viernes, 1 de febrero de 2008
Mitología Celta
Los nombres de cientos de dioses son conocidos, pero la mayoría parecen ser deidades locales. Durante el período romano, muchas deidades celtas fueron identificados con dioses romanos.
Uno de los más importantes llamado Lugh en Irlanda, fue identificado como Mercurio .
A él se le atribuye la invención de todas las artes, guía de los caminos y viajes, y virtud para las ganancias del dinero y comercio.
Luego están: Apolo, cura enfermedades; Júpiter, gobierna el cielo y Marte preside la guerra. A éste le ofrecen los despojos del enemigo al entrar en batalla. Dicen los galos que son todos hijos de Plutón.
El ciclo mitológico celta puede ser dividido en cuatro grandes divisiones.
La primera es el ciclo histórico-mitológico.
Dos textos importantes son parte de este ciclo: The Lebhar Gahbla (libro de invasiones), una historia mitológica de Irlanda; y The Dinnshenchas (Historia de Lugares), una geografía mitológica de Irlanda.
El principal tema en el ciclo Histórico-mitológico concierne a la gente de Irlanda y las fortunas de The Tuatha De Danann (Gente de la divinidad Danann), quienes fueron los ancestros mitológicos de los irlandeses.
La segunda división es el cielo de Ulster.
Estos mitos son historias de los guerreros del Rey Conchobar.
Los temas se basan en el honor y prestigio que envuelven las muertes heroicas y el héroe Cuchulain (o Cuchulainn).
La tercera división es el ciclo Fenian que cuenta las hazañas de Finn Mac Cumbail y sus compañeros.
La última división se refiere a la institución y fundación de los grandes y menores reyes de Irlanda. Existen otras dos divisiones referentes a cuentos folklóricos.
Claves para comprender el mito celta
Los Celtas somos, con diferencia, unos de los hombres más religiosos de la antigüedad conocida, si exceptuamos a los egipcios de las primeras dinastías.
Lejos de nuestra imagen de guerreros palurdos, belicosos, saqueadores y siempre ebrios que nos han transmitido los romanos, nuestra vida estaba orientada casi constantemente hacia el mundo mágico y el espiritual por el sistema semiteocrático impuesto desde el druidismo, esa prodigiosa organización religiosa que supo dotar a la civilización en la cual se desarrolló de una comprensión mitológica de la existencia.
El mito en sí no deja de ser, en su origen, un tipo de historia sagrada; es decir, pertenece no sólo al ser humano sino a las entidades por encima de él, a las divinidades. Es una tradición sacra, lo que se conoce como la revelación primordial.
En torno a nosotros, los celtas, todo era prodigioso y devenía de algún tipo de encantamiento: desde nuestros propios e inciertos orígenes hasta los bosques o los animales con los que convivíamos, desde los combates con el enemigo o las expediciones al confín del mundo hasta nuestro calendario de fiestas.
Los dioses se manifestaban en todo momento y, si no eran ellos, lo hacían entidades de otros planos, como las del mundo feérico: las hadas, los elfos o cualquier otro.
La vida no podía considerarse otra cosa que una mera transición más o menos entretenida hasta el momento de la muerte, que se aceptaba sin complejos ni culpas ya que ella no constituía más que un paso previo a la existencia en el Otro Mundo.
En algunos textos se sugiere la creencia en la reencarnación aunque no está muy claro si los celtas la entendíamos tal y como hoy lo hacemos, tras su reciente re-importación durante el decenio de los años sesenta.
De todas formas, se trata de un concepto de origen indoario igual que nosotros, así que resulta muy factible que la trajeramos con nosotros cuando llegamos a Europa o incluso que existiera entre algunos pueblos aquí asentados con anterioridad.
