lunes, 19 de mayo de 2008

EL SISTEMA FINANCIERO MUNDIAL Y SUS NÚCLEOS DE PODER


"CON SU BANCA Y SU DINERO ,CON SU INTERES FATAL, CON SUS MEDIOS DE PODER NOS ROBAN LA LIBERTAD Y MI TIERRA SE MUERE CASI CONQUISTADA ESTA YA SE ESCUCHAN SUS LAMENTOS EN EL VIENTO....

-LOS CÍRCULOS CONCÉNTRICOS: ANILLOS EXTERIORES Y ANILLOS INTERIORES-
-LA SUPERFICIE DEL PODER MUNDIAL-
-LA COMISIÓN TRILATERAL-

Tras año y medio de intensos tanteos y reuniones preparatorias auspiciadas por el Chase Manhattan Bank, en julio de 1973 hacía su presentación oficial la Comisión Trilateral, un organismo de carácter privado que su más destacado ideólogo, Zbigniew Brzezinski, iba a definir como "el conjunto de potencias financieras e intelectuales mayor que el mundo haya conocido nunca".

Después de varias reuniones del Comité Ejecutivo, en las que se estableció una declaración de principios y se trazaron las líneas maestras de la organización, en mayo de 1975 tuvo lugar en la localidad japonesa de Kyoto la primera sesión plenaria de la Trilateral. Los delegados asistentes a la misma representaban en su conjunto alrededor del 65% de las firmas bancarias, comerciales e industriales más poderosas del planeta. Figuraban entre ellos los máximos dirigentes de las bancas Rothschild y Lehmann, del Chase Manhattan Bank, de las multinacionales Unilever, Shell, Exon, Fiat, Caterpillar, Coca Cola, Saint-Gobain, Gibbs, Hewlett-Packard, Cummins, Bechtel, Mitsubishi, Sumitono, Sony, Nippon Steel, etc., así como los mandatarios de varias Compañías públicas nacionalizadas de proyección multinacional. En definitiva, los mayores productores mundiales de petróleo, de acero, de automóviles y de radiotelevisión, y los principales grupos financieros del planeta estaban en manos de miembros activos de la recién creada Comisión Trilateral. Con el transcurso del tiempo y las sucesivas incorporaciones, la concentración de grandes firmas en el seno de la Comisión iría a más. Los dos temas que constituyeron el objeto central de aquel encuentro no podían llevar títulos más expresivos: "La distribución global del Poder" y "Perspectivas y asuntos claves de la Comisión Trilateral".

El organigrama de la Comisión se articula atendiendo a las tres regiones hiperdesarrolladas del globo para las que fue concebida, esto es, América del Norte (EEUU y Canadá), Europa y Japón..Cada una de estas tres zonas dispone de un Comité Ejecutivo que, entre otras cosas, se encarga de elaborar la relación de empresarios, políticos, sindicalistas, académicos y dirigentes de medios de comunicación considerados idóneos para su incorporación a la entidad; todos ellos constituyen la base sobre la que se levanta la estructura piramidal de la Comisión. El órgano supremo trilateralista es el Comité Directivo Mundial, presidido por David Rockefeller e integrado por los presidentes, los diputados presidentes y los directores de cada una de las tres grandes zonas en que está implantada la organización. Dado que la extensa nómina de miembros de la Comisión Trilateral ya fue expuesta en un trabajo precedente, no parece oportuno reproducirla nuevamente. Aquí bastará con significar que entre sus integrantes se encuentran indistintamente individuos adscritos tanto a la derecha como a la izquierda política, por emplear una terminología que, si bien carece de significado en lo esencial de los planteamientos de unos y otros y en la práctica de los hechos, resulta de uso obligado en el terreno de lo convencional.

Tampoco estará de más referirse a las inclinaciones pseudoesotéricas manifestadas por los promotores de esta organización, inclinaciones que han incorporado a la simbología de la misma. En efecto, el emblema de la Comisión consiste en un círculo periférico dividido en tres trazos de los que parten otras tantas flechas que convergen en un círculo interior. Se pretende con ello reflejar el clásico arcano de la Unidad que se despliega en el dos y en el tres, y a la que, a su vez, se llega por medio de éstos; simbología que, en este caso, no es más que una siniestra parodia tras la que nada se encuentra que no sea el culto al demiurgo inspirador de la religión "humanista" del poder y del dinero, que es el culto que se oficia en los aerópagos del Nuevo Orden Mundial.

En cuanto a los objetivos de la Comisión, éstos se componen de una amalgama de enunciados teóricos y de planteamientos prácticos sin ninguna relación entre sí. Se trata, pues, de separar la retórica de la realidad, cosa que tampoco reviste excesiva dificultad.

Entre los primeros figuran los consabidos estereotipos característicos de la demagogia oficial. La declaración trilateralista enunciada en el World Affairs Council de Filadelfia (24-10-1975) ofrece una buena muestra de lo dicho: "Todos los pueblos forman parte de una comunidad mundial, dependiendo de un conjunto de recursos. Están unidos por los lazos de una sola humanidad y se encuentran asociados en la aventura común del planeta tierra....La remodelación de la economía mundial exige nuevas formas de cooperación internacional para la gestión de los recursos mundiales en beneficio tanto de los países desarrollados como de los que están en vías de desarrollo"

Efectivamente, desde que fuera creada la Comisión Trilateral, y después de veinte años de "distribución" de los recursos mundiales, éstos son acaparados en más de un 80% por los países pertenecientes a la órbita de la Comisión, países que apenas representan en su conjunto el 10% de la población mundial.

Prescindiendo de las declamaciones altisonantes y de los efectismos hipócritas, lo cierto es que uno de los objetivos para los que fue creada la Comisión se basa justamente en lo contrario, esto es, en consolidar la hegemonía del bloque desarrollado sobre los países del Tercer Mundo y en impedir que éstos puedan obstaculizar el futuro de ese predominio. De ahí que una de las primeras propuestas del ideólogo trilateralista Z. Brzezinski, consistiese en "el establecimientos de un sistema internacional que no pueda verse afectado por los "chantajes" del Tercer Mundo". En ese mismo sentido se manifestaría durante la cumbre de Kyoto de 1975, donde señaló explícitamente que "el eje esencial de los conflictos ya no se sitúa entre el mundo occidental y el mundo comunista, sino entre los países desarrollados y los que aún no lo están", una declaración que reflejaba adicionalmente la doctrina desarrollada por la Comisión Trilateral en sus relaciones con el bloque marxista.

En efecto, las reuniones plenarias de la Trilateral contaron desde el principio con la asistencia de una delegación soviética, habida cuenta que los analistas de la Comisión estimaban que, en su conjunto, la situación reinante en la URSS no suponía el menor impedimento para una mutua comprensión. Muy al contrario, los expertos trilateralistas calificaron como "óptimo" para los objetivos de la Comisión "el gran conjunto económico soviético, donde se afirma la concentración de fuertes unidades de producción que, aunque todavía nacionales, operan con fundamentos y capacidad de acción multinacional".

Ignorando, pues, la situación interna de la Unión Soviética y sus violaciones sistemáticas de los cacareados derechos humanos, ya que lo contrario, según Brzezinski, no haría sino obstaculizar una futura y más estrecha colaboración, y bajo el eslógan "el comercio es la paz", los diversos trusts económicos integrados en la Trilateral mantuvieron un lucrativo negocio con la extinta URSS y sus satélites, procurándoles todo tipo de equipamientos industriales, sistemas electrónicos, productos petroquímicos, cereales, etc. La magnitud de esas operaciones crediticias y comerciales implicaba, como consecuencia adicional, una dependencia casi absoluta del régimen soviético respecto del área de implantación de la Comisión Trilateral , sumamente interesada, a su vez, en no malograr con humanitarismos extemporáneos tan importante mercado. Por otro lado, la situación hacía perfectamente tolerable el enfrentamiento indirecto entre ambos bloques y sus guerras en el Tercer Mundo, siempre y cuando se mantuviesen en un nivel que no perturbara los intereses de las grandes potencias en el plano internacional. Una confrontación, por lo demás, que nunca fue más allá de las habituales pugnas limítrofes entre ambos bandos en sus respectivas zonas de influencia, y que resultaba necesaria, además, para dar salida a sus excedentes armamentísticos y para justificar su industria militar.

Pero el caballo de batalla de la Comisión Trilateral, y aquí ya entramos de lleno en sus motivaciones esenciales, es la interdependencia, un concepto que, en la práctica, no es sino el elemento básico en torno al cual se articula la tesis y el propósito fundamental de la organización, a saber, el Gobierno Mundial.

La idea según la cual los Estados nacionales deben renunciar a su soberanía en aras de un proyecto supranacional, controlado e instrumentalizado, naturalmente, por los cónclaves plutocrático-tecnocráticos, aparecía ya esbozada en un comunicado emitido por el Comité Directivo de la Trilateral a raíz de la cumbre de 1975: "La comisión Trilateral espera que, como feliz resultado de la Conferencia, todos los gobiernos participantes pondrán las necesidades de interdependencia por encima de los mezquinos intereses nacionales o regionales". Posteriormente, las manifestaciones en ese mismo sentido, pero expresadas ya de forma más explícita, se han venido sucediendo como algo habitual. A título de muestra, bastará con citar algunas de ellas.

Así, en una entrevista publicada por el New York Times (1-8-76), el inefable Brzezinski afirmaba que "en nuestros días, el Estado-Nación ha dejado de jugar su papel". En términos parecidos se expresaba el financiero Edmond de Rothschild en la revista Enterprise. "La estructura que debe desaparecer es la nación". Otro destacado trilateralista, R Gardner, significaba en el Foreign Affairs (revista del Consejo de Relaciones Exteriores) "los diversos fracasos internacionalistas acaecidos desde 1945, a pesar de los esfuerzos por evitarlos llevados a cabo por las distintas instituciones de reclutamiento mundial", proponiendo como refuerzo alternativo a esa situación "la creación de instituciones adaptadas a cada asunto y de reclutamiento muy seleccionado, al objeto de tratar caso por caso los problemas específicos y corroer así, trozo a trozo, las soberanías nacionales". Declaraciones similares a las citadas, pero más contundentes aún, ya fueron reproducidas al principio del este capítulo, por lo que bastará con remitirse a ellas.

Todos estos planteamientos, que conforman el eje de la actuación de la Trilateral, constituyeron el leiv motiv de su nacimiento, justificado en razón de la necesidad de que los problemas de Norteamérica, Europa y Japón se resolviesen en común a través de su interdependencia económica y tecnológica. Planteamientos que, como será fácil advertir, son los mismos que han inspirado el alumbramiento de otros foros de ámbito multinacional (Fondo Monetario Internacional, GATT, Maastricht, etc.) dominados por los poderes económicos y gestionados por sus peones político-burocráticos. El principio básico, que es el mismo en todos los casos, sería perfectamente enunciado por David Rockefeller con estas palabras: "De lo que se trata es de sustituir la autodeterminación nacional que se ha practicado durante siglos en el pasado por la soberanía de una élite de técnicos y de financieros mundiales".

Para conocer el exacto significado de esa interdependencia, perfectamente claro por otra parte, basta con prescindir de la retórica practicada por dichos foros supranacionales y acudir a las conclusiones que adoptan en sus cumbres periódicas. La Conferencia de Davos de 1971 ofrece una buena muestra al respecto: "En los próximos treinta años, alrededor de trescientas multinacionales geocéntricas regularán a nivel mundial el mercado de los productos de consumo, y no subsistirán más que algunas pequeñas firmas para abastecer mercados marginales. El objetivo deberá alcanzarse en dos etapas: primeramente, diversas firmas y entidades bancarias se reagruparán en el marco multinacional; después, hacia finales de la década, esas multinacionales se acoplarán al objeto de controlar, cada una en su especialidad, el mercado mundial". Si nos situamos en la más inmediata actualidad, la última reunión de Davos tenía lugar entre el 26 y el 31 de enero de 1995, con la asistencia de los dirigentes de las más poderosas Multinacionales del planeta y de un nutrido elenco de tecnócratas y líderes políticos. En el curso de dicho encuentro, uno de los principales animadores del Foro Económico Mundial, el trilateralista y ex-ministro francés Raimond Barre, se dirigió a los asistentes lamentando el hecho de que, pese al indudable avance experimentado en los últimos años por el proceso de globalización de la economía mundial, éste no progrese al ritmo adecuado, añadiendo como colofón que "tal vez sea necesaria la experiencia de un crack económico para que queden definidas las nuevas reglas de juego".

A la vista de todo esto, no resulta complicado conocer las claves de esa "benéfica" interdependencia. Traducida a la práctica, y a medida que avanza el proceso de cesión de las soberanías nacionales a los organismos supranacionales, no significa otra cosa que la sumisión progresiva a las directrices de estos últimos, o lo que es lo mismo, a los dictados de la Alta Finanza. La globalización de la economía bajo la férula del Gran Capital supone igualmente la garantía más eficaz para que ningún país se salga del redil, so pena de verse abocado a una debacle económica. Todo lo cual no impide que las tesis mundialistas vayan acompañadas de la vitola del progresismo (aunque gozan del beneplácito general, nadie las propaga con más ahínco que los medios de izquierdas), ni que cualquier tentativa por desenmascarar su trasfondo totalitario sea tachada de reaccionaria.

En el ámbito europeo, la instancia oficial que mejor encarna todo lo apuntado es el Tratado de Maastricht. Tratado que no es producto de la improvisación sino que obedece a los designios trazados desde tiempo atrás por los núcleos oligárquicos de poder. Con arreglo a tales directrices, esbozadas públicamente en más de una ocasión (ver El País de 19-11-89) por el ex-presidente de la Unión Europea, Jacques Delors, el territorio europeo habrá de ajustarse a un modelo supranacional basado en la delegación progresiva de las soberanías estatales a través de acuerdos comunitarios cada vez más estrechos; un modelo en cuyo núcleo se situaría una red de empresas multinacionales conectadas entre sí a nivel mundial. Otro de los elementos tácticos de ese diseño ha sido el fomento de las aspiraciones regionalistas, algo que en no pocos casos constituye un factor más de desestabilización y debilitamiento de las estructuras estatales, y que no responde sino al viejo aforismo del "divide y vencerás". No se necesitan grandes dosis de perspicacia para constatar que los fenómenos independentistas debilitan la estructura de los Estados europeos donde se manifiestan, lo que redunda en beneficio de las superestructuras de alcance multinacional.

Si, a título de ejemplo, nos detenemos en el caso español, tampoco resultará difícil reparar en la actitud de los nacionalismos más recalcitrantes (vasco y catalán), cuyos líderes políticos se muestran tan contrariados por la falacia del yugo españolista como entusiastas del dogal europeísta. Y no deja de ser significativo que los mismos sujetos que abominan del pretendido centralismo de Madrid sean fervientes partidarios del centralismo plutocrático-tecnocrático consagrado por los acuerdos de Maastricht.

Por lo demás, ese mecanismo soterrado de disolución tampoco ha sido ajeno al desencadenamiento del conflicto yugoslavo, en cuyos inicios jugaría un papel crucial el reconocimiento de las repúblicas secesionistas por parte de varias cancillerías occidentales.

