si no se quiere ser injusto, hay que reconocer los éxitos de este soldado de la guerra mundial, a la sazón desconocido.
A continuación el Führer dio cuenta de los acontecimientos memorables durante los cinco años de su gobierno: en el primer año se sacudieron las cadenas internacionales, cuando Alemania se retiró en 1933 de la Sociedad de las Naciones y la Conferencia del Desarme. Un año más tarde, el Ejército nacional adquirió proporciones imponentes. Luego tuvo lugar la liberación de la región del Rin. Un año más tarde fue conquistada la igualdad incondicional de derechos y nuevamente un año más tarde se encuentra en Viena y habla a la Nación. A esta nueva ascensión en el poder político e internacional se ha asociado también un incremento económico. En el cuadro de su disertación el Führer recordó la paz social interior, las grandes labores del Frente Alemán del Trabajo y la obra “Fuerza por la Alegría”.
Todo esto es testimonio fehaciente de la verdadera comunidad del pueblo. Cuanto esfuerzo se ha hecho ha tenido por fin que el pueblo alemán no capitulara ante el Extranjero. Si éste cree aún poder poner en aprieto a Alemania, Hitler movilizará la actividad creadora alemana, la potencia de los ingenieros y químicos y entonces Alemania será también independiente económicamente. Sin duda, Alemania, en el corto espacio de cinco años, se ha convertido de un Estado menospreciado en una verdadera potencia mundial que descansa sobre la comunidad del pueblo y está simbolizada por una idea y un movimiento ideológico. Este movimiento y esta Alemania de hoy son obra de sus manos.
Si a alguien se le ocurriera preguntar con qué derecho se encuentra él en Viena, le podría contestar lo siguiente: 1º Este país es un país alemán y sus habitantes son alemanes; 2º Austria, a la larga, no hubiera podido vivir sin el Reich. Esto está corroborado por demostraciones incontrovertibles, de carácter económico y de política demográfica; 3º el pueblo de la Austria alemana no quería separarse del Reich; ni la brutalidad ni el terrorismo de una pequeña minoría han conseguido subyugar la voz de la sangre; 4º si estas razones no bastaran, podría todavía aducir: “¡Esta es mi patria!” Él, Hitler, salió de Linz hacia Viena, siendo aún niño, hasta que de ahí, impulsado por el destino, partió al gran Reich y fue feliz de poder luchar y de sacrificarse, en la guerra, por esta Alemania. Cuando todo el mundo dudaba de Alemania, él luchó y combatió por su pueblo conquistando su confianza; 5º finalmente se encuentra en Viena porque cree valer más que el Sr. Schuschnigg.
El Führer concluyó su gran discurso diciendo que el Creador bendijo manifiestamente su obra y que él, como instrumento en las manos de la Providencia, ha podido devolver su patria al gran Reich. Exhortó, una vez más, a todos los alemanes a suscribir con su adhesión el acta pacífica de la unión.
Los resultados
El 10 de abril tuvieron lugar el plebiscito y las elecciones para el Reichstag de la Gran Alemania. Los resultados fueron los siguientes:
Plebiscito en Austria:
Votos de austríacos residentes en el país mismo (sin contar los votos de los alemanes del Reich con derecho a voto, domiciliados en Austria) sumados a los de austríacos con derecho a voto y residentes en el Altreich (territorio de Alemania anterior a la reincorporación) Número de votantes legales: 4.474.138 votos emitidos: 4.460.778 (99,7%); votos válidos: 4.455.015; votos “Si”: 4.443.208 (99,73% de los votos válidos); votos “No”: 11.807; nulos: 5.763.
Plebiscito en Alemania (Altreich)
Votantes legales: 45.073.303; votos emitidos: 44.872.702 (99,55%); votos válidos: 44.803.096; votos “Si”: 44.362.667 (99,02% de los votos válidos); votos “No”: 440.429; nulos: 69.606. En esta cifra están incluidos los votos de los alemanes del Reich con derecho a voto, y domiciliados en Austria.
Las Elecciones para el Reichstag de la Gran Alemania
El resultado del plebiscito en Austria fue comunicado, por la radio, al Führer y Canciller del Reich, a media noche, desde la Sala de conciertos de Viena, por el delegado para el plebiscito en Austria, jefe de distrito Bürckel.
En su respuesta declaró que esta confirmación histórica de la reincorporación de Austria al Reich es al mismo tiempo la suprema justificación de todo cuanto él ha hecho hasta el presente. En ningún momento de su vida se ha sentido Hitler más orgulloso.