Sabemos que estuvo muy enraizada en amplias zonas del Viejo Continente, hasta el punto de que el Concilio de Nicea -en el año 325 d. de C.- tuvo que definir lo que había que entender de forma obligatoria como la sustancia divina de Cristo, en contra de las objeciones de los arrianos, al tiempo que condenaba la idea reencarnacionista de forma explícita por enfrentarse al dogma cristiano.
Para nosotros, los celtas, la vida significaba movimiento y dinamismo y por ello no había alternativa posible: descartada la opción de quedarse quieto, so pena de ser destruido por el incesante oleaje de la existencia, lo único que quedaba por hacer era cabalgar sobre éste.
Es otro puente a través del espacio y del tiempo con la filosofía oriental, según la cual el cambio es lo único que nunca cambia en el mundo.
De aquí arranca nuestro desapego hacia lo material y nuestra comprensión de cuanto de pasajero tiene esta vida, expresado en la ausencia de grandes asentamientos permanentes, de impresionantes templos físicos de piedra o de la simple necesidad de dejar constancia de la propia existencia tras la muerte de uno más allá del recuerdo familiar.
Las Tríadas
Nuestro número mágico por excelencia, la cifra que expresaba nuestra visión del mundo, es el tres.
Lo encontramos repetido hasta la saciedad en nuestros mitos.
Se le representa gráficamente como un triskel, símbolo solar de tres brazos derivado de la rueda y, como tal, emparentado con la también antigua y venerable swastika -la cual, a pesar de su bondad y universalidad, sigue arrastrando una imagen negativa, en especial en Europa, EE.UU. e Israel por su mal uso durante la Segunda Guerra Mundial-.
En el triskel aparece la doble espiral involutiva/evolutiva de su famoso equivalente oriental del Yin-Yang, pero conteniendo además una tercera espiral que supone la genuina aportación céltica a la diferencia entre la espiritualidad de Oriente y la de Occidente.
En el Este, los hombres se someten a la acción de las dos grandes fuerzas que se alternan para mantener viva la estructura del universo: el Bien y el Mal, representados por el día y la noche, el blanco y el negro, el hombre y la mujer, la vida y la muerte...
En el Yin-Yang, un punto blanco aparece en medio del negro y un punto negro en medio del blanco, mostrando de este modo la imposibilidad de que alguna vez pueda ganar uno de los dos principios; su lucha ha de ser por fuerza eterna porque la Vida nace de la fricción entre ambos, y si cualquiera de los dos llegara a triunfar por completo sobre el otro, el mundo quedaría destruido automáticamente: no podría seguir existiendo al perder su misma razón de ser.
Por eso el camino espiritual oriental hace referencia al reconocimiento de esta colosal e interminable lucha, y propone como preceptos fundamentales su aceptación y la humillación humana ante ella.
El oriental debe renunciar a todo, abandonar la ilusión de las cosas materiales el maya que nada importa y a nada conduce, y disolverse en la nada primigenia.
En el Oeste, surge un camino diferente representado por ese triskel que incluye una tercera espiral, la cual no es otra cosa sino el símbolo del hombre que se ha trascendido a sí mismo hasta liberarse de las dos fuerzas poderosas y, equiparándose a ellas, convertirse o, mejor, integrarse en Dios. Es algo sencillo y complejo a la vez.
No se trata de acumular poder y ejercerlo como un tirano, arbitrariamente, sino de someterse a la Naturaleza, reconocerse como obrero de ella y, de acuerdo con sus leyes, acumular Voluntad -representada en la espada que utilizan todos los grandes héroes- y progresar en lo espiritual hasta alcanzar la cumbre.
Así, para los celtas entre el Bien y el Mal está la Indecisión, momento supremo en el que el hombre puede escoger su destino, orientándose hacia un lado o hacia el otro; entre el día y la noche existe "la hora indeterminada", al alba o en el crepúsculo, cuando es más fácil entablar contacto con los seres sobrenaturales, entre el blanco y el negro hay muchos matices de gris; entre el hombre y la mujer está el hijo, la obra que los une y a la vez los separa y trasciende..., y entre la vida y la muerte, entre el ciclo de vidas y de muertes, está el Otro Mundo, el lugar donde el alma repose y hace balance antes de seguir adelante con su gran y eterna aventura.