Por lo que se refiere al ámbito político, las intervenciones directas en el mismo por parte de la Comisión Trilateral comenzaron a producirse al poco de su creación, al punto que ya en 1977, con motivo de las elecciones que llevaron a Jimmy Carter a la presidencia de los Estados Unidos, salió a la luz una de sus muestras más flagrantes. En efecto, una vez constituida la Administración Carter pudo comprobarse que, además del presidente, varios de los altos cargos del nuevo gobierno estaban vinculados a la Comisión. Figuraban entre ellos Walter Mondale, vicepresidente del gabinete, Cyrus Vance, titular de la secretaría de Estado, Harold Brown, secretario de Defensa, y Zbigniew Brzezinski, en la jefatura del Consejo Nacional de Seguridad.

El rotativo francés Le Monde Diplomatique se haría eco de esa situación, describiéndola en los siguientes términos: "La candidatura del Sr.Carter ha estado preparada desde lejos y sostenida hasta la victoria por un grupo de hombres que representan el más alto nivel del poder. Figuran entre ellos los presidentes del Chase Manhattan Bank, del Bank of America, de Coca Cola, Caterpillar, Bendix, Lehman Brothers, Hewlett-Packard, CBS, etc. Estos hombres, junto con varios tecnócratas, algunos sindicalistas y unos cuantos políticos constituyen la rama americana de la Comisión Trilateral".

Simultáneamente, un destacado dirigente trilateralista, George Franklin, se pronunciaba sobre el particular con estas palabras. "En el caso Carter creo que hemos jugado un papel considerable; él, por su parte, merece la confianza de la Comisión por su educación en política extranjera".

Más rotundas serían aún las observaciones vertidas en la revista Penthouse por el analista Graig Harpel, quien escribió: " La presidencia de los Estados Unidos y los ministerios clave del gobierno federal han sido acaparados por una organización privada consagrada a lograr la subordinación de los intereses intrínsecos de los Estados Unidos a los de los bancos y empresas multinacionales. El dominio de los intereses privados sobre el poder público es el mayor escándalo político de la historia de América. El asunto Watergate fue un robo con fractura cometido durante la noche por un tal Martínez en las oficinas del comité nacional demócrata. El Cartergate, en cambio, es la irrupción de David Rockefeller en el despacho oval en plena luz del día. Sería inexacto decir que la Comisión Trilateral manda en la Administración Carter. La Trilateral es la Administración Carter".

Con todo, tales comentarios no ofrecían sino una visión incompleta, diríase incluso que intencionadamente equívoca, de la realidad, toda vez que la intervención de los círculos plutocráticos en la política norteamericana no era nada nuevo, sino algo que se venía produciendo con mucha anterioridad desde instancias bastante más discretas y poderosas que la Comisión Trilateral, que en último extremo no representa sino la parte visible del iceberg. Todo lo cual tiene su explicación si se considera que los medios citados, pese a sus denuncias ocasionales y siempre calculadas, son devotos partidarios del modelo establecido, cuya validez global no cuestionan, aunque puedan manifestar sus discrepancias con ciertas anomalías. Anomalías que los medios pseudocríticos imputan en todo caso a determinadas conductas aisladas, pero nunca al Sistema en su conjunto, que está diseñado precisamente para que esas "anomalías" sean la norma.

Entre las actividades internas de la Comisión Trilateral merece citarse la elaboración de informes redactados por equipos de expertos de la organización, y a través de los cuales se analizan los asuntos más relevantes del mundo actual, siempre enfocados desde la perspectiva de los intereses trilateralistas. Dado su número (hasta el momento más de 40), sería imposible ocuparse aquí, siquiera brevemente, de todos ellos. Pero hay uno sobre el que merece la pena detenerse. Se trata del informe nº 8, de 211 páginas de extensión, que lleva por título "La Crisis de la Democracia". Este trabajo, elaborado por los trilateralistas Michel Crozier, sociólogo, Samel Huntington, profesor de Harvard e ideólogo del plan de devastación de las aldeas vietnamitas, y Joji Watanuki, profesor de sociología en la Universidad Sophia de Tokyo, contiene análisis y recomendaciones tan sugestivas como éstas:

"En el curso de los últimos años el funcionamiento de la democracia parece haber provocado un desmoronamiento de los medios clásicos de control social, una desligitimación de la autoridad política y una sobrecarga de exigencias a los gobiernos.....De igual modo que existen unos límites potencialmente deseables de crecimiento económico, también hay unos límites deseables de extensión democrática. Y una extensión indefinida de la democracia no es deseable.....Un desafío importante ha sido lanzado por ciertos intelectuales y por grupos próximos a ellos, que afirman su disgusto por la corrupción, el materialismo y la ineficacia del sistema, al mismo tiempo que ponen de manifiesto la subordinación de los gobiernos democráticos al capitalismo monopolístico. Los contestatarios que manifiestan su desagrado ante la sumisión de los gobiernos democráticos al capitalismo monopolístico constituyen hoy un serio peligro. Se hace preciso reservar al gobierno el derecho y la posibilidad de retener toda información en su fuente".

Tampoco nada de esto representaba ninguna novedad, habida cuenta que los análisis vertidos en ese informe se ajustaban rigurosamente al esquema de la pseudodemocracia oligárquica implantado por las revoluciones burguesas y perfeccionado después por las "democracias populares" marxistas.

Ese fue el concepto que compartieron también los padres fundadores de la República norteamericana, como tendremos ocasión de ver más adelante, y el mismo que ha inspirado las actividades de diversas sociedades clandestinas, entre las que figuraría la logia Propaganda-Dos, una entidad íntimamente vinculada a la Trilateral, según se desprende de un informe elaborado en 1984 por una Comisión del Parlamento italiano. Informe que, asimismo, identificó a la Trilateral como una emanación de la masonería internacional. Cabe recordar que, entre las actividades de dicha logia, célebre después por sus prácticas delictivas, figura la creación (en comandita con la CIA y la francmasonería americana) de la sociedad secreta Gladio, constituida para "velar" por el correcto funcionamiento de las "democracias" occidentales e integrada por altos mandos de la OTAN. En consonancia con todo lo apuntado, el propio Gran Maestre de la logia Propaganda-Dos, Licio Gelli (antiguo SS y ex-agente del KGB y de la CIA), se declaró en varias ocasiones un férvido "demócrata" y, como tal, firme partidario de "una democracia limitada y dirigida oligárquicamente para así poder gobernar con eficacia y sin contratiempos".

Dicho esto, bueno será dedicar ahora unas palabras a los dos principales estrategas e ideólogos de la Comisión Trilateral, Zbigniew Brzezinski y Henry Kissinger, cuyos valiosos servicios a la misma son merecedores de alguna atención.

Zbigniew Brzezinski, modelo de tecnócratas, nació el año 1928 en Varsovia, ciudad desde su familia se trasladó a Canadá a raíz de la implantación en territorio polaco del régimen comunista. Poco antes de afincarse en los Estados Unidos, Zbigniew contrajo matrimonio con una sobrina del que fuera Presidente de la República Checoslovaca y gran maestre de la masonería de aquel país, Eduard Benes, un personaje cuya entrada triunfal en Praga al término de la 2ª Guerra Mundial constituye un episodio digno de mención: con motivo del recibimiento dispensado por sus acólitos a tan ilustre filántropo el 13 de mayo de 1945, centenares de alemanes, adultos y niños, ardieron a modo de antorchas humanas, rociados de gasolina y colgados boca abajo de los árboles de la Avenida de San Wenceslao.

Una vez instalado en los Estados Unidos, Z.Brzezinski se matriculó en Harvard, donde obtuvo el doctorado en Ciencias Políticas con una tesis sobre las purgas estalinistas. Fue en los inicios de los años cincuenta, con la nacionalidad norteamericana ya conseguida, cuando Brzezinski comenzó a destacar en los círculos académicos y políticos estadounidenses por sus trabajos sobre los regímenes marxistas, no tardando en labrarse una gran reputación como experto en asuntos soviéticos. Esto posibilitaría su salto definitivo a las altas esferas del Poder a comienzos de la década de los setenta.

En diciembre de 1971, Zbigniew organizó un seminario para el estudio de los problemas comunes a las tres grandes zonas desarrolladas del planeta. Aquel foro, convocado para becarios de la Brookings Institution, reputado feudo de la izquierda liberal norteamericana, suscitó la atención de David Rockefeller, quien a la vista de las especiales aptitudes del tecnócrata polaco se apresuró a reclutarlo para su causa. De tal modo que, cuando en julio de 1972 tuvo lugar en Pocantico Hills (residencia familiar de los Rockefeller) el encuentro tripartito en el que se ultimó la creación de la Comisión Trilateral, Z.Brzezinski se hallaba ya entre los miembros de la delegación americana destacada en dicha reunión, al lado del propio David Rockefeller, George Franklin, Fred Bergsten y George Bundy. Como colofón, en el otoño de ese mismo año fueron designados los tres presidentes territoriales de la recién nacida Trilateral, recayendo en Brzezinski el nombramiento de Director Coordinador. Poco después pasó a desempeñar la dirección de la sección norteamericana de dicha entidad, cargo en el que permanecería hasta su designación por Jimmy Carter para la presidencia del Consejo Nacional de Seguridad.

En su calidad de iniciado en las altas esferas del Poder, Z.Brzezinski es colaborador habitual de las publicaciones oficiales editadas por diversas organizaciones de corte mundialista: Trialogue (órgano de la comisión Trilateral), Foreign Affairs (revista del Consejo de Relaciones Exteriores), International Affairs y The World Today (publicaciones del Real Instituto de Asuntos Internacionales, homólogo británico del CFR), etc.

Prescindiendo de sus colaboraciones puntuales en los citados medios de expresión, el grueso de la doctrina de Brzezinski puede encontrarse en "La Era Tecnotrónica" y en "Entre dos Eras: el papel de América en la Era Tecnotrónica", dos obras a través de las cuales el tecnócrata polaco expone sus análisis y "previsiones" de futuro.

El núcleo de las tesis sustentadas en dichas obras gira en torno a unos cuantos conceptos básicos. Algunos estaban concebidos para el período de la guerra fría, como es el que preconizaba la necesidad de avanzar hacia un sistema mundial que se extendiese a la zona donde el poder permanecía en manos de gobiernos marxistas. Para alcanzar ese objetivo, Brzezinski abogó repetidamente por la comprensión y la transigencia con los regímenes comunistas en todo lo relativo a la violación de los derechos humanos, ya que de lo contrario se pondría en peligro la colaboración entre ambos bloques ( es decir, los pingües negocios de las multinacionales) y la futura integración de la URSS en el Nuevo Orden Mundial. Nótese que ésta es la línea de actuación que sigue practicándose hoy con la China Continental, un mercado demasiado apetecible como para supeditarlo a los hipócritas cacareos humanitaristas característicos de la retórica oficial.

Entre los planteamientos básicos de las susodichas obras figura igualmente la supresión progresiva de las soberanías nacionales, que en aras de un nuevo orden de "paz y progreso" deberán ser transferidas a instituciones supranacionales dirigidas por una "élite" científica y financiera mundial. Brzezinski preconiza asimismo "el ocaso de las ideologías y de las creencias religiosas tradicionales, pues sólo los elementos suministrados por la tecnología y la electrónica podrán permitir a las sociedades humanas avanzar hacia el bienestar y el progreso", los dos grandes pilares de la Era Tecnotrónica.

Otra de las más significativas "previsiones" de futuro del tecnotrónico Brzezinski reza textualmente así: "La Era tecnotrónica va diseñando paulatinamente una sociedad cada vez más controlada. Esa sociedad será dominada por una élite de personas que no dudarán en realizar sus objetivos mediante técnicas depuradas con las que influirán en el comportamiento del pueblo y controlarán con todo detalle a la sociedad, hasta el punto que llegará a ser posible ejercer una vigilancia casi permanente sobre cada uno de los ciudadanos del planeta".

Y no hay duda de que los "pronósticos" que hiciera Brzezinski son una realidad cada día más consolidada gracias al desarrollo progresivo de las técnicas de control social desarrollados por los modernos regímenes policíacos de "derecho". A este respecto conviene destacar el papel crucial desempeñado por el terrorismo, cuyas acciones le han servido al Sistema de inmejorable pretexto para ampliar y reforzar sus mecanismos de dominio.

En todo este asunto no puede pasarse por alto la labor desarrollada por la socialdemocracia alemana, a la que muy bien podría considerarse como pionera en el desarrollo del proceso en curso. Fue precisamente bajo uno de sus períodos de gobierno cuando Alemania se convirtió en una especie de campo de pruebas para el ensayo y puesta en práctica de los más sofisticados métodos de control social, métodos que posteriormente se irían extendiendo a todo el ámbito occidental de la mano de los foros de reflexión patrocinados por la fundación Ebert, una poderosa herramienta del socialismo germano dotada de proyección internacional. La razón esgrimida para el desarrollo de dichos métodos fueron las andanzas de la banda Baader-Meinhoff, un grupúsculo subversivo que nunca contó con más de doce miembros y que carecía de la menor implantación social, circunstancias que explican su escasa consistencia y el tratamiento expeditivo que les fue aplicado a sus integrantes (varios de ellos se "suicidaron" en prisión). Una vez zanjado aquel insignificante escollo, Klaus Croissant, el abogado sobre quien recayera en su día la defensa de los miembros de la banda, explicaría la situación con estas palabras: "La socialdemocracia alemana garantiza la existencia de la sociedad capitalista y camufla sus contradicciones; la socialdemocracia alemana juega un papel de suma importancia en el escenario internacional, y a través de ella se coordina e integra la represión en toda Europa".

El repertorio de los mecanismos de control social que se han ido implantando es amplio, y comprende, desde la adopción de disposiciones legales que introducen una suerte de estado de excepción permanente, hasta el uso de técnicas diversas. Entre estas últimas figuran los documentos de identificación provistos de una banda magnética donde consta una completa ficha de su titular, las cámaras de vídeo instaladas ya en la vía pública de numerosas urbes, y las grandes computadoras centralizadas donde se archivan los datos personales de toda la población. Aunque tales técnicas podrían hasta calificarse de rudimentarias si se comparan con otras más sofisticadas que sólo están a la espera de la oportuna razón "democrática" que aconseje su implantación. Así, la compañía estadounidense Nielsen Media Research, en colaboración con el Centro de Investigación David Sarnoff (organismo controlado por el CFR y la Pilgrims Society), ha desarrollado desde hace tiempo un dispositivo que, una vez instalado en el televisor, permite observar e identificar desde una estación de seguimiento a los espectadores sentados frente a la pequeña pantalla. No menos digno de mención es el necio alborozo con el que los medios occidentales celebraron durante la Guerra del Golfo el hecho de que los satélites norteamericanos filmasen y transmitiesen con detalle todo lo que ocurría en cada palmo del territorio iraquí.; un "adelanto" técnico que, conociendo la catadura de quienes lo manejan, sólo puede constituir motivo de alegría para los desalmados y los imbéciles.

