sábado, 31 de mayo de 2008

ASI HABLABA ZARATUSTRA.Por Friedrich Nietzsche


PROLOGO

Cuando Zaratustra llegó a la primera ciudad, situada al borde de los bosques, encontró reunida en el mercado una gran muchedumbre: pues estaba prometida la exhibición de un volatinero. Y Zaratustra habló así al pueblo: Yo os enseño el superhombre. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho para superarlo?
Todos los seres han creado hasta ahora algo por encima de ellos mismos: ¿y queréis ser vosotros el reflujo de esa gran marea, y retroceder al animal más bien que superar al hombre?
¿Qué es el mono para el hombre? Una irrisión o una vergüenza dolorosa. Y justo eso es lo que el hombre debe ser para el superhombre: una irrisión o una vergüenza dolorosa.
Habéis recorrido el camino que lleva desde el gusano hasta el hombre, y muchas cosas en vosotros continúan siendo gusano. En otro tiempo fuisteis monos, y aun ahora es el hombre más mono que cualquier mono.
Y el más sabio de vosotros es tan sólo un ser escindido, híbrido de planta y fantasma. Pero ¿os mando yo que os convirtáis en fantasmas o en plantas?
¡Mirad, yo os enseño el superhombre!
El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡sea el superhombre el sentido de la tierra!
¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no.
Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan!
En otro tiempo el delito contra Dios era el máximo delito, pero Dios ha muerto y con El han muerto también esos delincuentes. ¡Ahora lo más horrible es delinquir contra la tierra y apreciar las entrañas de lo inescrutable más que el sentido de aquélla!
En otro tiempo el alma miraba al cuerpo con desprecio: y ese desprecio era entonces lo más alto: -el alma quería el cuerpo flaco, feo, famélico. Así pensaba escabullirse del cuerpo y de la tierra.
¡Oh!, también esa alma era flaca, fea y famélica: ¡y la crueldad era la voluptuosidad de esa alma!
Mas vosotros también, hermanos míos, decidme: ¿qué anuncia vuestro cuerpo de vuestra alma? ¿No es vuestra alma acaso pobreza y suciedad y un lamentable bienestar?
En verdad, una sucia corriente es el hombre. Es necesario ser un mar para poder recibir una sucia corriente sin volverse impuro.
Mirad, yo os enseño el superhombre: él es ese mar, en él puede sumergirse vuestro gran desprecio.
¿Cuál es la máxima vivencia que vosotros podéis tener? La hora del gran desprecio. La hora en que incluso vuestra felicidad se os convierta en náusea, y eso mismo ocurra con vuestra razón y con vuestra virtud.
La hora en que digáis: “¡Qué importa mi felicidad! Es pobreza y suciedad y un lamentable bienestar. ¡Sin embargo, mi felicidad debería justificar incluso la existencia!”
La hora en que digáis: “¡Qué importa mi razón! ¿Ansía ella el saber lo mismo que el león su alimento? ¡Es pobreza y suciedad y un lamentable bienestar!"
La hora en que digáis: “¡Qué importa mi virtud! Todavía no me ha puesto furioso. ¡Qué cansado estoy de mi bien y de mi mal! ¡Todo esto es pobreza y suciedad y un lamentable bienestar !”
La hora en que digáis: “¡Qué importa mi justicia! No veo que yo sea un carbón ardiente. ¡Mas el justo es un carbón ardiente!”
La hora en que digáis: “¡Qué importa mi compasión! ¿No es la compasión acaso la cruz en la que es clavado quien ama a los hombres? Pero mi compasión no es crucifixión.”
¿Habéis hablado ya así? ¿Habéis gritado ya así? ¡Ah, ojalá os hubiese yo oído gritar así!


¡No vuestro pecado -vuestra moderación es lo que clama al cielo, vuestra mezquindad hasta en vuestro pecado es lo que clama al cielo!
¿Dónde está el rayo que os lama con su lengua? ¿Dónde la demencia que habría que inocularos?
Mirad, yo os enseño el superhombre: ¡él es ese rayo, él es esa demencia!
Cuando Zaratustra hubo hablado así, uno del pueblo grito: “Ya hemos oído hablar bastante del volatinero, ahora, ¡veámoslo también!” Y todo el pueblo se río de Zaratustra. Mas el volatinero que creyó que aquello iba dicho por él, se puso a trabajar.

Mas Zaratustra contempló al pueblo y se maravilló. Luego habló así:
El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, - una cuerda sobre un abismo.
Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse.
La grandeza del hombre está en ser un puente v no una meta: lo que en el hombre se puede amar que es un tránsito y un ocaso.
Yo amo a quienes no saben vivir de otro modo que hundiéndose en su ocaso, pues ellos son los que pasan al otro lado.
Yo amo a los grandes despreciadores, pues ellos son los grandes veneradores, y flechas del anhelo hacia la otra orilla.
Yo amo a quienes, para hundirse en su ocaso y sacrificarse, no buscan una razón detrás de las estrellas: sino que se sacrifican a la tierra para que ésta llegue alguna vez a ser del superhombre.
Yo amo a quien vive para conocer y quiere conocer para que alguna vez el superhombre viva. Y quiere así su propio ocaso.
Yo amo a quien trabaja e inventa para construirle la casa al superhombre y prepara para él la tierra, el animal y la planta: pues quiere así su propio ocaso.
Yo amo a quien ama su virtud: pues la virtud es voluntad de ocaso y una flecha del anhelo.
Yo amo a quien no reserva para sí ni una gota de espíritu, sino que quiere ser íntegramente el espíritu de su virtud: avanza así en forma de espíritu sobre el puente.
Yo amo a quien de su virtud hace su inclinación y su fatalidad: quiere así, por amor a su virtud, seguir viviendo y no seguir viviendo.
Yo amo a quien no quiere tener demasiadas virtudes. Una virtud es más virtud que dos, porque es un nudo más fuerte del que se cuelga la fatalidad.
Yo amo a aquel cuya alma se prodiga, y no quiere recibir agradecimiento ni devuelve nada: pues él regala siempre y no quiere conservarse a sí mismo.
Yo amo a quien se avergüenza cuando el dado, al caer, le da suerte, y entonces se pregunta: ¿acaso soy yo un jugador que hace trampas? - pues quiere perecer.
Yo amo a quien delante de sus acciones arroja palabras de oro, y cumple más de lo que promete: pues quiere su ocaso.
Yo amo a quien justifica a los hombres del futuro y redime a los del pasado: pues quiere perecer a causa de los hombres del presente.
Yo amo a quien castiga a su dios porque ama a su dios: pues tiene que perecer por la cólera de su dios.
Yo amo a aquel cuya alma es profunda incluso cuando se le hiere, y que puede perecer a causa de una pequeña vivencia: pasa así de buen grado por el puente.
Yo amo a aquel cuya alma está tan llena que se olvida de sí mismo, y todas las cosas están dentro de él: todas las cosas se trasforman así en su ocaso.
Yo amo a quien es de espíritu libre y de corazón libre: su cabeza no es así más que las entrañas de su corazón, pero su corazón lo empuja al ocaso.
Yo amo a todos aquellos que son como gotas pesadas que caen una a una de la oscura nube suspendida sobre el hombre: ellos anuncian que el rayo viene, y perecen como anunciadores.
Mirad, yo soy un anunciador del rayo y una pesada gota que cae de la nube: mas ese rayo se llama superhombre. –

Cuando Zaratustra hubo dicho estas palabras contempló de nuevo el pueblo y calló: «Ahí están», dijo a su corazón, «y se ríen: no me entienden, no soy yo la boca para estos oídos.
¿Habrá que romperles antes los oídos, para que aprendan a oír con los ojos? ¿Habrá que atronar igual que timbales y que predicadores de penitencia? ¿O acaso creen tan sólo al que balbucea?
Tienen algo de lo que están orgullosos. ¿Cómo llaman a eso que los llena de orgullo? Cultura lo llaman, es lo que los distingue de los cabreros.
Por esto no les gusta oír, referida a ellos, la palabra 'desprecio'. Voy a hablar, pues, a su orgullo.
Voy a hablarles de lo más despreciable: el último hombre».
Y Zaratustra habló así al pueblo:
Es tiempo de que el hombre fije su propia meta. Es tiempo de que el hombre plante la semilla de su más alta esperanza.
Todavía es bastante fértil su terreno para ello. Mas algún día ese terreno será pobre y manso, y de él no podrá ya brotar ningún árbol elevado.

¡Ay! ¡Llega el tiempo en que el hombre dejara de lanzar la flecha de su anhelo más allá del hombre, y en que la cuerda de su arco no sabrá ya vibrar!
Yo os digo: es preciso tener todavía caos dentro de sí para poder dar a luz una estrella danzarina. Yo os digo: vosotros tenéis todavía caos dentro de vosotros.
¡Ay! Llega el tiempo en que el hombre no dará ya a luz ninguna estrella. ¡Ay! Llega el tiempo del hombre más despreciable, el incapaz ya de despreciarse a si mismo.
¡Mirad! Yo os muestro el último hombre.
‘¿Qué es amor? ¿Qué es creación? ¿Qué es anhelo? ¿Qué es estrella?’ -así pregunta el último hombre, y parpadea.
La tierra se ha vuelto pequeña entonces, y sobre ella da saltos el último hombre, que todo lo empequeñece. Su estirpe es indestructible, como el pulgón; el último hombre es el que más tiempo vive.
‘Nosotros hemos inventado la felicidad’ -dicen los últimos hombres, y parpadean.
Han abandonado las comarcas donde era duro vivir: pues la gente necesita calor. La gente ama incluso al vecino, y se restriega contra él: pues necesita calor.
Enfermar y desconfiar considéranlo pecaminoso: la gente camina con cuidado. ¡Un tonto es quien sigue tropezando con piedras o con hombres!
Un poco de veneno de vez en cuando: eso produce sueños agradables. Y mucho veneno al final, para tener un morir agradable.
La gente continúa trabajando, pues el trabajo es un entretenimiento. Mas procura que el entretenimiento no canse.
La gente ya no se hace ni pobre ni rica: ambas cosas son demasiado molestas. ¿Quién quiere aún gobernar? ¿Quién aún obedecer? Ambas cosas son demasiado molestas.
¡Ningún pastor y un solo rebaño! Todos quieren lo mismo, todos son iguales: quien tiene sentimientos distintos marcha voluntariamente al manicomio.
‘En otro tiempo todo el mundo desvariaba’ -dicen los más sutiles, y parpadean.
Hoy la gente es inteligente y sabe todo lo que ha ocurrido: así no acaba nunca de burlarse. La gente continúa discutiendo, mas pronto se reconcilia -de lo contrario, ello estropea el estómago.
La gente tiene su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche: pero honra la salud.
‘Nosotros hemos inventado la felicidad" -dicen los últimos hombres, y parpadean’.

Y aquí acabó el primer discurso de Zaratustra, llamado también «el prólogo»: pues en este punto el griterío y el regocijo de la multitud lo interrumpieron. « ¡Danos ese último hombre, Zaratustra, -gritaban- haz de nosotros esos últimos hombres! ¡El superhombre te lo regalamos!» Y todo el pueblo daba gritos de júbilo y chasqueaba la lengua. Pero Zaratustra se entristeció y dijo a su corazón:
No me entienden: no soy yo la boca para estos oídos.
Sin duda he vivido demasiado tiempo en las montañas, he escuchado demasiado a los arroyos y a los árboles: ahora les hablo como a los cabreros.
Inmóvil es mi alma, y luminosa como las montañas por la mañana. Pero ellos piensan que yo soy frío, y un burlón que hace chistes horribles.
Y ahora me miran y se ríen: y mientras ríen, continúan odiándome. Hay hielo en su reír.





LOS DISCURSOS DE ZARATUSTRA

De las tres transformaciones

Tres transformaciones del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y el león, por fin en niño.
Hay muchas cosas pesadas para el espíritu, para el espíritu fuerte, paciente, en el que habita la veneración: su fortaleza demanda cosas pesadas, e incluso las más pesadas de todas.
¿Qué es pesado? así pregunta el espíritu paciente, y se arrodilla, igual que el camello, y quiere que se le cargue bien.
¿Qué es lo más pesado héroes? así pregunta el espíritu paciente, para que yo cargue con ello y mi fortaleza se regocije.
¿Acaso no es: humillarse para hacer daño a la propia soberbia? ¿Hacer brillar la propia tontería para burlarse de la propia sabiduría?
¿O acaso es: apartarnos de nuestra causa cuando ella celebra su victoria? ¿Subir a altas montañas para tentar al tentador ?
¿O acaso es: alimentares de las bellotas y de la hierba del conocimiento y sufrir hambre en el alma por amor a la verdad?
¿O acaso es: estar enfermo y enviar a paseo a los consoladores, y hacer amistad con sordos, que nunca oyen lo que tú quieres?

¿O acaso es: sumergirse en agua sucia cuando ella es el agua de la verdad, y no apartar de si las frías ranas y los calientes sapos?
¿O acaso es: amar a quienes nos desprecian y tender la mano al fantasma cuando quiere causarnos miedo?
Con todas estas cosas, las más pesadas de todas, carga el espíritu paciente: semejante al camello que corre al desierto con su carga, así corre él a su desierto.
Pero en lo más solitario del desierto tiene lugar la segunda transformación: en león se transforma aquí el espíritu, quiere conquistar su libertad como se conquista una presa, y ser señor en su propio desierto.
Aquí busca a su último señor: quiere convertirse en enemigo de él y de su último dios, con el gran dragón quiere pelear para conseguir la victoria.
¿Quién es el gran dragón, al que el espíritu no quiere seguir llamando señor ni dios? “Tú debes” se llama el gran dragón. Pero el espíritu del león dice “yo quiero”.
“Tú debes” le cierra el paso, brilla como el oro, es un animal escamoso, y en cada una de sus escamas brilla áureamente el “¡Tú debes!”.
Valores milenarios brillan en esas escamas, y el más poderoso de todos los dragones habla así: “todos los valores de las cosas -brillan en mí”.
“Todos los valores han sido ya creados, y yo soy -todos los valores creados. ¡En verdad, no debe seguir habiendo ningún 'Yo quiero!'”. Así habla el dragón.
Hermanos míos, ¿para qué se precisa que haya el león en el espíritu? ¿Por qué no basta la bestia de carga, que renuncia a todo y es respetuosa?

Crear valores nuevos -tampoco el león es aún capaz de hacerlo: mas crearse libertad para un nuevo crear- eso si es capaz de hacerlo el poder del león.
Crearse libertad y un no santo incluso frente al deber: para ello, hermanos míos, es preciso el león.
Tomarse el derecho de nuevos valores -ése es el tomar más horrible para un espíritu paciente y respetuoso. En verdad, eso es para él robar, y cosa propia de un animal de rapiña.
En otro tiempo el espíritu amó el “tú debes” como su cosa más santa: ahora tiene que encontrar ilusión y capricho incluso en lo más santo, de modo que robe el quedar libre de su amor: para ese robo se precisa el león.
Pero decidme, hermanos míos, ¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacerlo? ¿Por qué el león rapaz tiene que convertirse todavía en niño?
Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí.
Sí, hermanos míos, para el juego del crear se precisa un santo decir si: el espíritu quiere ahora su voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo.
Tres transformaciones del espíritu os he mencionado: cómo el espíritu se convirtió en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño. --
Así habló Zaratustra. Y entonces residía en la ciudad que es llamada: La Vaca Multicolor. 



De los trasmundanos
En otro tiempo también Zaratustra proyectó su ilusión más allá del hombre, lo mismo que todos los trasmundanos. Obra de un dios sufriente y atormentado me parecía entonces el mundo.
Sueño me parecía entonces el mundo, e invención poética de un dios; humo coloreado ante los ojos de un ser divinamente insatisfecho.
Bien y mal, y placer y dolor, y yo y tú -humo coloreado me parecía todo eso ante ojos creadores. El creador quiso apartar la vista de sí mismo, - entonces creó el mundo.
Ebrio placer es, para quien sufre, apartar la vista de su sufrimiento y perderse a sí mismo. Ebrio placer y un perderse-a-sí-mismo me pareció en otros tiempos el mundo.
Este mundo, eternamente imperfecto, imagen, e imagen imperfecta, de una contradicción eterna - un ebrio placer para su imperfecto creador: - así me pareció en otro tiempo el mundo
Y así también yo proyecté en otro tiempo mi ilusión más allá del hombre, lo mismo que todos los trasmundanos. ¿Más allá del hombre, en verdad?
¡Ay, hermanos, ese dios que yo creé era obra humana y demencia humana, como todos los dioses!
Hombre era, y nada más que un pobre fragmento de hombre y de yo: de mi propia ceniza y de mi propia brasa surgió ese fantasma, y ¡en verdad! ¡no vino a mí desde el más allá!
¿Qué ocurrió, hermanos míos? Yo me superé a mí mismo, al ser que sufría, yo llevé mi ceniza a la montaña, inventé para mí una llama más luminosa. ¡Y he aquí que el fantasma se me desvaneció!

Sufrimiento sería ahora para mí, y tormento para el curado, creer en tales fantasmas: sufrimiento sería ahora para mí, y humillación. Así hablo yo a los trasmundanos.
Sufrimiento fue, e incapacidad, - lo que creó a todos los trasmundanos; y aquella breve demencia de la felicidad que sólo experimenta el que más sufre de todos.
Fatiga, que de un solo salto quiere llegar al final, de un salto mortal, una pobre fatiga ignorante, que ya no quiere ni querer: ella fue la que creó todos los dioses y todos los trasmundanos.
¡Creedme, hermanos míos! Fue el cuerpo el que desesperó de la tierra, - con los dedos del espíritu trastornado palpaba las últimas paredes.
¡Creedme, hermanos míos! Fue el cuerpo el que desesperó de la tierra, -oyó que el vientre del ser le hablaba.
Y entonces quiso meter la cabeza a través de las últimas paredes, y no sólo la cabeza, - quiso pasar a «aquel mundo».
Pero «aquel mundo» está bien oculto a los ojos del hombre, aquel inhumano mundo deshumanizado, que es una nada celeste; y el vientre del ser no habla en modo alguno al hombre, al no ser en forma de hombre.
En verdad, todo «ser» es difícil de demostrar, y difícil resulta hacerlo hablar. Decidme, hermanos míos, ¿no es acaso la más extravagante de todas las cosas la mejor demostrada?
Sí, este yo y la contradicción y confusión del yo continúan hablando acerca de su ser del modo más honesto, este yo que crea, que quiere, que valora, y que es la medida y el valor de las cosas.
Y este ser honestísimo, el yo -habla del cuerpo, y continúa queriendo el cuerpo, aun cuando poetice y fantasee y revolotee de un lado para otro con rotas alas.

El yo aprende a hablar con mayor honestidad cada vez: y cuanto más aprende, tantas más palabras y honores encuentra para el cuerpo y la tierra.
Mi yo me ha enseñado un nuevo orgullo, y yo se lo enseño a los hombres: ¡a dejar de esconder la cabeza en la arena de las cosas celestes, y a llevarla libremente, una cabeza terrena, la cual es la que crea el sentido de la tierra!
Una nueva voluntad enseño yo a los hombres: ¡querer ese camino que el hombre ha recorrido a ciegas, y llamarlo bueno y no volver a salirse a hurtadillas de él, como hacen los enfermos y moribundos!
Enfermos y moribundos eran los que despreciaron el cuerpo y la tierra y los que inventaron las cosas celestes y las gotas de sangre redentora: ¡pero incluso estos dulces y sombríos venenos los tomaron del cuerpo y de la tierra!
De su miseria querían escapar, y las estrellas les parecían demasiado lejanas. Entonces suspiraron: «¡Oh, si hubiese caminos celestes para deslizarse furtivamente en otro ser y en otra felicidad!» - ¡entonces se inventaron sus caminos furtivos y sus pequeños brebajes de sangre!
Entonces estos ingratos se imaginaron estar sustraídos a su cuerpo y a esta tierra. Sin embargo ¿a quién debían las convulsiones y delicias de su éxtasis? A su cuerpo y a esta tierra.
Indulgente es Zaratustra con los enfermos. En verdad, no se enoja con sus especies de consuelo y de ingratitud.
¡Que se transforman en convalecientes y en superadores, y que se creen un cuerpo superior!
Tampoco se enoja Zaratustra con el convaleciente si éste mira con delicadeza hacia su ilusión y, a medianoche, se desliza furtivamente en torno a la tumba de su dios: mas enfermedad y cuerpo enfermo continúan siendo para mí también sus lágrimas.
Mucho pueblo enfermo ha habido siempre entre quienes poetizan y tienen la manía de los dioses; odian con furia al hombre del conocimiento y a aquella virtud, la más joven de todas, que se llama: honestidad.
Vuelven siempre la vista hacia tiempos oscuros: entonces, ciertamente, ilusión y fe eran cosa distinta; el delirio de la razón era semejanza con Dios, y la duda era pecado.
Demasiado bien conozco a estos hombres semejantes a Dios: quieren que se crea en ellos, y que la duda sea pecado. Demasiado bien sé igualmente qué es aquello en lo que más creen ellos mismos.
En verdad, no en trasmundos ni en gotas de sangre redentora: sino que es en el cuerpo en lo que más creen, y su propio cuerpo es para ellos su cosa en sí.
Pero cosa enfermiza es para ellos el cuerpo: y con gusto escaparían de él. Por eso escuchan a los predicadores de la muerte, y ellos mismos predican trasmundos.
Es mejor que oigáis, hermanos míos, la voz del cuerpo sano: es ésta una voz más honesta y más pura.
Con más honestidad y con más pureza habla el cuerpo sano, el cuerpo perfecto y rectangular: y habla del sentido de la tierra.





De los despreciadores del cuerpo

A los despreciadores del cuerpo quiero decirles mi palabra. No deben aprender ni enseñar otras doctrinas, sino tan sólo decir adiós a su propio cuerpo - y así enmudecer.
«Cuerpo soy yo y alma» - así hablaba el niño. ¿Y por qué no hablar como los niños?
Pero el despierto, el sapiente, dice: cuerpo soy yo íntegramente, y ninguna otra cosa; y alma es sólo una palabra para designar algo en el cuerpo.
El cuerpo es una gran razón, una pluralidad dotada de un único sentido, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor.
Instrumento de tu cuerpo es también tu pequeña razón, a la que llamas «espíritu», un pequeño instrumento y un pequeño juguete de tu gran razón.
Dices «yo» y estás orgulloso de esa palabra. Pero esa cosa más grande aún, en la que tú no quieres creer, - tu cuerpo y su gran razón: ésa no dice yo, pero hace yo.
Lo que el sentido siente, lo que el espíritu conoce, eso nunca tiene dentro de sí su término. Pero sentido y espíritu querrían persuadirte de que ellos son el término de todas las cosas: tan vanidosos son.
Instrumentos y juguetes son el sentido y el espíritu: tras ellos se encuentra todavía el si-mismo. El sí-mismo busca también con los ojos de los sentidos, escucha también con los oídos del espíritu.
El sí-mismo escucha siempre y busca siempre: compara, subyuga, conquista, destruye. El domina y es también el dominador del yo.
Detrás de tus pensamientos y sentimientos, hermano mío, se encuentra un soberano poderoso, un sabio desconocido - llamase sí-mismo. En tu cuerpo habita, es tu cuerpo.
Hay mas razón en tu cuerpo que en tu mejor sabiduría. ¿Y quién sabe para qué necesita tu cuerpo precisamente tu mejor sabiduría?
Tu sí-mismo se ríe de tu yo y de sus orgullosos saltos. «¿Qué son para mí esos saltos y esos vuelos del pensamiento? se dice. Un rodeo hacia mi meta. Yo soy las andaderas del yo y el apuntador de sus conceptos».
El sí-mismo dice al yo: «¡siente dolor aquí! » Y el yo sufre y reflexiona sobre cómo dejar de sufrir - y justo para ello debe pensar.
El sí-mismo dice al yo: « ¡siente placer aquí!» Y el yo se alegra y reflexiona sobre cómo seguir gozando a menudo - y justo para ello debe pensar.
A los despreciadores del cuerpo quiero decirles una palabra. Su despreciar constituye su apreciar. ¿Qué es lo que creó el apreciar y el despreciar, y el valor y la voluntad?
El sí-mismo creador se creó para sí el apreciar y el despreciar, se creó para sí el placer y el dolor. El cuerpo creador se creó para sí el espíritu como una -mano de su voluntad.
Incluso en vuestra tontería y en vuestro desprecio, despreciadores del cuerpo, servís a vuestro sí-mismo. Yo os digo: también vuestro sí-mismo quiere morir y se aparta de la vida.
Ya no es capaz de hacer lo que más quiere: -crear por encima de sí. Eso es lo que más quiere, ese es todo su ardiente deseo.
Para hacer esto, sin embargo, es ya demasiado tarde para él: - por ello vuestro sí-mismo quiere hundirse en su ocaso, despreciadores del cuerpo.

¡Hundirse en su ocaso quiere vuestro sí-mismo, y por ello os convertisteis vosotros en despreciadores del cuerpo! Pues ya no sois capaces de crear por encima de vosotros.
Y por eso os enojáis ahora contra la vida y contra la tierra. Una inconsciente envidia hay en la oblicua mirada de vuestro desprecio.
¡Yo no voy por vuestro camino, depredadores del cuerpo! ¡Vosotros no sois para mí puentes hacía el superhombre! -



Del Nuevo ídolo

En algún lugar existen todavía pueblos y rebaños, pero no entre nosotros, hermanos míos: aquí hay Estados.
¿Estado? ¿Qué es eso? ¡Bien! Abrid los oídos, pues voy a deciros mi palabra sobre la muerte de los pueblos.
Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: “Yo el Estado, soy el pueblo”.
¡Es una mentira! Creadores fueron quienes crearon los pueblos y suspendieron encima de ellos una fe y un amor; así sirvieron a la vida.
Aniquiladores son quienes ponen trampas para muchos y las llaman Estado: éstos suspenden encima de ellos una espada y cien concupiscencias.
Donde todavía hay pueblo, éste no comprende al Estado y lo odia, considerándolo mal de ojo y pecado contra las costumbres y los derechos.

Esta señal os doy; cada pueblo habla su lengua propia del bien y del mal: el vecino no la entiende. Cada pueblo se ha inventado un lenguaje en costumbres y derechos.
Pero el Estado miente en todas las lenguas del bien y del mal; y diga lo que diga, miente - y posea lo que posea, lo ha robado.
Falso es todo en él; con dientes robados muerde, ese mordedor. Falsas son incluso sus entrañas.
Confusión de lenguas del bien y del mal: esta señal os doy como señal del Estado. ¡En verdad voluntad de muerte es lo que esa señal indica! ¡En verdad, hace señas a los predicadores de la muerte!
Nacen demasiados: ¡para los superfluos fue inventado el Estado!
¡Mirado cómo atrae a los demasiados! ¡Cómo los devora y los masca y los rumia!
“En la tierra no hay ninguna cosa más grande que yo: yo soy el dedo ordenador de Dios” - así ruge el monstruo. ¡Y no sólo quienes tienen orejas largas y vista corta se postran de rodillas!
¡Ay, también en vosotros los de alma grande susurra él sus sombrías mentiras! ¡Ay, él adivina cuáles son los corazones ricos, que con gusto se prodigan!
¡Si, también os adivina a vosotros los vencedores del viejo Dios! ¡Os habéis fatigado en la lucha, y ahora vuestra fatiga continúa prestando servicio al nuevo ídolo!
¡Héroes y hombres de honor quisiera colocar en torno a sí el nuevo ídolo! ¡Ese frío monstruo - gusta de calentarse al sol de buenas conciencias!
Todo quiere dároslo a vosotros el nuevo ídolo, si vosotros lo adoráis: por ello se compra el brillo de vuestra virtud y la mirada de vuestros ojos orgullosos.
¡Quiere que vosotros le sirváis de cebo par pescar a los demasiados! ¡Sí, un artificio infernal ha sido inventado aquí, un caballo de muerte, que tintinea con el atavío de honores divinos!