Todo ello contrasta sólo en apariencia con el afán oriental de disolverse en el Pozo del que salió la creación entera, a fin de reunirse con la divinidad porque, en realidad, si el occidental prefiere crecer hasta el Cielo es para conseguir el mismo objetivo.
De esta forma, el enano y el gigante siguen diferentes caminos aunque ambos marchan hacia idéntico fin, pues saben que Dios está en todas partes, al principio y al final, y que los extremos se tocan, por extrañas que puedan ser las paradojas aparentes del mundo.
Este camino espiritual occidental tampoco es exclusivo de los celtas: sólo que es más fácil reconocerlo en nuestros mitos que en los de otras culturas semejantes.
Nos limitamos, en el fondo, a seguir una tradición indoaria que se refleja en pueblos anteriores al nuestro y que se prolongará en otros posteriores.
Entre los celtas distinguimos tríadas como la de Tutatis, Esus y Taranis -los tres grandes dioses galos-, la de Galahad, Perceval y Boores -los únicos caballeros de Arturo que encontrarán el Grial tras espectaculares aventuras- o los innumerables grupos de tres personajes de la leyenda galesa que se recogen en los textos mitológicos conocidos como los Mabinogion.
Pero antes las hubo entre los egipcios -la más famosa de las cuales es la compuesta por Osiris, Isis y Horus-, los persas -Mitra, Ormuz y Ahrimán- o los hindúes -Rama, Visnú y Shiva-.
Y después las veremos entre los griegos -Cronos, Ceo y Océano son los tres hijos de los primitivos Urano y Gaya- o los cristianos el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que van más allá de la primera dualidad entre el dios hebreo y su adversario Satanás.
Muchos dioses y guerreros celtas han de repetir tres veces la misma acción concreta antes de poder cosechar las ventajas que esperan de ella; han de enfrentarse con tres tipos de animales, seres malignos o incluso calamidades naturales diferentes, en ocasiones, han de rematar tres veces una aventura antes de darla por buena o realizar tres actos heroicos en varios lugares -distintos sólo en la forma, pues en lo profundo se trata siempre del mismo o bien repetirlos durante tres días consecutivos.
Los viajes
Casi la totalidad de los grandes protagonistas de los mitos célticos se ve obligados a emprender algún viaje importante durante sus aventuras, en algunos casos, el viaje en sí constituye la aventura.
Siempre hay que entenderlo como un peregrinaje personal del héroe cuya meta es lo que menos importa -por lo demás, suele acabar mal..., si pensamos que la muerte es algo malo, ya que lo esencial es el conocimiento que se extrae de la excursión a otros lugares y cómo se aplica y transmite a los demás.
Puentes, ciudades sumergidas y cabezas cortadas
Estas leyendas muestran que los seres sobrenaturales, con los que hay que relacionarse más a menudo de lo que a los propios celtas nos gustaría, viven en lugares de nombres sugerentes y de alguna forma relacionados con el agua; islas, por lo común.
La Tierra de las Promesas, la Tierra de las Mujeres, la Isla de las Dos Brumas, la Isla de las Manzanas -Avalon-, etc.
Para llegar a ellos hay que arriesgarse en la mar, esto es, en el mundo emocional, el mismo océano primordial al que pertenece el mito y del que nace la primera vida.
Pero, aunque tengamos noticia de viajes marineros, se sabe que los barcos no nos agradaban de forma especial. ¡Cuando en alguna de nuestras expediciones hemos de cruzar un curso de agua más ancho que el Tajo, la descripción del viaje adquiere proporciones épicas!
Y si se trata de atravesar un simple río, cobra especial interés todo lo relacionado con los vados y los puentes. Siempre que aparece uno de estos elementos estamos ante una frontera con el más allá.
