sábado, 1 de marzo de 2008
Federico el Grande Emperador de Prusia, un patriota
Uno de los más grandes hombres de Prusia. Aquél que iniciara un nuevo reino y transformara su país en gran potencia alemana y europea. Intelectual, carismático y excelente monarca.
fue: Federico el Grande.
Recordando
Justo es recordar que en el transcurso del siglo XVIII, el reino de Prusia habíase convertido en una gran potencia europea, dando paso así a un marcado dualismo entre esta nación germana y el Imperio de los Habsburgo de Austria.
Potencias, en aquel tiempo, eran Rusia, Suecia, Polonia y Austria. Estaba también el imperio británico, la monarquía francesa y la corona española. Pero, sin lugar a dudas, una de las fuerzas monárquicas que más destacaba era la de Prusia.
El futuro de nuestro personaje que hoy viene a nosotros, iba tomando cauce. La nación era poderosa y más lo sería cuando Federico tomase el poder. Su padre, siempre cuidadoso y decidido, le prepararía y trataría de hacer de él el mejor de los guerreros.
Federico el Grande
Federico II, hijo de Federico Guillermo I, llamado el Rey Sargento (llamado así por su fuerte temperamento), y de Sofía Dorotea de Hánnover, nació en Berlín el 24 de enero de 1712. Desde niño el padre no escatimó esfuerzos para que su hijo recibiera una educación de hierro.
La preparación la recibió de uno de los allegados de su padre, quienes harían hasta lo imposible por tratar de educar lo mejor al pequeño Federico. Dicha educación estuvo a cargo del general Fink y del coronel Kalkstein, quienes dormían en la cámara del príncipe, y le levantaban, desde luego, muy temprano.
Los encargados de su educación tenían una consigna. A las seis de la mañana se le debía levantar y recordarle: "nada puede proporcionarle más gloria y honor a un príncipe que no sea su espada". Se trataba de inculcarle el valor y el coraje de luchar.
Una férrea educación
Mientras esto pasaba, un intelectual, un emigrado protestante francés de apellido Duhan, despertaba la curiosidad del príncipe con las especulaciones científicas y filosóficas de que le hablaban.
El padre había reglamentado, minuto a minuto, las obligaciones de su hijo. Quería darle una verdadera formación, quería hacer de él todo un hombre.
Las instrucciones que se le daban al joven Federico estaban todas detalladas. El pequeño príncipe debía cumplir todo al pie de la letra. Tenía que realizarlo todo, el mismo: vestirse, arreglarse, lavarse de prisa. Todo como un autómata que es entrenado para duros ejercicios militares.
Su adolescencia
En 1724, cuando el príncipe tenía sólo doce años de edad, tomaron cuerpo las primeras discusiones entre padre e hijo: "Me gustaría saber lo que está pasando por el interior de esta cabecita" -dijo una vez el Rey Sargento (Federico Guillermo), al referirse a su hijo.
"Sé que, o me doy cuenta que no piensa como yo. Hay personas que tratan de meterle en la cabeza ideas completamente contrarias a las mías y que le estimulan a que encuentre mal todo lo que hago" -prosiguió el rey.
La verdad es que los dos eran muy diferentes. El príncipe, de constitución delicada e inclinaciones e ideas refinadas, chocaba en todo con las maneras rudas de su progenitor. Este dio rienda suelta a su indignación cuando se enteró que a su hijo se le enseñaba latín.
Las discusiones
Si por un lado tenía Federico un padre fuerte y rígido, su madre era, en cierto modo, todo lo contrario. Sofía Dorotea vivía confinada en sus habitaciones del Palacio. Mientras tanto, las discusiones entre padre e hijo continuaban y fueron tomando éstas matices o caracteres políticos.
En efecto, mientras Federico Guillermo I (su padre) encarnaba la tradición prusiana y el reconocimiento de la supremacía del Imperio Habsburgués, el futuro Federico II era el abanderado de la nueva generación revolucionaria, occidentalizante (anglófila, sobre todo) y dispuesta a arrebatar a Austria la dirección de Alemania.
El punto crítico
El punto crítico de las relaciones entre padre e hijo, entre soberano y príncipe, pueden situarse entre el período de los años comprendidos entre 1729 y 1730. Acompañado de su fiel amigo, el teniente Katte, Federico decidió fugarse de la férula paterna y refugiarse en Francia o Inglaterra.