Si, aquí ha sido inventada una muerte para muchos, la cual se precia a sí misma de ser vida: ¡en verdad, un servicio íntimo para todos los predicadores de muerte!
Estado llamo yo al lugar donde todos, buenos y malos, son bebedores de venenos: Estado, al lugar en que todos, buenos y malos se pierden a si mismos: Estado, al lugar donde el lento suicidio de todos - se llama “la vida”
¡Ved, pues a esos superfluos! Enfermos están siempre, vomitan su bilis y lo llaman periódico. Se devoran unos a otros y ni siquiera pueden digerirse.
¡Ved, pues a eso superfluos! Trepan unos por encima de otros, y así se arrastran al fango y a la profundidad.
Todos quieren llegar al trono: su demencia consiste en creer - ¡que la felicidad se asienta en el trono! Con frecuencia es el fango el que se asienta en el trono - y también a menudo el trono se asienta en el fango.
Dementes son para mí todos ellos, y monos trepadores, y fanáticos. Su ídolo, el frío monstruo, me huele mal: mal me huelen todos ellos juntos, esos servidores del ídolo.
Hermanos míos, ¿es que queréis asfixiaros con el aliento de sus hocicos y de sus concupiscencias? ¡Es mejor que rompáis las ventanas y saltéis al aire libre!
¡Apartaos del mal olor! ¡Alejaos del humo de esos sacrificios humanos!
Aún está la tierra a disposición de las almas grandes. Vacíos se encuentran aún muchos lugares para eremitas solitarios o en pareja, en torno a los cuales sopla el perfume de mares silenciosos.
Aún hay una vida libre a disposición de las almas grandes. En verdad, quien poco posee, tanto menos es poseído: ¡alabada sea la pequeña pobreza!
Allí donde el Estado acaba comienza el hombre que no es superfluo: allí comienza la canción del necesario, la melodía única e insustituible.
Allí donde el Estado acaba, - ¡mirad allí, hermanos míos! ¿No veis el arco iris y los puentes del superhombre!

De las moscas del mercado

¡Huye, amigo mío, a tu soledad! Ensordecido te veo por el ruido de los grandes hombres, y acribillado por los aguijones de los pequeños.
El bosque y la roca saben callar dignamente contigo. Vuelve a ser igual que el árbol al que amas, el árbol de amplias ramas: silencioso y atento pende sobre el mar.
Donde la soledad acaba, allí comienza el mercado; y donde el mercado comienza, allí comienzan también el ruido de los grandes comediantes y el zumbido de las moscas venenosas.
En el mundo las mejores cosas no valen nada sin alguien que las represente: grandes hombres llama el pueblo a esos actores.
El pueblo comprende poco lo grande, esto es: lo creador. Pero tiene sentidos para todos los actores y comediantes de grandes cosas.
En torno a los inventores de nuevos valores gira el mundo: - gira de modo invisible. Sin embargo, en torno a los comediantes giran el pueblo y la fama: así marcha el mundo.
Espíritu tiene el comediante, pero poca consciencia del espíritu. Cree siempre en aquello que mejor le permite llevar a los otros a creer - ¡a creer en él!
Mañana tendrá una nueva fe, y pasado mañana, otra más nueva. Sentidos rápidos tiene el comediante, igual que el pueblo, y presentimientos cambiantes.

Derribar - eso significa para él: demostrar. Volver loco a uno - eso significa para él: convencer. Y la sangre es para él el mejor de los argumentos.
A una verdad que sólo en oídos delicados se desliza llámala mentira y nada. ¡En verdad, sólo cree en dioses que hagan gran ruido en el mundo!
Lleno de bufones solemnes está el mercado - ¡y el pueblo se gloría de sus grandes hombres! Estos son para él los señores del momento.
Pero la hora los apremia: así ellos te apremian a ti. Y también de ti quieren ellos un sí o un no. ¡Ay!, ¿quieres colocar tu silla entre un pro y un contra?
¡No tengas celos de esos incondicionales y apremiantes, amante de la verdad! Jamás se ha colgado la verdad del brazo de un incondicional.
A causa de esas gentes súbitas, vuelve a tu seguridad: sólo en el mercado le asaltan a uno con un ¿sí o no?
Todos los pozos profundos viven con lentitud sus experiencias: tienen que esperar largo tiempo hasta saber qué fue lo que cayó en su profundidad.
Todo lo grande se aparta del mercado y de la fama: apartados de ellos han vivido desde siempre los inventores de nuevos valores.
Huye, amigo mío, a tu soledad: te veo acribillado por moscas venenosas. ¡Huye allí donde sopla un viento áspero, fuerte!
¡Huye a tu soledad! Has vivido demasiado cerca de los pequeños y mezquinos. ¡Huye de su venganza invisible! Contra ti no son otra cosa que venganza.
¡Deja de levantar tu brazo contra ellos! Son innumerables, y no es tu destino el ser espantamoscas.
Innumerables son esos pequeños y mezquinos; y a más de un edificio orgulloso han conseguido derribarlo ya las gotas de lluvia y los yerbajos.
Tú no eres una piedra, pero has sido ya excavado por muchas gotas. Acabarás por resquebrajarte y por romperte en pedazos bajo tantas gotas.
Fatigado te veo por moscas venenosas, lleno de sangrientos rasguños te veo en cien sitios; y tu orgullo no quiere ni siquiera encolerizarse.
Sangre quisieran ellas de ti con toda inocencia, sangre es lo que sus almas exangües codician - y por ello pican con toda inocencia.
Mas tú, profundo, tú sufres demasiado profundamente incluso por pequeñas heridas; y antes de que te curases, ya se arrastraba el mismo gusano venenoso por tu mano.
Demasiado orgulloso me pareces para matar a esos golosos. ¡Pero procura que no se convierta en tu fatalidad el soportar toda su venenosa injusticia!
Ellos zumban a tu alrededor incluso con su alabanza: impertinencia es su alabanza. Quieren la cercanía de tu piel y de tu sangre.
Te adulan como a un dios o a un demonio; lloriquean delante de ti como delante de un dios o de un demonio. ¡Qué importa! Son aduladores y llorones, y nada más.
También suelen hacerse los amables contigo. Pero ésa fue siempre la astucia de los cobardes. ¡Sí, los cobardes son astutos!
Ellos reflexionan mucho sobre ti con su alma estrecha, - ¡para ellos eres siempre preocupante! Todo aquello sobre lo que se reflexiona mucho se vuelve preocupante.

Ellos te castigan por todas tus virtudes. Sólo te perdonan de verdad - tus fallos.
Como tú eres suave y de sentir justo, dices: «No tienen ellos la culpa de su mezquina existencia». Mas su estrecha alma piensa: «Culpable es toda gran existencia».
Aunque eres suave con ellos, se sienten, sin embargo, despreciados por ti; y te pagan tus bondades con, daños encubiertos.
Tu orgullo sin palabras repugna siempre a su gusto; se regocijan mucho cuando alguna vez eres bastante modesto para ser vanidoso.
Lo que nosotros reconocemos en un hombre, eso lo hacemos arder también en el. Por ello ¡guárdate de los pequeños!
Ante ti ellos se sienten pequeños, y su bajeza arde y se pone al rojo contra ti en invisible venganza.
¿No has notado cómo solían enmudecer cuando tu te acercabas a ellos, y cómo su fuerza los abandonaba, cual humo de fuego que se extingue?
Sí, amigo mío, para tus prójimos eres tú la conciencia malvada: pues ellos son indignos de ti. Por eso te odian y quisieran chuparte la sangre.
Tus prójimos serán siempre moscas venenosas; lo que en ti es grande - eso cabalmente tiene que hacerlos mas venenosos y siempre más moscas.
Huye, amigo mío, a tu soledad y allí donde sopla un viento áspero, fuerte. No es tu destino el ser espantamoscas.


DEL AMIGO


«Uno siempre a mi alrededor es demasiado» – así piensa el eremita. «Siempre uno por uno - ¡da a la larga dos!»
Yo y mí están siempre dialogando con demasiada vehemencia: ¿cómo soportarlo si no hubiese un amigo?
Para el eremita el amigo es siempre el tercero: el tercero es el corcho que impide que el diálogo de los dos se hunda en la profundidad.
Ay, existen demasiadas profundidades para todos los eremitas. Por ello desean ardientemente un amigo y su altura.
Nuestra fe en otros delata lo que nosotros quisiéramos creer de nosotros mismos. Nuestro anhelo de un amigo es nuestro delator.
Y a menudo no se quiere, con el amor, más que saltar por encima de la envidia. Y a menudo atacamos y nos creamos un enemigo para ocultar que somos vulnerables.
«¡Sé al menos mi enemigo!» – así habla el verdadero respeto, que no se atreve a solicitar amistad.
Si se quiere tener un amigo hay que querer también hacer la guerra por él: y para hacer la guerra hay que poder ser enemigo.
En el propio amigo debemos honrar incluso al enemigo. ¿Puedes tú acercarte mucho a tu amigo sin pasarte a su bando?
En el propio amigo debemos tener nuestro mejor enemigo. Con tu corazón debes estarle máximamente cercano cuando le opones resistencia.
¿No quieres llevar vestido alguno delante de tu amigo? ¿Debe ser un honor para tu amigo el que te ofrezcas a él tal como eres? ¡Pero él te mandará al diablo por esto!
El que no se recata provoca indignación: ¡tanta razón tenéis para temer la desnudez! ¡Sí, si fueséis dioses, entonces os sería lícito avergonzaros de vuestros vestidos!
Nunca te adornarás bastante bien para tu amigo: pues debes ser para él una flecha y un anhelo hacia el superhombre.
¿Has visto ya dormir a tu amigo – para conocer cuál es su aspecto? ¿Pues qué es, por lo demás, el rostro de tu amigo? Es tu propio rostro, en un espejo grosero e imperfecto.
¿Has visto ya dormir a tu amigo? ¿No te horrorizaste de que tu amigo tuviese tal aspecto? Oh, amigo mío, el hombre es algo que tiene que ser superado.
En el adivinar y en el permanecer callado debe ser maestro el amigo: tú no tienes que querer ver todo. Tu sueño debe descubrirte lo que tu amigo hace en la vigilia.
Un adivinar sea tu compasión: para que sepas primero si tu amigo quiere compasión. Tal vez él ame en ti los ojos firmes y la mirada de la eternidad.
Ocúltese bajo una dura cáscara la compasión por el amigo, debes dejarte un diente en ésta. Así tendrá la delicadeza y la dulzura que le corresponden.
¿Eres tú aire puro, y soledad, y pan, y medicina para tu amigo? Más de uno no puede librarse a sí mismo de sus propias cadenas y es, sin embargo, un redentor para el amigo.
¿Eres un esclavo? Entonces no puedes ser amigo. ¿Eres un tirano? Entonces no puedes tener amigos.
Durante demasiado tiempo se ha ocultado en la mujer un esclavo y un tirano. Por ello la mujer no es todavía capaz de amistad: sólo conoce el amor.
En el amor de la mujer hay injusticia y ceguera frente a todo lo que ella no ama. Y hasta en el amor sapiente de la mujer continúa habiendo agresión inesperada y rayo y noche al lado de la luz.
La mujer no es todavía capaz de amistad: gatas continúan siendo siempre las mujeres, y pájaros. O, en el mejor de los casos, vacas.
La mujer no, es todavía capaz de amistad. Pero decidme, varones, ¿quién de vosotros es capaz de amistad?
¡Cuánta pobreza, varones, y cuánta avaricia hay en vuestra alma! Lo que vosotros dais al amigo, eso quiero darlo yo hasta a mi enemigo, y no por eso me habré vuelto más pobre.
Existe la camaradería: ¡ojalá exista la amistad!

Del amor al prójimo

Vosotros os apretujáis alrededor del prójimo y tenéis hermosas palabras para expresar ese vuestro apretujaros. Pero yo os digo: vuestro amor al prójimo es vuestro mal amor a vosotros mismos.
Huís hacia el prójimo huyendo de vosotros mismos, y quisierais hacer de eso una virtud: pero yo penetro vuestro «desinterés».
El tu es más antiguo que el yo; el tu ha sido santificado, pero el yo, todavía no: por eso corre el hombre hacia el prójimo.
¿Os aconsejo yo amor al prójimo? ¡Prefiero aconsejaros la huida del prójimo y el amor al lejano!
Más elevado que el amor al prójimo es el amor al lejano y al venidero; más elevado que el amor a los hombres es el amor a las cosas y a los fantasmas.
Ese fantasma que corre delante de ti, hermano mío, es más bello que tu; ¿por qué no le das tu carne y tus huesos? Pero tú tienes miedo y corres hacia tu prójimo.

No conseguís soportaros a vosotros mismos y no os amáis bastante: por eso queréis inducir al prójimo a que ame, y doraos a vosotros con su error.
Yo quisiera que no soportaseis a ninguna especie de prójimo ni a sus vecinos; así tendríais que crear, sacándolo de vosotros mismos, vuestro amigo y su corazón exuberante.
Invitáis a un testigo cuando queréis hablar bien de vosotros mismos; y una vez que lo habéis inducido a pensar bien de vosotros también vosotros mismos pensáis bien de vosotros.
No miente tan sólo aquel que habla en contra de lo que sabe, sino ante todo aquel que habla en contra de lo que no sabe. Y así es como vosotros habláis de vosotros en sociedad, y, además de a vosotros, mentís al vecino.
Así habla el necio: «el trato con hombres estropea el carácter, especialmente si no se tiene ninguno».
El uno va al prójimo porque se busca a sí mismo, y el otro, porque quisiera perderse. Vuestro mal amor a vosotros mismos es lo que os trueca la soledad en prisión.
Los más lejanos son los que pagan vuestro amor al prójimo; y en cuanto os juntáis cinco, siempre tiene que morir un sexto.
Yo no amo tampoco vuestras fiestas: demasiados comediantes he encontrado siempre en ellas, y también los espectadores se comportaban a menudo como comediantes.
Yo no os enseño el prójimo, sino el amigo. Sea el amigo para vosotros la fiesta de la tierra y un presenti­miento del superhombre.
Yo os enseño el amigo y su corazón rebosante. Pero hay que saber ser una esponja si se quiere ser amado por corazones rebosantes.

Yo os enseño el amigo en el que el mundo se encuentra ya acabado, como una copa del bien,- el amigo creador, que siempre tiene un mundo acabado que regalar.
Y así como el mundo se desplegó para el, así volverá a plegársele en anillos, como el devenir del bien por el mal, como el devenir de las finalidades surgiendo del azar.
El futuro y lo remoto sean para ti la causa de tu hoy: en tu amigo debes amar al superhombre como causa de ti.
Hermanos míos, yo no os aconsejo el amor al prójimo: yo os aconsejo el amor al lejano.



Del camino del creador


¿Quieres marchar, hermano mío, a la soledad? ¿Quieres buscar el camino que lleva a ti mismo? Detente un poco y escúchame.
«El que busca, fácilmente se pierde a sí mismo. Todo irse a la soledad es culpa»: así habla el rebaño. Y tú has formado parte del rebaño durante mucho tiempo.
La voz del rebaño continuará resonando dentro de ti. Y cuando digas «yo ya no tengo la misma conciencia que vosotros», eso será un lamento y un dolor.
Mira, aquella conciencia única dio a luz también ese dolor: y el último resplandor de aquella conciencia continúa brillando sobre tu tribulación.
Pero ¿tú quieres recorrer el camino de tu tribulación, que es el camino hacia ti mismo? ¡Muéstrame entonces tu derecho y tu fuerza para hacerlo!
¿Eres tú una nueva fuerza y un nuevo derecho? ¿Un primer movimiento? ¿Una rueda que se mueve por sí misma? ¿Puedes forzar incluso a las estrellas a que giren a tu alrededor?
¡Ay, existe tanta ansia de elevarse! ¡Existen tantas convulsiones de los ambiciosos! ¡Muéstrame que tú no eres un ansioso ni un ambicioso!
Ay, existen tantos grandes pensamientos que no hacen más que lo que el fuelle: inflan y vuelven aún más vacíos.
¿Libre te llamas a ti mismo? Quiero oír tu pensamiento dominante, y no que has escapado de un yugo.
¿Eres tú alguien al que le sea lícíto escapar de un yugo? Más de uno hay que arrojó de sí su último valor al arrojar su servidumbre.
¿Libre de qué? ¡Qué importa eso a Zaratustra! Tus ojos deben anunciar con claridad: libre para qué?
¿Puedes prescribirte a ti mismo tu bien y tu mal, y suspender tu voluntad por encima de ti como una ley?
¿Puedes ser juez para ti mismo y vengador de tu ley?
Terrible cosa es hallarse solo con el juez y vengador de la propia ley. Así es arrojada una estrella al espacio vacío y al soplo helado de la soledad.
Hoy sufres todavía a causa de los muchos, tú que eres uno solo: hoy conservas aún todo tu valor y todas tus esperanzas.
Mas alguna vez la soledad te fatigará, alguna vez tu orgullo se curvará y tu valor rechinará los dientes. Alguna vez gritarás «¡estoy solo!»
Alguna vez dejarás de ver tu altura y contemplarás demasiado cerca tu bajeza; tu sublimidad misma te aterrorizará como un fantasma. Alguna vez gritarás: « ¡Todo es falso!»
Hay sentimientos que quieren matar al solitario; ¡si no lo consiguen, ellos mismos tienen que morir entonces! Mas ¿eres tú capaz de ser asesino?
¿Conoces ya, hermano mío, la palabra «desprecio»? ¿Y el tormento de tu justicia, de ser justo con quienes te desprecian?
Tú fuerzas a muchos a cambiar de doctrina acerca de tí; esto te lo hacen pagar caro. Te aproximaste a ellos y pasaste de largo: esto no te lo perdonan nunca.
Tú caminas por encima de ellos; pero cuanto más alto subes, tanto más pequeño te ven los ojos de la envídia. El más odiado de todos es, sin embargo, el que vuela.
«¡Cómo vais a ser justos conmigo! -tienes que decir - yo elijo para mí vuestra injusticia como la parte que me ha sido asignada».
Injusticia y suciedad arrojan ellos al solitario: pero, hermano mío, si quieres ser una estrella, ¡no tienes que iluminarlos menos por eso!
¡Y guárdate de los buenos y justos! Con gusto crucifican a quienes se inventan una virtud para sí mismos, odian al solitario.
¡Guárdate también de la santa simplicidad! Para ella no es santo lo que no es simple; también le gusta jugar con el fuego - con el fuego de las hogueras para quemar seres humanos.
¡Y guárdate también de los asaltos de tu amor! Con demasiada prisa tiende el solitario la mano a aquel con quien se encuentra.
A ciertos hombres no te es licito darles la mano, sino sólo la pata: y yo quiero que tu pata tenga también garras.
Pero el peor enemigo con que puedes encontrarte serás siempre tú mismo; a ti mismo te acechas tú en las cavernas y en los bosques.
¡Solitario, tú recorres el camino que lleva a ti mismo! ¡Y tu camino pasa al lado de ti mismo y de tus siete demonios!
Un hereje serás para ti mismo, y una bruja y un hechicero y un necio y un escéptico y un impío y un malvado.
Tienes que querer consumirte a ti mismo en tu propia llama: ¡cómo te renovarías si antes no te hubieses convertido en ceniza!
Solitario tu recorres el camino del creador: ¡con tus siete demonios quieres crearte para ti un Dios!
Solitario, tú recorres el camino del amante: te amas a ti mismo, y por ello te desprecias como sólo los amantes saben despreciar.
¡El amante quiere crear porque desprecia! ¡Qué sabe del amor el que no tuvo que despreciar precisamente aquello que amaba!
Vete a tu soledad con tu amor y con tu crear, hermano mío; sólo más tarde te seguirá la justicia cojeando.
Vete con tus lágrimas a tu soledad, hermano mío. Yo amo a quien quiere crear por encima de sí mismo, y por ello perece. –





De la virtud que hace regalos


UNO
Cuando Zaratustra se hubo despedido de la ciudad que su corazón amaba y cuyo nombre es: «La Vaca Multicolor» - le siguieron muchos que se llamaban sus discípulos y le hacían compañía. Llegaron así a una encrucijada: allí Zaratustra les dijo que desde aquel momento quería marchar solo; pues era amigo de caminar en soledad. Y sus discípulos le entregaron, como despedida, un bastón en cuyo puño de oro una serpiente se enroscaba en torno al sol. Zaratustra se alegró del bastón y se apoyó en él; luego habló así a sus discípulos.
Decidme: ¿cómo llegó el oro a ser el valor supremo? Porque es raro, e inútil, y resplandeciente, y suave en su brillo; siempre hace don de sí mismo.
Sólo en cuanto reflejo de la virtud más alta llegó el oro a ser el valor supremo. Semejante al oro resplandece la mirada del que hace regalos. Brillo de oro sella paz entre luna y sol.
Rara es la virtud más alta, e inútil, y resplandeciente, y suave en su brillo: una virtud que hace regalos es la virtud más alta.
En verdad, yo os adivino, discípulos míos: vosotros aspiráis, como yo, a la virtud que hace regalos. ¿Qué tendriáis vosotros en común con gatos y lobos?
Esta es vuestra sed, el llegar vosotros mismos a ser víctimas y regalos: y por ello tenéis sed de acumular todas las riquezas en vuestra alma.

Insaciable anhela vuestra alma tesoros y joyas, porque vuestra virtud es insaciable en su voluntad de hacer regalos.
Forzáis a todas las cosas a acudir a vosotros y a entrar en vosotros, para que vuelvan a fluir de vuestro manantial como los dones de vuestro amor.
En verdad, semejante amor que hace regalos tiene que en ladrón de todos los valores; pero yo llamo sano y sagrado a ese egoísmo.
Existe otro egoísmo demasiado pobre, un egoísmo que siempre quiere hurtar, el egoísmo de los enfermos, el egoísmo enfermo.
Con ojos de ladrón mira todo lo que brilla; con la avidez del hambre mira hacia quien tiene de comer en abundancia; y siempre se desliza a hurtadillas en la mesa de quienes hacen regalos.
Enfermedad habla en tal codicia, y degeneración invisible; desde el cuerpo enfermo habla la ladrona codicia de ese egoísmo.
Decidme, hermanos míos: ¿qué es para nosotros lo malo y lo peor? ¿No es la degeneración? -Y siempre adivinamos degeneración allí donde falta el alma que hace regalos.
Hacia arriba va nuestro camino, desde la especie asciende a la super-especie. Pero un horror es para nosotros el sentido degenerante que dice: «Todo para mí».
Hacia arriba vuela nuestro sentido: de este modo es un símbolo de nuestro cuerpo, símbolo de una elevación. Símbolos de tales elevaciones son los nombres de las virtudes.
Así atraviesa el cuerpo la historia, como algo que deviene y lucha. Y el espíritu - ¿qué es el espíritu para el cuerpo? Heraldo de, sus luchas y victorias, compañero y eco.

Símbolos son todos los nombres del bien y del mal: no declaran, sólo hacen señas. ¡Tonto es quien de ellos quiere sacar ciencia!
Prestad atención, hermanos míos, a todas las horas en que vuestro espíritu quiere hablar por símbolos: allí está el origen de vuestra virtud.
Elevado está entonces vuestro cuerpo, y resucitado; con sus delicias cautiva al espíritu, para que éste se convierta en creador y en apreciador y en amante y en benefactor de todas las cosas.
Cuando vuestro corazón hierve, ancho y lleno, igual que el río, siendo una bendición y un peligro para quienes habitan a su orilla: allí está el origen de vuestra virtud,
Cuando estáis por encima de la alabanza y de la censura, y vuestra voluntad quiere dar órdenes a todas las cosas, como la voluntad de un amante: allí está el origen de vuestra virtud.
Cuando despreciáis lo agradable y la cama blanda, y no podéis acostamos a suficiente distancia de los comodones: allí está el origen de vuestra virtud.
Cuando no tenéis más que una sola voluntad, y ese viraje de toda necesidad se llama para vosotros necesidad: allí está el origen de vuestra virtud.
¡En verdad ella es un nuevo bien y un nuevo mal! ¡En verdad, es un nuevo y profundo murmullo, y la voz de un nuevo manantial!
Poder es esa nueva virtud; un pensamiento dominante es, y, en torno a él, un alma inteligente: un sol de oro y, en torno a él, la serpiente del conocimiento.


DOS
Aquí Zaratustra calló un rato y contempló con amor a sus discípulos. Después continuó hablando así: - y su voz se había cambiado.
¡Permaneced fieles a la tierra, hermanos míos, con el poder de vuestra virtud ¡Vuestro amor que hace regalos y vuestro conocimiento sirvan al sentido de la tierra! Esto os ruego y a ello os conjuro.
¡No dejéis que vuestra virtud huya de las cosas terrenos y bata las alas hacía paredes eternas! ¡Ay, ha habido siempre tanta virtud que se ha perdido volando!
Conducid de nuevo a la tierra, como hago yo, a la virtud que se ha perdido volando - sí, conducidla de nuevo al cuerpo y a la tierra: ¡para que sea la tierra su sentido, un sentido humano!
De cien maneras se han perdido volando y se han extraviado hasta ahora tanto el espíritu como la virtud. Ay, en nuestro cuerpo habita ahora todo ese delirio y error: en cuerpo y voluntad se han convertido.
De cien maneras han hecho ensayos y se han extraviado hasta ahora tanto el espíritu como la virtud. Sí, un ensayo ha sido el hombre. ¡Ay, mucha ignorancia y mucho error se han vuelto cuerpo en nosotros!
No sólo la razón de milenios - también su demencia se abre paso en nosotros. Peligroso es ser herederos
Todavía combatimos paso a paso con e gigantesco Azar, y sobre la humanidad entera ha dominado hasta ahora el absurdo, el sinsentido.


Vuestro espíritu y vuestra virtud sirvan al sentido de la tierra, hermanos míos: ¡y el valor de todas las cosas sea establecido de nuevo por vosotros! ¡Por eso debéis ser luchadores! ¡Por eso debéis ser creadores!
Por el saber se purifica el cuerpo; haciendo ensayos con el saber se eleva; al hombre del conocimiento todos los instintos se le santifican; al hombre elevado su alma se le vuelve alegre.
Médico, ayúdate a ti mismo: así ayudas también a tu enfermo. Sea tu mejor ayuda que él vea con sus ojos a quien se sana a sí mismo.
Mil senderos existen que aún no han sido nunca recorridos: mil formas de salud y mil ocultas islas de la vida. Inagotados y no descubiertos continúan siendo siempre para mí el hombre y la tierra del hombre.
¡Vigilad y escuchad, solitarios! Del futuro llegan vientos con secretos aleteos; y a oídos delicados se dirige la buena nueva.
Vosotros los solitarios de hoy, vosotros los apartados, un día debéis ser un pueblo; de vosotros, que os habéis elegido a vosotros mismos, debe surgir un día un pueblo elegido - y de él, el superhombre.
¡En verdad, en un lugar de curación debe transformarse todavía la tierra! ¡Y ya la envuelve un nuevo aroma, que trae salud, - y una nueva esperanza!