Las iniciativas en pro de la seguridad "democrática" desarrolladas por la socialdemocracia alemana no tardaron en hacerse extensivas a otros países europeos, entre los que España no iba a ser una excepción. En nuestro país, esa gran computadora central mencionada líneas atrás está ubicada en El Escorial , y su planificación contó con el asesoramiento de un grupo de expertos del Departamento Informativo de la policía federal alemana. El banco de datos de dicho ordenador dispone de doscientas terminales distribuidas por toda la geografía española, y el personal que lo atiende está integrado en su totalidad por funcionarios policiales. Todos y cada uno de los ciudadanos españoles tienen allí su correspondiente ficha magnética, en la que figura un amplio historial elaborado a partir de la información suministrada por múltiples fuentes fragmentarias; un historial compuesto por innumerables datos, muchos de ellos ya olvidados e incluso desconocidos por los propios afectados.

A la vista de la concatenación sistemática que se lleva a cabo desde las altas instancias políticas, utilizando la lucha antiterrorista como medio para la adopción de medidas excepcionales de aplicación global y discrecional, nada tiene de sorprendente el hecho de que detrás de no pocas acciones terroristas haya algo más que un atajo de violentos y de oligofrénicos, dos especímenes, por lo demás, nada difíciles de reclutar y menos aún de manipular. Después, sus matanzas indiscriminadas las sufrirá la población y las rentabilizará el Poder.

Acerca de las turbias tramas que se mueven en el submundo del terrorismo, existen trabajos rigurosos y harto ilustrativos de los sórdidos manejos y de los intereses supuestamente antagónicos que aparecen entrecruzados en algunas de ellas. Un asunto, éste, que volverá a suscitarse más adelante, aunque no estará de más citar ahora una muestra bien conocida. Durante la década de los ochenta operó en Italia, Francia y Portugal un grupo terrorista que reivindicaba sus acciones bajo el nombre de La Llamada de Jesucristo (nótese el nombrecito que se le puso al engendro), y cuyos atentados se dirigieron siempre contra intereses norteamericanos y judíos en los países citados. Tanto los medios policiales como los informativos señalaron al régimen libio del coronel Gadafi (ogro de moda por entonces) como el instigador y patrocinador de dicho grupo, que en realidad no era sino un dispositivo organizado por los servicios secretos españoles y franceses, e integrado en su mayoría por confidentes policiales.

Por lo que se refiere al otro gran estratega de la Trilateral, Abraham ben Elazar, más conocido como Henry Kissinger, nació el año 1923 en la localidad alemana de Fürth (Baviera), desde donde emigró en 1939, junto con su familia, a los Estados Unidos, país cuya nacionalidad adoptaría en 1943. En 1947 obtuvo una beca del Fondo Rockefeller merced a la cual cursó estudios y se graduó en Ciencias Políticas en la Universidad de Harvard, reputado centro fabiano del Establishment en el que posteriormente desempeñaría varios cargos docentes y directivos.

Su participación en la vida pública estadounidense comenzó a principios de los años sesenta, desempeñando desde entonces e ininterrumpidamente a lo largo del mandato de cuatro presidentes norteamericanos diversos cometidos políticos de alto nivel. Fue asesor de la Oficina de Coordinación Gubernamental, del Consejo Nacional de Seguridad, de la Agencia de Control de Armamento y del Departamento de Estado, todo ello durante las Administraciones Kennedy y Johnson, hasta que en 1969 Richard Nixon le nombró su consejero personal, empleo que simultaneó con la presidencia del Consejo Nacional de Seguridad. Cuatro años después fue designado por Nixon Secretario de Estado, cargo en el que sería ratificado por el siguiente inquilino de la Casa Blanca, Gerald Ford.

Pese a la enorme relevancia de sus cometidos políticos, éstos no constituyeron más que una parte de la dilatada trayectoria de nuestro protagonista, cuyos episodios más enjundiosos habría que buscarlos en otros ámbitos.

Experto, como Brzezinski, en política internacional y en asuntos soviéticos, el profesor Kissinger no tardó en concitar el interés del Consejo de Relaciones Exteriores, que ya en 1955 le encomendó la dirección de una investigación para el análisis de las posibles respuestas a la amenaza soviética. Este poderoso club, a cuya presidencia accedería Kissinger años después, fue una de sus catapultas políticas. La Fundación Rockefeller Brothers habría de ser la otra. En efecto, la dirección del Programa Especial de Estudios de dicha entidad, que le fuera confiada en 1956, no constituyó más que el primer episodio de una estrecha e ininterrumpida colaboración entre Henry Kissinger y el clan Rockefeller. Desde finales de los años cincuenta, el profesor Kissinger se convirtió en el principal asesor de las campañas políticas de Nelson Rockefeller, puesto que ocuparía hasta el momento mismo en que ambos se incorporaron a la Administración Ford, el primero como Secretario de Estado y el segundo en calidad de Vicepresidente de los Estados Unidos. Paralelamente a todo ello discurrieron las actividades compartidas por Kissinger y David Rockefeller en el seno del Consejo de Relaciones Exteriores, colaboración que se estrecharía todavía más cuando el plutócrata fichó al tecnócrata para la Comisión Trilateral.

No será necesario exponer las tesis de Henry Kissinger en materia de política internacional y en asuntos soviéticos, toda vez que, en lo esencial, son las mismas que ya viéramos al hablar de Brzezinski. Lo que sí es digno de reseñarse son las actividades que desarrolló nuestro protagonista en aplicación de tales planteamientos, así como las controversias que suscitó como consecuencia de todo ello. Y no solamente fue la curiosa política de distensión aplicada por Kissinger lo que provocó la perplejidad de los más diversos círculos políticos, sino también los nombramientos que efectuara desde su puesto como secretario personal de Nixon y, posteriormente, desde la jefatura del Consejo Nacional de Seguridad y la dirección del Departamento de Estado. Nombramientos entre los que figuraron varios personajes conocidos por su filiación pro-marxista, como sería el caso de Helmuth Sonnenfeld, James Sutterlin, Boris Closson, William Hall y Arnold Wiesner.

La perplejidad de los primeros momentos acabó dando paso a la sospecha abierta, que terminaría concretándose en una serie de informes, tanto privados como oficiales, que iban a desvelar con pruebas contundentes el origen de tan extraños hechos.

El primero de ellos fue elaborado por Frank Capell, experto en cuestiones de espionaje y analista de varias revistas políticas estadounidenses, una de las cuales, The Herald of Freedom, lo publicó íntegramente en octubre de 1971. Dicho informe fue posteriormente leído en el Congreso por el diputado John Rarick, y recogido en el tomo 117 de los Informes Oficiales de Sesiones Congressional Records de 28-10-71. Con arreglo al mismo, las relaciones de Henry Kissinger con varios de sus colaboradores y subordinados en el Consejo Nacional de Seguridad y en el Departamento de Estado se remontaban al período 1943-1946,durante el cual Kissinger permaneció en Alemania como integrante de las fuerzas de ocupación norteamericanas, que le nombraron, pese a su escasa graduación militar (sargento), administrador de la ciudad de Bensheim. Fue en ese período cuando Kissinger entró en contacto con sus correligionarios Helmuth Sonnenfeld, Gunter Guillaume, agente de los servicios secretos de la Alemania del Este y más tarde secretario de Willy Brandt, y Egon Bahr, colaborador de la inteligencia soviética y futuro artífice de la Ostpolitik. Todos ellos se integrarían en una célula de espionaje en favor de la URSS, en la que el sargento Kissinger operaba bajo el seudónimo de Bor.

Tales imputaciones, que la Administración norteamericana se limitó a negar sin más, fueron posteriormente confirmadas por dos ex-oficiales del KGB, Golitsin y Goleniewski, así como por un completo dossier elaborado por un equipo de agentes de la CIA, en el que se revelaban todos los lazos existentes entre Kissinger y la Inteligencia soviética. El contenido de dicho dossier, archivado en su día por Stansfield Turner, director de la Agencia norteamericana y miembro del Consejo de Relaciones Exteriores, ha visto la luz recientemente gracias a un trabajo publicado por tres expertos en asuntos de espionaje, William Corson y los esposos John y Susan Trenton ("Four american Spies, the wives they deft behind and the KGB's crippling of American Intelligence").

Este tipo de hechos, que tampoco suponían ninguna novedad, eran habitualmente interpretados por la ultraderecha conservadora, siempre tan perspicaz, como parte de un plan dirigido a colocar a Occidente bajo las garras del Imperio Soviético, cuando lo que realmente significaban es que se estaba operando la deseada simbiosis entre el capitalismo expansivo y los estereotipos humanistas propios de la demagogia marxista, para dar paso así al capitalismo multinacional y progresista vigente en la actualidad.

Por lo demás, el contenido de los informes mencionados no empañó en lo más mínimo la carrera política de Henry Kissinger, que sólo se vio momentáneamente truncada cuando la Suprema Corte Rabínica de Estados Unidos decretó en 1976 su excomunión, a raíz de las maniobras desplegadas por el entonces Secretario de Estado para maquillar las conquistas de Israel durante la Guerra del Yon Kippur. Un conflicto a cuyo desencadenamiento "preventivo" no fue ajeno el propio Kissinger, y que reportó a las arcas de sus patrocinadores, los Rockefeller, y a las multinacionales petrolíferas en general, enormes beneficios.

Con todo, el ostracismo de Kissinger, aunque severo mientras pesó sobre él la excomunión, se iba a prolongar durante poco tiempo, ya que la Corte Rabínica no tardaría en rehabilitarle en atención a las nuevas contribuciones del penado a la causa sionista. La doctrina sugerida por Kissinger, consistente en la fragmentación del Líbano en varios compartimentos político-confesionales como la mejor fórmula para garantizar la seguridad de Israel, se resumiría en su célebre sentencia: "Si queréis la paz en Oriente Medio, entregad el Líbano a Siria".

Desde que abandonara la política activa, al menos de forma oficial, la actividad de Kissinger se ha desplegado a través de sus continuos desplazamientos de un extremo a otro del planeta, como comisionado y embajador de proyectos e intereses equivalentes a los que ya representó en su época anterior. Tal actividad no se reduce al terreno de lo político, aunque frecuentemente ejerza labores de emisario especial de la Administración norteamericana, sino que, de acuerdo con su posición en la Comisión Trilateral, se desarrolla fundamentalmente en el ámbito económico, que es el esencial y el que determina el curso de todos los demás. Ése es el terreno en el que se desenvuelve actualmente Henry Kissinger, a quien la Alta Finanza suele encomendar diversos asuntos relacionados con la deuda pública, asuntos que el eficiente tecnócrata solventa sin estridencias públicas y con pingües beneficios para sus arcas a través de su compañía de consultores Kissinger Associates, cuyos clientes son, lógicamente, los Estados deudores y las Multinacionales acreedoras.

Como será fácil suponer, el plantel de los asociados de dicha compañía está compuesto por elementos bien introducidos en las altas esferas financieras y políticas. Figuran entre ellos Lawrence Eagleburger (ex-subsecretario de Estado y director del LBS Bank), Brent Scowcroft (ex-asesor presidencial de Seguridad y director del National Bank de Washington), lord Carrington (ex-secretario general de la OTAN y directivo del Barclays Bank y del Hambros Bank), lord Eric Roll (director del Banco de Inglaterra), Per Gyllemhammer (directivo de Volvo y del Banco Sueco de Crédito Naval; miembro de la junta de asesores del Chase Manhattan Bank), Saburo Okita (ex-ministro de Asuntos Exteriores, miembro del Club de Roma y de la Comisión Trilateral), William Simon (ex-secretario de Hacienda y directivo de la firma bancaria Salomon Brothers), y sir Y.Kahn (directivo del grupo financiero S.G. Warburg y de la China International Finance Company).

Quienes estén interesados en solicitar los servicios de Kissinger Associates deben saber que la tarifa anual por el solo hecho de figurar en su cartera de clientes ronda los treinta millones de pesetas.

En la órbita de la Comisión Trilateral e íntimamente vinculada a la misma, compartiendo programas y proyectos, se desenvuelven una serie de entidades entre los que sobresalen dos: el Instituto Aspen y el Club de Roma.

El Instituto Aspen de Estudios Humanísticos fue fundado en 1949 por iniciativa de varios miembros del Real Instituto de Asuntos Internacionales británico y de su equivalente norteamericano, el omnipresente Consejo de Relaciones Exteriores. El objetivo de este organismo se centra en llevar a cabo un vasto análisis de los elementos que han configurado el curso de las sociedades humanas, para poder así, una vez conocidos éstos y sometidos al oportuno control, planificar el venturoso futuro de la humanidad. Y todo ello, claro está, bajo la inspiración de los consabidos estereotipos "humanistas", cuya verdadera significación no se le escapará a ningún observador medianamente imparcial de la moderna sociedad occidental.

A tal efecto, el benemérito Instituto no sólo explora el pensamiento de los grandes maestros y pensadores del pasado, sino que también promueve foros de reflexión en los que reúne a los grandes maestros tecnocráticos del presente: ejecutivos de empresas multinacionales, políticos, académicos, científicos, líderes sindicales, etc. El propósito fundamental de dichas reuniones, en las que oligarcas y pseudocontestatarios de izquierdas confraternizan y hacen causa común, se centra en lograr que aquellas posiciones que en principio pudieran ser divergentes confluyan finalmente en un punto básico de entendimiento común, cosa, por lo demás, nada difícil de conseguir entre individuos que, en lo esencial, comparten una misma mentalidad.

Por derroteros similares se desenvuelve el Club de Roma, nacido en abril de 1968 a instancias de Aurelio Peccei, miembro destacado del Bilderberg Group, del comité directivo de la empresa FIAT y del consejo de administración del Chase Manhattan Bank; el perfil característico, como se podrá comprobar, del filántropo benefactor.

Desde que fuera creado, este organismo se ha distinguido por sus informes apocalípticos sobre el crecimiento demográfico, informes elaborados en la línea del más puro fabianismo malthusiano y en los que se aboga por un drástico control de la natalidad, en estrecha conexión con las campañas proabortistas promovidas por las Fundaciones Ford y Rockefeller. Lo malo es que los artificiosos planteamientos y los errores de bulto del programa elaborado por el Club en "Los Límites al Crecimiento", han sido contundentemente refutados por varios especialistas (Alfred Sauvy entre ellos) ajenos a los abrevaderos oficiales. Después, varios de esos errores de bulto han sido reconocidos por el propio Club de Roma, aduciendo que tan solo se trataba de elementos de provocación.

En 1981 el Club de Roma auspició la creación de un organismo apéndice cuyo cometido sería proyectar "una nueva humanidad". Tras varios días de debates en la Universidad Gregoriana de Roma, un feudo de la Orden jesuita propuesto por ésta como marco del encuentro, nació el Forum Humanum, cuyo principal patrocinador económico ha venido siendo desde sus inicios la multinacional FIAT.

Entre los postulados ideológicos sostenidos por el Club de Roma para alumbrar esa "nueva sociedad" figura, cómo no, la necesidad de implantar un Gobierno supranacional. En ese sentido se han manifestado reiteradamente sus más destacados dirigentes, desde el ya fallecido Aurelio Peccei, quien en su momento significó que "uno de los mayores obstáculos para el progreso de la humanidad es el concepto de la soberanía de cada nación", hasta su discípulo y sucesor en la jefatura del Club, Alexander King, según el cual "la sociedad mundial requiere una única dirección, un gran capitán que guíe la tierra hacia un destino común". Ni el Gran Hermano de la pesadilla orwelliana se habría expresado mejor.