El nuevo Reichstag, conforme a los votos emitidos, comprende 813 diputados. Con los diputados austríacos aumentó la cifra que antes era de 741.
La grandiosa propaganda electoral que en las últimas semanas tuvo lugar bajo la dirección del ministro Dr. Joseph Goebbels ciertamente había hecho prever que el plebiscito sería favorable. Sin embargo éste superó a los cálculos más optimistas mostrando, con toda claridad, que no existe oposición alguna en la nueva Alemania y, a la vez, el cariño del pueblo alemán hacia su Führer. Jamás había mostrado la Nación alemana tan importante uniformidad de votos; incluso se puede decir que jamás pueblo alguno dio pruebas tan visibles, ante el mundo, de mayor solidaridad con su gobierno.
Es necesario tener en cuenta, desde luego, que la propaganda tuvo un carácter unilateral, ya que estaban excluidas todas las manifestaciones contrarias; pero, como personalmente pudieron hacer constar los corresponsales de la Prensa extranjera, el plebiscito fue efectivamente secreto, de modo que cualquier enemigo tenía la posibilidad de poner una cruz en el círculo negativo que correspondía a la palabra impresa “No”. En realidad, unos 450.000 electores (ni siquiera el 1% del censo total) aprovecharon esta ocasión.
Además, el texto de las papeletas contenía, al mismo tiempo que la aprobación de la anexión, la lista para las elecciones del Reichstag. Como apenas se podía pensar que hubiera alguien en el Altreich que se pronunciara contra la reincorporación, la respuesta afirmativa a la segunda pregunta era, por así decirlo, una consecuencia lógica. En Austria la situación era muy diferente, puesto que habría sido posible que una parte de la población votara contra la reincorporación; como esto no ocurrió, se deduce que todos los antiguos partidos de Austria han reconocido la nueva situación creada por Adolf Hitler.
En todo caso, el telón cayó definitivamente el 10 de abril, en este que Benito Mussolini, con una de sus expresiones tan gráficas, ha llamado el “quinto acto del drama austríaco”. El hecho consumado permite probar con justicia y claridad el desarrollo histórico que en el curso de pocos días y ante una impotente y asombrada Europa ha hecho de la república de Austria independiente, cristiana, corporativa y autoritariamente dirigida, un país del Reich alemán al estilo de Baviera, Sajonia, etc...
Recordaremos lo dicho por el Führer en su primer discurso pronunciado en Linz ante sus conciudadanos reincorporados al Reich. “Cuando la providencia me llamó un día fuera de esta ciudad para dirigir los destinos del Reich, incluso debió confiarme una misión y esta no pudo ser otra que la de devolver mi querida Patria al Reich alemán. He creído en esta misión, por ella he vivido y luchado y me parece que ahora la he realizado”. Estas palabras corroboran en forma muy clara que la cuestión austríaca fue siempre uno de los pilares de la política de Adolf Hitler y confirman a la vez el propósito que figura en las primeras páginas de su libro “Mein Kampf”: la reincorporación de su tierra natal al seno del Reich.
Todo lo que ha seguido después ha sido de parte del Führer la consecuencia lógica de este propósito. La propaganda nacionalsocialista en el territorio austríaco, la formación y organización del partido, el socorro a millares de fugitivos que fueron acogidos por el Reich, el intento de convencer al excanciller Schuschnigg de la igualdad de los derechos de todos los austríacos, sin tener en cuenta su posición política, y, por último, la acción diplomática; el conseguir la aprobación tácita de ciertos países entre los más interesados en la paz y bienestar de la Europa central.
El plan de realizar la reincorporación por un desarrollo progresivo, sin el peligro de provocar una guerra civil en Austria y sin complicaciones internacionales, ha sido favorecido por el descabellado intento de Schuschnigg que, en el breve plazo de tres días, sin preparación de listas electorales, sin control público y bajo circunstancias muy dudosas, anunció un plebiscito que tenía que provocar, ineludiblemente, luchas violentas entre la mayoría nacionalsocialista y la minoría gubernamental.
En su discurso de despedida, por la radio, Schuschnigg aseguraba ser dueño de la situación. Esto era una quimera, ya que el movimiento hitlerista no sólo tenía muchos partidarios en la Policía sino también en el Ejército. Pero aún aceptando su autoridad ¿bajo qué circunstancias y con qué resultados para la paz interna se hubiera desarrollado el plebiscito? Todos los que conocían, y yo creo ser uno de ellos, el estado de tensión entre los partidos en Austria reconocían que estaba fuera de duda la amenaza de una guerra civil.