Su intento fracasó y, para tremenda impresión suya, tuvo que presenciar ante sus ojos la decapitación de su amigo Katte. Estaba atónito y desconcertado. Por un momento creyó odiar a su padre. Más tarde, fingió someterse a los designios de su éste. Esto en espera de ascender las gradas, subir al trono y ceñir la corona. Luego, sería otro cantar...
Todo calculado
Todo estaba fríamente calculado. Para recuperar su libertad de movimiento accedió casarse con la princesa que había sido escogida por su padre: Isabel Cristina, hija del duque de Bevern. La desilusión se reflejaba en el ánimo del joven Federico. Un día escribiría: "Se me quiere enamorar a bastonazos, mas como yo no tengo alma de asno ni de burro, dudo que con ello se obtenga algún resultado".
Federico pensaba que era un matrimonio impuesto, algo que iba a costo de un alto precio, que era su libertad. Sin embargo, Isabel Cristina, su impuesta esposa, supo ganarse, desde los primeros días de vida conyugal, su afecto y su cariño, lo mismo que el respeto y benevolencia de su marido.
Su luna de miel la pasarían en el Castillo de Rheinsberg, en 1733. Allí se rodearía, Federico, de grandes amigos. Reuniones y tertulias en que sus más íntimos le acompañarían, incluyendo un filósofo y literato, considerado el oráculo de los franceses, Andrés María Voltaire.
Federico sube al trono
A la muerte de su padre Federico Guillermo I, hecho que ocurriera el 31 de mayo de 1740, a Federico se le presentaba por delante un panorama halagador. Su padre había muerto murmurando su alegría al dejar "un hijo tan digno y valeroso". Ahora, el otro Federico, ya no existía. Muerto el rey, viva el rey. Un rey se había ido, un rey había venido. Este era Federico el Grande.
El año en que Federico sube al trono de Prusia, en 1740, señala un momento verdaderamente crucial en la historia europea. Factores de cambio que se dan en Prusia, Alemania, Francia e Inglaterra. Federico estaba al tanto de todo ello. Inmejorable servicio era el que tenía en cuanto a enviados especiales y embajadores que le informaban de todo.
Cómo era Federico
A Federico le gustaba leer. Leía de todo. Su cuarto, a menudo estaba desordenado, lleno de papeles; aunque siempre sabía dónde estaban las cosas. Leía y escribía. No había rama de su gobierno que no examinara en detalle. Le gustaba estar al tanto de todo.
Algunas veces salía a pie por las calles de Berlín. Salía de incógnito. A veces tomaba un coche, recorría las calles, paseaba por las plazas, se detenía en algún lugar... Platicaba con la gente, preguntaba, sacaba información, confrontaba noticias, averiguaba, quería saber todo cuanto pasase en la ciudad, su ciudad.
Como norma general, su ayuda de cámara le despertaba entre cuatro y cinco de la mañana. Previamente se había encendido la chimenea de su alcoba y, una vez levantado, Federico se acercaba al fuego, lo veía, lo miraba y meditaba. Secábase el sudor que durante el sueño bañaba su cuerpo.
Acto seguido, cambiaba de camisa, se ponía una casaca y se sentaba ante una mesita en la cual se había dispuesto el correo del día. Federico solía desconfiar de los funcionarios y por ello leía personalmente toda la correspondencia, examinando cuidadosamente que los lacres de las cartas no hubieran sido violados o falsificados.
Después de haber despachado el correo se lavaba, se arreglaba y se peinaba en un santiamén (recordemos que en su niñez había sido enseñado a hacerlo a toda prisa). No le gustaba hacer esperar a la gente. Se ponía el sombrero y enseguida pasaba a la antesala a recibir a la gente.
También, y un poco antes de recibir a la gente, escuchaba las noticias que le traía su ayuda de campo. Así sabría más o menos que responder a la gente que se acercaba a pedir audiencia. Federico escuchaba con suma atención a todo lo que se le dijese. Acostumbraba a tomar una taza de café, mientras escuchaba y conversaba o hacía comentarios.
Gusto y refinamiento
Federico solía tocar la flauta, entretenimiento que consideraba muy adecuado para meditar las decisiones que debía adoptar o tomar en cuanto a los diversos y diferentes asuntos que se le presentaban. Escuchaba, meditaba y luego daba las ordenes que creía oportunas para dar cause a aquellos asuntos que le eran referidos.