Entre los miembros más relevantes del Club figuran individuos como Daniel Jensen (Trilateral, Bilderberg), Sol Linowitz (Trilateral, CFR), Edgar Pisani (Instituto Aspen, Bilderberg), Jimmy Carter (Trilateral, CFR) y Kurt Rothschild. Por lo que se refiere a sus socios españoles cabe citar dentro de los más conocidos a José Luis Cerón, Carlos Robles Piquer, Federico Mayor Zaragoza, Joaquín Ruiz Jiménez Cortés, Fernando Morán, Javier Solana y Mercedes Sala.

Otra de las lumbreras de este distinguido aerópago es el ideólogo marxista Adam Schaff, cuyos vínculos con diversos foros plutocrático-oligárquicos le hacen acreedor a una mención especial. Las razones de su pertenencia al Club de Roma las ha expuesto él mismo con afirmaciones como éstas: "Me gusta tratar con los capitalistas del Club de Roma; son los únicos que se atreven a hablar abiertamente del futuro de la humanidad; son tan poderosos que no tienen nada que temer".

Al igual que ocurre con otras entidades afines de carácter mundialista, la Comisión Trilateral cuenta con una serie de émulos surgidos en diversos países a modo de prolongación o réplica a escala regional del modelo trilateralista. Uno de tales organismos, con sede en Francia, ya fue citado por el rotativo L'Humanité en 1977, aunque hubo que esperar hasta 1991 para que la indiscreción de una colaboradora del mismo permitiera conocer su relación de integrantes. El grupo en cuestión se denomina Le Siècle, y en su seno confraternizan y hacen proyectos de futuro la oligarquía plutocrática y la vanguardia "proletaria".

En la nómina de esta conmovedora hermandad aparecen personajes como (la relación no es exhaustiva) Jean Louis Beffa, director de la multinacional Saint-Gobain, J.H.David, presidente de la Banca Stern, Guy Delorme, director de la Banca Monod, Vincent Bollard, presidente de la Compañía Financiera Privada, Raimond Lévy, director de Renault, Chistian Maurin, director de la Banca Sofinco, Jacques Mayoux, vicepresidente de la Banca Goldman Sachs Europa, André Wormser, presidente de Sovac, filial de la Banca Lazard. Por parte "obrera" cabe significar la presencia, entre otros, de Jacques Attali, ex-consejero de Mitterrand, Maurice Faure, ex-ministro radical socialista, Pierre Joxe, ministro en los gobiernos socialistas Rocard, Cresson y Bérégovoy, Jacques Julliard, director de redacción del diario socialista Le Nouvel Observateur, Anicet le Pors, ex-senador comunista y ministro del gobierno Mauroy, Roger G. Schwartzemberg, diputado radical de izquierda, Gilles Menage, ex-director del gabinete presidencial de Mitterrand y por último, para que no falte de nada, René Remond, director de la Revista Histórica y destacado representante del llamado "cristianismo" de izquierdas.

EL GRUPO BILDERBERG

El grupo Bilderberg nació oficialmente en mayo de 1954, fecha en la que tuvo lugar en la localidad holandesa de Oosterbeek la primera Conferencia de esta entidad con la participación de un centenar de destacadas figuras del mundo económico, político, académico y mediático. El anfitrión de aquella sesión inaugural, celebrada en los salones del hotel Bilderberg, de donde procede el nombre del grupo, fue el príncipe Bernardo de Holanda, un personaje estrechamente vinculado a los altos círculos financieros y políticos occidentales. Desde que echara a andar, el mensaje difundido por los mentores del Bilderberg Group fue el característico de este tipo de organismos: se trataba, según el comunicado oficial, de una entidad destinada a fortalecer la unidad atlántica, a frenar el expansionismo soviético y a fomentar la cooperación y el desarrollo económico de los países del área occidental. Todo lo cual no era más que una forma eufemística de describir los objetivos reales de la organización, perfectamente conocidos a tenor del contenido de sus reuniones. Y es que, a pesar del hermetismo en el que se desarrollan éstas, nunca han faltado las filtraciones reveladoras sobre el particular.

En el seguimiento de las reuniones y andanzas de esta emérita cofradía merece destacarse la labor que, desde hace tiempo, viene realizando el rotativo estadounidense The Spotlight, cuyas valiosas informaciones han sido fundamentales para saber que tales objetivos se resumen en uno, cual es el cercenamiento progresivo de las soberanías nacionales y su transferencia a instituciones de carácter oligárquico y supranacional.

Pero antes de seguir adelante convendrá escudriñar en los orígenes de esta entidad, en los que aparece como eminencia gris e instigador un personaje de escasa resonancia pública, pero de enorme peso en los más discretos y selectos círculos del Poder. Se trata de Joseph Retinger, un sujeto a quien el propio Bernardo de Holanda rendiría homenaje fúnebre con estas palabras: "La historia conoce numerosos personajes notables sobre los cuales se concitó durante su vida la atención general. Ellos fueron admirados y festejados por todos, y nadie ignoró su nombre.... Existen, sin embargo, otros hombres cuya influencia es todavía mayor, incidiendo con su personalidad en el tiempo en que vivieron, aunque no son conocidos, pese a todo, más que por un círculo de iniciados muy restringido. Joseph Retinger fue uno de éstos". (Bulletin nº 5 du Centre de Culture Europeèn).

Joseph Retinger nació en Cracovia el año 1887 en el seno de una prestigiosa familia de origen judío-austríaco. A la edad de 18 años marchó a París, donde se doctoró en Letras y entabló sus primeros contactos en las altas esferas sociales occidentales. Acto seguido se iniciaría su azarosa y agitada existencia, caracterizada por sus múltiples cambios de residencia y constantes desplazamientos, así como por su presencia en la mayor parte de los escenarios político-diplomáticos donde se ventilaron los conflictos europeos de la primera mitad de este siglo. Una frenética actividad, en suma, que guarda un curioso paralelismo con las andanzas de los célebres agentes itinerantes de la francmasonería iluminista.

Después de cursar estudios en la Escuela de Ciencias Políticas parisina se trasladó a Munich, donde siguió un curso de psicología. Posteriormente, en 1914, se dirigió a Londres para inscribirse en la London School of Economics, centro en el que entabló estrechos contactos con los círculos fabianos británicos aglutinados en torno a esa influyente institución. Tras iniciarse en la francmasonería sueca, se desplazó a los Estados Unidos, país en el que ampliaría sus relaciones de alto nivel y protagonizaría un sinfín de peripecias. Finalmente, una vez concluida la 2ª Guerra Mundial, Joseph Retinger se entregó de lleno a la tarea de construir los cimientos del movimiento europeísta.

En mayo de 1946, junto con Paul von Zeeland, crea la Liga Europea de Colaboración Económica, un organismo en el que, contrariamente a lo podría deducirse por su nombre, participaron activamente varios miembros destacados de la nomenclatura oligárquica estadounidense, como John McCloy (CFR, Bilderberg, Chase Manhattan Bank), Averell Harriman (CFR, Bilderberg, Pilgrims, The Order), George Franklin (CFR, Bilderberg, Trilateral), John Foster Dulles (CFR, Bilderberg), William Wiseman (socio de la Banca Khun&Loeb), M. Leffingwelle (socio de la Banca Morgan), Nelson y David Rockefeller, etc.

El 7 de mayo de 1948 veía la luz otra elaboración de Retinger, el Congreso de Europa, una entidad en la que se integraron varias organizaciones afines del momento, y de la que surgiría un año después el Consejo de Europa. No menos digno de mención es el decisivo papel desempeñado por Retinger en el alumbramiento del Movimiento Europeo, una institución que tiene como objetivo fundamental la implantación de un gobierno europeo supranacional, y cuya secretaría general ocuparía su fundador durante varios años. Obvio es decir que esta clase de organismos no son otra cosa que emanaciones de las altas esferas plutocrático-oligárquicas, por lo que nada tiene de sorprendente el contenido de un informe confidencial elaborado por uno de ellos, la Comisión Europea, durante el mandato de Jacques Delors, informe con arreglo al cual quince multinacionales se repartirán el famoso "mercado único" europeo: Allianz A.G., Mediobanca, Lazard Partners, S.G.Warburg, Lambert Group, Swiss Re., Credit Suisse, Shearson, Credit Lyonnais, Deutche Bank, National Nederlandem, Barklays Bank, Assicurazioni Generale y Zurich Insurance.

El cometido desarrollado por Retinger en la cristalización del entramado europeísta sería valorado por el Boletín nº 5 del Centro de Cultura Europea con estas palabras: "Sin él, la Liga Europea de Cooperación Económica, el Movimiento Europeo y nuestro Centro de Cultura Europea no habrían visto nunca la luz. El Congreso de Europa de la Haya fue su obra, y el Consejo de Europa su resultado. Posteriormente fue él quien concibió y dio vida al Bilderberg Group, consagrado a la comprensión y la unión atlántica".

Tal y como indicaba el citado boletín, el Bilderberg Group fue, en efecto, otro de los grandes proyectos puestos en marcha por Joseph Retinger, que desempeñó la Secretaría permanente de dicho organismo hasta su fallecimiento en 1960. Debe quedar claro, no obstante, que el nacimiento del Bilderberg Group se gestó siguiendo la norma habitual en estos casos, de igual modo que ha ocurrido con todas las entidades paralelas descritas a lo largo de estas páginas, y en las que detrás del tecnócrata operador siempre ha habido un plutócrata patrocinador. Sin el sufragio económico de la casa Rothschild nunca habrían tomado cuerpo los planes de Cecil Rhodes ni la Round Table, como tampoco se habría hecho realidad la London School of Economics sin los fondos aportados para su creación por el Trust Huntington y la Banca Rothschild. Del mismo modo que el Consejo de Relaciones Exteriores y su principal artífice, el siniestro "coronel" House, contaron con el patrocinio de la Banca Morgan, o los oficios de Brzezinski y el proyecto trilateralista tuvieron como patrón a David Rockefeller, así también las labores de Retinger para el alumbramiento del Bilderberg Group respondieron a la iniciativa estratégica y a los fondos aportados por el plutócrata de turno, en ese caso Víctor Rothschild. Y es que a la sombra de toda empresa de semejante envergadura, y más allá de sus promotores inmediatos, siempre subyace una instigación oligárquica y una poderosa plataforma financiera.

Hasta 1976, el Bilderberg Group estuvo presidido por el príncipe Bernardo de Holanda. Los lazos de la casa real holandesa (titular de una de las mayores fortunas del planeta) con la Alta Finanza son viejos y bien conocidos, lo que hace innecesario detallarlos aquí. A raíz del escándalo suscitado por los sobornos de la Compañía Lockheed, en los que se vio envuelto como principal implicado el príncipe Bernardo, éste dejó la presidencia del Grupo, siendo sustituido por Douglas Home, ministro de Exteriores británico, que permaneció en el cargo hasta 1980. A Home le sucedió Walter Scheel, ministro de Asuntos Exteriores y, posteriormente, presidente de la República Federal Alemana, que asumió la jefatura hasta 1985, año en que fue relevado por el británico Eric Roll, presidente del grupo bancario S.G.Warburg. Este último dejó paso en 1989 al actual presidente, Peter Rupert, más conocido como lord Carrington, ex-secretario general de la OTAN, ex-ministro de varios gobiernos británicos y miembro destacado de la Fabian Society y del Real Instituto de Asuntos Internacionales.

Entre los más destacados integrantes de la sección europea del Bilderberg Group es habitual la pertenencia simultánea a la Comisión Trilateral, pertenencia que se extiende al Consejo de Relaciones Exteriores en el caso de los miembros más relevantes de la sección norteamericana del Grupo. De estos últimos podría reseñarse una breve relación de nombres que militan en los tres organismos, como son David Rockefeller, George Bush, Zbigniew Brzezinski, Robert McNamara, Henry Kissinger, Caspar Weinberger, Bill Clinton, ninguno de los cuales necesita presentación, George Ball, asociado de la banca Lehmann Brothers, Cyrus Sulzberger, editorialista del New York Times, y Heddy Donovan, redactor jefe de la revista Time.

Por lo que se refiere a la estructura interna del Bilderberg Group, ésta se articula siguiendo el esquema característico de los círculos concéntricos, que es el organigrama adoptado tanto por el entramado oligárquico-mundialista en su conjunto, como por cada una de las entidades que se integran en el mismo. En el caso del Bilderberg Group, el círculo más externo está representado por los miembros asistentes a las conferencias periódicas organizadas por este organismo, una parte de los cuales son afiliados permanentes, y la otra invitados ocasionales o en vías de reclutamiento. El primer círculo interior es el Steering Committee, compuesto por 39 miembros permanentes del Grupo. Una restringida camarilla de estos últimos constituye, a su vez, el segundo círculo interno y el más hermético. Se trata del Bilderberg Advisory Committee, cuyos integrantes norteamericanos son todos miembros del Consejo de Relaciones Exteriores. No en vano el coronel Curtis B.Dall, ex-yerno del presidente Franklin D.Roosevelt y personaje bien introducido en los medios financieros y políticos estadounidenses, definió al Bilderberg Group como "la fase mundialista del Consejo de Relaciones Exteriores norteamericano y del Real Instituto de Asuntos Internacionales británico".

Los objetivos del Bilderberg Group, nada difíciles de suponer por otra parte, han sido expuestos más de una vez con meridiana claridad en los discretos cónclaves que celebra este organismo en medio de imponentes medidas de seguridad. Si bien es lo cierto que de poco ha servido hasta ahora el sigilo que rodea tales reuniones, sobre las que raramente han faltado las filtraciones, e incluso las delaciones internas que permitieran conocer gran parte de sus conclusiones. Buena prueba de ello son las declaraciones realizadas en los preámbulos de la Conferencia Bilderberg de 1991 por Charles Muller, un alto funcionario de la entidad, quien se quejaba de que "cada año, alguien que representa a una organización o periódico dispuesto a oponerse a nuestros objetivos acaba, de algún modo, infiltrándose" (el periódico al que hacía referencia Muller no es otro que The Spotlight).

Pese a tratarse, como ya se apuntara anteriormente, del círculo más externo de esta entidad, lo tratado en sus cumbres periódicas ofrece una clara idea de sus objetivos. Así, en la Conferencia celebrada en junio de 1991 en la localidad alemana de Baden-Baden, sus más conspicuos militantes celebraron el desarrollo de la Guerra del Golfo, cuyo desenlace estaba entonces reciente, como "un paso importante para sacar a los americanos del nacionalismo". Sobre este particular se pronunció Henry Kissinger, uno de los ponentes, haciendo notar "el avance de años" que había supuesto el hecho de que la intervención norteamericana en el conflicto hubiera sido acordada en la ONU antes de obtener el refrendo del Congreso norteamericano, único órgano facultado para declarar la guerra según lo dispuesto por la Constitución de ese país, añadiendo que "si los americanos pueden ser persuadidos de traspasar las decisiones bélicas a la ONU, los nacionalismos de vía estrecha de Francia, Gran Bretaña o cualquier otro país desaparecerán". El júbilo de Kissinger y de sus ilustres cofrades estaba plenamente justificado si se considera que la ONU no es sino uno de sus organismos títere.