En uno de los relatos de los Mabinogion aparecen, separados por un río dos rebaños de corderos: uno blanco y otro negro.
Cuando uno blanco balaba, uno negro atravesaba el vado y se volvía blanco. Y viceversa.
Es una ilustración poética de la doctrina druídica de la transmigración de las almas.
El puente es objeto de prohibición de paso en las leyendas medievales: luchar sobre él o sobre el vado asociado es un combate mágico; por eso muchos caballeros novatos buscaban una especie de iniciación en el camino de las armas cobrando peaje en el puente y combatiendo a quien se negara a abonarlo.
El agua aparece también en relación con la fertilidad y por tanto con la subsistencia.
No habrá cosechas si no hay lluvias en la cantidad adecuada. ¿Quién se encarga de enviar el suficiente líquido elemento? Los seres sobrenaturales, por supuesto.
El agua es también un símbolo femenino, así que no nos debe extrañar que la responsable última de su poder sea siempre una mujer.
En realidad, la inmersión significa la puesta en seguro, la ocultación de secretos o de ciertas tradiciones por parte de la mujer -o lo que es lo mismo, la sociedad matriarcal y pagana, en declive- que sufre el acoso o la violencia del hombre -la sociedad patriarcal y judeorromana, en expansión- y se ve obligada a enterar su legado bajo el agua, en un mundo abstracto, emotivo e instintivo.
También ha habido algún autor que ha sugerido la posibilidad de que esta obsesión por las ciudades sumergidas permita rastrear la huella de un cataclismo natural auténtico acaecido hacia el final de la Edad del Bronce.
Según esta teoría, el desecamiento de las costas del Báltico y del mar del Norte habría provisto de tierras nuevas en forma de marismas a los pueblos célticos, que se instalaron en ellas y que luego tuvieron que retirarse precipitadamente cuando una brusca elevación en el nivel de las aguas inundó las ciudades fundadas junto a la nueva línea de costa.
Esto podría explicar también nuestro miedo al mar, como reflejan numerosos poemas y rituales mágicos. Hay constancia de que navegabamos, porque nuestra cultura se extendió más allá del continente y porque existieron pueblos como los celtas vénetos -en el noroeste de Francia; no confundir con las gentes del mismo nombre ubicadas en el territorio donde hoy se levanta Venecia-, que el mismo César nos dice disponían de una flota de veleros. Pero no era su actividad favorita.
EL MAS ALLÁ CELTA
Lucano dice que la creencia en la existencia de otra vida de los galos, no era de una vida en un paraíso celeste, ni siquiera en un mundo subterráneo.
Creíamos que tras la muerte ibamos a vivir alio orbi, es decir, a otro continente o país separado del mundo de los vivos, tal vez localizado fuera del disco terrestre que era la tierra según los antiguos.
Los muertos iban a habitar más allá del Océano, al sudoeste, allí donde el sol se oculta.
Era una región maravillosa cuyas alegrías y seducciones sobrepasaban con mucho a las de este mundo.
Los hombres procedían de este país maravilloso, al que en irlandés se llamó Tire Beo o "tierras de los vivos", Tir N-aill o "la otra tierra", Mag Mar o "gran llanura" y también Mag Meld "llanura agradable".
En las creencias cristianas, no había correspondencia alguna para estos nombres paganos, por lo que los cronistas cristianos de Irlanda, los sustituyeron por el nombre latino de la península ibérica: "HISPANIA".
A partir del siglo X, época en la que se escribieron las crónicas de Irlanda, ya había penetrado este nombre en Irlanda y por eso se afirmó que Partolón (jefe mítico de los primeros habitante de la isla) y sus compañeros provenían de Hispania.
Un pasaje de Procopio de Cesarea (historiador de Justiniano) dice, que había todo a lo largo de la costa norte de la Galia, pescadores ocupados únicamente en llevar las almas a la Isla de los Muertos.