Singularidades
Vestía su uniforme, a menudo salpicado con roturas, zurcidos y manchas de mugre o tinta. Cuando respetuosamente se le indicaba su poco esmero en el vestir, Federico contestaba que era enemigo de lo que se dice lujo, ficción y vanidad.
El único objeto de lujo que se permitía a sí mismo eran las tabaqueras de rapé, de las que poseía una muy nutrida, cuantiosa y valiosa colección. La tabaquera era para Federico un útil indispensable en su trabajo, ya que incesantemente acudía a ella para aspirar rapé.
Una vez vestido de uniforme, pasaba revista a las tropas. Observaba meticulosamente los ejercicios. Si había uno que no fuese ejecutado bien, hacía que se repitiese, hasta que éste no fuese ejecutado a la perfección. Lo mismo sucedía cuando un soldado no ejecutaba bien una maniobra.
A las doce, era la hora de su comida. A veces, a él mismo le gustaba cocinar. Federico era un refinado gastrónomo y vigilaba que su cocina fuera no sólo buena, sino la mejor. Cuidaba hasta los más mínimos detalles.
Vigilaba con el rigor y miramiento de una buena ama de casa. Cuando había alguna fiesta o invitado, él mismo preparaba el menú del día. Si había algo que no concordaba, hacía presentar al cocinero y le llamaba la atención.
Algunas veces preguntaba el precio que había costado la comida o los platillos del día. Cuando el cocinero o los cocineros se pasaban de la cuenta, les dejaba un recado escrito diciendo: "Esto es un robo...!" (Y citaba el verdadero costo que debía tener cada platillo, enumerando el precio de cada ingrediente).
Terminada la comida, tocaba un rato la flauta, despachaba el correo y leía hasta las cuatro. Después entraba en su despacho el lector oficial, quien se encargaba de leer algunas páginas al monarca o, a veces, de escucharle, si es que el rey tenía deseos de leer o declamar.
A continuación se reunía en animadas tertulias con sus más íntimos. Federico era un magnífico conversador y podía llevar y manejar con maestría cualquier tipo de tema y charla. Desde temas de guerra, arte y medicina, hasta tópicos más escabrosos como historia, derecho, filosofía y religión.
La historia de Federico el Grande
Federico el Grande fue un verdadero arquetipo de la monarquía del Despotismo Ilustrado. "El interés del Estado -escribió él mismo- debe servir de regla a los monarcas. Estos son los primeros servidores del Estado, y el verdadero mérito de un buen príncipe consiste en una sincera dedicación al bien público, en amor a la patria y a la gloria".
Practicando un mercantilismo acorde a las necesidades más urgentes del país, Federico II (Federico el Grande) procuró impulsar la economía prusiana. Fomentó la agricultura, introduciendo nuevos cultivos, como el de la papa, que fue extendiéndose por toda Europa.
Procuró estimular la introducción de manufacturas que, en parte, fueron capaces de suministrar a la población los productos indispensables para sí mismos, como eran tejidos, muebles y armas. Su gobierno
Su política económica
En verdad, justo es el hacer alusión a su forma de gobierno. El intervencionismo estatal, en materia económica, situó a Federico en el campo de una especie de llamado socialismo, en el que toda clase de interés individual es subordinado a los objetivos de la comunidad política.
Si por una parte pudiera criticársele de "socialista" (palabra "horror" para muchos rateros capitalistas), Federico favoreció la difusión de las empresas bancarias, abolió las trabas y barreras aduaneras que obstaculizaban el comercio interno del país, y procuró impulsar el comercio exterior con el fin de obtener una balanza favorable. Para ello gravó las importaciones y no escatimó esfuerzos para impulsar y aumentar las exportaciones.
Como supremo administrador de los recursos del fisco, Federico II hizo gala de un espíritu altamente ahorrativo, que a veces rayaba en tacañería. El manejo de los caudales era sumamente riguroso; pero, gracias a esto, su país creció y pudo desenvolverse. A su muerte, el 15 de agosto de 1786, dejó a sus sucesores un amplio superávit, que no fue ajeno al esfuerzo militar realizado por Prusia. La nación le recordaría ye el mundo entero hablaría de él, como Federico el Grande.
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