Como colofón de este rápido repaso bueno será dedicar algunas palabras a uno de los "pasatiempos" predilectos de los bilderberger. Se trata de lo que, en la jerga de la organización, es conocido como "juegos de guerra", un significativo eufemismo mediante el que se designan ciertas prácticas que ya desde tiempo antes venía desarrollando el Consejo de Relaciones Exteriores. Básicamente, los llamados juegos de guerra consisten en la escenificación de situaciones de crisis extrema sobre asuntos de política internacional, a fin de tener previstas todas las posibles contingencias que pudieran representar un obstáculo para el desenlace deseado.

Los seminarios o foros de reflexión donde se desenvuelven estos "juegos" suelen celebrarse en lugares apartados bajo los auspicios de instituciones académicas tales como el Instituto Averell Harriman, el Consejo de Yale sobre Estudios Internacionales o la Academia para el Desarrollo de la Educación, todas ellas vinculados a la sociedad The Order, de la que se hablará más adelante. Los participantes en estos seminarios son, por lo regular, expertos reclutados en las altas esfera científicas y académicas y vinculados a las figuras clave de la política exterior de sus respectivos países.

Paralelamente a los "juegos de guerra" se desarrollan los "juegos políticos", complementándose ambos mutuamente. En realidad, el juego de guerra se pone en marcha cuando sobrevienen o son introducidos en un juego político acontecimientos críticos, como golpes de Estado, graves disturbios sociales, magnicidios, invasiones, etc. Y si bien los juegos de guerra están concebidos para tener previstas todas las eventualidades posibles y las soluciones más adecuadas a cada una de ellas, a veces ocurre que el acontecimiento real (ya sea espontáneo, ya provocado) se desarrolla de forma distinta a la prevista en el "juego", en cuyo caso se hace preciso intervenir, si es necesario directamente, para corregir los desvíos y reconducir el proceso hacia el desenlace adecuado.

EL REAL INSTITUTO DE ASUNTOS INTERNACIONALES Y EL CONSEJO DE RELACIONES EXTERIORES

Con arreglo a la versión oficial, el Instituto de Asuntos Internacionales fue constituido en 1920 como resultado de las conversaciones mantenidas por varios delegados británicos y norteamericanos asistentes a la Conferencia de Paz de 1919, celebrada en París al término de la 1ª Guerra Mundial. Más tarde, en 1926, el Instituto recibía el título de "Real" en virtud de una Carta de la Corona británica que le encomendaba la tarea de promover y sufragar medios de información sobre cuestiones internacionales, pero de forma que los análisis vertidos en los mismos no fuesen en ningún caso asumidos oficialmente por la institución. La entidad debería financiarse con las aportaciones de sus miembros individuales, con sus propias inversiones y con las donaciones recibidas para labores de investigación. Hasta aquí llega la información que el susodicho Instituto difunde sobre sí mismo. De lo que ahora se trata, pues, es de penetrar en su verdadera génesis y en los resortes que impulsaron su constitución.

El 19 de mayo de 1919, Edward Mendel House, alias "coronel" House, convocó a una reunión de trabajo en el hotel Majestic a un reducido grupo de delegados norteamericanos y británicos participantes en la Conferencia de Versalles. De este sujeto, cuyo decisivo papel en la adopción del Federal Board System norteamericano ya fue significado páginas atrás, podría escribirse en términos muy similares a los empleados cuando se describiera la trayectoria de Joseph Retinger, pues se trata de otro de esos singulares personajes cuyo papel en la historia reciente, siempre desarrollado en la sombra, ha sido incomparablemente superior al de innumerables figurones políticos que han gozado de gran notoriedad. Además de eminencia gris de Woodrow Wilson, el "coronel" House ejerció como peón de lujo del Establishment financiero estadounidense, circunstancias que compaginaba con su condición de iniciado en la logia iluminista Maestros de la Sabiduría y con su pertenencia a la sociedad The Order.

Por parte americana, los asistentes a dicha reunión fueron John Foster Dulle, futuro secretario de Estado, y su hermano Allen Dulles, tiempo después director de la CIA, ambos perteneciente a un bufete de abogados ligado a los trusts Morgan y Rockefeller, Christian Herter, que también ocuparía años después la Secretaría de Estado, Jerome Greene, asesor del Instituto Rockefeller, W.Shepardson, miembro de la sociedad The Order, Robert Lansing, James Shotwell, Archibald Carey Coolidge y el general Tasker Bliss, todos ellos vinculados a instituciones dominadas por la sección norteamericana de la Round Table. En la delegación británica figuraban lord Robert Cecil, lord Eustace Percy, sir Valentine Chirol, Lionel Curtis, Harold Temperly y Edward Grigg, miembros todos ellos de la Round Table y de la Fabian Society.

El 30 de mayo tuvo lugar un segundo encuentro, y el 12 de junio, en la tercera reunión, fueron designados Lionel Curtis y Whitney Shepardson, respectivamente, como secretarios de las ramas inglesa y americana de la organización. Asimismo se acordó que cada una de las dos ramas del Instituto adoptara una denominación propia. De acuerdo con dicha determinación, el 9 de noviembre de 1923 se presentaba oficialmente la sección inglesa bajo el nombre de Instituto Británico de Asuntos Internacionales, título que fue sustituído en 1926, tras la concesión de la Carta Real, por el definitivo de Real Instituto de Asuntos Internacionales. Su sede social se estableció en un inmueble conocido como Chatam House (10 de Saint-James Square), donde también tenía sus dependencias la Round Table.

Siguiendo los mismos designios, la sección norteamericana se constituía oficialmente en 1921 con el nombre de Council on Foreign Relations (CFR) o Consejo de Relaciones Exteriores. Ni que decir tiene que la dirección del nuevo organismo recayó en el ínclito House, cuyas especiales relaciones con los magnates de la banca neoyorquina explican el hecho de que se rodease en la plana mayor del Consejo de elementos reclutados entre los asociados de la banca J.P.Morgan, en los despachos jurídicos que trabajaban para dicha firma, y en los círculos tecnocráticos vinculados a la Alta Finanza. Figuraban entre ellos los ya mencionados John y Allen Dulles, Otto Khan, Isaías Bowman, Norman Davis, Paul Crawath, Whitney Shepardson, Philip Jessup y Charles Seymur.

Desde entonces hasta hoy, el CFR ha venido siendo uno de los más eficientes instrumentos del Establishment, que a través de este organismo determina el curso de la vida pública estadounidense en todos los ámbitos, y muy especialmente en el relativo a la política exterior, como iremos viendo a lo largo de las páginas sucesivas.

Entre la firmas multinacionales y Fundaciones "filantrópicas" que contribuyen a costear los ingentes gastos de este poderoso club figuran la Carnegie Corporation of New York, IBM World Trade Corporation, General Motors Corporation, Morgan Guaranty Trust Company, Citybank, Chemical Bank, Citicorp, International Minerals and Chemical Corporation, Association of Radio and Television News Analysts, The Ford Fundation, The Rockefeller Fundation, Rockefeller Brothers Fundation, The Andrew Mellon Fundation y The Commonwealth Fundation.

Eso no impide, más bien todo lo contrario, que el CFR sea el organismo donde mejor se ha operado la síntesis fabiana entre el capitalismo y uno de sus hijos bastardos, el marxismo, que de esta forma, una vez ultimada la labor de disolución cultural y espiritual para la que fue diseñado, se reintegra a la matriz burguesa de la que surgió. Dicho de otro modo, el CFR ofrece el más preclaro exponente de la dialéctica hegeliana, y en su seno los dos supuestos antagonistas se funden en la síntesis deseada. Aquí, el internacionalismo "proletario" de la retórica marxista se transfigura en el cosmopolitismo "humanista" del capitalismo multinacional; el materialismo marxista se identifica con el materialismo burgués que lo engendró; y el gregarismo social del colectivismo bolchevique se corresponde con el paraíso progresista de las masas uniformizadas pastando en los prados felices del bienestar nihilista y del consumismo material.

No tiene nada de extraño, por tanto, que este Club oligárquico patrocinado por el Gran Capital haya servido de tribuna para la difusión de la "cultura" izquierdista y contado entre sus miembros con innumerables gentlemen filomarxistas. Además del ya citado Henry Kissinger (presidente en su día de este organismo) y de su equipo de colaboradores pro-soviéticos, son abundantes los ejemplos de oligarcas progresistas que han destacado en sus filas. Entre algunos de los más conocidos figuran Alger Hiss, Herbert Matthews, John Fairbank y Harry Dexter White, todos ellos agentes activos de la Inteligencia soviética durante la época de la "confrontación".

El caso de Alger Hiss merece especial significación, entre otras razones porque ilustra bastante bien la naturaleza del régimen de Franklin Delano Roosevelt y de su equipo de colaboradores íntimos (Baruch,Morgenthau, Lehman, Frankfurter, Hopkins, Rosenmann, Bloch, Cullmann), todos ellos miembros del CFR y de la Round Table, todos ellos acaudalados plutócratas y todos ellos simpatizantes y benefactores del régimen estalinista. Pues bien, entre esos colaboradores de Roosevelt figuraba también Alger Hiss, cuya importancia viene dada por el decisivo papel que, en su calidad de asesor especial del Departamento de Estado, desempeñó en los acuerdos de Yalta, tan provechosos para la Rusia soviética.

Nacido en el seno de una familia de la alta burguesía, Alger Hiss cursó estudios en Harvard, feudo fabiano donde fue captado para su equipo de cerebros por el financiero Frankfurter, uno de los ideólogos del New Deal. Tras prestar servicios como abogado en una firma de Wall Streett, entró en contacto con otro destacado militante de la izquierda del New Deal, Lee Pressmann, quien le introdujo en la organización WARE, una red de espionaje al servicio del Komitern. Aunque la trayectoria de Hiss suscitó frecuentes sospechas, no sería hasta tiempo después, con motivo de las imputaciones formuladas contra él por un ex-camarada de la red WARE, Whittaker Chambers, cuando quedaron al descubierto sus vínculos con los servicios secretos soviéticos y su intensa labor de penetración y reclutamiento en las altas esferas de la Administración estadounidense. Pero lo más esperpéntico de este asunto sería su desenlace, ya que, una vez desenmascarado, Alger Hiss fue retirado del servicio estatal, recibiendo por toda sanción la presidencia del Carnegie Endowment for Peace, una de las principales entidades patrocinadoras de las Conferencias Bilderberg.

Otro de los "camaradas" americanos que desempeñó un importante papel en los acuerdos de Yalta fue Averell Harriman, embajador especial de Roosevelt en la Conferencia, miembro de una poderosa saga de banqueros y socio del CFR. Este sujeto, conocido tanto por su pertenencia a todos los círculos oligárquico-mundialistas como por sus deferencias hacia la antigua URSS, fue señalado por Anatoli Golitsin, ex-agente del KGB, como uno de los más activos integrantes de la red filomarxista de la Administración estadounidense.

Naturalmente, el CFR no es el único espacio en el que se ha operado la síntesis ideológica señalada, aunque sí el más notorio. Los núcleos iluministas radicados en las Universidades de Oxford y Yale, de los que se hablará más adelante, se han mostrado igualmente activos en esa misma labor, si bien dentro del más absoluto hermetismo. Igualmente digna de mención a este respecto es la Universidad de Cambridge, bastión fabiano del que salieron los dandis británicos Philby, McLean, Blunt, Burgess y Cairncross, cuyos eficientes servicios al régimen estalinista han sido minuciosamente recogidos en una obra escrita por el que fuera su enlace soviético, el oficial del KGB Yuri Modin.

El órgano oficial del CFR es la revista Foreign Affairs, una publicación trimestral abierta a todos las opiniones "progresistas" en la que vierten sus análisis los iniciados en los discretos círculos del Poder. Dado su carácter "abierto", la revista reitera en cada uno de sus números que no asume oficialmente ninguna de las tesis expuestas en ella por sus colaboradores, añadiendo que tan sólo se ofrece como un foro de reflexión en el que confluyan ideas "divergentes", por estimar que de esa forma se facilita a sus lectores una mejor información que adscribiéndose a una sola escuela de pensamiento (sic).

A pesar de esa "disparidad" de criterios que se observa leyendo las opiniones de individuos de la misma cuerda oligárquica (el Poder es su denominador común) e ideológica (todos ellos participan en lo esencial de una misma mentalidad), resulta sumamente instructivo ojear las páginas de esa publicación. Y es que leyéndola resulta fácil prever el curso que van a seguir ciertos acontecimientos, especialmente cuando las colaboraciones literarias llevan la rúbrica de un capitoste del CFR o de algún iniciado en los círculos más influyentes del Establishment. Así, en el número correspondiente a julio de 1990, uno de los analistas del CFR, Barry Rubin, exponía la necesidad de "tomar medidas especiales y urgentes para acabar con el poder militar y nuclear de ciertos Estados", indicando a continuación que tales medidas "debían aplicarse a las ambiciones de Irak". Unos meses después se desencadenaría la guerra del Golfo Pérsico. No menos ilustrativos fueron los análisis realizados en 1982 sobre la evolución interna de los regímenes marxistas de Polonia y la URSS por William Hyland, editor del Foreign Affairs, ex-analista de la CIA y miembro del Bilderberg Group, de la Comisión Trilateral, de la Pilgrims Society y de la Round Table. Análisis que, cuando menos, pusieron de manifiesto las portentosas dotes "proféticas" del susodicho Hyland, ya que todas sus previsiones se han ido cumpliendo con asombrosa precisión.

Pero el vehículo idóneo para hacer llegar a la gran masa de la población las opciones decididas en los laboratorios del CFR no es el órgano oficial de éste, de carácter y alcance restringidos, sino los grandes medios de comunicación estadounidenses. Después, los diversos tributarios mediáticos del Sistema esparcidos por las provincias del Imperio se aprestarán a desempeñar su papel habitual de caja de resonancia de las consignas elaboradas en el centro emisor, que es donde se decide qué asuntos deben pudrirse en el silencio y cuáles otros han de convertirse en temas de candente actualidad, marcando asimismo las pautas del modo en que deben tratarse éstos.

Para hacerse una idea de la presencia del Consejo de Relaciones Exteriores en los más influyentes medios de comunicación estadounidenses, he aquí una breve relación de algunos de los capitostes de tales medios adscritos a dicho organismo:

New York Times: Richard Gelb, William Scranton, John F. Akers, Louis Gerstner, George Munroe, Donald Stewart, Cyrus Vance, A.M.Rosenthal, Seymur Topping, James Greenfield, Max Frankel, Jack Rosenthal, John Oakes, Harrison Salisbury, H.L.Smith, Steven Rattner, Richard Burt.

Washington Post/Newsweek: Katherine Graham, N.Katzenbach, Robert Christopher, Osborne Elliot, Philipp Geyelin, Murry Marder, Maynard Parker, George Will, Robert Kaiser, Meg Greenfield, Walter Pincus, Murray Gart, Peter Osnos, Don Oberdorfer.

Time Inc.: Ralph Davison, Donald Wilson, Henry Grunwald, Alexander Heard, Sol Linowitz, Thomas Watson.