TRES
Cuando Zaratustra hubo dicho estas palabras calló como quien no ha dicho aún su última palabra; largo tiempo sopesó, dudando, el bastón en su mano. Por fin habló así: - y su voz se había cambiado.
¡Ahora yo me voy solo, discípulos míos! ¡También vosotros os vais ahora solos! Así lo quiero yo.
En, verdad, este es mi consejo: ¡Alejaos de mí y guardaos de Zaratustra! Y aún mejor: ¡avergonzaos de él! Tal vez os ha engañado.
El hombre del conocimiento no sólo tiene que saber amar a sus enemigos, tiene también que saber odiar a sus amigos.
Se recompensa mal a un maestro si se permanece siempre discípulo. ¿Y por qué no vais a deshojar vosotros mí corona?
Vosotros me veneráis: pero ¿qué ocurrirá si un día vuestra veneración se derrumba? ¡Cuidad de que no os aplaste una estatua!
¿Decís que creéis en Zaratustra? ¡Mas qué importa Zaratustra! Vosotros sois mis creyentes, mas ¡qué importan todos los creyentes!
No os habiáis buscado aún a vosotros: entonces me encontrasteis. Así hacen todos los creyentes: por eso vale tan poco toda fe.
Ahora os ordeno que me perdáis a mí y que os encontréis a vosotros; y sólo cuando todos hayáis renegado de mí, volveré entre vosotros.
En verdad, con otros ojos, hermanos míos, buscaré yo entonces a mis perdidos; con un amor distinto os amaré entonces.
Y todavía una vez debéis llegar a ser para mí amigos e hijos de una única esperanza: entonces quiero estar con vosotros por tercera vez, para celebrar con vosotros el gran mediodía.
Y el gran mediodía es la hora en que el hombre se encuentra a mitad de su camino entre el animal y el superhombre y celebra su camino hacia el atardecer como su más alta esperanza: pues es el camino hacia una nueva mañana.
Entonces el que se hunde en su ocaso se bendecirá a sí mismo por ser uno que pasa al otro lado; y el sol de su conocimiento estará para él en el mediodía.
«Muertos están todos los dioses: ahora queremos que viva el superhombre». - ¡Sea ésta alguna vez, en el gran mediodía, nuestra última voluntad!



SEGUNDA PARTE

En las islas afortunadas


Los higos caen de los árboles, son buenos y dulces; y, conforme caen, su roja piel se abre. Un viento del norte soy yo para higos maduros.
Así, cual higos, caen estas enseñanzas hasta vosotros, amigos míos: ¡bebed su jugo y su dulce carne! Nos rodea el otoño, y el cielo puro de la tarde.
¡Ved qué plenitud hay en torno a nosotros! Y es bello mirar, desde la sobreabundancia, hacia mares lejanos.
En otro tiempo decíase Dios cuando se miraba hacía mares lejanos; pero ahora yo os he enseñado a decir: superhombre.
Dios es una suposición; pero yo quiero que vuestro suponer no vaya más lejos que vuestra voluntad creadora. ¿Podríais vosotros crear un Dios? - ¡Pues entonces no me habléis de dioses! Mas el superhombre sí podríais crearlo.
¡Acaso no vosotros mismos, hermanos míos! Pero podríais transformaros en padres y ascendientes del superhombre: ¡y sea éste vuestro mejor crear!
Dios es una suposición: mas yo quiero que vuestro suponer se mantenga dentro de los límites de lo pensable.
¿Podríais vosotros pensar a Dios? -Mas la voluntad de verdad signifique para vosotros esto, ¡que todo sea transformado en algo pensable para el hombre, visible para el hombre, sensible para el hombre! ¡Vuestros propios sentidos debéis pensarlos hasta el final!
Y eso a lo que habéis dado el nombre de mundo, eso debe ser creado primero por vosotros: ¡vuestra razón, vuestra imagen, vuestra voluntad, vuestro amor deben devenir ese mundo! ¡Y, en verdad, para vuestra bienaventuranza, hombres del conocimiento!
¿Y cómo ibais a soportar la vida sin esta esperanza, -vosotros los que conocéis? No os ha sido lícito estableceros por nacimiento en lo incomprensible, ni tampoco en lo irracional.
Mas para revelaros totalmente mi corazón a vosotros, amigos: si hubiera dioses, ¡cómo soportaría yo el no ser Dios! Por tanto, no hay dioses.
Es cierto que yo he sacado esa conclusión; pero ahora ella me arrastra a mí.-
Dios es una suposición: mas ¿quién bebería todo el tormento de esa suposición sin morir? ¿Su fe le debe ser quitada al creador, y al águila su cernerse en lejanías aquilinas?
Dios es un pensamiento que vuelve torcido todo lo derecho y que hace voltearse a todo lo que está de pie. ¿Cómo? ¿Estaría abolido el tiempo, y todo lo perecedero sería únicamente mentira?
Pensar esto es remolino y vértigo para osamentas humanas, y hasta un vómito para el estómago: en verdad, la enfermedad mareante llamo yo a suponer tal cosa.
¡Malvadas llamo, y enemigas del hombre, a todas esas doctrinas de lo Uno y lo Lleno y lo Inmóvil y lo Saciado y lo Imperecedero!
¡Todo lo imperecedero - no es más que un símbolo! Y los poetas mienten demasiado.-
De tiempo y de devenir es de lo que hablan los mejores símbolos; ¡una alabanza deben ser y una justificación de todo lo perecedero!
Crear - esa es la gran redención del sufrimiento, así es como se vuelve ligera la vida. Mas para que el creador exista son necesarios sufrimiento y muchas transformaciones.
¡Sí, muchas amargas muertes tiene que haber en nuestra vida, creadores! De ese modo sois defensores y justificadores de todo lo perecedero.
Para ser el hijo que vuelve a nacer, para ser eso el creador mismo tiene que querer ser también la parturienta y los dolores de la parturienta.
¡En verdad, a través de cien almas he recorrido mi camino, y a través de cien cunas y dolores de parto. Muchas son las veces que me he despedido, conozco las horas finales que desgarran el corazón.
Pero así lo quiere mi voluntad creadora, mi destino. O para decíroslo con mayor honestidad: justo tal destino - es el que mi voluntad quiere.
Todo lo sensible en mí sufre y se encuentra en prisiones: pero mi querer viene siempre a mí como mi liberador y portador de alegría.
El querer hace libres: esta es la verdadera doctrina acerca de la voluntad y la libertad - así os lo enseña Zaratustra
¡No-querer-ya y no-estimar-ya y no-crear-ya! ¡Ay, que ese gran cansancio permanezca siempre alejado de mí!

También en el conocer yo siento únicamente el placer de mi voluntad de engendrar y devenir; y si hay inocencia en mi conocimiento, esto ocurre porque en él hay voluntad de engendrar.
Lejos de Dios y de los dioses me ha atraído esa voluntad; ¡qué habría que crear si los dioses -existiesen!
Pero hacia el hombre vuelve siempre a empujarme mi vehemente voluntad de crear; así se siente impulsado el martillo hacia la piedra.
¡Ay, hombres, en la piedra dormita para mí una imagen, la imagen de mis imágenes! ¡Ay, que ella tenga que dormir en la piedra más dura, más fea!
Ahora mi martillo se enfurece cruelmente contra su prisión. De la piedra saltan pedazos: ¿qué me importa?
Quiero acabarlo: pues una sombra ha llegado hasta mí - ¡la más silenciosa y más ligera de todas las cosas vino una vez a mí!
La belleza del superhombre llegó hasta mí como una sombra. ¡Ay, hermanos míos! ¡Qué me importan ya los dioses! –

De las tarántulas


¡Mira, ésa es la caverna de la tarántula! ¿Quieres verla a ella misma? Aquí cuelga su tela; tócala, para que tiemble.
Ahí viene dócilmente: ¡bien venida, tarántula! Negro se asienta sobre tu espalda tu triángulo y emblema; y yo conozco también lo que se asienta en tu alma.
Venganza se asienta en tu alma: allí donde tú muerdes, una costra negra se forma; ¡con la venganza tu veneno produce vértigos al alma! -
Así os hablo en parábola a vosotros los que causáis vértigos a las almas, ¡vosotros los predicadores de la igualdad! ¡Tarántulas sois vosotros para mí, y vengativos escondidos!
Pero yo voy a sacar a luz vuestros escondrijos: por eso me río en vuestra cara con mi carcajada de la altura.
Por eso desgarro vuestra tela, para que vuestra rabia os induzca a salir de vuestras cavernas de mentiras, y vuestra venganza destaque detrás de vuestra palabra «justicia».
Pues que el hombre sea redimido de la venganza: ése es para mí el puente hacia la suprema esperanza y un arco iris después de prolongadas tempestades.
Mas cosa distinta es, sin duda, lo que las tarántulas quieren. «Llámese para nosotras justicia precisamente esto, que el mundo se llene de las tempestades de nuestra venganza» - así hablan ellas entre sí.
«Venganza queremos ejercer, y burla de todos los que no son iguales a nosotros» -esto se juran a si mismos¡ los corazones de tarántulas.
«Y 'voluntad de igualdad' - éste debe llegar a ser en adelante el nombre de la virtud; ¡y contra todo lo que tiene poder queremos nosotros elevar nuestros gritos!» Vosotros predicadores de la igualdad, la demencia tiránica de la impotencia es lo que en vosotros reclama a gritos la «igualdad»: ¡vuestras más secretas ansias tiránícas se disfrazan, pues, con palabras de virtud!
Presunción amargada, envidia reprimida, tal vez presunción y envidia de vuestros padres: de vosotros brota eso en forma de llama y de demencia de la venganza.
Lo que el padre calló, eso habla en el hijo; y a menudo he encontrado que el hijo era el desvelado secreto del padre.

A los entusiastas se asemejan: pero no es el corazón lo que los entusiasma, - sino la venganza. Y cuando se vuelven sutiles y fríos, no es el espíritu, sino la envidia la que los hace sutiles y fríos.
Sus celos los conducen también a los senderos de los pensadores; y éste es el signo característico de sus celos - van siempre demasiado lejos: hasta el punto de que su cansancio tiene finalmente que echarse a dormir incluso sobre nieve.
En cada una de sus quejas resuena la venganza, en cada uno de sus elogios hay un agravio; y ser jueces les parece la bienaventuranza.
Mas yo os aconsejo así a vosotros, amigos míos: ¡desconfiad de todos aquellos en quienes es poderosa la tendencia a imponer castigos!
Ese es pueblo de índole y origen malos; desde sus rostros miran el verdugo y el sabueso.
¡Desconfiad de todos aquellos que hablan mucho de su justicia! En verdad, a sus almas no es miel únicamente lo que les falta.
Y si se llaman a sí mismos «los buenos y justos», no olvidéis que a ellos, para ser fariseos, no les falta nada más que - ¡poder!
Amigos míos, no quiero que se me mezcle y confunda con otros.
Hay quienes predican mi doctrina acerca de la vida: y a la vez son predicadores de la igualdad, y tarántulas. Su hablar en favor de la vida, aunque ellos están sentados en su caverna, esos arañas venenosas, y apartados de la vida: débese a que ellos quieren así hacer daño.
Quieren así hacer daño a quienes ahora tienen el poder, pues entre éstos es donde mejor acogida sigue encontrando la predicación acerca de la muerte.
Si fuera de otro modo, los tarántulas enseñarían algo distinto: y justamente ellos fueron en otro tiempo los que mejor calumniaron el mundo y quemaron herejes.
Con estos predicadores de la igualdad no quiero ser yo mezclado ni confundido. Pues a mí la justicia me dice así: «los hombres no son iguales».
¡Y tampoco deben llegar a serlo! ¿Qué sería mi amor al superhombre si yo hablase de otro modo?
Por mil puentes y veredas deben los hombres darse prisa a ir hacia el futuro, y débese implantar entre ellos cada vez más guerra y desigualdad: ¡así me hace hablar mi gran amor!
¡Inventores de imágenes y de fantasmas deben llegar a ser en sus hostilidades, y con sus imágenes y fantasmas deben combatir aún unos contra otros la batalla suprema!
Bueno y malo, y rico y pobre, y elevado y minúsculo, y todos los nombres de los valores: ¡armas deben ser, y signos ruidosos de que la vida tiene que superarse continuamente a sí misma!
Hacia la altura quiere edificarse, con pilares y escalones, la vida misma: hacia vastas lejanías quiere mirar, y hacia bienaventurada belleza - ¡por eso necesita altura!
¡Y como necesita altura, por eso necesita escalones, y contradicción entre los escalones y los que suben! Subir quiere la vida, y subiendo, superarse a sí misma.
¡Y ved, amigos míos! Aquí, donde está la caverna de la tarántula, levántanse hacia arriba las ruinas de un viejo templo - ¡contempladlo con ojos iluminados!
¡En verdad, quien en otro tiempo elevó aquí en piedra sus pensamientos como una torre, ése sabía del misterio de toda vida tanto como el más sabio!

Que existen lucha y desigualdad incluso en la belleza, y guerra por el poder y por el sobrepoder: esto es lo que él nos enseña aquí con símbolo clarísimo.
Igual que aquí bóvedas y arcos divinamente se derrumban, en lucha a brazo partido: igual que con luz y sombra ellos, los llenos de divinas aspiraciones, se oponen recíprocamente -
¡Así, con igual seguridad y belleza, seamos también nosotros enemigos, amigos míos! ¡Divinamente queremos oponernos unos a otros en nuestras aspiraciones! ¡Ay! ¡A mí mismo me ha picado la tarántula, mi vieja enemiga! ¡Divinamente segura y bella me ha picado en el dedo!
«Castigo tiene que haber, y justicia -así piensa ella: ¡no debe cantar él aquí en vano cánticos en honor de la enemistad!»
¡Sí, se ha vengado! Y ¡ay!, ¡ahora, con la venganza, producirá vértigo también a mi alma!
Mas para que yo no sufra vértigo, amigos míos, ¡atadme fuertemente aquí a esta columna! ¡Prefiero ser un santo estilita que remolino de la venganza!
En verdad, no es Zaratustra un viento que dé vueltas, ni un remolino; y si es un bailarín, ¡nunca será un bailarín picado por la tarántula! –





La canción del baile

Un atardecer caminaba Zaratustra con sus discípulos por el bosque; y estando buscando una fuente he aquí que llegó a un verde prado a quien árboles y malezas silenciosamente rodeaban: en él bailaban, unas con otras, unas muchachas. Tan pronto como las muchachas reconocieron a Zaratustra dejaron de bailar; mas Zaratustra se acercó a ellas con gesto amistoso y dijo estas palabras:
«¡No dejéis de bailar, encantadoras muchachas! No ha llegado a vosotras, con mirada malvada, ningún aguafiestas, ningún enemigo de muchachas.
Abogado de Dios soy yo ante el diablo: mas éste es el espíritu de la pesadez. ¿Cómo habría yo de ser, oh ligeras, hostil a bailes divinos? ¿O a pies de muchacha de hermosos tobillos?
Sin duda soy yo un bosque y una noche de árboles oscuros: sin embargo, quien no tenga miedo de mi oscuridad encontrará también taludes de rosas debajo de mis cipreses.
Y asimismo encontrará ciertamente al pequeño dios que más querido les es a las muchachas: junto al pozo está tendido, quieto, con los ojos cerrados.
¡En verdad, se me quedó dormido en pleno día, el haragán! ¿Es que acaso corrió demasiado tras las mariposas?
¡No os enfadéis conmigo, bellas bailarinas, si castigo un poco al pequeño dios! Gritará ciertamente y llorará, - ¡mas a risa mueve él incluso cuando llora!
Y con lágrimas en los ojos debe pediros un baile; y yo mismo quiero cantar una canción para su baile:
Una canci6n de baile y de mofa contra el espíritu de la pesadez, mi supremo y más poderoso diablo, del que ellos dicen que es ‘el señor del mundo’».
Y ésta es la canción que Zaratustra cantó mientras Cupido y las muchachas bailaban juntos:
En tus ojos he mirado hace poco, ¡oh vida! Y en lo insondable me pareció hundirme.
Pero tú me sacaste fuera con un anzuelo de oro; burlonamente te reíste cuando te llamé insondable.
«Ese es el lenguaje de todos los peces, dijiste; lo que ellos no pueden sondar, es insondable.
Pero yo soy tan sólo mudable, y salvaje, y una mujer en todo, y no virtuosa:
Aunque para vosotros los hombres me llame ‘la profunda’, o ‘la fiel’, ‘la eterna’, ‘la llena de misterio’.
Vosotros los hombres, sin embargo, me otorgáis siempre como regalo vuestras propias virtudes – ¡ay, vosotros virtuosos!»
Así reía la increíble; mas yo nunca la creo, ni a ella ni a su risa, cuando había mal de sí misma.
Y cuando hablé a solas con mi sabiduría salvaje, me dijo encolerizada: «Tú quieres, tú deseas, tú amas, ¡sólo por eso alabas tú la vida!»
A punto estuve de contestarle mal y de decirle la verdad a la encolerizada; y no se puede contestar peor que «diciendo la verdad» a nuestra propia sabiduría.
Así están, en efecto, las cosas entre nosotros tres. A fondo yo no amo más que a la vida – ¡y, en verdad, sobre todo cuando la odio!
Y el que yo sea bueno con la sabiduría, y a menudo demasiado bueno: ¡esto se debe a que ella me recuerda totalmente a la vida!
Tiene los ojos de ella, su risa, e incluso su áurea caña de pescar: ¿qué puedo yo hacer si las dos se asemejan tanto?
Y una vez, cuando la vida me preguntó: ¿Quién es, pues, ésa, la sabiduría? – yo me apresuré a responder: « ¡Ah sí!, ¡la sabiduría!
Tenemos sed de ella y no nos saciamos, la miramos a través de velos, la intentamos apresar con redes.
¿Es hermosa? ¡Qué se yo! Pero hasta las carpas más viejas continúan picando en su cebo.
Mudable y terca es; a menudo la he visto morderse los labios y peinarse a contrapelo.
Acaso es malvada y falsa, y una mujer en todo; pero cabalmente cuando habla mal de sí es cuando más seduce».
Cuando dije esto a la vida ella rió malignamente y cerró los ojos. «¿De quién estás hablando?, dijo; ¿sin duda de mí?
Y aunque tuvieras razón – ¡decirme eso así a la cara! Pero ahora habla también de tu sabiduría».
¡Ay, y entonces volviste a abrir tus ojos, oh vida amada! Y en lo insondable me pareció hundirme allí de nuevo. –

Así cantó Zaratustra. Mas cuando el baile acabó y las muchachas se hubieron ido de allí sintióse triste.
«El sol hace ya mucho que se puso, dijo por fin; el prado está húmedo, de los bosques llega frío.
Algo desconocido está a mi alrededor y mira pensativo. ¡Cómo! ¿Tú vives todavía, Zaratustra?
¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con qué? ¿Hacia dónde? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿No es tontería vivir todavia? –
Ay, amigos míos, la tarde es quien así pregunta desde mí. ¡Perdonadme mi tristeza! El atardecer ha llegado: ¡perdonadme que el atardecer haya llegado!»





De la superación de sí mismo


¿«Voluntad de verdad» llamáis vosotros, sapientísimos, a lo que os impulsa y os pone ardorosos?
Voluntad de volver pensable todo lo que existe: ¡así llamo yo a vuestra voluntad!
Ante todo queréis hacer pensable todo lo que existe: pues dudáis, con justificada desconfianza, de que sea ya pensable.
¡Pero debe amoldarse y plegarse a vosotros! Así lo quiere vuestra voluntad. Debe volverse liso, y someterse al espíritu, como su espejo y su imagen reflejada.
Esa es toda vuestra voluntad, sapientísimos, una voluntad de poder; y ello aunque habléis del bien y del mal y de las valoraciones.
Queréis crear el mundo ante el que podéis arrodillamos: esa es vuestra última esperanza y vuestra última ebriedad.
Los no sabios, ciertamente, el pueblo - son como el río sobre el que avanza flotando una barca: y en la barca se asientan solemnes y embobadas las valoraciones.
Vuestra voluntad y vuestros valores, los habéis colocado sobre el río del devenir: lo que es creído por el pueblo como bueno y como malvado me revela a mí una vieja voluntad de poder.
Habéis sido vosotros, sapientísimos, quienes habéis colocado en esa barca a tales pasajeros y quienes les habéis dado pompa y orgullosos nombres, - ¡vosotros y vuestra voluntad dominadora!

Ahora el río lleva vuestra barca: tiene que llevarla. ¡Poco importa que la ola rota eche espuma y que colérica se oponga a la quilla!
No es el río vuestro peligro y el término de vuestro bien y vuestro mal, sapientísimos: sino aquella voluntad misma, la voluntad de poder, - la inexhausta y fecunda voluntad de vida.
Mas para que vosotros entendáis mi palabra acerca del bien y del mal: voy a deciros todavía mi palabra acerca de la vida y acerca de la especie de todo lo viviente.
Yo he seguido las huellas de lo vivo, he recorrido los caminos más grandes y los más pequeños, para conocer su especie.
Con centuplicado espejo he captado su mirada cuando tenía cerrada la boca: para que fuesen sus ojos los que me hablasen. Y sus ojos me han hablado.
Pero en todo lugar en que encontré seres vivientes oí hablar también de obediencia. Todo ser viviente es un ser obediente.
Y esto es lo segundo: Se le dan órdenes al que no sabe obedecerse a sí mismo. Así es la especie de los vivientes.
Pero esto es lo tercero que oí: Mandar es más difícil que obedecer. Y no sólo porque el que manda lleva el peso de todos los que obedecen, y ese peso fácilmente lo aplasta: -
Un ensayo y un riesgo advertí en todo mandar; y siempre que el ser vivo manda se arriesga a sí mismo al hacerlo.
Más aún, también cuando se manda a sí mismo tiene que expiar su mandar. Tiene que ser juez y vengador y víctima de su propia ley.
¡Cómo ocurre esto! me preguntaba. ¿Qué es lo que induce a lo viviente a obedecer y a mandar y a ejercer obediencia incluso cuando manda?
¡Escuchad, pues, mi palabra, sapientísimos! ¡Examinad seriamente si yo me he deslizado hasta el corazón de la vida y hasta las raíces de su corazón!
En todos los lugares donde encontré seres vivos encontré voluntad de poder; e incluso en la voluntad del que sirve encontré voluntad de ser señor.
A que sirva al más fuerte, a eso persuádele al más débil su voluntad, la cual quiere ser dueña de lo que es más débil todavía: a ese solo placer no le gusta renunciar.
¡Y así como lo más pequeño se entrega a lo más grande, para disfrutar de placer y poder sobre lo mínimo: así también lo máximo se entrega, y por amor al poder expone la vida.
Esta es la entrega de lo máximo, el ser temeridad y peligro y un juego de dados con la muerte.
Y donde hay inmolación y servicios y miradas de amor: allí hay también voluntad de ser señor. Por caminos tortuosos se desliza lo más débil hasta el castillo y hasta el corazón del más poderoso - y le roba poder.
Y este misterio me ha confiado la vida misma. «Mira, dijo, yo soy lo que tiene que superarse siempre a sí mismo.
En verdad, vosotros llamáis a esto voluntad de engendrar o instinto de finalidad, de algo mas alto, más lejano, más vario: pero todo eso es una única cosa y un único misterio.
Prefiero hundirme en mi ocaso y renunciar a esa única cosa; y, en verdad, donde hay ocaso y caer de hojas, mira, allí la vida se inmola a sí misma - ¡por el poder!
Pues yo tengo que ser lucha y devenir y finalidad y contradicción de las finafidades: ¡ay, quien adivina mi voluntad, ése adivina sin duda también por qué caminos torcidos tengo que caminar yo!
Sea cual sea lo que yo crea, y el modo como lo ame, - pronto tengo que ser adversario de ello y de mi amor: así lo quiere mi voluntad.
Y también tú, hombre del conocimiento, eras tan sólo un sendero y una huella de mi voluntad: ¡en verdad, mi voluntad de poder camina también con los pies de tu voluntad de verdad!
No ha dado ciertamente en el blanco de la verdad quien disparó hacia ella la frase de la ‘voluntad de existencia’ ¡esa voluntad no - existe!
Pues lo que no es no puede querer; mas lo que está en la existencia, ¡cómo podría seguir queriendo la existencia!
Sólo donde hay vida hay también voluntad: pero no voluntad de vida, sino - así te lo enseño yo - ¡voluntad de poder!
Muchas cosas tiene el viviente en más alto aprecio que la vida misma; peroa; en el apreciar mismo habla - ¡la voluntad de poder!» -
Esto fue lo que en otro tiempo me enseñó la vida: y con ello os resuelvo yo sapientísimos, incluso el enigma de vuestro corazón.
En verdad, yo os digo: ¡Un bien y un mal que fuesen imperecederos - no existen! Por sí mismos deben una y otra vez superarse a sí mismos.
Con vuestros valores y vuestras palabras del bien y del mal ejercéis violencia, valoradores: y ése es vuestro oculto amor, y el brillo, el temblor y el desbordamiento de vuestra propia alma.
Pero una violencia más fuerte surge de vuestros valores, y una nueva superación: al chocar con ella se rompen el huevo y la cáscara.
Y quien tiene que ser un creador en el bien y en el mal: en verdad, ése tiene que ser antes un aniquilador y quebrantar valores.
Por eso el mal sumo forma parte de la bondad suma: mas ésta es la bondad creadora. -
Hablemos de esto, sapientísimos, aunque sea desagradable. Callar es peor; todas las verdades silenciadas se vuelven venenosas.
¡Y que caiga hecho pedazos todo lo que en nuestras verdades -pueda caer hecho pedazos! ¡Hay muchas casas que construir todavía!