Esta creencia en una isla o continente separado de los vivos, no nos hizo olvidar a los celtas nuestras primitivas creencias en un reino de los muertos situado debajo de la tierra, así como entre los germanos la idea del Walhalla celeste no sustituyó enteramente la primitiva idea de los infiernos.
Los Celtas conocíamos también un infierno, al que imaginabamos como un lugar húmedo y frío muy semejante al Helheim de los germanos.
Cultos
El roble juega un gran papel en la mitología popular, sobre todo como árbol de virtudes medicinales. El roble sana a los enfermos sólo frotándose contra su tronco o durmiendo sobre sus ramas.
Cuando un niño, por ejemplo, padece de una hernia o de otra enfermedad, hienden el tronco de un roble de cuatro a seis años de manera que permita pasar al niño por la abertura.
El padre del niño se pone de un lado y la madrina del otro, después pasa el primero al niño desnudo y lo recoje la madrina, que una vez fajado se lo entrega a la madre.
Después se ata fuertemente el tronco del árbol y si éste cierra, es señal de que cura el niño y, en caso contrario, la enfermedad no tiene remedio alguno. La importancia que el roble tiene para nuestro pueblo gallego indica bien que fue un árbol unido a las primitivas prácticas religiosas.
Otro aspecto importante en nuestras prácticas religiosas era el culto a los antepasados.
Los celtas teníamos temor al alma de los que ya no existían. Hoy los campesinos gallegos creemos que las almas andan errantes en torno de la morada de los hombres, guardamos el religioso temor en nuestro corazón que nos causa la aparición nocturna del alma de nuestros antepasados.
El religioso temor a los antepasados es instintivo, tanto en el hombre del campo como en el de las ciudades, y nuestro respeto a los antepasados también. Sentimos dolor si hablamos de los que amabamos y han partido para siempre.
Cuando hablamos de los muertos se nota que nunca se rompe la misteriosa cadena que une el padre al hijo, ni en la vida futura, ni en la tierra, ni en el reino de las sombras, que siguen unidos, aunque son invisibles.
Mientras uno vive es evidente que conserva en sí mismo y en su propia vida psíquica algo que pertenece a los que ya no son y vienen a ser como si fueran uno mismo.
La muerte no es nunca para la gente campesina el completo aniquilamiento, ni la separación eterna: siempre creímos que la muerte era sólo un instante de suave tristeza y no más que un momento en toda la vida.
Pronto volveremos a unirnos, pronto nos hallaremos en aquellos misteriosos lugares en que deben encontrarse los que se amaron para no separarse jamás.
Otro culto importante es el del fuego.
El rasgo esencial de la antigua adoración del fuego va unido al culto universal del hogar.
En un culto se cubre el fuego todas las noches y se enciende el del día siguiente con el de la víspera.
Dejarlo morir es un sacrilegio y se paga caro. Si por descuido el fuego Ilega a apagarse, es grande el disgusto que se apodera de la familia, pues la desgracia persigue ya de cerca la casa y a los que la habitan.
Para que esto no suceda, cuidamos con notable esmero de mantenerlo vivo durante todo el año.
El fuego debe ser encendido con maderas blancas.
Símbolo de la pureza.
El fuego del hogar puede también significar la unión.
Así, si el hombre solicita ante el fuego a la joven, ésta responde: "Home, que nos ve õ lume!" Con esta frase lo personificamos y le damos una conciencia y lo miramos como ser superior al cual no debe ofenderse.
El fuego reúne las afecciones más caras al hombre, sobre todo al hombre primitivo ya que él confunde, en un mismo generoso abrazo, el respeto a los antepasados, el amor a la descendecia, la adoración al elemento que simboliza todo cuanto es grato a nuestro corazón y compendia todas nuestras predilecciones.
El hogar es la patria del hombre, los de su sangre son su pueblo, su dios el fuego que arde sobre la piedra del hogar, vivo y eterno mientras la familia dura. La función del fuego se entiende primero como protector de la familia y después como dios.