Public Broadcast Service: Robert McNeil, Jim Leher, C.Hunter Gault, Hodding Carter, Daniel Schorr.

Associated Press: Stanley Swinton, Harold anderson, Katherine Graham.

Wall Streett Journal: Richard Wood, Robert Bartley, Karen House.

ABC: Thomas Murphy, Barbara Walters, John Connor, Diane Sawyer, John Scall.

NBC/RCA: John Welch, Jane Pfeiffer, Lester Crystal, R.Sonnenfeldt, John Petty, Tom Brokaw, David Brinkley, John Chancellor, Marvin Kalb, Irving Levine, Herbert Schosser, P.G.Peterson, John Sawhill.

CBS: Laurence Tisch, Roswell Gilpatric, James Houghton, Henry Schacht, Dan Rather, Richard Hottelet, Frank Stanton.

CNN: W.T.Johnson, Daniel Schorr.

Todo esto no es más que una pequeña muestra de la incidencia del CFR en la vida pública norteamericana; y no será necesario explicar el peso de ese país en el escenario internacional. De ahí las declaraciones efectuadas en el W Magazine (4-8-78, Fairchild Publications) por Winston Lord, presidente por entonces del CFR y miembro de la sociedad The Order: "La Comisión Trilateral no dirige el mundo entre bastidores; es el Consejo de Relaciones Exteriores quien lo hace". Palabras que, siendo certeras, no reflejaron sino una parte de la realidad, ya que este organismo no es la la última instancia o el núcleo central del organigrama oligárquico-mundialista, como más adelante podremos comprobar.

Desde el mismo momento en que el CFR fuera creado, la política exterior norteamericana ha venido siendo un predio de su absoluto dominio. Pero su influencia, que ha ido a más con el transcurso del tiempo, no se reduce a esa parcela, ya enormemente importante de por sí, sino que se hace extensiva a todos los ámbitos de la esfera política estadounidense. Como será fácil comprender, resultaría excesivamente prolijo reproducir la relación exhaustiva de todos y cada uno de los miembros del CFR que, desde 1921 hasta hoy, han ostentado algún cargo de alto nivel en la Administración norteamericana. Lo que sí podrá hacerse aquí es ofrecer una concisa perosignificativa muestra de la incidencia de este organismo en el presente. Ésta era, en el momento en que se constituyó la Administración Clinton, la relación de altos cargos de la misma pertenecientes al CFR. Quede claro que en modo alguno se trata de una enumeración exhaustiva, sino de un muestreo referido a algunas de las áreas gubernamentales más relevantes. Por otra parte, el cuadro que se ofrece a continuación es perfectamente extrapolable a cualquiera de los gabinetes precedentes, ya que la presencia del CFR en todos ellos ha sido similar, con independencia de la facción política gobernante en cada momento.

Gabinete Gubernamental: William Clinton (Presidente del Gobierno); Albert Gore (Vicepresidente); Warren Christopher (Secretario de Estado); Les Aspin (Secretario Defensa); Bruce Babbit (Secretario Interior); Lloyd Bentsen (Secretario del Tesoro); Henry Cisneros (Secretario de Vivienda y Desarrolo Urbano); Donna Shalala (Secretaria Salud y Servicios Sociales); Anthony Lake (Consejero Nacional de Seguridad); James Woolsey (Director de la CIA); Laura Tyson (Directora del Consejo Económico); Colin Powel (Presidente Junta Jefes Estado Mayor).

Staff de la Casa Blanca: G.Stephanopoulos (Director Comunicaciones); Wiliams Crove (Asesor Jefe de Inteligencia Exterior); Nancy Soderberg (Directora del Staff del Consejo Nacional Seguridad); Samuel R.Berger (Consejero Delegado de Seguridad Nacional); W.Bowman Cutter (Asesor Delegado del Consejo Económico).

Departamento del Tesoro: Robert M.Bestani (Delegado Adjunto Asuntos Monetarios Internacionales); Roger Altman (Secretario Adjunto del Tesoro); Robert R.Glauber (Subsecretario Finanzas); J.French (Delegado Adjunto Departamento Finanzas); John M.Niehuss (Delegado Adjunto Asuntos Monetarios Internacionales).

Departamento de Estado: Madeleine Albright (Embajadora en la ONU); Lynn Davis (Subsecretario Seguridad Internacional); Peter Tarnoff (Subsecretario Asuntos Políticos); John E.Spero (Subsecretario Asuntos Económicos); Brian Atwood (Subsecretario Administración); G.E.Moose (Subsecretario Asuntos Africanos); H. Allen Holmes (Secretario Adjunto Asuntos Político-Militares); Joseph Verner Reed (Jefe Protocolo); Edward Perkins (Director Personal); Winston Lord (Secretario Adjunto Asuntos Este de Asia y Pacífico); John H.Kelly (Secretario Adjunto Asuntos Sudeste Asiático y Cercano Oriente); Stephen A.Oxman (Secretario Adjunto Asuntos Europeos)); Clifton Wharton (Consejero Delegado); Brandon Grove (Director Servicios Asuntos exteriores); Dennis B.Ross (Director Staff Planificación Política); Abraham David Sofaer (Asesor Legal).

Cuerpo Diplomático (Embajadores): Strobe Talbot (CEI); John Negroponte (Méjico); Thomas Pickering (Rusia); Edward Ney (Canadá); Morton Abramowitz (Turquía); Robert Oakley (Paquistán); Michael Armacost (Japón); Henry Catto (Gran Bretaña); Robert Pelletreau (Túnez); Shirley T.Black (Rep.Checa); Nicholas Platt (Filipinas); Christopher Phillips (Brunei); James Spain (Sri Lanka); Frances Cook (Camerún); Terence Todman (Argentina); Edward Djerejlan (Siria); Frank Wisner (Egipto); Warrem Zimmerman (Yugoslavia).

Departamento de Defensa: Frank G.Wisnerll (Subsecretario Asuntos Políticos); Michael P.W.Stone (Secretario de la Armada); Donald B.Rice (Secretario Fuerza Aérea); Henry S.Rowen (Secretario Adjunto Seguridad Interior); Seymur Weiss (Presidente Política de Defensa); Franklin C.Miller (Delegado Adjunto Sec.Nuclear); W.Bruce Weinrod (Delegado OTAN); Charles M.Herzfeld (Director Departamento Investigación);

Junta Jefes Estado Mayor: Tte. Gral. T.Boyd; Tte.Gral. G.L.Butler; Tte.Gral. B.C.Hosmer; Gral. Carl E.Vuono; Gral. Merrill A.McPeak; Gral. John T.Chain.

Reserva Federal: Alan Greenspan (Presidente); Gerald Corrigan (Vicepresidente); Richard Cooper; Robert Forrestal; Robert Erburu; Bobby Inman; Anthony Solomon; Edwin Truman; Cyrus Vance; Paul Volker; Sam Cros; John Opel; Steven Muller; Robert Knight.

Oficina de Comercio: Gary R.Edson (Presidente); Joshua Bolten (Consejero General); Daniel M.Price (Consejero General Adjunto).

Export-Import Bank: John Macomber (Presidente); Eugene Lawson (Vicepresidente); Rita Rodríguez (Directora); Hart Fessenden (Consejero General).

Agencia Control y Desarme: William Schneider (Presidente); Thomas Graham (Consejero General); Richard Burt (Negociador Defensa Estratégica); David Smith.

Antes de pasar a ver las relaciones que ha venido manteniendo la izquierda occidental con el CFR, no estará de más dedicar una breve reseña al papel desempeñado por este poderoso club en el alumbramiento de la ONU, de la que últimamente se ha puesto de moda deplorar su inoperancia, lo que no deja de ser una maniobra más de intoxicación, ya que este organismo ha dado buenas muestras de su eficacia cuando los intereses de quienes lo manejan lo han exigido así. Recuérdese, si no, la Guerra del Golfo y todo lo que ha sobrevenido después, entre otras cosas el embargo criminal decretado por tan humanitaria institución contra la población iraquí, que es la que está pagando sus consecuencias.

Pues bien, los avances preparatorios para la constitución de las Naciones Unidas, cuyo edificio, dicho sea de paso, se levantó en unos terrenos cedidos al efecto por el clan Rockefeller (tan filantrópica donación se vería largamente compensada por la revalorización del suelo colindante propiedad de la familia), fueron elaborados por un Comité Secreto (Secret Steering Committee) instituído en 1943 por el Secretario de Estado norteamericano, Cordell Hull. Dicho Comité estaba formado, además del citado Hull, por cinco asesores del presidente Roosevelt: Taylor, Davis, Bowman, Pasvolski y Welles, todos ellos miembros del CFR.

En diciembre de 1943 se incorporó al grupo Edward Stettinius, recién nombrado Subsecretario de Estado y miembro también del CFR. Hijo de un asociado de la banca Morgan, y antiguo ejecutivo de la United States Steel, este sujeto había gestionado antes de acceder a su nuevo cargo la Ley de Préstamo y Arriendo dictada al final de 2ª Guerra Mundial por el gobierno estadounidense. Una ley cuyos beneficiarios no sólo fueron los grandes consorcios industriales norteamericanos, que recibieron a precio de saldo las modernas instalaciones construidas por el Estado durante la guerra, sino también la Unión Soviética, a la que el susodicho Stettinius entregó a fondo perdido equipamientos por valor de 10.000 millones de dólares que, por supuesto, nunca fueron pagados.

Posteriormente se irían añadiendo al Comité en cuestión nuevos miembros, la inmensa mayoría procedentes del CFR: Green, Cohen, Hornbeck, Hackworth y Dunn entre ellos. Finalmente, el borrador definitivo para la constitución de la ONU fue redactado por un equipo de juristas socios en su mayoría del CFR (Hughes, Taylor, Davis y Miller entre ellos).

Pero vayamos ya con el tema apuntado líneas atrás, esto es, las relaciones mantenidas por la izquierda occidental y su foro más prestigioso, la Internacional Socialista, con ese sólido baluarte del poder plutocrático que es el CFR.

Antes de nada convendrá recordar que el proyecto de crear una Internacional Socialista se planteó por primera vez en la Conferencia de Claton-on-Sea de 1946, a propuesta de los ministros fabianos del gabinete británico. Dicho proyecto no respondía sino a la doctrina formulada por el CFR para el escenario post-bélico europeo, doctrina que se basó en la conveniencia de crear un frente de contención al comunismo que, al mismo tiempo, no fuera anticomunista. Se trataba, pues, de frenar el expansionismo político y territorial de la URSS, pero sin cercenar la expansión ideológica del marxismo y de las tesis izquierdistas. Un planteamiento, como podrá verse, en la línea de la más pura dialéctica hegeliana, y sin duda el más idóneo para alcanzar la síntesis ya comentada.

La idea esbozada en Claton-on-Sea no tardó en fructificar. Poco después se constituía en Londres el Comité Socialista Internacional, integrado por socialistas alemanes y británicos; y éstos fueron quienes, a su vez, se encargaron de preparar el Congreso Internacional de 1951 celebrado en Frankfurt con la participación de treinta y cuatro delegaciones socialistas, la mayoría de las cuales procedían de los países integrados en la OTAN. La Internacional socialista nacía así como el instrumento más idóneo para lograr los objetivos marcados.

En las postrimerías de la década de los setenta surgieron dos nuevos organismos que vinieron a completar la estructura de la Internacional Socialista:, de la que bien podrían considerarse como una prolongación: La Comisión Palme y la Comisión Brandt.

Entre los integrantes de la primera en el momento de su creación figuraban, además del propio Olof Palme, socio del Bildreberg Group, individuos como David Owen (Trilateral), Egon Bahr (Bilderberg), Cyrus Vance (Trilateral, Bilderberg, CFR, Pilgrims), Georgi Arbatov (director del Instituto de Relaciones Internacionales de Moscú, equivalente soviético del CFR) y Emma Rothschild.

De parecido corte era la nómina de miembros de la Comisión Brandt, nacida a finales de 1977 bajo los auspicios de Robert McNamara (Trilateral, Bilderberg, CFR, presidente del Banco Mundial). La presidencia de la Comisión recayó, lógicamente, en Herbert Karl Frahm, más conocido como Willy Brandt, al lado del cual figuraban Edward Heath (Bilderberg), Peter Peterson (director de la banca Lehman-Kuhn&Loeb), Edgard Pisani (Bilderberg), Eduardo Frei (líder democristiano chileno), Katherine Graham (Trilateral, Bilderberg, CFR, propietaria del Washington Post y de la revista Newweek) y algún que otro sindicalista de relleno incluído en la lista para conferir el oportuno toque proletario a la comisión.

A esta distinguida organización Internacional y Socialista pertenece el Partido Socialista Obrero Español, uno más de los muchos clubs de izquierdistas incendiarios devenidos en férvidos apagafuegos tan pronto como sus ambiciones de pequeño-burgueses resentidos encontraron la debida satisfacción. Veamos, pues, sin más preámbulos, algunas de las peregrinaciones efectuadas por sus más destacados dirigentes a las dependencias del CFR y a otros santuarios del Gran Capital.

Tales peregrinaciones, iniciadas ya en la época en que los líderes socialistas vestían de pana progre, comenzaron en agosto de 1975, con la visita de una delegación del PSOE a Israel, donde la poderosa socialdemocracia judía, entonces en el poder, y su organización sindical, la no menos poderosa Histadrut, brindaron a sus homólogos españoles ayuda económica y formación de cuadros a cambio de silenciar o poner sordina a las tropelías israelíes en la zona.

Dos años después, en noviembre de 1977, Felipe González viajaba a los Estados Unidos para entrevistarse con Walter Mondale, vicepresidente norteamericano, Cyrus Vance, secretario de Estado, y otros altos cargos gubernamentales, encuentros que serían ampliamente reflejados en los medios de comunicación. Lo que, sin embargo, no obtuvo el menor comentario fue su visita a la sede del CFR, donde el líder socialista pronunció una conferencia que, de acuerdo con los hábitos de ese organismo, fue seguida del correspondiente coloquio-interrogatorio, cuyos resultados debieron ser plenamente satisfactorios para los cancerberos del Gran Capital a juzgar por la ulterior trayectoria política de su invitado. Acto seguido el futuro presidente acudió a una cena organizada por otro feudo del Establishment, el Carnegie Endowment for International Peace, donde también puso de manifiesto que estaba en condiciones de satisfacer las expectativas de sus distinguidos anfitriones. La primera romería a la meca plutocrática, que concluyó con una visita a David Rockefeller, no pudo ser, por tanto, más satisfactoria para ambas partes, y de ella regresó Isidoro el revolucionario con el placet de los patrones y una pequeña donación de doce millones de dólares para las arcas del partido.