De los sublimes


Silencioso es el fondo de mi mar: ¡quién adivinaría que esconde monstruos juguetones!
Imperturbable es mi profundidad: mas resplandece de enigmas y risas flotantes.
Hoy he visto un sublime, un solemne, un penitente del espíritu: ¡oh, cómo se rió mi alma de su fealdad!
Con el pecho levantado, y semejante a quienes están aspirando aire: así estaba él, el sublime, y callaba:
Guarnecido de feas verdades, su botín de caza, y con muchos vestidos desgarrados; también pendían de él muchas espinas - pero no vi ninguna rosa.
Aún no había aprendido la risa ni la belleza. Sombrío volvía este cazador del bosque del conocimiento.
De luchar con animales salvajes volvía a casa: mas desde su seriedad continúa mirando un animal salvaje - ¡un animal no vencido aún!
Ahí continúa estando, como un tigre que quiere saltar; pero a mí no me agradan esas almas tensas, a mi gusto le repugnan todos esos retraídos.
¿Y vosotros me decís, amigos, que no se ha de disputar sobre el gusto y el sabor? ¡Pero toda vida es una disputa por el gusto y por el sabor!
Gusto: es el peso y, a la vez, la balanza y el que pesa; ¡y ay de todo ser vivo que quisiera vivir sin disputar por el peso y por la balanza y por los que pesan!
Si este sublime se fatigase de su sublimidad: entonces comenzaría su belleza, - sólo entonces quiero yo gustarlo y encontrarlo sabroso.
Y sólo cuando se aparte de sí mismo saltará por encima de su propia sombra - y, ¡en verdad!, penetrará en su sol.
Demasiado tiempo ha estado sentado en la sombra, pálidas se le han puesto las mejillas al penitente del espíritu; casi murió de hambre a causa de sus esperas.
Desprecio hay todavía en sus ojos; y náusea se esconde en su boca. Ahora reposa, ciertamente, pero su reposo no se ha tendido todavía al sol.
Debería hacer como el toro; y su felicidad debería oler a tierra y no a desprecio de la tierra.
Como un toro blanco quisiera yo verlo, resoplando y mugiendo mientras marcha delante del arado: ¡y su mugido debería alabar además todo lo terreno!
Oscuro es todavía su rostro; la sombra de la mano juega sobre él. Ensombrecido está todavía el sentido de sus ojos.
Su acción misma es todavía la sombra sobre él: la mano oscurece al que actúa. Aún no ha superado su acción.
Es verdad que yo amo en él la nuca de toro: mas ahora quiero ver también incluso los ojos de ángel.
También su voluntad de héroe tiene todavía que olvidarla: un elevado debe ser él para mí, y no sólo un sublime: - ¡el éter mismo debería elevarlo a él, el falto de voluntad!
Él ha domeñado monstruos, ha resuelto enigmas: pero aún debería redimir a sus propios monstruos y enigmas, en hijos celestes debería aún transformarlos.
Su conocimiento no ha aprendido todavía a sonreír y a no tener celos; aún no se ha vuelto tranquila en la belleza su caudalosa pasión.
En verdad, no en la saciedad debería callar y sumergirse su ansia, ¡sino en la belleza! El encanto forma parte de la magnanimidad de los magnánimos.
Con el brazo apoyado sobre la cabeza: así debería reposar el héroe, así debería superar incluso su reposo.
Pero cabalmente al héroe lo bello le resulta la más dificil de todas las cosas. Inconquistable es lo bello para toda voluntad violenta.
Un poco más, un poco menos: justo eso es aquí mucho, es aquí lo más.
Estar en pie con los músculos relajados y con la voluntad desuncida: ¡eso es lo más difícil para todos vosotros, los sublimes!
Cuando el poder se vuelve clemente y desciende hasta lo visible: belleza llamo yo a tal descender.
Y de nadie quiero yo belleza tanto como precisamente de ti, violento: sea tu bondad tu última superación de ti mismo.

De todo mal te creo capaz: por ello quiero yo de ti el bien. ¡En verdad, a menudo me he reído de los debiluchos que se creen buenos porque tienen zarpas tullidas!
A la virtud de la columna debes aspirar: más bella y más delicada se va tornando, pero en lo interior más dura y más robusta, cuanto más asciende.
Sí, sublime, alguna vez también tú debes ser bello y presentar el espejo a tu propia belleza.
Entonces tu alma se estremecerá de ardientes deseos divinos; ¡y habrá adoración incluso en tu vanidad!
Éste es, en efecto, el misterio del alma: sólo cuando el héroe la ha abandonado acércase a ella, en sueños, - el super-héroe.


Del país de la cultura

Demasiado me había adentrado yo volando en el futuro: un estremecimiento de horror se apoderó de mí. Y cuando miré en torno mío vi que el tiempo era mi único contemporáneo.
Entonces huí hacia atrás, hacia el hogar -y cada vez más aprisa: así llegué a vosotros, hombres del presente, y al país de la cultura.
Por vez primera llevaba yo conmigo unos ojos para veros, y grandes deseos: en verdad, con anhelo en el corazón llegué.
Mas ¿qué me ocurrió? A pesar de mi angustia - ¡tuve que echarme a reír! ¡Nunca habían visto mis ojos algo tan abigarrado!
Yo reía y reía mientras el pie aún me temblaba, así como el corazón: «¡Esta es sin duda la patria de todos los tarros de colores!» - dije.
Con cincuenta chafarrinones teníais pintados el rostro y los miembros: ¡así estabais sentados, para mi asombro, hombres del presente!
¡Y con cincuenta espejos a vuestro alrededor, que halagaban el juego de vuestros colores y lo reproducían! ¡En verdad, no podríais llevar mejor máscara, hombres del presente, que vuestro propio rostro! ¡Quién podría reconoceros!
Emborronados con los signos del pasado, los cuales estaban a su vez embadurnados con otros signos: ¡así os habéis escondido bien de todos los intérpretes de signos!
Y aún cuando se sea un escrutador de riñones; ¡quién creerá que vosotros tenéis riñones! De colores parecéis estar amasados, y de papeles encolados.
Todas las épocas y todos los pueblos miran abigarradamente desde vuestros velos; todas las costumbres y todas las creencias hablan abigarradamente desde vuestros gestos.
Quien os quitase velos y aderezos y colores y gestos: todavía tendría bastante para espantar a los pájaros con el resto.
En verdad, yo mismo soy el pájaro espantado que una vez os vio desnudos y sin colores; y me escapé volando de allí cuando el armazón me hizo señas amorosas.
¡Preferiría ser jornalero en el submundo y entre las sombras del pasado! - ¡más gruesos y rellenos que vosotros son ciertamente los habitantes del submundo!
¡Esto, sí, esto es amargura para mis entrañas, el no soportaros ni desnudos ni vestidos a vosotros los hombres del presente!
Todas las cosas siniestras del futuro, y todas las que alguna vez espantaron a pájaros extraviados, más confortables son, en verdad, y más familiares que vuestra «realidad»
Pues habláis así: «Nosotros somos enteramente reales, y ajenos a la fe y a la superstición»: así hincháis el pecho ¡ay, aunque ni siquiera tenéis pechos!
Sí, ¡cómo ibais a poder creer vosotros, gentes salpicadas de múltiples colores! - ¡si sois estampas de todo lo que alguna vez fue creído!
Refutaciones ambulantes sois de la fe misma, y una dislocación de todos los pensamientos. Indignos de fe: ¡así os llamo yo a vosotros, reales!
Todas las épocas han parloteado unas contra otras en vuestros espíritus; ¡y los sueños y el parloteo de todas las épocas eran más reales incluso que vuestra vigilia!
Estériles sois: por eso os falta a vosotros la fe. Pero el que tuvo que crear, ése tuvo siempre también sus sueños proféticos y sus signos estelares - ¡y creía en la fe! -
Puertas entreabiertas sois vosotros, junto a las cuales aguardan sepultureros. Y ésta es vuestra realidad: «Todo es digno de perecer».
¡Ay, cómo aparecéis ante mí, estériles, con qué costillas tan flacas! Y algunos de vosotros se han dado sin duda cuenta de ello.
Y dijeron: «¿Es que un dios nos ha sustraído secretamente algo mientras dormíamos? ¡En verdad, bastante para formarse con ello una mujer!
Asombrosa es la pobreza de nuestras costillas!», así han hablado ya algunos de los hombres del presente.
¡Sí, risa me causáis, hombres del presente! , ¡y especialmente cuando os asombráis de vosotros mismos!
¡Y ay de mí si no pudiera yo reírme de vuestro asombro y tuviera que tragarme todas las repugnantes cosas de vuestras escudillas!
Pero quiero tomaros a la ligera, pues yo tengo que llevar cosas pesadas; ¡y qué me importa el que escarabajos y gusanos voladores se posen sobre mi carga!
¡En verdad, no por ello me ha de pesar más! Y no de vosotros, hombres del presente, debe llegarme a mí la gran fatiga. -
¡Ay, a dónde debo ascender yo todavía con mi anhelo! Desde todas las altas montañas busco con la vista el país de mis padres y de mis madres.
Pero no he encontrado hogar en ningún sitio: un nómada soy yo en todas las ciudades, y una despedida junto a todas las puertas.
Ajenos me son, y una burla, los hombres del presente, hacia quienes no hace mucho me empujaba el corazón; y desterrado estoy del país de mis padres y de mis madres.
Por ello amo yo ya tan sólo el país de mis hijos, el no descubierto, en el mar remoto: que lo busquen incesantemente ordeno yo a mis velas.
En mis hijos quiero reparar el ser hijo de mis padres: ¡y en todo futuro - este presente!

De los poetas


«Desde que conozco mejor el cuerpo - dijo Zaratustra a uno de sus discípulos -el espíritu no es ya para mí más que un modo de expresarse; y todo lo ‘imperecedero’ - es también sólo un símbolo».
«Esto ya te lo he oído decir otra vez, respondió el discípulo; y entonces añadiste: ‘mas los poetas mienten demasiado’. ¿Por qué dijiste que los poetas mienten demasiado?»
«¿Por qué?, dijo Zaratustra. ¿Preguntas por qué? No soy yo de esos a quienes sea lícito preguntarles por su porqué.
¿Es que mi experiencia vital es de ayer? Hace ya mucho tiempo que he vivido las razones de mis opiniones.
¿No tendría yo que ser un tonel de memoria si quisiera tener conmigo también mis razones?
Ya me resulta demasiado incluso el retener mis opiniones; y más de un pájaro se escapa volando.
A veces encuentro también en mi palomar un animal que ha venido volando y que me es extraño, y que tiembla cuando pongo mi mano sobre el.
Sin embargo, ¿qué te dijo en otro tiempo Zaratustra? ¿Que los poetas mienten demasiado? - Mas también Zaratustra es un poeta.
¿Crees, pues, que dijo entonces la verdad? ¿Por que lo crees?»
El discípulo respondió: «Yo creo en Zaratustra». Mas Zaratustra movió la cabeza y sonrió.
La fe no me hace bienaventurado, dijo, y mucho menos, la fe en mí.
Pero en el supuesto de que alguien dijera con toda seriedad que los poetas mienten demasiado: tiene razón, -nosotros mentimos demasiado.
Nosotros sabemos también demasiado poco y aprendemos mal: por ello tenemos que mentir.
¿Y quien de entre nosotros los poetas no ha adulterado su propio vino? Más de una venenosa mixtura ha sido fabricada en nuestras bodegas, y mas de una cosa indescriptible se ha hecho en ellas.
Y como nosotros sabemos poco, nos gustan mucho los pobres de espíritu, ¡especialmente si son mujeres jóvenes!
Hasta codiciamos las cosas que las viejas se cuentan por las noches. A eso lo llamamos lo eterno-femenino que hay en nosotros.
Y como si hubiese un acceso secreto al saber, que queda obstruido para quienes aprenden algo: así nosotros creemos en el pueblo y en su «sabiduría».
Y todos los poetas creen esto: que quien, tendido en la hierba o en repechos solitarios, aguza los oídos, ése llega a saber algo de las cosas que se encuentran entre el cielo y la tierra.
Y si a ellos llegan delicados movimientos, los poetas opinan siempre que la naturaleza misma se ha enamorado de ellos:
Y que se desliza en sus oídos para decirles cosas secretas y enamoradas lisonjas: ¡de ello se glorían y se envanecen ante todos los mortales!
¡Ay, existen demasiadas cosas entre el cielo y la tierra con las cuales solo los poetas se han permitido soñar !
Y, sobre todo, por encima del cielo: ¡pues todos los dioses son un símbolo de poetas, un amaño de poetas !
En verdad, siempre somos arrastrados hacía lo alto - es decir, hacia el reino de las nubes: sobre estas plantamos nuestros multicolores peleles y los llamamos dioses y superhombres:
¡Pues son justamente bastante ligeros para tales sillas! -todos esos dioses y superhombres.
¡Ay, qué cansado estoy de todo lo inaccesible, que debe ser de todos modos acontecimiento! ¡Ay, que cansado estoy de los poetas!
Cuando Zaratustra dijo esto su discípulo se enojo con él, pero calló. También Zaratustra calló; y sus ojos se habían vuelto hacia dentro, como si mirasen hacia remotas lejanías. Finalmente suspiro y tomó aliento.
Yo soy de hoy y de antes, dijo luego; pero hay algo dentro de mí que es de mañana y de pasado mañana y del futuro.
Me he cansado de los poetas, de los viejos y de los nuevos: superficiales me parecen todos, y mares poco profundos.
No han pensado con suficiente profundidad: por ello su sentimiento no se sumergió hasta llegar a las razones profundas.
Un poco de voluptuosidad y un poco de aburrimiento: eso ha sido la mejor incluso de su reflexiones.
Un soplo y un deslizarse de fantasmas me parecen a mí todos sus arpegios; ¡qué han sabido ellos hasta ahora del ardor de los sonidos!
No son tampoco para mí bastante limpios: todos ellos ensucian sus aguas para hacerlas parecer profundas.
Con gusto representan el papel de conciliadores: ¡mas para mí no pasan de ser mediadores y enredadores, y mitad de esto y mitad de aquello, y gente sucia!
Ay, yo lance ciertamente mi red en sus mares y quise pescar buenos peces; pero siempre saqué la cabeza de un viejo dios.
El mar proporcionó así una piedra al hambriento. Y ellos mismos proceden sin duda del mar.
Es cierto que en ellos se encuentran perlas: pero tanto más se parecen ellos mismos a crustáceos duros. Y en lugar del alma he encontrado a menudo en ellos légamo salado.
También del mar han aprendido su vanidad: ¿no es el mar el pavo real de los pavos reales?
Incluso ante el mas feo de todos los búfalos despliega él su cola, y jamás se cansa de su abanico de encaje hecho de plata y seda.
Ceñudo contempla esto el búfalo, pues su alma prefiere la arena, y más todavía la maleza, y mas que ninguna otra cosa, la ciénaga.
¡Que le importan a el la belleza y el mar y los adornos del pavo real! Esta es la parábola que yo dedico a los poetas.
¡En verdad, su espíritu es el pavo real de los pavos reales y un mar de vanidad!
Espectadores quiere el espíritu del poeta: ¡aunque tengan que ser búfalos!
Mas yo me he cansado de ese espíritu: y veo venir el día en que también el se cansara de sí mismo.
Transformados he visto ya a los poetas, y con la mirada dirigida contra ellos mismos.
Penitentes del espíritu he visto venir: han surgido de los poetas.


De los grandes acontecimientos


Hay una isla en el mar -- no lejos de las islas afortunadas de Zaratustra -- en la cual humea constantemente una montaña de fuego; de aquella isla dice el pueblo, y especialmente las mujeres viejas del pueblo, que está colocada como un peñasco delante de la puerta del submundo: y que a través de la montaña misma de fuego desciende el estrecho sendero que conduce hasta esa puerta del submundo.

Por el tiempo en que Zaratustra habitaba en las islas afortunadas ocurrió que un barco echó el ancla junto a la isla en que se encuentra la montaña humeante; y su tripulación bajó a tierra para cazar conejos. Hacia la hora del mediodía, cuando el capitán y su gente estuvieron reunidos de nuevo, vieron de pronto que por el aire ve­nía hacia ellos un hombre, y que una voz decía con cla­ridad: «Ya es tiempo! ¡ya ha llegado la hora!» Y cuan­do más cerca de ellos estuvo la figura -- pasó volando a su lado igual que una sombra, en dirección a la montaña de fuego -- reconocieron, con gran consternación, que era Zaratustra, pues todos ellos le habían visto ya, ex­cepto el capitán, y lo amaban a la manera como el pueblo ama: es decir, con un sentimiento en que amor y temor están mezclados a partes iguales.
«¡Mirad! , dijo el viejo timonel, ¡ahí va Zaratustra al infierno!» --
Por la misma época en que estos marineros habían desembarcado en la isla de fuego se difundió el rumor de que Zaratustra había desaparecido; y cuando se preguntaba a sus amigos éstos contaban que se había embarcado de noche sin decir a dónde iba.
Se produjo así cierta intranquilidad; al cabo de tres días se añadió a ella el relato de los marineros -- y entonces todo el pueblo se puso a decir que el diablo se había llevado a Zaratustra. Sus discípulos se reían ciertamente de tales habladurías; y uno de ellos llegó a decir: «Yo creo más bien que es Zaratustra el que se ha llevado al diablo». Pero en el fondo de su alma todos ellos estaban llenos de preocupación y de anhelo: por ello grande fue su alegría cuando al quinto día Zaratustra apareció entre ellos.
Y este es el relato de la conversación de Zaratustra con el perro de fuego.
La tierra, dijo él, tiene una piel; y esa piel tiene enfermedades. Una de ellas se llama, por ejemplo: «hombre».

Y otra de esas enfermedades se llama «perro de fuego»: acerca de éste los hombres han dicho y han dejado que les digan muchas mentiras.
Para ahondar en ese misterio atravesé el mar: y he visto desnuda la verdad, ¡creedme! , desnuda de pies a cabeza.
En cuanto al perro de fuego, ahora sé de qué se trata: y asimismo sé qué son todos esos demonios de las erupciones y conmociones, ante los que no sólo las mujeres viejas sienten miedo.
¡Sal de ahí, perro de fuego, sal de tu profundidad,, exclamé, ¡y confiesa lo profunda que es tu profundidad! ¿De dónde sacas lo que expulsas por la nariz?
¡Tú bebes en abundancia del mar: eso es lo que tu salada elocuencia delata! ¡Verdaderamente, para ser un perro de la profundidad, tomas tu alimento en demasía de la superficie!
A lo sumo te considero el ventrílocuo de la tierra: y siempre que he oído hablar a los demonios de las erupciones y las conmociones los encontré idénticos a ti: salados, embusteros y poco profundos.
¡Vosotros entendéis de aullar y de oscurecer todo con ceniza! Sois los mejores bocazas que existen, y habéis aprendido hasta la saciedad el arte de hacer hervir el fango.
Donde vosotros estáis, allí tiene que haber siempre fango en las cercanías, y muchas cosas porosas, cavernosas, comprimidas: quieren salir a la libertad.
«Libertad» es lo que más os gusta aullar: pero yo he dejado de creer en «grandes acontecimientos» cuando se presentan rodeados de muchos aullidos y mucho humo.
¡Y créeme, amigo ruido infernal! Los acontecimientos más grandes -- no son nuestras horas más estruendosas, sino las más silenciosas.
No en torno a los inventores de un ruido nuevo: en torno a los inventores de nuevos valores gira el mundo; de modo inaudible gira.
¡Y confiésalo! Pocas eran las cosas que habían ocurrido cuando tu ruido tu humo se retiraban. ¡Qué importa que una ciudad se convierta en una momia y que una estatua yazca en el fango!
Y ésta es la palabra que digo todavía a los derribadores de estatuas. Sin duda la tontería más grande es arrojar sal al mar y estatuas al fango.
En el fango de vuestro desprecio yacía la estatua: ¡pero su ley es precisamente que el desprecio haga renacer en ella vida y viviente belleza!
Con rasgos divinos se yergue ahora, y con la seducción propia de los que sufren; y ¡en verdad!, ¡incluso os dará las gracias por haberla derribado, derribadores!
Este es el consejo que doy a los reyes y a las Iglesias y a todo lo que es débil por edad y por virtud -- ¡dejaos derribar! ¡Para que vosotros volváis a la vida, y para que vuelva a vosotros -- la virtud!
Así hablé yo ante el perro de fuego: entonces él me interrumpió gruñendo y preguntó: «¿Iglesia? ¿Qué es eso?»
¿Iglesia?, respondí yo, eso es una especie de Estado, y, ciertamente, la especie más embustera de todas. ¡Mas cállate, perro hipócrita! ¡Tú conoces perfectamente sin duda tu especie!
Lo mismo que tú, es el Estado un perro hipócrita; lo mismo que a ti, gústale a él hablar con humo y aulli­dos, -- para hacer creer, como tú, que habla desde el vientre de las cosas.
Pues él, el Estado, quiere ser a toda costa el animal más importante en la tierra; y también esto se lo cree la tierra.

Cuando, hube dicho esto el perro de fuego hizo gestos como si se hubiera vuelto loco de envidia. «¿Cómo?, gritó, ¿el animal más importante en la tierra? ¿Y también le cree esto la gente?» Y tanto fue el vapor y tantas las horribles voces que de su garganta salieron que yo pensé que iba a asfixiarse de rabia y de envidia.
Por fin se calmó, y su jadeo fue disminuyendo; pero tan pronto como estuvo callado dije yo riendo:
«Te enojas, perro de fuego: ¡así, pues, tengo razón. en lo que he dicho sobre ti!
Y para seguir teniéndola, oye algo de otro perro de fuego: éste habla verdaderamente desde el corazón de la tierra.
Oro sale de su boca al respirar, y lluvia de oro: así lo quiere su corazón. ¡Qué le importan la ceniza y el humo y el légamo caliente!
La risa sale revoloteando de él como una nube multicolor; ¡desdeña el gargareo y los escupitajos y el retortijón de tus entrañas!
Pero el oro y la risa -- los toma del corazón de la tierra: pues, para que lo sepas, -- el corazón de la tierra es de oro».
Cuando el perro de fuego oyó esto no soportó el seguir escuchándome. Avergonzado escondió el rabo entre las piernas, dijo ¡guau! ¡guau! con voz abatida y se sumergió, arrastrándose, en su caverna. --
Esto es lo que Zaratustra contó. Mas sus discípulos apenas le escuchaban: tan grande era su deseo de contarle la historia de los marineros, los conejos y el hombre volador.
«¡Qué debo pensar de todo esto! , dijo Zaratustra. ¿Soy yo acaso un fantasma?
Habrá sido mi sombra. ¿Habéis oído ya algo del viajero y su sombra'?
Una cosa es segura: tengo que atarla corta, -- pues de lo contrario perjudicará mi reputación».
Y de nuevo movió Zaratustra la cabeza y se maravilló: «¡Qué debo pensar de todo esto! », volvió a decir.
«Por qué gritó el fantasma: ¡Ya es tiempo! ¡Ya ha llegado la hora!
¿De qué -- ha llegado la hora?»--


DE LA REDENCIÓN

Un día en que Zaratustra estaba atravesando el gran puente le rodearon los lisiados y los mendigos, y un jorobado le habló así:
“¡Mira Zaratustra! También el pueblo aprende de ti, y comienza a creer en tu doctrina: mas para que acabe de creerte del todo se necesita aún una cosa - ¡tienes que convencernos primero a nosotros los lisiados! ¡Aquí tienes ahora una hermosa colección, y, en verdad, una ocasión que se puede agarra por más de un pelo! Puedes curar a ciegos y hacer corre a paralíticos; y a quien lleva demasiado sobre su espalda podrías sin duda también quitarle un poco: - ¡este pienso yo, sería el modo idóneo de hacer creer a los lisiados en Zaratustra!”.
Mas Zaratustra replicó así al que había hablado. “Si al jorobado se le quita su joroba se le quita su espíritu -así enseña el pueblo. Y si al ciego se le dan sus ojos verá demasiadas cosas malas en la tierra: de modo que maldecirá a quien le curó. Y el que haga correr al paralítico le causa el mayor de todos los perjuicios: pues apenas pueda correr, sus vicios, desbocados, lo arrastran consigo - así enseña el pueblo a propósito de los lisiados. ¿Y por qué no iba Zaratustra a aprender también del pueblo, si el pueblo aprende de Zaratustra?

Mas, desde que estoy entre los hombres, para mí lo de menos es ver: ‘A éste la falta un ojo, y a aquél una oreja, y a aquél tercero la pierna y otros hay que han perdido la lengua o la nariz o la cabeza’.
Yo veo y he visto cosas peores, y hay algunas tan horribles que no quisiera hablar de todas, y de otras ni aun callar quisiera: a saber, seres humanos a quienes les falta todo, excepto una cosa de la que tienen demasiado -seres humanos que no son más que un gran ojo, o un gran hocico, o un gran estómago, o alguna otra cosa grande, - lisiados al revés los llamo yo.
Y cuando yo venía de mi soledad y por vez primera atravesaba este puente: no quería dar crédito a mis ojos, miraba y miraba una y otra vez y acabé por decir: ‘¡Esto es una oreja!, ¡una sola oreja tan grande como un hombre!’. Miré mejor: y, realmente, debajo de la oreja se movía aún algo que era pequeño y mísero, y débil hasta el punto de provocar lástima. Y verdaderamente la monstruosa oreja se asentaba sobre una pequeña varilla delgada - ¡y la varilla era un hombre! Quien mirase con una lente podría haber reconocido aún un pequeño rostro envidioso; y también que en la varilla se balanceaba una abultada almita. Y el pueblo me decía que la gran oreja era no sólo u hombre, sino un gran hombre, un genio. Mas yo jamás he creído al pueblo cuando ha hablado de grandes hombres - y mantuve mi creencia de que era un lisiado al revés, que tenía muy poco de todo, y demasiado de una sola cosa”.
Cuando Zaratustra hubo dicho esto al jorobado y a aquellos de quienes éste era portavoz y abogado volvióse con profundo mal humor hacia sus discípulos y dijo:
“En verdad, amigos míos, yo camino entre los hombres como entre fragmentos y miembros de hombres!
Para mis ojos lo más terrible es encontrar al hombre destrozado y esparcido como sobre un campo de batalla y de matanza.
Y si mis ojos huyen desde el ahora hacia el pasado: siempre encuentran lo mismo: fragmentos y miembros y espantosos azares - ¡pero no hombres!

El ahora y el pasado en la tierra - ¡ay!, amigos míos - son para mí lo más insoportable; y no sabría vivir si no fuera yo además un vidente de lo que tiene que venir.
Un vidente, un volente, un creador, un futuro también y un puente hacia el futuro - y, ay incluso, por así decirlo, un lisiado junto a ese puente: todo eso es Zaratustra.
Y también vosotros os habéis preguntado con frecuencia: ‘¿quién es para nosotros Zaratustra? ¿Cómo le llamaremos?’ Y lo mismo que yo, vosotros os habéis dado preguntas por respuesta.
¿Es uno que hace promesas? ¿O uno que las cumple? ¿Un conquistador? ¿O un heredero? ¿Un otoño? ¿O la reja de un arado? ¿Un médico? ¿O un convaleciente?
¿Es un poeta? ¿O un hombre veraz? ¿Un libertador? ¿O un domador? ¿Un bueno? ¿O un malvado?
Yo camino entre los hombres como entre los fragmentos del futuro: de aquel futuro que yo contemplo.
Y todos mis pensamientos y deseos tienden a pensar y reunir en unidad lo que es fragmento y enigma y espantoso azar.
¡Y cómo soportaría yo ser hombre si el hombre no fuese también poeta y adivinador de enigmas y el redentor del azar!
Redimir a los que han pasado, y trasformar todo ‘fue’ en un ‘así lo quise’ - ¡sólo eso sería para mí redención!
Voluntad - así se llama el libertador y el portador de alegría; esto es lo que yo he enseñado, amigos míos! Y ahora aprended también esto: la voluntad misma es todavía un prisionero.
El querer hace libres: pero ¿cómo se llama aquello que mantiene todavía encadenado al libertador?
‘Fue’: así se llama el rechinar de dientes y la más solitaria tribulación de la voluntad. Impotente contra lo que está hecho - es la voluntad un malvado espectador para todo lo pasado.
La voluntad no puede querer hacia atrás: el que no pueda quebrantar el tiempo ni la voracidad del tiempo - ésa es la más solitaria tribulación de la voluntad.