Hitler que, en sus declaraciones del 20 de febrero, en el Reichstag, había expresado claramente su propósito, resuelto atravesó el Rubicón. El Partido nacionalsocialista de Austria se puso en movimiento. El presidente de la Confederación, Miklas, primero tuvo que suspender la celebración de las elecciones e inmediatamente después disolver el gabinete Schuschnigg y reemplazarlo por el Gobierno Seyss-Inquart, constituido en parte por nacionalsocialistas. Este Gobierno pidió la intervención armada del Reich y creó así la base legal de la entrada de las divisiones alemanas en suelo austríaco. El resto ya se conoce. Todo se realizó con un ritmo maravilloso y con una exactitud matemática.
El entusiasmo delirante con que por el pueblo austríaco fueron recibidas las tropas alemanas, y especialmente el mismo Führer, es la prueba más fidedigna de que estaba muerta la república independiente de Dollfuss y Schuschnigg.
Por creerlo oportuno aquí referiré una anécdota que se contaba en Alemania, en los días de la primavera de 1938. Una mozuela austríaca, paisana del Führer, se puso en camino hacia Baviera con el propósito de ver a Adolf Hitler. En Obersalzberg se dirigió a su casa y ya en ella llamó a la puerta. Abrió la hermana de Hitler, quien sospechando una visita inoportuna, al escuchar el deseo de la muchacha, respondióla que el Führer dormía. En el propio instante apareció Hitler en el vestíbulo y oyendo las palabras de su hermana dijo a la joven austríaca: “El Führer no duerme”, diciendo esto tomó en sus manos el álbum de la muchacha y escribió en una de sus páginas las mismas palabras. “El Führer no duerme”.
¿Se puede decir lo mismo de los hombres de Estado y corresponsales extranjeros que hoy lamentan el hecho consumado?
No les ha quedado otra cosa que reconocer el hecho consumado de la nueva unión de los dos países alemanes y con ello la nueva geografía política de la Europa central así como la nueva situación internacional que de ahí surgió. Seguramente con la intervención de Hitler se ha evitado una amenazadora causa de guerra. Una vez confirmado esto, debieran tenerse presentes los métodos que exige la nueva situación desechando todas las recetas, ya dejadas atrás por los acontecimientos, como las de Versalles y Ginebra, y esforzarse en practicar una política conciliadora entre las diferentes naciones, que tenga en cuenta las necesidades recíprocas.
Italia, dando el ejemplo, se ha adelantado.
Una vez por todas, el problema austríaco ha encontrado su solución natural. Solo intereses particulares y egoístas habían impedido desde el siglo pasado la unificación verdadera de los pueblos alemanes; estos obstáculos han quedado vencidos. El 10 de abril Alemania y Austria se unieron nuevamente fundándose en los derechos elementales de cada pueblo: propia determinación.
Cuando, después de la Guerra mundial, se disgregó la vieja monarquía de los Habsburgo, fue para todos algo sobrentendido que cada grupo étnico se adhiriera a sus respectivos Estados de origen. Así, cada uno encontró muy natural que el italiano se reintegrara a Italia, el polaco a Polonia, el rumano a Rumania y que los croatas y eslovenos se reunieran a los servios, así como los eslovacos a los checos. Solamente el núcleo alemán de la antigua monarquía austro-germana que ya se había declarado en su constitución de 1918 como una parte integrante del Reich, debía permanecer separada de éste, después de haber estado unida 1.000 años. Siempre insistió el pueblo alemán en Austria que no estaba de acuerdo en permanecer separado del Reich. Por mayoría abrumadora fue proclamado la reincorporación al Reich por una serie de Estados de la Confederación; no obstante fueron despreciados y las demás votaciones prohibidas por orden de los vencedores. Al movimiento nacionalsocialista le quedó reservado hacer saltar las últimas cadenas de humillación y rebajamiento con que se había tenido el indecoro de cargar sólo al pueblo alemán.
Del fundamento de comunidad de sangre, lengua e historia surgió el Reich de la Gran Alemania. A la larga, habría sido imposible detener esta evolución y oponiéndose ella se habría cometido un gran error. Se evitaron graves conflictos, sacrificios y guerras inútiles. La situación era semejante a la del irrendentismo italiano y a la de otros muchos movimientos de independencia. Como hoy problemas análogos en Europa esperan su solución, las grandes potencias debieran tomar en cuenta las enseñanzas del pasado y, con una política de amplia visión, aspirar a tiempo de eliminar conflictos.
¡Que gran ventaja se aportaría a la paz!
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