En marzo de 1978 eran Enrique Múgica, entonces presidente de la Comisión de Defensa del Congreso, y Luis Solana, futuro cacique de las comunicaciones, quienes viajaban a Nueva York. En su agenda oficial figuraban entrevistas con Harold Brown, secretario de Defensa, con altos cargos del Consejo Nacional de Seguridad y con los rectores de la multinacional ITT. De todo ello se hicieron eco los medios. Nada se publicó acerca de su asintencia al correspondiente desayuno-sondeo celebrado en los despachos del CFR. Por aquellas mismas fechas viajó también a la metrópoli el entonces ministro socialdemócrata de la UCD, y futuro ministro del PSOE, Francisco Fernández Ordóñez. Oficialmente, el objetivo de su visita, ya elocuente de por sí, era contrastar con las autoridades norteamericanas la idoneidad de la política económica del Gobierno español. A tal efecto se entrevistó con Michel Blumenthal, secretario del Tesoro y miembro del CFR, Artur Burns, presidente de la Reserva Federal y miembro del CFR, William Dale, vicepresidente del Fondo Monetario Internacional y militante del CFR, y Robert McNamara, presidente del Banco Mundial y asimismo socio destacado del CFR. La visita de Fernández Ordóñez finalizó, según la norma, con una sesión a puerta cerrada en las oficinas del CFR, de la que tampoco se informó.

Mientras tanto, el profesor Tierno Galván multiplicaba sus esfuerzos para recabar el apoyo de personalidades influyentes (Brandt, Schell, Hoffman) que le permitieran ingresar en la Comisión Trilateral, cosa que no logró debido a que sus gestiones en ese sentido fueron sistemáticamente saboteadas por Felipe González, quien por aquellas fechas estimaba inconveniente para la buena imagen del PSOE el ingreso de uno de sus dirigentes en esa entidad. Tales remilgos no tardarían mucho en disiparse, y en 1985 el presidente de la Compañía Telefónica y militante del PSOE, Luis Solana, ingresaba en la Trilateral, siendo seguido un año después por Julio Feo, entonces fontanero mayor de la Presidencia del Gobierno y miembro en la actualidad del Comité Ejecutivo de la sección europea de dicha organización plutocrática.

En marzo de 1981, Felipe González emprendía otra gira, esta vez a Gran Bretaña, invitado por el Instituto de Estudios Europeos, una especie de apéndice del Saint-Anthony College de la Universidad de Oxford. Ese centro escolar, dominado por la Round Table y la Fabian Society, ha sido objeto de frecuentes peregrinaciones por parte de diversos líderes socialistas, entre los que se encuentran Fernando Morán, Narcís Serra, Alfonso Guerra, Pascual Maragall y José Borrell. El viaje de González concluyó con una comida de trabajo en la sede de la Fabian Society.

En diciembre de 1982, con el sonado triunfo electoral del PSOE aún caliente, Alfonso Guerra asistía a una reunión convocada por el European Management Forum, un organismo en la órbita de Davos. Allí manifestaría públicamente la disposición del Gobierno socialista a colaborar con las empresas multinacionales "por la confianza en el futuro de España que han demostrado en los tiempos difíciles".

Una vez en el poder, los contactos socialistas con los centros de dominio plutocrático se prodigaron aún más. En abril de 1983, David Rockefeller giraba una visita a España de regreso de una cumbre de la Comisión Trilateral, siendo recibido en la Moncloa por González y Boyer, dada su condición de "miembro de primera fila del mundo económico internacional", según palabras del comunicado emitido al respecto por el Gabinete de Prensa de la Presidencia.

En mayo de ese mismo año Miguel Boyer, Fernández Ordóñez y Guillermo de la Dehesa, máximos representantes del equipo económico gubernamental, emprendían un viaje a Nueva York para entrevistarse con varios dirigentes de la banca estadounidense. En el curso de esa gira Miguel Boyer asistió a una cena convocada por el Metropolitan Club neoyorquino durante la cual se dirigió a los presidentes y directores de los principales bancos comerciales estadounidenses para transmitirles "el mensaje del Gobierno español, que es un gobierno socialista, pero moderado y pragmático, en la línea de la tradición socialdemócrata y fabiana".

Poco después, en junio de 1983, Miguel Boyer se desplazaba de nuevo a los Estados Unidos, pero esta vez como segundo del jefe de la comitiva, el presidente González. En el curso de esa importante gira la delegación española se entrevistó con las más altas instancias politicas y económicas estadounidenses, actuando David Rockefeller como introductor de González en la entidad más representativa del capitalismo nortemericano, la Century Association. En aquel viaje se ultimaron, entre otras cosas, los últimos retoques y el visto bueno definitivo del Gran Capital al proyecto económico socialista, todo ello dentro del mejor ambiente, dada la disposición del presidente español, reiteradamente expresada por éste, de "fomentar ante todo la inversión del capital extranjero en España como la mejor vía para su desarrollo económico". También fue sometido a un último examen el plan cuatrienal de Boyer, cuyo elemento básico, la reconversión industrial, respondía a los designios de la CEE y, en última instancia, a los esquemas económicos trazados por la Comisión Trilateral. En virtud de tales directrices, España entraba en la calificación de nación semiperiférica, lo que suponía el desmantelamiento de su industria pesada y la consideración de apta únicamente para el desarrollo de industrias auxiliares y subsidiarias de las grandes multinacionales.

Tras aquella visita crucial, de la que el órgano oficial del PSOE no se dio por enterado, resulta perfectamente lógico que otros viajes más discretos pasasen desapercibidos. Así, en septiembre de 1983, Fernado Morán acudía a la sede del CFR para contrastar con ese organismo la política exterior del Gobierno socialista, viaje que repetiría exactamente un año después. Durante los años sucesivos habrían de prodigarse las visitas al CFR y a otros foros mundialistas de los dos principales asesores de González, Roberto Dorado y Juan Antonio Yáñez, que de esa forma le mantenían al corriente de los últimos designios trazados por los árbitros de la economía y la política internacional.

En marzo de 1987 David Rockefeller giraba una nueva visita a España, en el curso de la cual se entrevistó con el subgobernador del Banco de España, con el jefe del Estado y con el presidente del Gobierno, sin que nada de ello mereciera la más breve reseña en los medios de comunicación. En noviembre de 1988 Felipe González recibía a una delegación de la European Round Table encabezada por Giovanni Agnelli, patrón de la multinacional FIAT y figura de primera fila de la Comisión Trilateral. Y así ininterrumpidamente hasta hoy.

Todo lo reseñado no son más que unos cuantos ejemplos sacados de una casuística muchísimo más amplia y demasiado extensa para ser reproducida en un texto cuyas prioridades son otras. A modo de colofón, bien podría cerrarse este asunto con las andanzas por los mismos circuitos oligárquicos de otra celebridad de la izquierda española, Santiago Carrillo, quien también protagonizó una singular peregrinación a la meca del capitalismo atendiendo los requerimientos de la Universidad de Yale, centro del iluminismo yanqui y feudo de la logia The Order. Antes de partir, el camarada Carrillo se reunió a cenar con Antonio Garrigues Walker, principal asociado en España del trust Rockefeller, quien le instruyó acerca del modo en que debía comportarse ante sus distinguidos anfitriones. En su gira americana, el dirigente comunista pronunció una conferencia en Yale, donde adelantó la renuncia del PCE al leninismo, acudiendo a continuación a una cena convocada en su honor por la revista Time, uno de los medios emblemáticos de la plutocracia norteamericana. En el curso del ágape, Santiago Carrillo realizó una serie de declaraciones que luego serían ampliamente difundidas por Radio Europa Libre y Radio Libertad, dos emisoras controladas por la CIA. Pero entre los numerosos actos a los que asistió el incalificable personaje, todos ellos organizados por entidades vinculadas a los núcleos oligárquicos norteamericanos, merecen destacarse las entrevistas a puerta cerrada que mantuvo en las dependencias del Institute for International Affairs y en la sede neoyorquina del CFR. También en esta ocasión el mutismo de los medios fue absoluto.

LA LOGIA B'NAÏ B'RITH

Como ya se apuntara al comienzo de este capítulo, la loga B'naï B'rith es una organización paralela a la masonería regular cuya afiliación está exclusivamente reservada a los ciudadanos de origen judío.

Esta entidad, fundada en 1843, tiene su sede central en Washington (1640 Rhode Island Avenue, NW), justo al lado de la Casa Blanca, proximidad que no es solamente física. Actualmente cuenta con algo más de 600.000 afiliados distribuídos por 47 países del globo, y en su cúspide se aglutina lo más selecto de la oligarquía judía mundial.

Al igual que la masonería regular, la B'naï B'rith se presenta como una organización filosófica y filantrópica dedicada a la consecución de los consabidos enunciados humanistas, y también al igual que la primera su labor fundamental se desarrolla en el campo de la influencia política y social. El hecho de que esta logia haya sido desde su creación el más eficiente puntal del movimiento sionista constituye una buena muestra de esa actividad.

La B'naï B'rith International cuenta con varias sociedades filiales, así como con una pléyade de organizaciones afines que se mueven en su órbita. Entre las primeras figuran las sociedades The Career and Counseling Services, The Klutznick Museum, responsable del mantenimiento de los archivos de la logia, The Hillels Foundations, dirigida a los medios estudiantiles, The B'naï B'rith Youth Organization, enfocada al campo cultural, The B'naï B'rith Women, que agrupa a las mujeres afiliadas a la Orden, y The Anti-Defamation League Jewish o Liga Antidifamatoria Judía, cuyo cometido oficial es la lucha contra el antisemitismo, aunque el real sea la lucha contra el antisionismo, lo que es algo muy distinto, como no pocos sionistas antisemitas deben saber muy bien. Y esto último no ha sido escrito a la ligera, sino con pleno conocimiento de una realidad sobradamente avalada por los hechos.

Aparte de la marginación social y de la discriminación racial que padecen los judíos sefarditas de Israel, existen multitud de manifestaciones realizadas por diversas figuras de la oligarquía ashkenazi que avalan con creces lo dicho con anterioridad. Actitudes y posturas especialmente deleznables si se tiene en cuenta que los judíos sefarditas son precisamente los genuinos hebreos semitas, en tanto que los judíos ashkenazim de origen europeo, que constituyen la casta dominante en aquel país, no pertenecen a ese tronco racial. Por otro lado, han sido precisamente estos últimos los fundadores y principales promotores del sionismo moderno, cuyo carácter ultrarracista no puede sorprender viniendo de individuos que aplican a los sefarditas, esto es, a sus propios correligionarios, el calificativo despectivo de "negros". Entre tales manifestaciones,sin duda más elocuentes que cualquier otra explicación, figuran algunas especialmente significativas. Golda Meir, por ejemplo, no tuvo pudor en afirmar que "todo judío leal debe aprender el yiddish (lengua de los ashkenazim europeos), porque sin yiddish no hay judío". Ben Gurion fue más explícito aún: "No queremos que los israelíes se levantinicen. Debemos luchar contra el espíritu levantino (esto es, semita) que corrompe a los hombres y a las sociedades" (Le Monde, 9-3-66; en parecidos términos se manifestó también M.Dayan en Le Monde de 30-4-66). Otro hebreo ilustre, Haïm Cohen, se refirió a la inspiración racial del Estado judío con estas palabras: "La amarga ironía de la suerte ha querido que las mismas tesis biológicas y racistas propagadas por los nazis sirvan de base para la definición oficial de la judaicidad en el seno del Estado de Israel".

La pertenecia a la logia B'naï B'rith no excluye el que sus miembros militen simultáneamente en otra logias masónicas, cosa frecuente por lo demás. De hecho, son numerosos los casos de miembros de dicha logia que han ostentado el grado de Gran Maestre en otras logias americanas o europeas adscritas al rito escocés. Sin embargo, la doble militancia en sentido contrario no es posible. Bien puede decirse por tanto que la logia B'naï B'rith constituye una Orden específica dentro de la masonería regular.

Algo parecido podría afirmarse en lo concerniente a los diversos organismos plutocrático-oligárquicos descritos a lo largo de estas páginas, y en el seno de los cuales los jerarcas de la B'naï B'rith forman un grupo particular. De tal modo que la influencia de la oligarquía judía en la vida pública no se articula exclusivamente a través de las estructuras específicas de dicha logia, sino también por medio de otros organismos que, como el CFR, cuentan entre sus filas con numerosos miembros adscritos a la misma. Son las pequeñas ventajas que proporciona el hecho de estar en varios sitios a la vez.

La logia B'naï B'rith constituye el núcleo central de una vasta red de sociedades afines que se mueven en su órbita y que confluyen en ella. Entre las más relevantes figuran el American Jewish Committee, el American Jewish Congress y la Conference of Presidents of Mayor American Jewish, que agrupa, a su vez, a unas cuarenta asociaciones judío-americanas. Mención aparte merecen el World Jewish Congress y el American Israel Public Affairs Committee, sin duda las más poderosos e influyentes sociedades de toda esa red.

El World Jewish Congress, o Congreso Judío Mundial, tiene su sede central en Nueva York, y cuenta con delegaciones en setenta países del mundo. Solamente en Estados Unidos su red organizativa aglutina a treinta y dos organizaciones anexas y publica siete diarios. Esta poderosa entidad está presidida en el presente por Edgar Bronfman, magnate del sector vitivinícola y de la industria cinematográfica. El trust Bronfman posee el 15% de la Time Warner y es accionista mayoritario de la MCA-Universal, la más importante productora cinematográfica y televisiva estadounidense del momento. Por otro lado, el consejero especial de Edgar Bronfman en la MCA es Michel Ovitz, miembro también del Congreso Judío Mundial y director de la Creative Artist Agency, primera agencia de contratación artística de Hollywood.

En cuanto al American Israel Public Affairs Committee, se trata de uno de los grupos de presión más poderosos y discretos de los Estados Unidos. Así lo reflejaba sin ambages en su número 407 (junio 1991) la revista L'Arche, órgano oficial del Frente Nacional Judío Unificado: "El American Israel Public Affairs Committee es un lobby extraordinariamente potente, literalmente capaz de destruir la carrera pública de cualquier político anti-israelí". Conviene decir que este tipo de lenguaje directo y explícito sobre el tema tabú que ahora nos ocupa es prácticamente privativo de las publicaciones judías.

Estos son, a grandes rasgos, los más descollantes engranajes de una poderosa maquinaria cuya presencia en las altas esferas políticas estadounidenses veremos a continuación. Y una vez más, ante la imposibilidad material de efectuar un recorrido exhaustivo en el tiempo, lo más apropiado será ceñirse al momento presente. Centrándonos, pues, en la actual Admistración Clinton, he aquí un breve resumen de dicha presencia.

De los doce integrantes del Consejo Nacional de Seguridad, organismo sobre cuya importancia no será preciso extenderse, seis proceden de la oligarquía judía estadounidense: Samuel Berger, vicepresidente del Consejo, Martin Indik, responsable del área de Oriente Medio, Don Steinberg, director del área africana, Richard Feinbert, al frente del departamento de Hispanoamérica, Stanley Ross, jefe del departamento de Asia, y Dan Schifte, director del departamento de Europa Occidental.

En los servicios de asistencia y asesoramiento a la Presidencia del gobierno figuran Abner Mikve, en calidad de Attorney (Fiscal) General, Ricky Seidman, como responsable de la agenda presidencial, Phil Leida, jefe adjunto del Estado Mayor, Robert Rubin, consejero de Economía, y David Heiser, director del servicio de Prensa.

En el Departamento de Estado la lista es numerosísima, pudiendo subrayarse los nombres de Peter Tarnoff, subsecretario de Estado, Lawrence Summers, Mans Kurtzer, Dennis Ross, Jehuda Mirski y Tom Miller.