El querer hace libres: ¿qué imagina el querer mismo para liberarse de su tribulación y burlarse de su prisión?
¡Ay, un necio hácese todo prisionero! Neciamente se redime también a sí misma la voluntad prisionera.
Que el tiempo no camine hacia atrás es su secreta rabia. ‘Lo que fue, fue’ - así se llama la piedra que ella no puede remover.
Y así ella remueve piedras por rabia y por mal humor, y se venga en aquello que no siente, igual que ella, rabia y mal humor.
Así la voluntad, el libertador, se ha convertido en un causante de dolor: y en todo lo que puede sufrir véngase de no poder ella querer hacia atrás.
Esto, sí esto solo es la venganza misma: la aversión de la voluntad contra el tiempo y su ‘fue’.
En verdad, una gran necedad habita en nuestra voluntad; ¡y el que esa necedad aprendiese a tener espíritu se ha convertido en maldición para todo lo humano!
El espíritu de la venganza: amigos míos, sobre esto es sobre lo que mejor han reflexionado los hombres hasta ahora; y donde había sufrimiento, allí debía haber siempre castigo.
‘Castigo’ se llama a sí misma, en efecto la venganza: con una palabra embustera se finge hipócritamente una buena conciencia.
Y como en el volente hay el sufrimiento de no poder querer hacia atrás, - por ello el querer mismo y toda vida debían - ¡ser castigo!
Y ahora se ha acumulado nube tras nube sobre el espíritu: hasta que por fin la demencia predicó: ‘¡Todo perece, por ello todo es digno de perecer!’
‘Y la justicia misma consiste en aquella ley del tiempo según la cual éste tiene que devorar a sus propios hijos’: así predicó la demencia.


‘Las cosas están reguladas éticamente sobre la base del derecho y del castigo. Oh, ¿dónde está la redención del río de las cosas y del castigo llamado ‘existencia’? Así predicó la demencia.
‘¿Puede haber redención si existe un derecho eterno? ¡Ay, irremovible es la piedra ‘fue’: eternos tienen que ser también todos los castigos!’ Así predicó la demencia.
‘Ninguna acción puede ser aniquilada: ¡cómo podría ser anulada por el castigo! Lo eterno en el castigo llamado ‘existencia’ consiste en esto, ¡en que también la existencia tiene que volver a ser eternamente acción y culpa!
A no ser que la voluntad se redima al fin a sí misma y el querer se convierta en no-querer’ - : ¡pero vosotros conocéis, hermanos míos, esta canción de fábula de la demencia!
Yo os aparte de todas estas canciones de fábula cuando os enseñe: ‘La voluntad es un creador’.
Todo ‘fue’ es un fragmento, un enigma, un espantoso azar - hasta que la voluntad creadora añada: ‘¡pero yo lo quise así!’
- Hasta que la voluntad creadora añada: ‘¡Pero yo lo quiero así! ¡Yo lo querré así!’
¿Ha hablado ya ella de ese modo? ¿Y cuándo lo hará? ¿Se ha desuncido ya la voluntad del yugo de su propia tontería?
¿Se ha convertido ya la voluntad para sí misma en un libertador y en un portador de alegría? ¿Ha olvidado el espíritu de venganza y todo rechinar de dientes?
¿Y quién le ha enseñado a ella la reconciliación con el tiempo, y algo que es superior a toda reconciliación?
Algo superior a toda reconciliación tiene que querer la voluntad que es voluntad de poder - : sin embargo, ¿cómo le ocurre esto? ¿Quién le ha enseñado incluso el querer hacia atrás?
- En ese momento de su discurso ocurrió que Zaratustra se detuvo de repente y semejaba del todo alguien que estuviese aterrorizado al máximo. Con ojos horrorizados miró a sus discípulos; sus ojos perforaban como flechas los pensamientos de éstos e incluso los trasfondos de tales pensamientos. Mas pasado un poco de tiempo volvió ya a reír y dijo con voz calmada:
“Es difícil vivir con hombre, debido a que callar es tan difícil. Sobre todo para un hablador”. -
Así habló Zaratustra. El jorobado había escuchado la conversación y había cubierto su rostro al hacerlo; mas cuando oyó reír a Zaratustra alzó los ojos rojos con curiosidad y dijo lentamente:
“¿Por qué Zaratustra nos habla a nosotros de modo distinto que a sus discípulos?”
Zaratustra respondió: “¡Qué tiene de extraño! ¡Con jorobados es lícito hablar de manera jorobada!”
“Bien, dijo el jorobado; y con discípulos es lícito charlar de manera discipular.
Mas ¿por qué Zaratustra habla a sus discípulos de manera distinta que a si mismo?” -


TERCERA PARTE



El viajero


Fue alrededor de la medianoche cuando Zaratustra emprendió su camino sobre la cresta de la isla para llegar de madrugada a la otra orilla: pues en aquel lugar quería embarcarse. Había allí, en efecto, una buena rada, en la cual gustaban echar el ancla incluso barcos extranjeros; éstos recogían a algunos que querían dejar las islas afortunadas y atravesar el mar. Mientras Zaratustra iba subiendo la montaña pensaba en los muchos viajes solitarios que había realizado desde su juventud y en las muchas montañas y crestas y cimas a que ha había ascendido.
Yo soy un viajero y un escalador de montañas, decía a su corazón, no me gustan las llanuras, y parece que no puedo estarme sentado tranquilo largo tiempo.
Y sea cual sea el destino, sean cuales sean las vivencias que aún haya yo de experimentar, - siempre habrá en ello un viajar y un escalar montañas: en última instancia no se tienen vivencias más que de sí mismo.
Pasó ya el tiempo en que era lícito que a mí me sobrevinieran acontecimientos casuales; ¡y qué podría ocurrirme todavía que no fuera ya algo mío!
Lo único que hace es retornar, por fin vuelve a casa - mi propio sí-mismo y cuanto de él estuvo largo tiempo en tierra extraña y disperso entre todas las cosas y acontecimientos casuales.
Y una cosa sé aún: me encuentro ahora ante mi última cumbre y ante aquello que durante más largo tiempo me ha sido ahorrado. ¡Ay, mi más duro camino es el que tengo que subir! ¡Ay, he comenzado mi viaje más solitario!
Pero quien es de mi especie no se libra de semejante hora: de la hora que le dice: «¡Sólo en este instante recorres tu camino de grandeza! ¡Cumbre y abismo - ahora eso está fundido en una sola cosa!
Recorres tu camino de grandeza: ¡ahora se ha convertido en tu último refugio lo que hasta el momento se llamó tu último peligro!
Recorres tu camino de grandeza: ¡ahora es necesario que tu mejor valor consista en que no quede ya ningún camino a tus espaldas!
Recorres el camino de tu grandeza: ¡nadie debe seguirte aquí a escondídas! Tu mismo pie ha borrado detrás de ti el camino, y sobre él está escrito: imposibilidad.
Y si en. adelante te falta todo tipo de escaleras, tienes que saber subir incluso por encima de tu propia cabeza: ¿cómo querrías, de otro modo, subir hacia arriba?

¡Por encima de tu propia cabeza y más allá de tu propio corazón! Ahora lo más suave de tí tiene aún que convertirse en lo más duro.
Quien siempre se ha tratado a sí mismo con mucha indulgencia acaba por enferrnar a causa de ello. ¡Alabado sea lo que endurece! ¡Yo no alabo el país donde manteca y miel - corren!
Es necesario aprender a apartar la mirada de sí para ver muchas cosas: - esa dureza necesítala todo aquel que escala montañas.-
Mas quien tiene ojos importunos como hombre del conocimiento, ¡cómo iba a ver ése, en todas las cosas, algo más que los motivos superficiales de éstas!
Tú, sin embargo, oh Zaratustra, has querido ver el fondo y el trasfondo de todas las cosas: por ello tienes que subir por encima de ti mismo, - ¡arriba, cada vez más alto, hasta que incluso tus estrellas las veas por debajo de ti!
¡Sí! Bajar la vista hacia mí mismo e incluso hacia mis estrellas: ¡sólo esto significaría mi cumbre, esto es lo que me ha quedado aún como mi última cumbre!
Así iba diciéndose Zaratustra a sí mismo al ascender, consolando su corazón con duras sentenzuelas: pues tenía el corazón herido como nunca antes. Y cuando llegó a la cima de la cresta de la montaña, he aquí que el otro mar yacía allí extendido ante su vista: entonces se detuvo y calló largo rato. La noche era fría en aquella cumbre, y clara y estrellada.
Conozco mi suerte, se dijo por fin con pesadumbre. ¡Bien! Estoy dispuesto. Acaba de empezar mí última soledad.
¡Ay, ese mar triste y negro a mis pies! ¡Ay, esa grávida agitación nocturna! ¡Ay, destino y mar! ¡Hacia vosotros tengo ahora que descender!

Me encuentro ante mi montaría más alta y ante mi más largo viaje: por eso tengo primero que descender más bajo de lo que nunca descendí:
- ¡Descender al dolor más de lo que nunca descendí, hasta su más negro oleaje! Así lo quiere mi destino: ¡Bien! Estoy dispuesto.
¿De dónde vienen las montañas más altas?, pregunté en otro tiempo. Entonces aprendí que vienen del mar.
Este testimonio está escrito en sus rocas y en las paredes de sus cumbres. Lo más alto tiene que llegar a su altura desde lo más profundo.-
Así dijo Zaratustra en la cima del monte, donde hacía frío; mas cuando se acercó al mar y se encontró por fin únicamente entre los escollos el camino le había cansado y vuelto más anheloso aún que antes.
Todo continúa aún dormido, dijo; también el mar duerme. Ebrios de sueño y extraños miran sus ojos hacia mí.
Pero su aliento es cálido, lo siento. Y siento también que sueña. Y soñando se retuerce sobre duras almohadas.
¡Escucha! ¡Escucha! ¡Cómo gime el mar a causa de recuerdos malvados! ¿O tal vez a causa de esperas malvadas?
Ay, triste estoy contigo, oscuro monstruo, y enojado conmigo mismo por tu causa.
¡Ay, por qué no tendrá mi mano bastante fortaleza! ¡En verdad, me gustaría redimirte de sueños malvados!
Y mientras Zaratustra hablaba así, se reía de sí mismo con melancolía y amargura. «¡Cómo! ¡Zaratustra!, dijo, ¿quieres consolar todavía al mar cantando?

¡Ay, Zaratustra, necio rico en amor, sobrebienaventurado de confianza! Pero así has sido siempre: siempre te has acercado confiado a todo lo horrible.
Has querido incluso acariciar a todos los monstruos. Un vaho de cálida respiración, un poco de suave vello en las garras: -y en seguida estabas dispuesto a amar y a atraer.
El amor es el peligro del más solitario, el amor a todas las cosas, ¡con tal de que vivan! -De risa son, en verdad, mi necedad y mi modestia en el amor!»
Así habló Zaratustra y rió por segunda vez: entonces pensó en sus amigos abandonados, -y como si los hubiera ofendido con sus pensamientos enojóse consigo mismo a causa de éstos. Y pronto ocurrió que el que reía se puso a llorar.- de cólera y de anhelo lloraba Zaratrusta amargamente.


De la vision y del enigma

1
Cuando se corrió entre los marineros la voz de que Zaratustra se encontraba en el barco - pues al mismo tiempo que él había subido a bordo un hombre que venía de las islas afortunadas - prodújose una gran curiosidad y expectación. Mas Zaratustra estuvo callado durante dos días, frío y sordo de tristeza, de modo que no respondía ni a las miradas ni a las preguntas. Al atardecer del segundo día, sin embargo, aunque todavía guardaba silencio, volvió a abrir sus oídos: pues había muchas cosas extrañas y peligrosas que oír en aquel barco, que venía de lejos y que quería ir más lejos aún. Zaratustra era amigo, en efecto, de todos aquellos que realizan largos viajes y no les gusta vivir sin peligro. Y he aquí que por fin, a fuerza de escuchar, su propia lengua se soltó y el hielo de su corazón se rompió: - entonces comenzó a hablar así:

A vosotros los audaces buscadores e indagadores, y a quienquiera que alguna vez se haya lanzado con astutas velas a mares terribles,-
a vosotros los ebrios de enigmas, que gozáis con la luz del crepúsculo, cuyas almas son atraídas con flautas a todos los abismos laberínticos: - pues no queréis, con mano cobarde, seguir a tientas un hilo y que, allí donde podéis adivinar, odiáis el deducir,-
a vosotros solos os cuento el enigma que he visto, - la visión del más solitario. -
Sombrío caminaba yo hace poco a través del crepúsculo de color de cadáver, sombrío y duro, con los labios apretados. Pues más de un sol se había hundido en su ocaso para mí.
Un sendero que ascendía obstinado a través de pedregales, un sendero maligno, solitario, al que ya no alentaban ni hierbas ni matorrales: un sendero de montaña crujía bajo la obstinación de mí pie.
Avanzando mudo sobre el burlón crujido de los guijarros, aplastando la piedra que lo hacía resbalar: así se abría paso mi pie hacia arriba.
Hacia arriba: - a pesar del espíritu que de él tiraba hacia abajo, hacia el abismo, el espíritu de la pesadez, mi demonio y enemigo capital.
Hacia arriba: - aunque sobre mí iba sentado ese espíritu, mitad enano, mitad topo; paralítico; paralizante; dejando caer el plomo en mi oído, pensamientos-gotas de plomo en mi cerebro.
“Oh Zaratustra, me susurraba burlonamente, silabeando las palabras, ¡tú piedra de sabiduría! Te has arrojado a ti mismo hacia arriba, mas toda piedra arrojada - ¡tiene que caer!
¡Oh Zaratustra, tú piedra de la sabiduría, tú piedra de honda, tú destructor de estrellas! A ti mismo te has arrojado tan alto, - mas toda piedra arrojada - ¡tiene que caer!
Condenado a ti mismo, y a tu propia lapidación: oh Zaratustra, sí, lejos has lanzado la piedra, - ¡más sobre ti caerá de nuevo!”
Callo aquí el enano; y esto duró largo tiempo. Mas su silencio me oprimía; ¡y cuando se está así entre dos, se está, en verdad, más solitario que cuando se está solo!
Yo subía, subía, soñaba, pensaba, - mas todo me oprimía. Me asemejaba a un enfermo al que su terrible tormento le deja rendido, y a quien un sueño más terrible todavía vuelve a despertarle cuando acaba de dormirse.-
Pero hay algo en mí que yo llamo valor: hasta ahora éste ha matado en mí todo desaliento. Ese valor me hizo al fin detenerme y decir: “¡Enano! ¡Tú! ¡O yo!” -
El valor es, en efecto, el mejor matador, - el valor que ataca: pues todo ataque se hace a tambor batiente.
Pero el hombre es el animal más valeroso: por ello ha vencido a todos los animales. A tambor batiente ha vencido incluso todos los dolores; pero el dolor por el hombre es el dolor más profundo.
El valor mata incluso el vértigo junto a los abismos: ¡y en qué lugar no estaría el hombre junto a abismos! ¿El simple mirar no es - mirar abismos?
El valor es el mejor matador, el valor que ataca: éste mata la muerte misma, pues dice: “¿Era esto la vida? ¡Bien! ¡Otra vez!”
En estas palabras, sin embargo, hay mucho sonido de tambor batiente. Quien tenga oídos oiga.

2
“¡Alto! ¡Enano!, dije. ¡Yo! ¡O tú! Pero yo soy el más fuerte de los dos: - ¡tú no conoces mi pensamiento abismal! ¡Ese - no podrías soportarlo!” -
Entonces ocurrió algo que me dejó más ligero: ¡pues el enano saltó de mi hombro, el curioso! Y se puso en cuchillas sobre una piedra delante de mí. Cabalmente allí donde nos habíamos detenido había un portón.
“¡Mira ese portón! ¡Enano!, seguí diciendo: tiene dos caras. Dos caminos convergen aquí: nadie los ha recorrido aún hasta el final.
Esa larga calle, hacia atrás: dura una eternidad. Y esa larga calle hacia delante - es otra eternidad.
Se contraponen esos caminos: chocan derechamente de cabeza: - y aquí, en este portón, es donde convergen. El nombre del portón está escrito arriba: ‘Instante’.
Pero si alguien recorriese uno de ellos - cada vez y cada vez más lejos: ¿crees tú, enano, que esos caminos se contradicen eternamente?” -
“Todas las cosas derechas mienten, murmuró con desprecio el enano. Toda verdad es curva, el tiempo mismo es un círculo”.
“Tu espíritu de la pesadez, dije encolerizándome, ¡no tomes las cosas tan a la ligera! O te dejo de cuclillas ahí donde te encuentras, ¡cojitranco! - ¡y yo te he subido hasta aquí!
¡Mira continué diciendo, este instante! Desde este portón llamado Instante corre hacia atrás una calle larga, eterna: a nuestras espaldas yace una eternidad.
Cada una de las cosas que pueden correr, ¿no tendrá ya que haber recorrido ya alguna vez esa calle? Cada una de las cosas que pueden ocurrir, ¿no tendrá que haber ocurrido, haber sido hecha, haber transcurrido alguna vez?
Y si todo ha existido ya: ¿qué piensas tú, enano, de este instante? ¿No tendrá también este portón que - haber existido ya?
¿Y no están todas las cosas anudadas con fuerza, de modo que este instante arrastra tras si todas las cosas venideras? ¿Por tanto - - - incluso a sí mismo?
Pues cada una de las cosas que pueden correr: ¡también por esa larga calle hacia delante - tiene que volver a correr una vez más! -



Y esa araña que se arrastra con lentitud a la luz de la luna, y yo y tú cuchicheando ambos junto a este portón, cuchicheando de cosas eternas - no tenemos todos nosotros que haber existido ya? - y venir de nuevo y corre por aquella otra calle, hacia delante, delante de nosotros, por esa larga, horrenda calle - ¿no tenemos que retornar eternamente?”
Así dije, con voz cada vez más queda; pues tenía miedo de mis propios pensamientos y del trasfondo de ellos. Entonces, de repente, oí aullar a un perro cerca.
¿Había oído yo alguna vez aullar así a un perro? Mi pensamiento corrió hacia atrás. ¡Sí! Cuando era niño, en remota infancia:
- entonces oí aullar así a un perro. Y también lo vi, con el pelo erizado, la cabeza levantada, temblando, en la más silenciosa medianoche, cuando incluso los perros creen en fantasmas:
de tal modo que me dio lástima. Pues justo en aquel momento la luna llena, con un silencio de muerte, apareció por encima de la casa, justo en aquel momento se había detenido, un disco incandescente, -detenido sobre el techo plano, como sobre propiedad ajena: -
esto exasperó entonces al perro: pues los perros creen en ladrones y fantasmas. Y cuando de nuevo volví a oírle aullar, de nuevo volvió a darme lástima.
¿A dónde se había ido ahora el enano? ¿Y el portón? ¿Y la araña? ¿Y todo el cuchicheo? ¿Había yo soñado, pues? ¿Me había despertado? De repente me encontré entre peñascos salvajes, solo, abandonado, en el más desierto claro de luna.
¡Pero allí yacía por tierra un hombre! ¡Y allí! El perro saltando, con el pelo erizado, gimiendo - ahora él me veía venir - y entonces aulló de nuevo, gritó: - ¿había yo oído alguna vez a un perro gritar así pidiendo socorro?
Y en verdad lo que vi no lo había visto nunca. Vi a un joven pastor retorciéndose, ahogándose, convulso, con el rostro descompuesto, de cuya boca colgaba una pesada serpiente negra.

¿Había visto yo alguna vez tanto asco y tanto lívido espanto en un solo rostro? Sin duda se había dormido. Y entonces la serpiente se deslizo en su garganta y se aferraba a ella mordiendo.
Mi mano tiró de la serpiente, tiró y tiró: - ¡en vano! No conseguí arrancarla de allí. Entonces se me escapó un grito: “¡Muerde! ¡Muerde!
¡Arráncale la cabeza! ¡Muerde!” - este fue el grito que de mí se escapó, mi horror, mi odio, mi nausea, mi lastima, todas mis cosas buenas y malas gritaban en mí con un solo grito. -
¡Vosotros, hombres audaces que me rodeáis! ¡Vosotros, buscadores indagadores, y quienquiera de vosotros que se haya lanzado con velas astutas a mares inexplorados! ¡Vosotros, que gozáis con enigmas!
¡Resolvedme, pues, el gran enigma que yo contemplé entonces, interpretadme la visión del más solitario!
Pues fue una visón y una previsión: - ¿qué vi yo entonces en símbolo? ¿Y quién es el que algún día tiene que venir aún?
¿Quién es el pastor a quien la serpiente se le introdujo en la garganta? ¿Quién es el hombre a quien todas las cosas más pesadas, más negras, se le introducirán así en la garganta?
- Pero el pastor mordió, tal como se lo aconsejó mi grito; ¡dio un buen mordisco! Lejos de sí escupió la cabeza de la serpiente: - y se puso de pie de un salto. -
Ya no pastor, ya no hombre, - ¡un transfigurado, iluminado, que reía! ¡Nunca antes en la tierra había reído hombre alguno como él rió!
Oh hermanos míos, oí una risa que no era risa de hombre, - - y ahora me devora una sed, un anhelo que nunca se aplaca.
Mi anhelo de esa risa me devora: ¡oh, como soporto el vivir aún! ¡Y cómo soportaría el morir ahora! –




Antes de la salida del sol

¡Oh cielo por encima de mi, tú puro! ¡Profundo! ¡Abismo de luz! Contemplándote me estremezco de ansias divinas.
Arrojarme a tu altura - ¡esa es mi profundidad! Cobijarme en tu pureza - ¡esa es mi inocencia!
Al dios su belleza lo encubre: así me ocultas tú tus estrellas. No hablas: así me anuncias tu sabiduría.
Mudo sobre el mar rugiente has salido hoy, tu amor y tu pudor dicen revelación a mi rugiente alma.
El que hayas venido bello a mí, encubierto en tu belleza, el que mudo me hables, manifiesto en tu sabiduría:
¡Oh, cómo no iba yo a adivinar todos los pudores de tu alma! ¡Antes del sol has venido a mí tú, el más solitario de todos!
Somos amigos desde el comienzo: comunes nos son el pesar y el terror y la hondura; hasta el sol nos es común.
No hablamos entre nosotros, pues sabemos demasiadas cosas: - callamos juntos, sonreímos juntos a nuestro saber.
¿No eres tú acaso la luz para mi fuego? ¿No tienes tú el alma gemela de mi conocimiento?
Juntos aprendimos todo; juntos aprendimos a ascender por encima de nosotros hacia nosotros mismos, y a sonreír sin nubes -
a sonreír sin nubes hacia abajo, desde ojos luminosos y desde una remota lejanía, mientras debajo de nosotros la coacción y la finalidad y la culpa exhalan vapores como si fuesen lluvia.

Y cuando yo caminaba solo: ¿de quién tenía hambre mi alma por las noches y en los senderos errados? Y cuando yo subía montañas, ¿a quién buscaba siempre en las montañas sino a ti?
Y todo mi caminar y subir montañas: una necesidad era tan sólo, y un recurso del desvalido: - ; volar es lo único que mi entera voluntad quiere, volar dentro de ti!
¿Y a quién odiaba yo más que a las nubes pasajeras y a todas las cosas que te manchan? ¡Y hasta a mi propio odio odiaba yo, porque te manchaba!
Estoy enojado con las nubes pasajeras, con esos gatos de presa que furtivamente se deslizan: nos quitan a ti y a mí lo que nos es común, - el inmenso e ilimitado decir sí y amén.
Estamos enojados con esas mediadoras y entrometidas, las nubes pasajeras: mitad de esto mitad de aquello, que no han aprendido a bendecir ni a maldecir a fondo.
¡Prefiero estar sentado en el tonel bajo un cielo cubierto, prefiero estar sentado sin cielo en el abismo, que verte a ti, cielo de luz, manchado con nubes pasajeras!
Y a menudo he sentido deseos de sujetarlas con los dentados alambres áureos del rayo, y golpear los timbales, como el trueno, sobre su panza de caldera: -
ser un encolerizado timbalero, porque me roban tu ¡sí! y ¡amén!, ¡cielo por encima de mí, tú puro! ¡Luminoso! ¡Abismo de luz! ‑ porque te roban mi ¡sí! y mi ¡amén!
Pues prefiero el ruido y el trueno y las maldiciones del mal tiempo a esta circunspecta y dubitante quietud gatuna; y también entre los hombres a los que más odio es a todos los que andan sin ruido, y a todos los medias tintas, y a los que son como dubitantes e indecisas nubes pasajeras.

¡Y «el que no pueda bendecir, debe aprender a maldecir!» - esta luminosa enseñanza me cayó de un cielo luminoso, esta estrella brilla en mi cielo hasta en las noches negras.
Mas yo soy uno que bendice y que dice sí, con tal de que tú estés a mi alrededor, ¡tú puro! ¡luminoso! ¡tú abismo de luz! - a todos los abismos llevo yo entonces, como una bendición, mi decir sí.
Me he convertido en uno que bendice y que dice sí, y he luchado durante largo tiempo, y fui un luchador, a fin de tener un día las manos libres para bendecir.
Pero esta es mi bendición: estar yo sobre cada cosa como su cielo propio, como su techo redondo, su campana azul y su eterna seguridad: ¡bienaventurado quien así bendice!
Pues todas las cosas están bautizadas en el manantial de la eternidad y más allá del bien y del mal; el bien y el mal mismos no son más que sombras intermedias y húmedas tribulaciones y nubes pasajeras.
En verdad, una bendición es y no una blasfemia el que yo enseñe: «Sobre todas las cosas está el cielo Azar, el cielo Inocencia, el cielo Acaso y el cielo Arrogancia».
«Por acaso» - esta es la más vieja aristocracia del mundo, yo se la he restituido a todas las cosas, yo la he redimido de la servidumbre a la finalidad.
Esta libertad y esta celestial serenidad yo las he puesto como campana azul sobre todas las cosas al enseñar que por encima de ellas y a través de ellas no hay ninguna «voluntad eterna» que -quiera.
Esta arrogancia y esta necedad púselas yo en lugar de aquella voluntad cuando enseñé: «En todas las cosas sólo una es imposible - ¡racionalidad!»


Un poco de razón, ciertamente, una semilla de sabiduría, esparcida entre estrella y estrella, - esa levadura está mezclada en todas las cosas: ¡por amor a la necedad hay mezclada sabiduría en todas las cosas!
Un poco de sabiduría sí es posible; mas ésta fue la bienaventurada seguridad que encontré en todas las cosas: que prefieren - bailar sobre los pies del azar.
Oh cielo por encima de mí, ¡tú puro! ¡elevado! Esta es para mí tu pureza, ¡que no existe ninguna eterna araña y ninguna eterna telaraña de la razón: -
que tú eres para mí una pista de baile para azares divi­nos, que tú eres para mí una mesa de dioses para dados y jugadores divinos!
Pero ¿te sonrojas? ¿He dicho tal vez cosas indecibles? ¿He blasfemado queriendo bendecirte?
¿O acaso es el pudor compartido el que te ha hecho enrojecer? - ¿Acaso me ordenas irme y callar porque ahora - viene el día?
El mundo es profundo: - y más profundo de lo que nunca ha pensado el día. No a todas las cosas les es lícito tener palabras antes del día. Pero el día viene: ¡por eso ahora nos separamos!
Oh cielo por encima de mí, ¡tú pudoroso! ¡ardiente! ¡Oh tú felicidad mía antes de la salida del sol! El día viene: ¡por eso ahora nos separamos! –



Del espíritu de la pesadez


1
Mi boca - es del pueblo: yo hablo de un modo demasiado grosero y franco para los conejos de seda. Y más extraña aún les suena mi palabra a todos los calamares y plumíferos.
Mi mano - es la mano de un necio: ¡ay de todas las mesas y paredes y de todo lo demás que ofrezca espacio para las engalanaduras de un necio, para las emborronaduras de un necio!
Mi pie - es un pie de caballo; con él pataleo y troto a campo traviesa de acá para allá, y todo correr rápido me produce un placer del diablo.
Mi estómago - ¿es acaso el estómago de un águila? Pues lo que más le gusta es la carne de cordero. Con toda seguridad es el estómago de un pájaro.
Un ser que se alimenta con cosas inocentes, y con poco, dispuesto a volar e impaciente de hacerlo, de alejarse volando - ese es mi modo de ser: ¡cómo no iba a haber en él algo de la especie de los pájaros!
Y, sobre todo, el que yo sea enemigo del espíritu de la pesadez, eso es algo propio de la especie de los pájaros:
¡y, en verdad, enemigo mortal, archienemigo, protoenemigo! ¡Oh, a dónde no voló ya y se extravió ya volando mi enemistad!
Sobre ello podría yo cantar una canción -- y quiero cantarla: aunque esté yo solo en la casa vacía y tenga que cantar para mis propios oídos.