Era cosa corriente que desde el día de Navidad hasta el primero de enero ardiese en el hogar el gran leño que tenía el nombre de Tizón de Navidad.
Según la creencia popular, sus cenizas eran buenas para curar calenturas, para nosotros la enfermedad por excelencia.
En este culto se puede hoy ver una manifestación y es que con ella continuaba el culto del los antepasados y el druídico de la encina.
Es probable que el tizón se encendiera para que el fuego fuese más vivo en aquellos días de regocijo y que las almas de los padres viniesen a visitar a los suyos, tuviesen un calor más grande y un más puro.
Así tiene un doble símbolo, el de la integridad de la familia y el de la adoración de los dioses.
En el mismo sentido, se puede destacar el culto del agua, que tiene la función de ser creadora y purificadora, un símbolo de la nueva vida.
Venus, o Afrodita, sale de las espumas del mar en la mitología griega, la cual fue influida por la mitología celta.
Pero esta no es la única influencia ya que en la religión cristiana, en la Biblia, el diluvio purificó la tierra de los pecados de los hombres.
El agua de lluvia es sagrada por venir del cielo, de los dioses. Con este agua la naturaleza puede crecer. Las fuentes son sagradas porque se ven en su espejo verdades sobre uno mismo que no se pueden ver de otra manera.
Todavía hoy tenemos "fuentes" sagradas, se ve en cada iglesia católica: el agua bendita.
Todas las aguas están pobladas de genios y espíritus protectores.
En la noche de San Juan las aguas corrientes tienen una doble virtud: sanan a la gente y, en esta noche feliz, se realizan todas las maravillas y milagros cuando uno está cerca de un río.
La virtud más alta la tiene el mar, que limpia nuestro cuerpo de los gérmenes, de las enfermedades y de demás impurezas.
Pero los diversos cultos no acaban aquí sino que hay que seguir mencionando otros como el de los astros.
En la doctrina céltica la noche precede al día y así el astro nocturno toma sobre el diurno una importancia que sirve para señalar la antigüedad de todos aquellos mitos en que la luna aparece como superior al sol.
Se dice que la noche es devorada porque en realidad las eternas tinieblas del caos, la larga noche de la creación, solo pudo ser disipada por la luz todopoderosa del sol.
Todo cuanto se refiere al astro solar, le presenta como principio activo, como señor, como único, mientras que la luna es mostrada como principio pasivo, como vencida, como esposa, en una palabra como secundaria.
En un romance se describe el nacimiento y el curso diario del astro rey: el día va en su carro, aparece como una cosa inmaterial diversa del sol que le sigue.
Pueblan la noche las almas en pena a las cuales guía un ángel triste con todo su acompañamiento de trasgos y visiones.
Amanece, y otro ángel hermosísimo va disipando las sombras y con ellas huyen y se ocultan los malos espíritus apareciendo entonces en el horizonte el día, sentado en un carro resplandeciente.
Las horas personificadas en hermosas vírgenes, le acompañan en grupos de cuatro en cuatro.
Las de la mañana le preceden, van a su lado las del mediodía, y de las de la tarde tres danzan alrededor de él.
Detrás de la primera carroza aparece la que es tirada por dos enormes leones y en la cual el astro rey aparece personificado en un hermoso mancebo con barba y cabellos de un rubio dorado, de los cuales salen los rayos solares. Así permanece la imagen del astro rey, o del sol, como astro superior.
La luna está unida al principio femenino.
Cuando se trata de un culto de la luna, la mayor parte de los anatemas se refieren a actos ejecutados tan solamente por mujeres.
La luna y las estrellas son también símbolos del amor y la fortuna.
La fortuna cambiando como también cambian los astros que se creen inmutables, se compara con los astros, con lo que hay de más mudable en la tierra, con el amor y la fortuna.
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