Otros altos cargos dignos de mención son Rehm Emmanuel, consejero personal y eminencia gris de Clinton, Miky Kantor, ministro de Comercio, Robert Reich, ministro de Trabajo, Cotie Stuart Eizenstat, embajador ante la CEE, Louis French, director del FBI, Madeleine Albright, embajadora en la ONU, y Laura Tyson, al frente del Consejo Económico.

A la vista de esta realidad, y en su calidad de buen conocedor de los entresijos de la política estadounidense, éstos eran los comentarios vertidos sobre el particular por un destacado analista político en cierto medio informativo:

"Hace algunas semanas, el rabino de la sinagoga Adath Yisraël, de Washington, pronunciaba un sermón en el Centro Cultural y Político judío en el curso del cual celebró el hecho de que los judíos norteamericanos tomen parte en las decisiones políticas a todos los niveles de la Administración Clinton, señalando textualmente que los Estados Unidos no son un Gobierno de goim (no-judíos), sino una Administración donde los judíos participan enteramente en las decisiones políticas a todos los niveles".

Tras pasar revista al panorama político estadounidense y subrayar explícitamente la influencia en el mismo del lobby judío, el citado analista añadía: "La influencia sionista no sólo se manifiesta en el ámbito político. También es considerable en los medios de comunicación, donde un gran número de responsables de programas televisivos, así como la mayor parte de los redactores jefes, corresponsales y comentaristas son judíos....La misma preeminencia se encuentra en las instituciones universitarias, en los centros de investigación, en los servicios de seguridad, en la industria cinematográfica y en los medios artísticos y literarios".

Naturalmente, todos estos comentarios no pueden ser más que infundios malintencionados de algún elemento fascistoide y antijudaico, como diría cualquier "bien-pensante" de pesebre al uso.

En efecto, el autor de los mismos fue el analista hebreo Bar Yosef, colaborador del rotativo israelí Maariv, en cuyo número del 2-9-1994 apareció su artículo.

LOS CÍRCULOS HERMÉTICOS

Con la descripción de los organismos vistos en el epígrafe anterior (RIAI, CFR) concluye el análisis de los círculos más discretos e internos de lo que podría calificarse como la parte visible del iceberg. Entre aquéllos y el núcleo central del entramado se sitúan las entidades ya descritas al comienzo de este capítulo (Club Ruskin, Rhodes House, Round Table, Milner Group, Pilgrims Society, Fabian Society), que, a su vez, no serían sino conexiones o emanaciones directas del nivel más profundo y hermético del que se tiene noticia, constituído por los círculos iluministas.

Después de su disolución oficial, que en la práctica habría de tener un carácter meramente formal, la logia de los Illuminati se perpetuó a través de dos vías: una, mediante la creación de logias clandestinas; y la otra, merced a la penetración en la francmasonería regular, a la que los iniciados iluministas se incorporaron formando de esa forma una suerte de núcleo específico dentro de la misma. Como se recordará, cuando se analizaron los acontecimientos que dieron paso a la Revolución Francesa, ya se dio cuenta de la pertenencia de varios francmasones jacobinos (Mirabeau, Marat, Robespierre, Danton) a una célula del iluminismo galo denominada Comité Secreto de los Amigos Reunidos. Y fue en los años que precedieron a la Revolución cuando unos de los lugartenientes de Weishaupt, el judío-portugués Martínez de Pascualis, organizó varios grupos iluministas en la Francia pre-revolucionaria.

De hecho, tan pronto como se produjo su proscripción oficial, la Orden de los Iluminados inició un proceso de implantación en diversos países occidentales, donde sus iniciados de alto rango penetraron en las logias masónicas y crearon varias sociedades adscritas a la disciplina de Weishaupt. Por lo que a los Estados Unidos se refiere, el primer grupo del que se tiene conocimiento data de 1785, año en que fue constituída la logia Columbia de la Orden de los Iluminados de Nueva York, entre cuyos miembros fundadores figuraron Clinton Roosevelt, antepasado de Franklin D.Roosevelt, M. de Witt, gobernador del Estado de Nueva York, Horace Greeley, director del rotativo Tribune, que más tarde se convertiría en el actual International Herald Tribune, y Thomas Jefferson, futuro presidente de la nación.

Actualmente, y desde hace largo tiempo, los dos principales focos iluministas del mundo anglosajón tienen su centro en las Universidades de Oxford (G.Bretaña) y Yale (EEUU).

En Inglaterra, el núcleo en torno al cual se han aglutinado las diversas células iluministas radicadas allí es la sociedad The Group, cuyos principales patrocinadores fueron los Astor y los Rothschild, en estrecha colaboración con la oligarquía británica ligada a la Round Table. Uno de los mejores conocedores de los cículos iluministas británicos fue el historiador Carroll Quigley, cuya vinculación a los mismos le permitió el acceso a fuentes documentales vedadas a cualquier otro investigador. Fueron, en efecto, sus indagaciones en los archivos reservados de la Universidad de Oxford lo que le permitió conocer y desvelar algunas de las actividades de los diversos cenáculos iluministas (The Rhodes Crowd, The Times Crowd, Cliveden Set, Chatham House Crowd y Alls Souls Group) que convergen en la sociedad The Group.

En los Estados Unidos, el foco principal se localiza en la Universidad de Yale, feudo de la sociedad The Order, fundada en 1832 con el propósito de coordinar las actividades de las quince logias iluministas existentes por entonces en territorio norteamericano. Desde su nacimiento, esta poderosa entidad viene nutriendo sus filas de individuos pertenecientes a la oligarquía pilgrim, a los cuales se irían sumando progresivamente diversos elementos procedentes de la plutocracia estadounidense. En su seno convergen, pues, los apellidos más acreditados de los clanes dominantes de aquel país, clanes a menudo emparentados entre sí. Junto a los Whitney, los Adams, los Allen, los Wadsworth, los Lord o los Bundy, cuya genealogía se remonta al Brewster transportado por el Mayflower a las costas del Nuevo Mundo, nos encontramos a los Davison, los Harriman, los Rockefeller, los Khun Loeb, los Lazard, los Schiff o los Warburg, entre otros representantes de la Alta Finanza. A esta hermandad pertenece desde 1947 el ex-presidente norteamericano George Bush, descendiente de una de las más rancias dinastías de Nueva Inglaterra.

El método operativo de The Order se ajusta fielmente a las directrices marcadas por los protocolos de la Orden de los Illuminati, cuyo contenido es perfectamente conocido desde que cayeran en manos de la policía bávara hace dos siglos. Pero, además de los citados protocolos, existen otras fuentes de información sobre la secta iluminista harto ilustrativas de su metodología y objetivos; objetivos que se resumen en la consecución del Poder y en el control absoluto de la sociedad, todo ello, claro está, bajo la carpa de los consabidos estereotipos humanistas característicos del progresismo francmasón. Un capítulo notable de dicho caudal informativo lo constituye la correspondencia mantenida por Giusepe Mazzini y su cofrade iluminista Albert Picke, correspondencia que reposa desde el pasado siglo en los archivos del Museo Británico, y en la que aparecen claramente previstas la revolución bolchevique y las dos grandes guerras del siglo XX, como pasos necesarios para la implantación de un Gobierno Mundial.

Básicamente, el modus operandi de la logia The Order consiste en la penetración de sus iniciados en los organismos y centros decisorios de poder, lo que adicionalmente puede ir acompañado de la cooptación de nuevos adeptos reclutados en las altas esferas institucionales; "pocos y bien situados", como rezaba una de las máximas del maestro Weishaupt. De esta forma, una vez ocupado el núcleo de los centros de dominio e influencia, basta con dar el primer impulso hacia el objetivo deseado para que toda la maquinaria se ponga en marcha. Dado ese primer impulso, el engranaje funcionará de forma automática, siguiendo un curso equiparable al efecto dominó. Dicho de otro modo, el hecho de constituir el núcleo central de los círculos concéntricos permite que las decisiones adoptadas por las cabezas rectoras de The Order y The Group se propaguen de la misma manera que lo hacen las hondas producidas por la piedra arrojada al agua de un estanque.

Sin ninguna discusión, la máxima autoridad en esta materia y el mejor conocedor de los entresijos y métodos operativos de la sociedad The Order, es el profesor de la Universidad de Stanford Antony C.Sutton, que ha escrito sobre el particular cuatro obras de obligada recomendación: "An Introduction to The Order", "How The Order controls Education", "How The Order creates War and Revolution" y "The Secret Cult of The Order".

Todo lo expuesto a lo largo de este capítulo no es el resultado de ninguna desviación del concepto de democracia instaurado por las revoluciones burguesas, sino, muy al contrario, su más fiel y exacta materialización. Se trata de la rigurosa puesta en práctica del ejercicio del Poder tal y como éste fuera entendido desde los mismos comienzos por los artífices del sistema vigente en la actualidad; un hecho que se ha venido produciendo sin solución de continuidad desde el nacimiento de los regímenes burgueses hasta el más inmediato presente.

Refiriéndose a los padres de la República estadounidense, máximo y primer exponente del modelo en vigor, el historiador Joyce Appleby subrayaría con acierto que el propósito de aquéllos no fue sino "que las nuevas instituciones políticas republicanas funcionaran en torno a una élite políticamente activa y un electorado sumiso". Ése fue, en efecto, el criterio de la oligarquía norteamericana, y el que expresarían insistentemente varios de sus más conspicuos miembros, George Washington entre ellos. A título de ejemplo, la máxima predilecta de John Jay, primer presidente del Tribunal Supremo, no podría ser más elocuente. "las personas que son dueñas del país deben ser también quienes lo gobiernen". No menos ilustrativos al respecto serían los términos empleados por el gobernador Morris en una carta que éste dirigiera al citado John Jay en 1783: "tú y yo, querido amigo, sabemos por experiencia que cuando unos pocos hombres sensatos y de buen ánimo se reúnen y declaran que ellos son la autoridad, a los pocos que discrepen se les puede convencer fácilmente de su error mediante ese poderoso argumento que es el yugo".

Si nos situamos en épocas más recientes, las manifestaciones en ese mismo sentido tampoco han escaseado, e incluso diríase que expresadas de forma aún más contundente. En la década de los treinta, Harold Lasswel exponía en su Enciclopedia of the Social Sciences todo un recital de ciencia democrática, señalando, entre otras cosas, la necesidad de no caer en "ese dogmatismo democrático según el cual los hombres son los mejores jueces de sus propios intereses", para concluir que sólo las "élites" están en condiciones de disponer cuál ha de ser lo mejor para el bien de la comunidad. Por ello, añadía Lasswell, las corrientes sociales que discrepen del recto juicio de esas "élites" y pongan en tela de juicio su autoridad deben ser reconducidas al buen camino "mediante una técnica de control completamente nueva basada sobre todo en la propaganda, dada la ignorancia y superstición de las masas". Huelga decir que esa técnica entonces nueva es la que constituye hoy la herramienta fundamental del Sistema y de su maquinaria propagandística, los grandes medios de comunicación, cuya labor consiste en procurar que el engranaje funcione sis estridencias, cosa que se consigue haciendo que sean los propios siervos del régimen oligárquico quienes asuman con entusiasmo las falacias pseudodemocráticas de éste. Y ése es un logro que sólo está al alcance de los Mass Media, cuya tarea de intoxicación y adulteración sistemática resulta mucho más eficaz que las coacciones drásticas, a las que sólo se recurre cuando la manipulación no es suficeinte para obtener el consenso de las masas, una circunstancia, por lo demás, harto infrecuente.

También en los años treinta, un coetáneo de Lasswel, el teólogo protestante y doctrinario marxista Reinhold Niebuhr, significaba sin ambages "la estupidez del ciudadano medio" y la necesidad de proporcionar a las masas proletarias "las simplificaciones emocionales" capaces de conducirlas por ese buen camino que sólo una "elite de observadores fríos" podrían establecer. Tales conceptos, que a la postre contituyen el denominador común de todos los sistemas de dominio, hicieron perfectamente posible que el marxista Niebuhr se convirtiera tiempo después en el teólogo oficial del Establishment estadounidense. Repárese, por otra parte, en el hecho de que ese "estúpido ciudadano medio" es al que luego denominan eufemísticamente "pueblo soberano" los mismos embaucadores que llevan dos siglos dominándolo.

Después de la 2ª Guerra Mundial, otro iniciado en las capillas del Sistema, el historiador Thomas Bayley, señalaba la incapacidad de las masas para discernir lo más adecuado y la conveniencia de "llevarlas con cierto engaño hacia una toma de conciencia de sus propios intereses a largo plazo", añadiendo a continuación que "engañar a la gente puede llegar a hacerse cada vez más necesario si se quiere dejar las manos libres a los líderes políticos". En la misma línea, el británico sir Lawis Namier escribía que "en los pensamientos de las masas no hay más libre voluntad que en la rotación de los planetas o en las migraciones de los pájaros", y el guru trilateralista Samuel P.Huntington apelaba al uso de las técnicas propagandísticas necesarias para justificar la política exterior nortemericana, de modo que "se llegue a crear la falsa impresión de que es la Unión Soviética aquello contra lo que se está luchando", para apostillar que "eso es lo que los EEUU han venido haciendo desde la doctrina Truman". En ese mismo contexto se inscriben igualmente las palabras, ya citadas, del inefable David Rockefeller apelando a "la soberanía de una élite de técnicos y de financieros internacionales".

En definitiva, nada de lo que ha venido ocurriendo a lo largo de los dos últimos siglos obedece a la casualidad, sino que se ajusta estrictamente a las necesidades y exigencias de uns sistema de Poder diseñado por y para el dominio de una reducida oligarquía, y en el que la población deberá limitarse a refrendar las "filantrópicas" decisiones adoptadas para su bien desde las alturas oligárquicas. Nada tiene de extraño, por ello, que cuando esa situación resulta cuestionada por unos pocos disidentes o por la disconformidad eventual de algún colectivo social, los estrategas del Sistema hablen de "crisis de la democracia", pues, en efecto, tales anomalías no figuraban en el programa ni se ajustan a una correcta interpretación de lo que debe ser "el régimen democrático"(recuérdese el informe elaborado por un equipo de expertos trilateralistas bajo la dirección de Samuel P.Huntington, y que ya fue debidamente comentado al hablar de la Comisión Trilateral).

Los términos, por tanto, no pueden estar más claros. Dada la incapacidad de los súbditos para discernir lo adecuado, y puesto que su propio albedrío no podría reportarles más que sufrimientos y desgracias, una "élite" de "filántropos" ha de decidir qué es lo mejor para ellos y tomar las riendas del mando en aras del bien común y de la felicidad universal. Y no será aquí donde se planteen objecciones a la primera parte de ese teorema, cuyas premisas ya se encarga el Sistema de que se cumplan a rajatabla. Dos siglos de putrefacción burguesa, de materialismo "humanista" y de adulteración sistemática han rendido los frutos apetecidos y cubierto los objetivos marcados: hacer de la población una masa envilecida e idiotizada. Lo que, sin embargo, resulta un tanto endeble es la segunda parte del argumento, ya que esa pretendida "élite" constituye justamente la hez de la decrépita sociedad occidental, pergeñada a su imagen y semejanza.

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