Otros cantores hay, ciertamente, a los cuales sólo la casa llena vuélveles suave su garganta, elocuente su mano, expresivos sus ojos, despierto su corazón: - yo no me asemejo a ellos.

2
Quien algún día enseñe a los hombres a volar, ése ha­brá cambiado de sitio todos los mojones de piedra; para él estos mismos volarán por el aire y él bautizará de nuevo a la tierra, llamándola - «La Ligera».
El avestruz corre más de prisa que el más rápido caballo, pero también esconde pesadamente la cabeza en la pesada tierra: así hace también el hombre que aún no puede volar.
Pesadas son para él la tierra y la vida; ¡y así lo quiere el espíritu de la pesadez! Mas quien quiera hacerse ligero y transformarse en un pájaro tiene que amarse a sí mismo: - así enseño yo.
No, ciertamente, con el amor de los enfermos y calenturientos: ¡pues en ellos hasta el amor propio exhala mal olor!
Hay que aprender a amarse a sí mismo - así enseño yo - con un amor saludable y sano: a soportar estar consigo mismo y a no andar vagabundeando de un sitio para otro.
Semejante vagabundeo se bautiza a sí mismo con el nombre de «amor al prójimo»: con esta expresión se han dicho hasta ahora las mayores mentiras y se han cometido las mayores hipocresías, y en especial lo han hecho quienes caían pesados a todo el mundo.
Y en verdad, no es un mandamiento para hoy y para mañana el de aprender a amarse a sí mismo. Antes bien, de todas las artes es ésta la más delicada, la más sagaz, la última y la más paciente:

A quien tiene algo, en efecto, todo lo que él tiene suele estarle bien oculto; y de todos los tesoros es el propio el último que se desentierra, - así lo procura el espíritu de la pesadez.
Ya casi en la cuna se nos dota de palabras y de valores pesados: «bueno» y «malvado» - así se llama esa dote. Y en razón de ella se nos perdona que vivamos.
Y dejamos que los niños pequeños vengan a nosotros para impedirles a tiempo que se amen a sí mismos: así lo procura el espíritu de la pesadez.
Y nosotros - ¡nosotros llevamos fielmente cargada la dote que nos dan, sobre duros hombros y por ásperas montañas! Y si sudamos, se nos dice: «¡Sí, la vida es una carga pesada!»
¡Pero solo el hombre es para sí mismo una carga pesada! Y esto porque lleva cargadas sobre sus hombros demasiadas cosas ajenas. Semejante al camello, se arrodilla y se deja cargar bien.
Sobre todo el hombre fuerte, paciente, en el que habita la veneración: demasiadas pesadas palabras ajenas y demasiados pesados valores ajenos carga sobre sí, - ¡entonces la vida le parece un desierto!
¡Y en verdad! ¡También algunas cosas propias son una carga pesada! ¡Y muchas de las cosas que residen en el interior del hombre son semejantes a la ostra, es decir, nauseabundas y viscosas y difíciles de agarrar,
de tal modo que una concha noble, con nobles adornos, tiene que intervenir en su favor. Y también hay que aprender este arte: ¡el de tener una concha, y una hermosa apariencia, y una inteligente ceguera!
Una y otra vez nos engañamos acerca de algunas cosas humanas por el hecho de que más de una concha es desdeñable y triste y demasiado concha. Mucha bondad y mucha fuerza ocultas no las adivinaremos jamás; ¡los más exquisitos bocados no encuentran quien los sepa saborear!
Las mujeres saben esto, las más exquisitas: un poco más gruesas, un poco más delgadas, - ¡oh, cuánto destino depende de tan poca cosa!
El hombre es difícil de descubrir, y descubrirse uno a sí mismo es lo más difícil de todo; a menudo el espíritu miente a propósito del alma. Así lo procura el espíritu de la pesadez.
Mas a sí mismo se ha descubierto quien dice: este es mi bien y este es mi mal: con ello ha hecho callar al topo y enano que dice: «bueno para todos, malvado para todos».
En verdad, tampoco me agradan aquellos para quienes cualquier cosa es buena e incluso este mundo es el mejor. A éstos los llamo los omnicontentos.
Omnicontentamiento que sabe sacarle gusto a todo: ¡no es este el mejor gusto! Yo honro las lenguas y los estómagos rebeldes y selectivos, que aprendieron a decir «yo» y «sí» y «no».
Pero masticar y digerir todo - ¡esa es realmente cosa propia de cerdos! Decir siempre sí - ¡esto lo ha apren­dido únicamente el asno y quien tiene su mismo es­píritu! -
El amarillo intenso y el rojo ardiente: eso es lo que mi gusto quiere, - él mezcla sangre con todos los colores. Mas quien blanquea su casa me delata un alma blanqueada.
De momias se enamoran unos, otros, de fantasmas; y ambos son igualmente enemigos de toda carne y de toda sangre - ¡oh, cómo repugnan ambos a mi gusto! Pues yo amo la sangre.
Y no quiero habitar ni residir allí donde todo el mundo esputa y escupe: este es mi gusto, - preferiría vivir entre ladrones y perjuros. Nadie lleva oro en la boca.
Pero más repugnantes me resultan aún todos los que lamen servilmente los salivazos; y el más repugnante bicho humano que he encontrado lo bauticé con el nombre de parásito: éste no ha querido amar, pero sí vivir del amor.
Desventurados llamo yo a todos los que sólo tienen una única elección: la de convertirse en animales malvados o en malvados domadores de animales: junto a ellos no levantaría yo mis tiendas.
Desventurados llamo yo a todos aquellos que siempre tienen que aguardar, - repugnan a mi gusto: todos los aduaneros y tenderos y reyes y otros guardianes de países y de comercio.
En verdad, también yo aprendí a aguardar, y a fondo, - pero sólo a aguardarme a mí. Y aprendí a tenerme en pie y a caminar y a correr y a saltar y a trepar y a bailar por encima de todas las cosas.
Y esta es mi doctrina: quien quiera aprender alguna vez a volar tiene que aprender primero a tenerse en pie y a caminar y a correr y a trepar y a bailar: - ¡el volar no se coge al vuelo!
Con escalas de cuerda he aprendido yo a escalar más de una ventana, con ágiles piernas he trepado a elevados mástiles: estar sentado sobre elevados mástiles del conocimiento no me parecía bienaventuranza pequeña, -
flamear como llamas pequeñas sobre elevados mástiles: siendo, ciertamente, una luz pequeña, ¡pero un gran con­suelo, sin embargo, para navegantes y náufragos extraviados!
Por muchos caminos diferentes y de múltiples modos llegué yo a mi verdad; no por una única escala ascendí hasta la altura desde donde mis ojos recorren el mundo.
Y nunca me ha gustado preguntar por caminos, - ¡esto repugna siempre a mi gusto! Prefería preguntar y so­meter a prueba a los caminos mismos.
Un ensayar y un preguntar fue todo mi caminar: - ¡y, en verdad, también hay que aprender a responder a tal preguntar! Este - es mi gusto:
- no un buen gusto, no un mal gusto, sino mi gusto, del cual ya no me avergüenzo ni lo oculto.
«Este - es mi camino, - ¿dónde está el vuestro?», así respondía yo a quienes me preguntaban «por el camino». ¡El camino, en efecto, - no existe!

De las tablas viejas y nuevas

1
Aquí estoy sentado y aguardo, teniendo a mí alrededor viejas tablas rotas; y también tablas nuevas a medio escribir. ¿Cuándo llegará mi hora?
-la hora de mi descenso, de mi ocaso: una vez más todavía quiero ir a los hombres.
Esto es lo que ahora aguardo: antes tienen que llegarme, en efecto, los signos de que es mi hora, -a saber, el león riente con la bandada de palomas.
Entretanto, como uno que tiene tiempo, me hablo a mí mismo. Nadie me cuenta cosas nuevas: por eso yo me cuento a mí mismo.

2
Cuando fui a los hombres los encontré sentados sobre una vieja presunción: todos presumían saber desde hacía ya mucho tiempo qué es lo bueno y lo malvado para el hombre.

Una cosa vieja y cansada les parecía a ellos todo hablar acerca de la virtud; y quien quería dormir bien hablaba todavía, antes de irse a dormir, acerca del «bien» y del «mal».
Esta somnolencia la sobresalté yo cuando enseñé: lo que es bueno y lo que es malvado, eso no lo sabe todavía nadie: - ¡excepto el creador!
- Mas éste es el que crea la meta del hombre y el que da a la tierra su sentido y su futuro: sólo éste crea el hecho de que algo sea bueno y malvado.
Y los mandé derribar sus viejas cátedras y todos los lugares en que aquella vieja presunción se había asentado; los mandé reírse de sus grandes maestros de virtud y de sus santos y poetas y redentores del mundo.
De sus sombríos sabios los mandé reírse, y de todo el que alguna vez se hubiera posado, para hacer advertencias, sobre el árbol de la vida como un negro espantajo.
Me coloqué al lado de su gran calle de los sepulcros e incluso junto a la carroña y los buitres - y me reí de todo su pasado y de su mustio y arruinado esplendor.
En verdad, semejante a los predicadores penitenciales y a los necios grité yo pidiendo cólera y justicia sobre todas sus cosas grandes y pequeñas, - ¡es tan pequeño incluso lo mejor de ellos!, ¡es tan pequeño incluso lo peor de ellos! - así me reía.
Así gritaba y se reía en mí mi sabio anhelo, el cual ha nacido en las montañas y es ¡en verdad! una sabiduría salvaje - mi gran anhelo de ruidoso vuelo.


Y a menudo en medio de la risa ese anhelo me arrastraba lejos y hacia arriba y hacia fuera: yo volaba, estremeciéndome ciertamente de espanto, como una flecha, a través de un éxtasis embriagado de sol:
- hacia futuros remotos, que ningún sueño había visto aún, hacia sures más ardientes que los que los artistas soñaron jamás: hacia allí donde los dioses, al bailar, se avergüenzan de todos sus vestidos: -
-yo hablo, en efecto, en parábolas, e, igual que los poetas, cojeo y balbuceo; ¡y en verdad, me avergüenzo de tener que ser todavía poeta! -
Hacía allí donde todo devenir me pareció un baile de dioses y una petulancia de dioses, y el mundo, algo suelto y travieso y que huye a cobijarse en sí mismo: -
- como un eterno huir-de-sí-mismos y volver-a-buscarse-a-sí-mismos de muchos dioses, como el bienaventurado contradecirse, oírse de nuevo, relacionarse de nuevo de muchos dioses: -
hacia allí donde todo tiempo me pareció una bienaventurada burla de los instantes, donde la necesidad era la libertad misma, que jugaba bienaventuradamente con el aguijón de la libertad: -
donde también yo volví a encontrar mi antiguo demonio y archienemigo, el espíritu de la gravedad y todo lo que él ha creado: coacción, ley, necesidad y consecuencia y finalidad y voluntad y bien y mal: -
¿pues no tiene que haber cosas sobre las cuales y más allá de las cuales se pueda bailar? ¿No tiene que haber, para que existan los ligeros, los más ligeros de todos- topos y pesados enanos?


3
Allí fue también donde yo recogí del camino la palabra «superhombre», y que el hombre es algo que tiene que ser superado,
- que el hombre es un puente y no una meta: llamándose bienaventurado a sí mismo a causa de su mediodía y de su atardecer, como camino hacia nuevas auroras:
la palabra de Zaratustra acerca del gran mediodía, y todo lo demás que yo he suspendido sobre los hombres, como segundas auroras purpúreas.
En verdad, también les he hecho ver nuevas estrellas junto con nuevas noches; y sobre las nubes y el día y la noche extendí yo además la risa como una tienda multicolor.
Les he enseñado todos mis pensamientos y deseos: pensar y reunir en unidad lo que en el hombre es fragmento y enigma y horrendo azar,
- como poeta, adivinador de enigmas y redentor del azar les he enseñado a trabajar creadoramente en el porvenir y a redimir creadoramente todo lo que fue.
A redimir lo pasado en el hombre y a transformar mediante su creación todo «fue», hasta que la voluntad diga: «¡Mas así lo quise yo! Así lo querré» -
-esto es lo que yo llamé redención para ellos. Únicamente a esto les enseñé a llamar redención. -
Ahora aguardo mi redención, -el ir a ellos por última vez.

Pues todavía una vez quiero ir a los hombres: ¡entre ellos quiero hundirme en mi ocaso, al morir quiero darles el más rico de mis dones!
Del sol he aprendido esto, cuando se hunde él, el inmensamente rico: entonces es cuando derrama oro sobre el mar, sacándolo de riquezas inagotables,
¡de tal manera que hasta el más pobre de los pescadores rema con remos de oro! Esto fue, en efecto, lo que yo vi en otro tiempo, y no me sacié de llorar contemplándolo.
Igual que el sol quiere también Zaratustra hundirse en su ocaso: mas ahora está sentado aquí y aguarda, teniendo a su alrededor viejas tablas rotas, y también tablas nuevas, - a medio escribir.

4
Mira, aquí hay una tabla nueva: pero ¿dónde están mis hermanos, que la lleven conmigo al valle y la graben en corazones de carne?
Esto es lo que mi gran amor exige a los más lejanos: ¡no seas indulgente con tu prójimo! El hombre es algo que tiene que ser superado.
Existen muchos caminos y muchos modos distintos de superación: ¡mira tú ahí! Mas sólo un bufón piensa: «el hombre es algo sobre lo que también se puede saltar».
Supérate a ti mismo incluso en tu prójimo: ¡y un derecho que puedas robar no debes permitir que te lo den!

Lo que tú haces, eso nadie puede hacértelo de nuevo a ti. Mira, no existe retribución.
El que no pueda mandarse a sí mismo debe obedecer. ¡Y más de uno puede mandarse a si mismo, pero falta todavía mucho para que también se obedezca a sí mismo!

5
Así lo quiere la especie de las almas nobles: no quieren tener nada gratis, y, menos que nada, la vida.
Quien es de la plebe quiere vivir gratis; pero nosotros, distintos de ellos, a quienes la vida se nos entregó a sí misma,- ¡nosotros reflexionamos siempre sobre qué es lo mejor que daremos a cambio!
Y en verdad, es un lenguaje aristocrático el que dice: «lo que la vida nos promete a nosotros, eso queremos nosotros - ¡cumplírselo a la vida!»
No se debe querer gozar allí donde nosotros no damos a gozar. Y - ¡no se debe querer gozar!
Goce e inocencia son, en efecto, las cosas más púdicas que existen: ninguna de las dos quiere ser buscada. Se debe tenerlas, - ¡y se debe buscar más bien culpa y dolores!




6
Oh hermanos míos, quien es una primicia es siempre sacrificado. Ahora bien, nosotros somos primicias.
Todos nosotros derramamos nuestra sangre en altares secretos, todos nosotros nos quemamos y nos asamos en honor de viejas imágenes de ídolos.
Lo mejor de nosotros es todavía joven: esto excita los viejos paladares. Nuestra carne es tierna, nuestra piel es piel de cordero: - ¡cómo no íbamos nosotros a excitar a los viejos sacerdotes de los ídolos!
Dentro de nosotros mismos habita todavía él, el viejo sacerdote de los ídolos, que asa, para prepararse un banquete, lo mejor de nosotros. ¡Ay, hermanos míos, cómo no iban las primicias a ser víctimas!
Pero así lo quiere nuestra especie; y yo amo a los que no quieren preservarse a sí mismos. A quienes se hunden en su ocaso los amo con todo mi amor: pues pasan al otro lado.

7
Ser verdaderos - ¡pocos son capaces de esto! Y quien es capaz ¡no quiere todavía! Y quienes menos lo quieren son los buenos.
¡Oh esos buenos! - Los hombres buenos no dicen nunca la verdad; para el espíritu el ser bueno de ese modo es una enfermedad.
Ceden, estos buenos, se resignan, su corazón repite lo dicho por otros, el fondo de ellos obedece: ¡mas quien obedece no se oye a sí mismo.
Todo lo que los buenos llaman malvado tiene que reunirse para que nazca una única verdad: oh hermanos míos, ¿sois también vosotros bastante malvados para esa verdad?
La osadía temeraria, la larga desconfianza, el cruel no, el fastidio, el sajar en vivo - ¡qué raras veces se reúne esto! Pero de tal semilla es de la que - ¡se engendra verdad!
¡Junto a la conciencia malvada ha crecido hasta ahora todo saber! ¡Romped, rompedme, hombres del conocimiento, las viejas tablas!

8
Cuando el agua tiene maderos para atravesarla, cuando puentecillos y pretiles saltan sobre la corriente: en ver­dad, allí no se cree a nadie que diga: «Todo fluye».
Hasta los mismos imbéciles le contradicen. «¿Cómo?, dicen los imbéciles, ¿que todo fluye? ¡Pero si hay puentecillos y pretiles sobre la corriente!
Sobre la corriente todo es sólido, todos los valores de las cosas, los puentes, conceptos, todo el 'bien' y el 'mal': ¡todo eso es sólido!» —
Mas cuando llega el duro invierno, el domador de ríos: entonces incluso los más chistosos aprenden desconfianza; y, en verdad, no sólo los imbéciles dicen entonces: «¿No será que todo permanece — inmóvil?»


«En el fondo todo permanece inmóvil», — esta es una auténtica doctrina de invierno, una buena cosa para una época estéril, un buen consuelo para los que se aletargan durante el invierno y para los trashogueros.
«En el fondo todo permanece inmóvil»: — ¡mas contra esto predica el viento del deshielo!
El viento del deshielo, un toro que no es un toro de arar, — ¡un toro furioso, un destructor, que con astas coléricas rompe el hielo! Y el hielo — ¡rompe los puentecillos!
Oh hermanos míos, ¿no fluye todo ahora? ¿No han caído al agua todos los pretiles y puentecillos? ¿Quién se aferraría aún al «bien» y al «mal»?
«¡Ay de nosotros! ¡Afortunados de nosotros! ¡El viento del deshielo sopla!» — ¡Predicadme esto, hermanos míos, por todas las callejas!

9
Existe una vieja ilusión que se llama bien y mal. En torno a adivinos y astrólogos ha girado hasta ahora la rueda de esa ilusión.
En otro tiempo la gente creía en adivinos y astrólogos: y por eso creía «Todo es destino: ¡debes puesto que te ves forzado!»
Pero luego la gente desconfió de todos los adivinos y astrólogos: y por eso creyó «Todo es libertad: ¡puedes puesto que quieres!»
¡Oh hermanos míos, acerca de lo que son las estrellas y el futuro ha habido hasta ahora tan sólo ilusiones, pero no saber!
10
«¡No robarás! ¡No matarás» -estas palabras se las llamó santas en todo tiempo; ante ellas la gente doblaba la rodilla y las cabezas y se descalzaba.
Pero yo os pregunto: ¿dónde ha habido nunca en el mundo peores ladrones y peores asesinos que esas santas palabras?
¿No hay en toda vida misma - robo y asesinato? Y por el hecho de llamar santos a tales palabras, ¿no se asesinó - a la verdad misma?
¿O fue una predicación de la muerte la que llamó santo a lo que hablaba en contra de toda vida y la desaconsejaba? - ¡Oh hermanos míos, romped, rompedme las viejas tablas!

11
Esta es mi compasión por todo lo pasado, el ver: que ha sido abandonado, -
- ¡abandonado a la gracia, al espíritu, a la demencia de cada generación que llega y reinterpreta como puente hacia ella todo lo que fue!
Un gran déspota podría venir, un diablo listo que con su benevolencia y su malevolencia forzase y violentase todo lo pasado: hasta que esto se convirtiese en puente para él y en presagio y heraldo y canto del gallo.
Y este es el otro peligro y mi otra compasión: -la memoria de quien es de la plebe no se remonta más que hasta el abuelo, - y con el abuelo acaba el tiempo.
Así está abandonado todo lo pasado: pues alguna vez podría ocurrir que la plebe se convirtiese en el señor y ahogase todo tiempo en aguas sin profundidad.
Por eso, oh hermanos míos, necesitase una nueva nobleza que sea el antagonista de toda plebe y de todo despotismo y escriba de nuevo en tablas nuevas la palabra «noble».
¡Pues se necesitan, en efecto, muchos nobles y muchas clases de nobles para que exista la nobleza! O como dije yo en otro tiempo en parábola: «¡Esta es precisamente la divinidad, que existan dioses, pero no Dios!»

12
Oh hermanos míos, yo os consagro a una nueva nobleza y os la señalo, vosotros debéis ser para mí engendradores y criadores y sembradores del futuro, -
en verdad, no una nobleza que vosotros pudierais comprar como la compran los tenderos, y con oro de tenderos: pues poco valor tiene todo lo que tiene un precio.
¡Constituya de ahora en adelante vuestro honor no el lugar de dónde venís, sino el lugar a donde vais! Vuestra voluntad y vuestro pie, que quieren ir más allá de vos­otros mismos, - ¡eso constituya vuestro nuevo honor!
En verdad, no el que hayáis servido a un príncipe -¡qué importan ya los príncipes! -o el que os hayáis convertido en baluarte de lo que existe ¡para que esté más sólido aún!

No el que vuestra estirpe se haya hecho cortesana en las cortes, y vosotros hayáis aprendido a estar de pie vestidos con ropajes multicolores, como un flamenco, durante largas horas dentro de estanques poco profundos.
- Pues poder estar de pie es un mérito entre los cortesanos: y todos los cortesanos creen que de la bienaventuranza después de la muerte forma parte — ¡el que se permita estar sentado! -
Ni tampoco el que un espíritu, que ellos llaman santo, condujese a vuestros antepasados a tierras prometidas, que yo no alabo: pues nada hay que alabar en la tierra donde creció el más funesto de todos los árboles - ¡la cruz! -
-y en verdad, a todos los sitios a que ese «espíritu santo» condujo sus caballeros, siempre esas expediciones iban precedidas - ¡de cabras y gansos y de cruzados mentecatos! -
¡Oh hermanos míos, no hacia atrás debe dirigir la mirada vuestra nobleza, sino hacia adelante! ¡Como proscritos debéis ser vosotros de todos los países de los padres y de los antepasados!
El país de vuestros hijos es el que debéis amar: sea ese amor vuestra nueva nobleza, - ¡el país no descubierto, situado en el mar más remoto! ¡A vuestras velas ordeno que partan una y otra vez en su busca!
En vuestros hijos debéis reparar el ser vosotros hijos de vuestros padres: ¡así debéis redimir todo lo pasado! ¡Esta nueva tabla coloco yo sobre vosotros!



13
«¿Para qué vivir? ¡Todo es vano! Vivir es trillar paja; vivir - es quemarse a sí mismo y, sin embargo, no calentarse». -
Tales anticuados parloteos continúan siendo considerados como «sabiduría»; y por ser viejos y oler a rancio, por eso se los respeta más. También el moho otorga nobleza.
Así les era lícito hablar a los niños: ¡ellos rehuyen el fuego porque éste los ha quemado! Hay mucho infantilismo en los viejos libros sapienciales.
Y a todo el que siempre «trilla paja», ¡cómo iba a serle lícito blasfemar del trillar! ¡A tales necios habría que amordazarles el hocico.
Estos se sientan a la mesa y no traen nada consigo, ni siquiera el buen hambre: - y ahora blasfeman diciendo «¡todo es vano!»
¡Pero comer y beber bien, oh hermanos míos, no es en verdad un arte vano! ¡Romped, rompedme las tablas de los eternos descontentos!

14
«Para el puro todo es puro» - así habla el pueblo. Pero yo os digo: ¡para los cerdos todo se convierte en cerdo!
Por ello los fanáticos y los beatos de cabeza colgante, que también llevan colgando hacia abajo el corazón, predican: «el mundo mismo es un monstruo merdoso».

Pues todos ellos son de espíritu sucio; y en especial aquellos que no tienen descanso ni reposo si no ven el mundo por detrás, - ¡los trasmundanos!
A éstos les digo a la cara, aunque ello no suene de modo agradable: el mundo se asemeja al hombre en que tiene un trasero, - ¡eso es verdad!
Hay en el mundo mucha mierda: ¡eso es verdad! ¡Mas no por ello es ya el mundo un monstruo merdoso!
Hay sabiduría en el hecho de que muchas cosas en el mundo huelan mal: ¡la náusea misma hace brotar alas y fuerzas que presienten manantiales!
Incluso en el mejor hay algo que produce náusea; ¡y el mejor es todavía algo que tiene que ser superado! -
¡Oh hermanos míos, hay mucha sabiduría en el hecho de que exista mucha mierda en el mundo!

15
A los piadosos trasmundanos les he oído decir a su propia conciencia estas sentencias y, en verdad, sin malicia ni falsía, - aunque nada hay en el mundo más falso ni más maligno.
«¡Deja que el mundo sea el mundo! ¡No muevas un solo dedo en contra de eso!»
«Deja que el que quiera estrangule y apuñale y saje y degüelle - a la gente: ¡no muevas un solo dedo en contra de eso! Así aprenden ellos incluso a renunciar al mundo».
«Y tu propia razón - a ésa tú mismo debes agarrarla del cuello y estrangularla; pues es una razón de este mundo, -así aprendes tú mismo a renunciar al mundo». -
- ¡Romped, rompedme, oh hermanos míos, estas viejas tablas de los piadosos! ¡Destruid con vuestra sentencia las sentencias de los calumniadores del mundo!

16
«Quien aprende muchas cosas desaprende todos los deseos violentos» - esto es algo que hoy las gentes se susurran unas a otras en todas las callejas oscuras.
«¡La sabiduría cansa, no vale la pena - nada; no debes tener deseos!» - esta nueva tabla la he encontrado colgada incluso en mercados públicos.
¡Rompedme, oh hermanos míos, rompedme también esta nueva tabla! Los cansados del mundo la han colgado de la pared, y los predicadores de la muerte, y también los carceleros: ¡pues mirad, también ella es una predicación en favor de la esclavitud! -
Ellos han aprendido mal, y no las mejores cosas, y todo de un modo demasiado prematuro, y todo de un modo demasiado rápido: y han comido mal, y por ello se les ha indigestado el estómago, -
- un estómago indigestado es, en efecto, su espíritu: ¡él es el que aconseja la muerte! ¡Pues, en verdad, hermanos míos, el espíritu es un estómago!
La vida es un manantial de placer: mas para aquel en el cual habla un estómago indigestado, padre de la tribulación, para ése todas las fuentes están envenenadas.
Conocer: ¡esto es placer para el hombre de voluntad leonina! Pero quien se ha cansado, ése sólo es «querido», con él juegan todas las olas.
Y esto es lo que les ocurre siempre a los hombres débiles: se pierden a sí mismos en sus caminos. Y al final, todavía su cansancio pregunta: «¡para qué hemos recorrido caminos! ¡Todo es igual!»
A los oídos de éstos les suena de manera agradable el que se predique: «¡Nada merece la pena! ¡No debéis querer!» Mas ésta es una predicación en favor de la esclavitud.
Oh hermanos míos, cual un viento fresco e impetuoso viene Zaratustra para todos los cansados del mundo; ¡a muchas narices hará aún estornudar!
También a través de los muros sopla mi aliento libre, ¡y penetra hasta las cárceles y los espíritus encarcelados!
El querer hace libres: pues querer es crear: así enseño yo. ¡Y sólo para crear debéis aprender!
¡Y también el aprender debéis aprenderlo antes de mí, el aprender bien! - ¡Quien tenga oídos, oiga!

17
Ahí está la barca, -tal vez navegando hacía la otra orilla se vaya a la gran nada. - ¿Quién quiere embarcarse en ese «tal vez»?
¡Ninguno de vosotros quiere embarcarse en la barca de la muerte! ¡Cómo pretendéis ser entonces hombres cansados del mundo!
¡Cansados del mundo! ¡Y ni siquiera habéis llegado a estar desprendidos de la tierra! ¡Siempre os he encontrado ávidos todavía de tierra, enamorados todavía del propio estar cansados de la tierra!
No en vano tenéis el labio colgante - ¡un pequeño deseo de tierra continúa asentado en él! Y en el ojo -¿no flota en él una nubecilla de inolvidado placer terrestre?
Hay en la tierra muchas buenas invenciones, las unas útiles, las otras agradables: por razón de ellas resulta amable la tierra.
Y muchas y distintas cosas están tan bien inventadas que, como el pecho de la mujer: son útiles y agradables a la vez.
¡Mas vosotros los cansados del mundo! ¡Vosotros los perezosos de la tierra! ¡A vosotros se os debe azotar! Al azotaros se os debe espabilar de nuevo las piernas.
Pues: si no sois enfermos y pillos decrépitos, de los que la tierra está cansada, sois astutos perezosos, o golosos y agazapados gatos de placer. Y si no queréis volver a correr alegremente, entonces debéis- ¡iros al otro mundo!
No se debe querer ser médico de los incurables: así lo enseña Zaratustra: - ¡por eso debéis iros al otro mundo!
Pero se necesita más valor para poner fin que para escribir un nuevo verso: esto lo saben todos los médicos y todos los poetas. -

18
Oh hermanos míos, hay tablas que las creó la fatiga, y tablas que las creó la pereza, tablas perezosas: aunque hablan del mismo modo, quieren que se las oiga de modo distinto. -
¡Mirad ahí ese hombre a punto de desmayarse! Se halla tan sólo a un palmo de su meta, mas a causa de la fatiga se ha tendido ahí obstinado en el polvo: ¡ese valiente!
A causa de la fatiga bosteza del camino y de la tierra y de la meta y de sí mismo: no quiere dar un solo paso más, - ¡ese valiente!
Ahora el sol arde sobre él, y los perros lamen su sudor: pero él yace ahí en su obstinación y prefiere desmayarse: -
- ¡desmayarse a un palmo de su meta! En verdad, tendréis que llevarle agarrado por los cabellos incluso a su cielo, - ¡a ese héroe!
Es mejor que lo dejéis tirado ahí donde él se ha echado, para que le llegue el sueño, el consolador, con un chaparrón refrescante:
Dejadle yacer hasta que se despierte por sí mismo, - ¡hasta que se retracte por sí mismo de toda fatiga y de lo que en él enseñaba fatiga!
Sólo, hermanos míos, ahuyentad de él a los perros, a los hipócritas perezosos y a todo el enjambre de sabandijas: -
a todo el enjambre de sabandijas de los «cultos», que con el sudor de todo héroe - ¡se regala!

19
Yo trazo en torno a mí círculos y fronteras sagradas; cada vez es menor el número de quienes conmigo suben hacia montañas cada vez más altas, - yo construyo una cordillera con montañas más santas cada vez. -

Pero adondequiera que conmigo subáis, oh hermanos míos, ¡cuidad de que no suba con vosotros un parásito!
Parásito: es un gusano, un gusano que se arrastra, que se doblega, que quiere engordar a costa de vuestros rincones enfermos y heridos.
Y su arte consiste en esto, en adivinar cuál es en las almas ascendentes el lugar en que están cansadas: en vuestro disgusto y en vuestro mal humor, en vuestro delicado pudor construye él su nauseabundo nido.
En el lugar en que el fuerte es débil, y el noble, demasiado benigno, - allí dentro construyó él su nauseabundo nido: el parásito habita allí donde el grande tiene pequeños rincones heridos.
¿Cuál es la especie más alta de todo ser, y cuál la más baja? El parásito es la especie más baja; pero quien forma parte de la especie más alta, ése alimenta a la mayor parte de los parásitos.
El alma, en efecto, que posee la escala más larga y que más profundo puede descender: ¿cómo no iban a asentarse en ella la mayor parte de los parásitos? -
-el alma más vasta, la que más lejos puede correr y errar y vagar dentro de sí; la más necesaria, que por placer se precipita en el azar: -
el alma que es, y se sumerge en el devenir; la que posee, y quiere sumergirse en el querer y desear: -
la que huye de sí misma, que a sí misma se da alcance en los círculos más amplios; el alma más sabia, a quien más dulcemente habla la necedad- -la que más se ama a sí misma, en la que todas las cosas tienen su corriente y su contracorriente, su flujo y su reflujo: - oh, ¿cómo no iba el alma más elevada a tener los peores parásitos?
20
Oh hermanos míos, ¿acaso soy cruel? Pero yo digo: ¡a lo que está cayendo se le debe incluso dar un empujón!
Todas estas cosas de hoy - están cayendo, decaen: ¡quién querría sostenerlas! Pero yo - ¡yo quiero darles además un empujón!
¿Conocéis vosotros la voluptuosidad que hace rodar las piedras en profundidades cortadas a pico? - Estos hombres de hoy: ¡mirad cómo ruedan a mis profundidades!
¡Un preludio de actores mejores soy yo, oh hermanos míos! ¡Un ejemplo! ¡Obrad según mi ejemplo!
Y a quien no le enseñéis a volar, enseñadle - ¡a caer más de prisa!

21
Yo amo a los valientes: mas no basta ser un mandoble, - ¡hay que saber también a quién se dan los mandobles!
Y a menudo hay más valentía en contenerse y pasar de largo: ¡a fin de reservarse para un enemigo más digno!
Debéis tener sólo enemigos que haya que odiar, pero no enemigos que haya que despreciar: tenéis que estar orgullosos de vuestro enemigo: así lo he enseñado ya una vez.
Para un enemigo más digno, oh amigos míos, debéis reservaros: por ello tenéis que pasar de largo junto a muchas cosas, -

- especialmente junto a mucha chusma, que os mete en los oídos ruido de pueblo y de pueblos.
¡Mantened puros vuestros ojos de su pro y de su contra., En ellos hay mucha justicia, mucha injusticia: quien se detiene a mirar se pone colérico.
Ver, golpear - esto es aquí una sola cosa: ¡por ello, marchad a los bosques y dejad dormir vuestra espada!
¡Seguid vuestros caminos! ¡Y dejad que el pueblo y los pueblos sigan los suyos! - ¡caminos oscuros en verdad, en los cuales no relampaguea ya ni una sola esperanza!
¡Que domine el tendero allí donde todo lo que brilla - es oro de tenderos! Ya no es tiempo de reyes: lo que hoy se llama a sí mismo pueblo no merece reyes.
Ved cómo estos pueblos actúan ahora, también ellos, igual que los tenderos: ¡rebuscan las más mínimas ventajas incluso en todos los desperdicios!
Se acechan mutuamente, se espían unos a otros, - a esto lo llaman «buena vecindad». Oh bienaventurado tiempo remoto en que un pueblo se decía a sí mismo: «¡yo quiero ser el señor - de otros pueblos!»
Pues, hermanos míos: ¡lo mejor debe dominar, lo mejor quiere también dominar! Y donde se enseña otra cosa, allí - falta lo mejor.



22
Si ésos - tuviesen gratis el pan, ¡ay! ¿Tras de qué andarían ésos gritando? Su sustento - es su verdadero entretenimiento; ¡y la vida debe resultarles difícil!
Animales de presa son: ¡en su «trabajar» - hay también robo, en su «merecer» - hay también engaño! ¡Por eso la vida debe resultarles difícil!
Deben hacerse mejores animales de presa, más sutiles, más inteligentes, más semejantes al hombre: el hombre es, en efecto, el mejor animal de presa.
A todos los animales les ha robado ya el hombre sus virtudes: por eso, de todos los animales es el hombre el que ha tenido la vida más difícil.
Ya sólo los pájaros están por encima de él. Y cuando el hombre aprenda a volar, ¡ay! ¡hasta qué altura - volará su rapacidad!

23
Así quiero yo que sean el hombre y la mujer: el uno, apto para la guerra, la otra, apta para dar a luz, mas ambos aptos para bailar con la cabeza y con las piernas.
¡Y demos por perdido el día en que no hayamos bailado al menos una vez! ¡Y sea falsa para nosotros toda verdad en la que no haya habido una carcajada!

24
Vuestro enlace matrimonial: ¡Tened cuidado de que no sea una mala conclusión! Habéis soldado con demasiada rapidez: ¡por eso de ahí se sigue -el quebrantamiento del matrimonio!
¡Y es mejor quebrantar el matrimonio que torcer el matrimonio, que mentir el matrimonio! - Así me dijo una mujer: «Es verdad que yo he quebrantado el matrimonio, ¡pero antes el matrimonio me había quebrantado a mí»
Siempre he encontrado que los mal apareados eran los peores vengativos: hacen pagar a todo el mundo el que ellos no puedan ya correr por separado.
Por ello quiero yo que los honestos se digan uno a otro: «Nosotros nos amamos: ¡veamos si podemos continuar amándonos! ¿O debe ser una equivocación nuestra promesa?»
- «¡Dadnos un plazo y un pequeño matrimonio, para que veamos si somos capaces del gran matrimonio! ¡Es una gran cosa estar dos siempre juntos!»
Así aconsejo yo a todos los honestos; ¡y qué sería mi amor al superhombre y a todo lo que debe venir si yo aconsejase y hablase de otro modo!
No sólo a propagaros al mismo nivel, sino a propagaros hacia arriba- ¡a eso, oh hermanos míos, ayúdeos el jardín del matrimonio!



25
El que ha llegado a conocer los viejos orígenes acabará por buscar manantiales del futuro y nuevos orígenes.
Oh hermanos míos, no pasará mucho tiempo y nuevos pueblos nacerán y nuevos manantiales se precipitarán ruidosamente en nuevas profundidades.
El terremoto, en efecto, - ciega muchos pozos y provoca gran sequedad: y también saca a luz energías y secretos ocultos.
El terremoto pone de manifiesto nuevos manantiales. En el terremoto de viejos pueblos emergen manantiales nuevos.
Y en torno a quien entonces grita: «He aquí un pozo para muchos sedientos, un corazón para muchos anhelosos, una voluntad para muchos instrumentos»: — en torno a ése se reúne un pueblo, es decir: muchos experimentadores.

Quién puede mandar, quién tiene que obedecer - ¡eso es lo que aquí se experimenta! ¡Ay, con qué búsquedas y adivinaciones y fallos y aprendizajes y reexperimentos tan prolongados!
La sociedad de los hombres: es un experimento, así lo enseño yo, una prolongada búsqueda: ¡y busca al hombre de mando! -
-un experimento, ¡oh hermanos míos! ¡Y no un «contrato»! ¡Romped, rompedme tales palabras de los corazones débiles y de los amigos de componendas!


26
¡Oh hermanos míos! ¿En quiénes reside el mayor peligro para todo futuro de los hombres? ¿No es en los buenos y justos? -
-en aquellos que dicen y sienten en su corazón: «nosotros sabemos ya lo que es bueno y justo, y hasta lo tenemos; ¡ay de aquellos que continúan buscando aquí!»
Y sean cuales sean los daños que los malvados ocasionen: ¡el daño de los buenos es el daño más dañino de todos.
Y sean cuales sean los daños que los calumniadores del mundo ocasionen: el daño de los buenos es el daño más dañino de todos.
Oh hermanos míos, en cierta ocasión uno miró dentro del corazón de los buenos y justos, y dijo: «Son fariseos». Pero no le entendieron.
A los buenos y justos mismos no les fue lícito entenderle: su espíritu está prisionero de su buena conciencia. La estupidez de los buenos es insondablemente inteligente.
Pero ésta es la verdad: los buenos tienen que ser fariseos, - ¡no tienen opción!
¡Los buenos tienen que crucificar a aquel que se inventa su propia virtud! ¡Esta es la verdad!
Mas el segundo que descubrió su país, el país, el corazón y el terruño de los buenos y justos: ése fue el que preguntó: «¿A quién es al que más odian éstos?»
Al creador es al que más odian: a quien rompe tablas y viejos valores, al quebrantador - llámanlo delincuente
Los buenos, en efecto, - no pueden crear: son siempre el comienzo del final: -
crucifican a quien escribe nuevos valores sobre nuevas tablas, sacrifican el futuro a sí mismos, - ¡crucifican todo el futuro de los hombres!
Los buenos - han sido siempre el comienzo del final. -

27
Oh hermanos míos, ¿habéis entendido también esta palabra? ¿Y lo que en otro tiempo dije acerca del «último hombre»? - -
¿En quiénes reside el máximo peligro para todo el futuro de los hombres? ¿No es en los buenos y justos?
¡Romped, destrozadme a los buenos y justos! - Oh hermanos míos, ¿habéis entendido también esta palabra?

28
¿Huís de mí? ¿Estáis espantados? ¿Tembláis ante esta palabra?
Oh hermanos míos, cuando os he mandado destrozar a los buenos y las tablas de los buenos: sólo entonces es cuando yo he embarcado al hombre en su alta mar.
Y ahora llegan a él el gran espanto, el gran mirar a su alrededor, la gran enfermedad, la gran náusea, el gran mareo.

Falsas costas y falsas seguridades os han enseñado los buenos; en mentiras de los buenos habéis nacido y habéis estado cobijados. Todo está falseado y deformado hasta el fondo por los buenos.
Pero quien ha descubierto el país «hombre» ha descubierto también el país «futuro de los hombres». ¡Ahora vosotros debéis ser mis marineros, bravos, pacientes!
¡Caminad erguidos a tiempo, oh hermanos míos, aprended a caminar erguidos! El mar está tempestuoso: muchos quieren servirse de vosotros para volver a erguirse.
El mar está tempestuoso: todo está en el mar. ¡Bien!
¡Adelante! ¡Viejos corazones de marineros!
¡Qué importa el país de los padres! ¡Nuestro timón quiere dirigirse hacia donde está el país de nuestros hijos! ¡Hacia allá lánzase tempestuoso, más tempestuoso que el mismo mar, nuestro gran anhelo! -

29
«¡Por qué tan duro! -dijo en otro tiempo el carbón de cocina al diamante; ¿no somos parientes cercanos?» -
¿Por qué tan blandos? Oh hermanos míos, así os pregunto yo a vosotros: ¿no sois vosotros - mis hermanos?
¿Por qué tan blandos, tan poco resistentes y tan dispuestos a ceder? ¿Por qué hay tanta negación, tanta renegación en vuestro corazón? ¿Y tan poco destino en vuestra mirada?

Y si no queréis ser destinos ni inexorables: ¿cómo podríais - vencer conmigo?
Y si vuestra dureza no quiere levantar chispas y cortar y sajar: ¿cómo podríais algún día - crear conmigo?
Los creadores son duros, en efecto. Y bienaventuranza tiene que pareceros el imprimir vuestra mano sobre milenios como si fuesen cera, -
- bienaventuranza, escribir sobre la voluntad de milenios como sobre bronce, - más duros que el bronce, más nobles que el bronce. Sólo lo totalmente duro es lo más noble de todo.
Esta nueva tabla, oh hermanos míos, coloco yo sobre vosotros: ¡haceos duros!

30
!Oh tú voluntad mía! ¡Tú viraje de toda necesidad, tú necesidad mía! ¡Presérvame de todas las victorias pequeñas!
¡Tú providencia de mi alma, que yo llamo destino! ¡Tú que estás dentro de mí! ¡Tú que estás encima de mí! ¡Presérvame y resérvame -para un gran destino!
Y tu última grandeza, voluntad mía, resérvatela para tu último instante, - ¡para ser inexorable en tu victoria! ¡Ay, quién no ha sucumbido a su victoria!
¡Ay, a quién no se le oscurecieron los ojos en ese crepúsculo ebrio! ¡Ay, a quién no le vaciló el pie y desaprendió, en la victoria, - a estar de pie! -
- Que yo esté preparado y maduro alguna vez en el gran mediodía: preparado y maduro como bronce ardiente, como nube grávida de rayos y como ubre hinchada de leche: -
preparado para mí mismo y para mi voluntad más oculta: como un arco ansioso de su flecha, como una flecha ansiosa de su estrella: -
como una estrella preparada y madura en su mediodía, ardiente, perforada, bienaventurada gracias a las aniquiladoras flechas solares: -
-como el sol mismo, y como una inexorable voluntad solar, ¡dispuesto a aniquilar en la victoria!
¡Oh voluntad, viraje de toda necesidad, tú necesidad mía! ¡Resérvame para una gran victoria! –


El convaleciente

1
Una mañana, no mucho tiempo después de su regreso a la caverna, Zaratustra saltó de su lecho como un loco, gritó con voz terrible e hizo gestos como si en el lecho yaciese todavía alguien que no quisiera levantarse de allí; y tanto resonó la voz de Zaratustra que sus animales acudieron asustados, y de todas las cavernas y escondrijos que estaban próximos a la caverna de Zaratustra escaparon todos los animales, - volando, revoloteando, arrastrándose, saltando, según que les hubiesen tocado en suerte patas o alas. Y Zaratustra dijo estas palabras:


¡Sube, pensamiento abismal, de mi profundidad! Yo soy tu gallo y tu crepúsculo matutino, gusano adormilado: ¡arriba! ¡arriba! ¡Mi voz debe desvelarte ya con su canto de gallo!
¡Desátate las ataduras de tus oídos: escucha! ¡Pues yo quiero oírte! ¡Arriba! ¡Arriba! ¡Aquí hay truenos bastantes para que también los sepulcros aprendan a escuchar!
¡Y borra de tus ojos el sueño y toda imbecilidad, toda ceguera! Óyeme también con tus ojos: mi vos es una medicina incluso para ciegos de nacimiento.
Y una vez que te hayas despertado deberás permanecer eternamente despierto. No es mi hábito despertar del sueño a tatarabuelas para decirles que sigan durmiendo!
¿Te mueve, te desperezas, ronroneas? ¡Arriba! ¡Arriba! ¡No roncar - háblame de lo que debes! ¡Te llama Zaratustra el ateo!
Yo Zaratustra, el abogado de la vida, el abogado del sufrimiento, el abogado del círculo - te llamo a ti el más abismal de mis pensamientos!
¡Dichoso de mí! Vienes - ¡te oigo! ¡Mi alma habla, he hecho girar a mi última profundidad para que mire hacia la luz!
¡Dichoso de mí! ¡Ven! Dame la mano - ¡ay! ¡deja! ¡ay, ay! - nausea, nausea, náusea - - - ¡ay de mí!

2
Y apenas había dicho Zaratustra estas palabras cayó al suelo como un muerto y permaneció largo tiempo como un muerto. Mas cuando volvió en sí estaba pálido y temblaba y permaneció tendido y durante largo tiempo no quiso comer ni beber. Esto duró en él siete días; mas su animales no le abandonaron ni de día ni de noche, excepto que el águila volaba fuera a recoger comida. Y lo que recogí y robaba colocábalo en el lecho de Zaratustra de modo que éste acabó por yacer entre amarillas y rojas bayas, racimos de uvas, manzanas de rosa, hierbas aromáticas y piñas. Y a sus pies estaban extendidos dos corderos que el águila había arrebatado con gran esfuerzo a su pastores.
Por fin, al cabo de siete días, Zaratustra se irguió en su lecho, tomó en la mano una manzana de rosa, la olió y encontró agradable su olor. Entonces creyeron sus animales que había llegado el tiempo de hablar con él.
“Oh Zaratustra, dijeron, hace ya siete días que estás así tendido, con pesadez en los ojos: ¿no quieres por fin ponerte otra vez de pie?
Sal de tu caverna: el mundo te espera como un jardín. El viento juega con densos aromas que quieren venir hasta ti; y todos los arroyos quisieran seguirte en su carrera.
Todas las cosas sienten anhelo de ti, porque has permanecido solo siete días, - ¡sal fuera de tu caverna! ¡Todas las cosas quieren ser tus médicos!
¿Es que ha venido a ti un nuevo conocimiento, un conocimiento, ácido, pesado? Como masa acedada yacías tú ahí, tu alma se hinchaba y rebosaba por todos sus bordes”. -
- ¡Oh animales míos, respondió Zaratustra, seguid parloteando así y dejad que os escuche! Me reconforta que parloteéis: donde se parlotea, allí el mundo se extiende ante mí como un jardín.
Qué agradable es que existan palabras y sonidos: ¿palabras y sonidos no son acaso arcos iris y puentes ilusorios tendido entre lo eternamente separado?
A cada alma le pertenece un mundo distinto; para cada alma es toda otra alma un trasmundo.
Entre las cosas más semejantes es precisamente donde la ilusión miente del modo más hermoso; pues el abismo más pequeño es el más difícil de salvar.
Par mí - ¿cómo podría haber un fuera-de-mí? ¡No existe ningún fuera! Mas esto lo olvidamos tan pronto como vibran los sonidos; ¡que agradable es olvidar esto!
No se les ha regalado a las cosas nombres y sonidos para que el hombre se reconforte con las cosas? Una hermosa necedad es el hablar: al hablar el hombre baila sobre las cosas.

¡Qué agradables son todo hablar y todas las mentiras de los sonidos! Con sonidos baila nuestro amor sobre multicolores arcos iris. -
“Oh Zaratustra, dijeron a esto los animales, todas las cosas mismas bailan para quienes piensan como nosotros: vienen y se tienden la mano, y ríen, y huyen, y vuelven.
Todo va, todo vuelve; eternamente rueda la rueda del ser. Todo muere, todo vuelve a florecer, eternamente corre el año del ser.
Todo se rompe, todo se recompone; eternamente la misma casa del ser se reconstruye a sí misma. Todo se despide, todo vuelve a saludarse; eternamente permanece fiel a sí el anillo del ser.
En cada instante comienza el ser; en torno a todo ‘aquí’ gira la esfera ‘allá’. El centro está en todas partes. Curvo es el sendero de la eternidad”.-
- ¡Oh truhanes y organillos de manubrio!, respondió Zaratustra y de nuevo sonrió, qué bien sabéis lo que tuvo que cumplirse durante siete días.-
¡Y cómo aquél monstruo se deslizó en mi garganta y me estranguló! Pero yo le mordí la cabeza y la escupí lejos de mí.
Y vosotros, - ¿vosotros habéis hecho ya de ello una canción de organillo? Mas ahora yo estoy aquí tendido, fatigado, aún de ese morder y escupir lejos, enfermo todavía de la propia redención.
¿Y vosotros habéis sido espectadores de todo esto? Oh animales míos ¿también vosotros sois crueles? ¿Habéis querido contemplar mi gran dolo, como hace los hombres? El hombre es, en efecto, el más cruel de todos los animales.
Como más a gusto se ha sentido hasta ahora en la tierra ha sido asistiendo a tragedias, corridas de toros y crucifixiones; y cuando inventó el infierno, he aquí que este fue su cielo en la tierra.
Cuando el gran hombre grita: -apresúrase el pequeño a acudir; y de avidez le cuelga la lengua fuera del cuello. Mas él a esto lo llama su “compasión”.

El hombre pequeño, sobre todo el poeta, - ¡con qué vehemencia acusa a la vida con palabras! ¡Escuchadlo, pero no dejéis de oír el placer que hay en todo acusar!
Tales acusadores de la vida: la vida los supera con un simple parpadeo. “¿Me amas?, dice la descarada; espera un poco, aún no tengo tiempo para ti”.
El hombre es para consigo mismo el más cruel de los animales; y en todo lo que a sí mismo se llama “pecador” y dice que “lleva la cruz” y que es un “penitente”, ¡no dejéis de oír la voluptuosidad que hay en ese lamentarse y acusar!
Yo mismo - ¿quiero ser con esto el acusador del hombre? Ay, animales míos, esto es lo único que he aprendido hasta ahora, que el hombre necesita, para sus mejores cosas, de lo peor que hay en él, -
- que todo lo peor es su mejor fuerza y la piedra más dura para el supremo creador; y que el hombre tiene que hacerse más bueno y más malvado: -
El leño de martirio a que yo estaba sujeto no era el que yo supiese: el hombre es malvado, - sino el que yo gritase como nadie ha gritado aún:
“¡Ay, qué pequeñas son incluso sus mejores cosas!”
El gran hastío del hombre - él era el que me estrangulaba y el que se me había deslizado en la garganta: y lo que el adivino había profetizado: “Todo es igual, nada merece la pena, el saber estrangular”.
Un gran crepúsculo iba cojeando delante de mí, una tristeza mortalmente cansada, ebria de muerte, que hablaba con boca bostezante.
“Eternamente retorna él, el hombre del que estás cansado, el hombre pequeño” - así bostezaba mi tristeza y arrastraba el pie y no podía adormecerse.
En una oquedad se transformó para mí la tierra de los hombres, su pecho se hundió, todo lo vivo convirtióse para mí en putrefacción humana y en huesos y en caduco pasado.

Mi suspirar estaba sentado sobre todos los sepulcros de los hombres y no podía ponerse de pie; mi suspirar y mi preguntar lanzaban presagios siniestros y estrangulaban y roían y se lamentaban día y noche.
“¡Ay, el hombre retorna siempre! ¡El hombre pequeño retorna siempre!” -
Desnudos había visto yo en otro tiempo a ambos al hombre más grande y al hombre más pequeño: demasiado semejantes entre sí, - ¡demasiado humano incluso el más grande!
¡Demasiado pequeño el más grande! - ¡Este era mi hastío del hombre! ¡Y el eterno retorno también del más pequeño! ¡Este era el hastío de toda existencia!
Ay, ¡náusea! ¡náusea! ¡náusea! - - Así hablo Zaratustra, y suspiró y tembló; pues se acordaba de su enfermedad. Mas entonces sus animales no le dejaron seguir hablando.

“¡No sigas hablando convaleciente! - así le respondieron sus animales, sino sal fuera, a donde el mundo te espera como un jardín.
¡Sal fuera, a las rosas y a las abejas y a las bandadas de palomas! Y, sobre todo, a los pájaros cantores: ¡para que de ellos aprendas a cantar!
Cantar es en efecto, cosa propia de convalecientes; al sano le gusta hablar. Y aun cuando también el sano quiere canciones, quiere, sin embargo, distintas canciones que el convaleciente”

-“¡Oh truhanes y organillos de manubrio, callad!- respondió Zaratustra y se sonrió de sus animales. ¡Que bien sabéis el cosuelo que inventé para mí durante siete días!
El tener que cantar de nuevo - ése fue el consuelo que me inventé, y ésa fue el consuelo que me inventé, y ésa mi curación: queréis acaso vosotros hacer en seguida de ello una canción de organillo?”


“No sigas hablando, volvieron a responderle sus animales; es preferible que tú, convaleciente, te prepares primero una lira, ¡una lira nueva!
Pues mira, ¡oh, Zaratustra! Para estas nuevas canciones se necesitan liras nuevas.
Canta y cubre los ruidos con tus bramidos, oh Zaratustra, cura tu alma con nuevas canciones: ¡para que puedas llevar tu gran destino, que no ha sido aún el destino de ningún hombre!
Canta y cubre los ruidos con tus bramidos, oh Zaratustra, cura tu alma con nuevas canciones: ¡para que puedas llevar tu gran destino, que no has sido aún el destino de ningún hombre!
Pues tus animales saben bien, oh Zaratustra, quién eres tú y quién tienes que llegar a ser: tú eres el maestro del eterno retorno, -¡ese es tu destino!
El que tengas que ser el primero en enseñar esta doctrina, -¡cómo no iba a ser ese gran destino también tu máximo peligro y tu máxima enfermedad!
Mira, nosotros sabemos lo que tú enseñas: que todas las cosas retornan eternamente, y nosotros mismos con ellas, y que nosotros hemos existido ya infinitas veces, y todas las cosas con nosotros.
Tú enseñas que hay un gran año del devenir, un monstruo de gran año: una y otra vez tiene éste que darse la vuelta, lo mismo que un reloj de arena, para volver a transcurrir y a vaciarse:-
de modo que todos estos años son idénticos a sí mismos, en lo más grande y también en lo más pequeño.
Y si tú quisieras morir ahora, oh Zaratustra: mira, también sabemos cómo te hablarías entonces a ti mismo: - ¡más tu animales te piden que no mueras todavía!
Hablarías sin temblar, antes bien dando un aliviador suspiro de bienaventuranza: ¡pues una gran pesadez y un gran sofoco se te quitarían de encima a ti el más paciente de todos los hombres! -
Pero el nudo de las causas, en el cual yo estoy entrelazado, retorna, -¡él me creará de nuevo! Yo mismo formo parte de las causas del eterno retorno.
Vendré otra vez, con este sol, con esta tierra, con este águila, con esta serpiente -no a una vida nueva o a una vida mejor o a una vida semejante:
-vendré eternamente de nuevo a esta misma e idéntica vida, en lo más grande y también en lo más pequeño, para enseñar de nuevo el eterno retorno de todas las cosas. -
-para decir de nuevo la palabra del gran mediodía de la tierra y de los hombres, para volver a anunciar el superhombre a los hombres.
He dicho mi palabra, quedo hecho pedazos a causa de ella: así lo quiere mi suerte eterna, - ¡perezco como anunciador!
Ha llegado la hora de que el que se hunde en su ocaso se bendiga s sí mismo. Así - acaba el ocaso de Zaratustra” - -

Cuando los animales hubieron dicho estas palabras callaron y esperaron a que Zaratustra les dijese algo; mas Zaratustra no oyó que ellos callaban. Antes bien, yacía en silencio, con los ojos cerrados, semejante a un durmiente, aunque ya no dormía: pues se hallaba en conversación con su alma. Pero la serpiente y el águila, al encontrarle tan silencioso, honraron el gran silencio que le rodeaba y se alejaron con cuidado.





DEL GRAN ANHELO

Oh alma mía, yo te he enseñado a decir «hoy» como se dice «alguna vez» y «en otro tiempo» y a bailar tu ronda por encima de todo aquí y ahí y allá.
Oh alma mía, yo te he redimido de todos los rincones, yo he apartado de ti el polvo, las arañas y la penumbra.
Oh alma mía, yo te he lavado del pequeño pudor y de la virtud de los rincones, y te persuadí a estar desnuda ante los ojos del sol.
Con la tempestad llamada «espíritu» soplé sobre tu mar agitado; todas las nubes las expulsé de él soplando, estrangulé incluso al estrangulador llamado «pecado».
Oh alma mía, te he dado el derecho de decir no como la tempestad y de decir sí como dice sí el cielo abierto: silenciosa como la luz te encuentras ahora, y caminas a través de tempestades de negación.
Oh alma mía, te he devuelto la libertad sobre lo creado y lo increado: ¿y quién conoce la voluptuosidad de lo futuro como tú la conoces?
Oh alma mía, te he enseñado el despreciar que no viene como una carcoma, el grande, amoroso despreciar, que ama máximamente allí donde máximamente desprecia.
Oh alma mía, te he enseñado a persuadir de tal modo que persuades a venir a ti a los argumentos mismos: semejante al sol, que persuade al mar a subir hasta su altura.


Oh alma mía, he apartado de ti todo obedecer, todo doblar la rodilla y todo llamar «señor» a otro; te he dado a ti misma el nombre «viraje de la necesidad» y «destino».
Oh alma mía, te he dado nuevos nombres y juguetes multicolores, te he llamado «destino» y «contorno de los contornos» y «ombligo del tiempo» y «campana azul».
Oh alma mía, a tu terruño le he dado a beber toda sabiduría, todos los vinos nuevos y también todos los vinos fuertes, inmemorialmente viejos, de la sabiduría.
Oh alma mía, todo sol lo he derramado sobre ti, y toda noche y todo callar y todo anhelo: - así has crecido para mí cual una viña.
Oh alma mía, inmensamente rica y pesada te encuentras ahora, como una viña, con hinchadas ubres y densos y dorados racimos de oro,
- apretada y oprimida por tu felicidad, aguardando a causa de tu sobreabundancia, y avergonzada incluso de tu aguardar.
¡Oh alma mía, en ninguna parte hay ahora un alma que sea más amorosa y más comprensiva y mas amplía que tú! El futuro y el pasado ¿donde estarían mas próximos y juntos que en ti?
Oh alma mía, te he dado todo, y todas mis manos se han vaciado por ti: - ¡y ahora! Ahora me dices sonriendo y llena de melancolía: «¿Quien de nosotros tiene que dar las gracias?
- ¿el que da no tiene que agradecer que el que toma tome? ¿Hacer regalos no es una necesidad? ¿Tomar no es - Un apiadarse?»
Oh alma mía, comprendo la sonrisa de tu melancolía: ¡También tu inmensa riqueza extiende ahora manos anhelantes!

¡Tu plenitud mira por encima de mares rugientes y busca y aguarda; el anhelo de la sobreplenitud mira desde el cielo de tus ojos sonrientes!
¡Y, en verdad, oh alma mía! ¿Quién vería tu sonrisa y no se desharía en lágrimas? Los ángeles mismos se deshacen en lágrimas a causa de la sobrebondad de tu sonrisa.
Tu bondad y tu sobrebondad son las que no quieren lamentarse y llorar: y, sin embargo, oh alma mía, tu sonrisa anhela las lágrimas, y tu boca trémula, los sollozos.
«¿No es todo llorar un lamentarse? ¿Y no es todo lamentarse un acusar?» Así te hablas a ti misma, y por ello, oh alma mía, prefieres sonreír a desahogar tu sufrimiento,
- ¡a desahogar en torrentes de lágrimas todo el sufrimiento que te causan tu plenitud y todos los apremios de la vida para que vengan viñadores y podadores!
Pero tu no quieres llorar, no quieres desahogar en lagrimas tu purpúrea melancolía, ¡por eso tienes que cantar, oh alma mía! -Mira, yo mismo sonrío, yo te predije estas cosas:
- cantar, con un canto rugiente, hasta que todos los mares se callen para escuchar tu anhelo,
hasta que sobre silenciosos y anhelantes mares se balancee la barca, el áureo prodigio, en torno a cuyo oro dan brincos todas las cosas malas y prodigiosas:
también muchos animales grandes y pequeños, y todo lo que tiene prodigiosos pies ligeros para poder correr sobre senderos de color violeta

- hacia el áureo prodigio, hacia la barca voluntaria y su dueño: pero éste es el vendimiador, que aguarda con una podadera de diamante, -
tu gran liberador, oh alma mía, el sin-nombre ¡al que sólo cantos futuros encontrarán un nombre! Y, en verdad, tu aliento tiene ya el perfume de cantos futuros,
- ¡ya tú ardes y sueñas, ya bebes tú, sedienta, de todos los consoladores pozos de sonoras profundidades, ya descansa tu melancolía en la bienaventuranza de cantos futuros! -
Oh alma mía, ahora te he dado todo, e incluso lo ultimo que tenía, y todas mis manos se han vaciado por ti: - ¡el mandarte cantar, mira, esto era mi última cosa!
El mandarte cantar, y ahora habla, di: ¿quién de nosotros tiene ahora - que dar las gracias? - O mejor: ¡canta para mí, canta, oh alma mía! ¡Y déjame que sea yo el que dé las gracias! –


Los siete sellos
(O: La canción «Sí y Amén
1
Si yo soy un adivino y estoy lleno de aquel espíritu vaticinador que camina sobre una elevada cresta entre dos mares, --
que camina como una pesada nube entre lo pasado y lo futuro, -- hostil a las hondonadas sofocantes y a todo lo que está cansado y no es capaz ni de vivir ni de morir:
dispuesta en su oscuro seno a lanzar el rayo y el redentor resplandor, grávida de rayos que dicen ¡sí! , ríen ¡sí!, dispuesta a lanzar vaticinadores resplandores fulgurantes:
-- ¡bienaventurado el que está grávido de tales cosas! ¡Y, en verdad, mucho tiempo tiene que estar suspendido de la montaña, cual una mala borrasca, quien alguna vez debe encender la luz del futuro!
Oh, cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, -- ¡el anillo del retorno!
Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad!
¡Pues yo te amo, oh eternidad!

2
Si alguna vez mi cólera destrozó sepulcros, desplazó mojones señaladores de límites e hizo rodar viejas tablas, ya rotas, a profundidades cortadas a pico:
Si alguna vez mi escarnio aventó palabras enmohecidas y yo vine como una escoba para arañas cruceras y como viento que limpia viejas y sofocantes criptas funerarias:
Si alguna vez me senté jubiloso allí donde yacen enterrados viejos dioses, bendiciendo al mundo, amando al mundo, junto a los monumentos de los viejos calumniadores del mundo:
-- pues yo amo incluso las iglesias y los sepulcros de dioses, a condición de que el cielo mire con su ojo puro a través de sus derruidos techos; me gusta sentarme, como hierba y roja amapola, sobre derruidas iglesias. --
Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, -- el anillo del retorno?
Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad!
¡Pues yo te amo, oh eternidad!

3
Si alguna vez llegó hasta mí un soplo del soplo creador y de aquella celeste necesidad que incluso a los azares obliga a bailar ronda de estrellas;
Si alguna vez reí con la risa del rayo creador, al que gruñendo, pero obediente, sigue el prolongado trueno de la acción:
Si alguna vez jugué a los dados con los dioses sobre la divina mesa de la tierra, de tal manera que la tierra tembló y se resquebrajó y arrojó resoplando ríos de fuego: --
pues una mesa de dioses es la tierra, que tiembla con nuevas palabras creadoras y con divinas tiradas de dados: --
¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, -- el anillo del retorno?
Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad!
¡Pues yo te amo, oh eternidad!

4
Si alguna vez bebí a grandes tragos de aquel espumeante y aderezado jarro lleno de mosto en el que se hallan bien mezcladas todas las cosas:
Si alguna vez mi mano derramó las cosas más remotas sobre las más próximas, y fuego sobre el espíritu, y placer sobre el sufrimiento, y lo más inicuo sobre lo más bondadoso:
Si yo mismo soy un grano de aquella sal redentora que hace que todas. las cosas se mezclen bien en aquel jarro: --
-- pues hay una sal que liga lo bueno con lo malvado; y hasta lo más malvado es digno de servir de con­dimento y de última efusión: --
Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, -- el anillo del retorno?
Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad!
¡Pues yo te amo, oh eternidad!

5
Si yo soy amigo del mar y de todo cuanto es de especie marina, y cuando más amigo suyo soy es cuando, colé­rico, él me contradice:
Si en mí hay aquel placer indagador que empuja las velas hacia lo no descubierto, si en mí placer hay un placer de navegante:
Si alguna vez mi júbilo gritó: “La costa ha desaparecido -- ahora ha caído mi última cadena --
lo ilimitado ruge en torno a mí, allá lejos brillan para mí el espacio y el tiempo, ¡bien! ¡adelante! ¡viejo corazón!” --
Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, -- el anillo del retorno?
Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad!
¡Pues yo te amo, oh eternidad!

6
Si mi virtud es la virtud de un bailarín, y a menudo he saltado con ambos pies hacia un éxtasis de oro y esmeralda:
Si mi maldad es una maldad riente, que habita entre colinas de rosas y setos de lirios:
-- dentro de la risa, en efecto, se congrega todo lo malvado, pero santificado y absuelto por su propia bienaventuranza: --
Y si mi Alfa y mi Omega es que todo lo pesado se vuelva ligero, todo cuerpo, bailarín, todo espíritu, pájaro: ¡y en verdad esto es mi Alfa y mi Omega! --
Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, -- el anillo del retorno?


Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad!
¡Pues yo te amo, oh eternidad!

7
Si alguna vez extendí silenciosos cielos encima de mí, y con alas propias volé hacia cielos propios:
Si yo nadé jugando en profundas lejanías de luz, y mi libertad alcanzó una sabiduría de pájaro: --
-- y así es como habla la sabiduría de pájaro: “¡Mira, no hay ni arriba ni abajo! ¡Lánzate de acá para allá, hacia adelante, hacia atrás, tú ligero! ¡Canta! ¡no sigas hablando!
-- ¿Acaso todas las palabras no están hechas para los pesados? ¿No mienten, para quien es ligero, todas las palabras? Canta, ¡no sigas hablando!”
Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, -- el anillo del retorno?
Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad!
¡Pues yo te amo, oh eternidad!







CUARTA PARTE

EL MÁS FEO DE LOS HOMBRES

-- Y de nuevo corrieron los pies de Zaratustra por montañas y bosques, y sus ojos buscaron y buscaron, mas en ningún lugar pudieron ver a aquél a quien querían ver, al gran necesitado que gritaba pidiendo socorro. Durante todo el camino, sin embargo, se regocijaba en su corazón y estaba agradecido. «¡Qué buenas cosas, decía, me ha regalado este día para compensarme de haber comenzado mal! ¡Qué extraños interlocutores he encontrado!
Quiero rumiar durante largo tiempo sus palabras, como si fueran buenos granos; ¡mis dientes deberán desmenuzarlas y molerlas hasta que fluyan a mi alma como leche!»
Mas cuando el camino volvió a girar en torno a una roca el paisaje se transformó de repente y Zaratustra penetró en un reino de muerte. En él peñascos negros y rojos miraban rígidos hacia arriba: ni una brizna de hierba, ni un árbol, ni el canto de un pájaro. Era, en efecto, un valle que todos los animales evitaban, incluso los animales de rapiña; sólo una especie de serpientes feas, gordas, verdes, cuando se volvían viejas, venían aquí para morir. Por esto los pastores llamaban a este valle: Muerte de la Serpiente.
Zaratustra se sumergió en un negro recuerdo, pues le parecía que él había estado ya una vez en aquel valle. Y muchas cosas pesadas oprimieron su ánimo: de modo que comenzó a caminar cada vez más lentamente, hasta que por fin se detuvo. Entonces, al abrir los ojos, vio algo que se hallaba sentado junto al camino, algo que tenía una figura como de hombre, pero que apenas lo parecía, algo inexpresable. Y de repente se apoderó de Zaratustra una gran vergüenza por haber visto con sus ojos algo así: enrojeciendo hasta la raíz de sus blancos cabellos apartó la vista y levantó el pie para abandonar aquel triste lugar. En ese instante aquel muerto desierto produjo un ruido: del suelo, en efecto, salía un gorgoteo y un resuello como los que hace el agua por la noche en tuberías atrancadas; y por fin surgió de allí una voz humana y unas palabras de hombre: -- que decían así:
«¡Zaratustra! ¡Zaratustra! ¡Resuelve mi enigma! ¡Habla, habla!. ¿Cuál es la venganza contra el testigo?
Yo te invito a que te vuelvas atrás, ¡aquí hay hielo resbaladizo! ¡Cuida, cuida de que tu orgullo no se rompa aquí las piernas!
¡Tú te crees sabio, orgulloso Zaratustra! Resuelve, pues, el enigma, tú duro cascanueces, ‑ ¡el enigma que yo soy! ¡Di, pues: quién soy yo!»
-- Mas cuando Zaratustra hubo oído estas palabras, ¿qué creéis que ocurrió en su alma? La compasión le acometió y se desplomó de golpe, como una encina que ha resistido durante largo tiempo a muchos leñadores, de manera pesada, súbita, causando espanto incluso a quienes querían abatirla. Pero en seguida volvió a levantarse del suelo, y su rostro se endureció.
«Te conozco bien, dijo con voz de bronce: ¡tú eres el asesino de Dios! Déjame irme.
No soportabas a Aquél que te veía, -que te veía siempre y de parte a parte, ¡tú el más feo de los hombres! ¡Te vengaste de ese testigo!»
Así habló Zaratustra y quiso irse de allí; mas el inexpresable agarró una punta de su vestido y comenzó de nuevo a gorgotear y a buscar palabras. «¡Quédate! , dijo por fin --
-- ¡quédate! ¡No pases de largo! He adivinado qué hacha fue la que te derribó: ¡Enhorabuena, Zaratustra, por estar de nuevo en pie!

Has adivinado, lo sé bien, qué sentimientos experimenta el que le mató a El, -- el asesino de Dios. ¡Quédate! Toma asiento aquí cerca de mí, no será inútil.
¿A quién quería yo ir si no a ti? ¡Quédate, siéntate! ¡Pero no me mires! ¡Honra así -- mi fealdad!
Ellos me persiguen: ahora eres tú mi último refugio. No con su odio, no con sus esbirros: -- ¡oh, de tal persecución yo me burlaría y estaría orgulloso y contento!
¿No estuvo hasta ahora siempre el éxito de parte de los bien perseguidos? Y quien persigue bien, aprende con facilidad a seguir: -- ¡pues marcha -- detrás! Pero es de su compasión --
es de su compasión de lo que yo he huido, buscando refugio en ti. Oh Zaratustra, protégeme, tú mi último refugio, tú el único que me ha adivinado:
-- tú has adivinado qué sentimientos experimenta el que le mató a El. ¡Quédate! Y si quieres irte, impaciente: no vayas por el camino que yo he seguido. Ese camino es malo.
¿Estás irritado conmigo porque hace ya mucho tiempo que hablo y chapurreo? ¿De que yo te dé consejos? Pero sabes que yo, el más feo de los hombres,
-- yo soy también el que tiene asimismo los pies más grandes y más pesados. Por donde yo he pasado, allí el camino es malo. Todos los caminos pisados por mí quedan muertos y estropeados.
Mas en el hecho de que tú pasases a mi lado en silencio; de que te ruborizases, bien lo vi: en eso he reconocido que tú eres Zaratustra.
Cualquier otro me habría arrojado su limosna, su compasión con miradas y palabras. Mas para esto -- no soy yo bastante mendigo, eso tú lo has adivinado –

-- para esto soy yo demasiado rico, ¡rico en cosas grandes, terribles, en las cosas más feas, más inexpresables! ¡Tu vergüenza, oh Zaratustra, me ha honrado!
Con dificultad logré escapar de la muchedumbre de los compasivos, -- para encontrar al único que hoy enseña ‘la compasión es importuna’ -- ¡a ti, oh Zaratustra!
-- ya sea compasión de un Dios, ya sea compasión de los hombres: la compasión va contra el pudor. Y no querer-ayudar puede ser más noble que aquella virtud que se apresura solícita.
Mas entre todas las gentes pequeñas se da hoy el nombre de virtud a eso, a la compasión: -- ellas no tienen respeto por la gran desgracia, por la gran fealdad, por el gran fracaso.
Yo miro por encima de todos éstos al modo como el perro mira por encima de los lomos de los pululantes rebaños de ovejas. Son pequeñas gentes grises, lanosas, benévolas.
Como una garza mira despectivamente por encima de los estanques poco profundos, con la cabeza echada hacia atrás: así miro yo por encima del hormiguero de grises y pequeñas olas y voluntades y almas.
Durante demasiado tiempo se les ha dado la razón a esas gentes pequeñas: con ello se les ha acabado por dar, finalmente, también el poder -- ahora enseñan: ‘Bueno es tan sólo aquello que las gentes pequeñas encuentran bien’.
Y ‘verdad’ se llama hoy lo que dijo el predicador que procedía de ellos, aquel extraño santo y abogado de las gentes pequeñas, que atestiguó de sí mismo ‘yo - soy la verdad’.
Desde hace ya mucho tiempo ese presuntuoso hace hinchar la cresta a las gentes pequeñas, -- él, que enseñó un error nada pequeño cuando enseñó ‘yo - soy la verdad’.

¿Se ha dado nunca una respuesta más cortés a un presuntuoso? -- Pero tú, oh Zaratustra, lo dejaste de lado al pasar y dijiste: ‘¡No! ¡No! ¡Tres veces no!’
Tú pusiste en guardia contra la compasión -- no a to­dos, no a nadie, sino a ti y a los de tu especie.
Tú te avergüenzas de la vergüenza del que sufre mucho; y en verdad, cuando dices ‘de la compasión procede una gran nube, ¡atención, hombres!’
-- cuando enseñas ‘todos los creadores son duros, todo gran amor está por encima de su propia compasión; ¡oh Zaratustra, qué bien me pareces entender de signos del tiempo!
Pero tú mismo -- ¡ponte en guardia también a ti mismo contra tu compasión! Pues muchos se encuen­tran en camino hacia ti, muchos que sufren, que dudan, que desesperan, que se ahogan, que se hielan. --
También contra mí te pongo en guardia. Tú has adivinado mi mejor, mi peor enigma, a mí mismo y lo que yo había hecho. Yo conozco el hacha que te derriba.
Pero El -- tenía que morir: miraba con unos ojos que lo veían todo, -- veía las profundidades y las honduras del hombre, toda la encubierta ignominia y fealdad de éste.
­Su compasión carecía de pudor: penetraba arrastrán­dose hasta mis rincones más sucios. Ese máximo curioso, super-indiscreto, super-compasivo, tenía que morir.
Me veía siempre: de tal testigo quise vengarme -- o dejar de vivir
El Dios que veía todo, también al hombre: ¡ese Dios tenía que morir! El hombre no soporta que tal testigo viva».

Así habló el más feo de los hombres. Y Zaratustra se levantó y se dispuso a irse: pues estaba aterido hasta las entrañas. «Tú inexpresable, dijo, me has puesto en guardia contra tu camino. Para agradecértelo voy a alabarte los míos. Mira, allá arriba está la caverna de Zaratustra.
Mi caverna es grande y profunda y tiene muchos rincones;, allí encuentra su escondrijo el más escondido de los hombres. Y junto a ella hay cien agujeros y hendiduras para los animales que se arrastran, que revolotean y que saltan.
Tú proscrito que te has proscrito a ti mismo, ¿no quieres vivir en medio de los hombres y de la compasión humana? ¡Bien, obra como yo! Así aprenderás también de mí; sólo obrando se aprende.
¡Y ante todo y sobre todo, habla con mis animales! El animal más orgulloso y el animal más inteligente, ¡ellos son sin duda los adecuados consejeros para nosotros dos!» ----
Así habló Zaratustra y siguió sus caminos, más pensativo y más lento aún que antes: pues se hacía muchas preguntas a sí mismo y no le era fácil darse respuesta.
«¡Qué pobre es el hombre!, pensaba en su corazón, ¡qué feo, qué resollante, qué lleno de secreta vergüenza!
Me dicen que el hombre se ama a sí mismo: ¡ay, qué grande tiene que ser ese amor a sí mismo! ¡Cuánto des­precio tiene en contra suya!
También ése de ahí se amaba a sí mismo tanto como se despreciaba, -- para mí es alguien que ama mucho y que desprecia mucho.
A nadie encontré todavía que se despreciase más profundamente: también esto es altura. Ay, ¿acaso era ése el hombre superior, cuyo grito oí?
Yo amo a los grandes despreciadores. Pero el hombre es algo que tiene que ser superado». ----
Del hombre superior

1
Cuando por primera vez fui a los hombres cometí la tontería propia de los eremitas, la gran tontería: me instalé en el mercado.
Y cuando hablaba a todos no habla a nadie. Y por la noche tuve como compañeros a volatineros y cadáveres; y yo mismo era casi un cadáver.
Mas a la mañana siguiente llegó a mí una nueva verdad: entonces aprendí a decir «¡Qué me importan el mercado y la plebe y el ruido de la plebe y las largas orejas de la plebe!»
Vosotros hombres superiores, aprended esto de mí: en el mercado nadie cree en hombres superiores. Y si queréis hablar allí, ¡bien! Pero la plebe dirá parpadeando «todos somos iguales».
«Vosotros hombres superiores, -así dice la plebe parpadeando- no existen hombres superiores, todos somos iguales, el hombre no es más que hombre, ¡ante Dios todos somos iguales!».
¡Ante Dios! - Mas ahora ese Dios ha muerto. Y ante la plebe nosotros no queremos ser iguales. ¡Vosotros hombres superiores, marchaos del mercado!

2
¡Ante Dios! - ¡Mas ahora ese Dios ha muerto! Vosotros hombres superiores, ese Dios era vuestro máximo peligro.
Sólo desde que él yace en la tumba habéis vuelto vosotros a resucitar. Sólo ahora llega el gran mediodía, sólo ahora se convierte el hombre superior - ¡en señor!
¿Habéis entendido esta palabra, oh hermanos míos? Estáis asustados: ¿sienten vértigo vuestros corazones? ¿Veis abrirse aquí para vosotros el abismo? ¿Os ladra aquí el perro infernal?
¡Bien! ¡Adelante! ¡Vosotros hombres superiores! Ahora es cuando la montaña del futuro humano está de parto. Dios ha muerto: ahora nosotros queremos -que viva el superhombre.

3
Los más preocupados preguntan hoy: «¿Cómo se conserva el hombre?» Pero Zaratustra pregunta, siendo el único y el primero en hacerlo: «¿Cómo se supera al hombre?»
El superhombre es lo que yo amo, él es para mí lo primero y lo único, - y no el hombre: no el prójimo, no el más pobre, no el que más sufre, no el mejor. -
Oh hermanos míos, lo que yo puedo amar en el hombre es que es un tránsito y un ocaso. Y también en vosotros hay muchas cosas que me hacen amar y tener esperanzas.
Vosotros habéis despreciado, hombres superiores, esto me hace tener esperanzas. Pues los grandes despreciadores son los grandes veneradores.
En el hecho de que hayáis desesperado hay mucho que honrar. Porque no habéis aprendido cómo resignaros, no habéis aprendido las pequeñas corduras.
Hoy, en efecto, las gentes pequeñas se han convertido en los señores: todas ellas predican resignación y modestia y cordura y laboriosidad y miramientos y el largo etcétera de las pequeñas virtudes.

Lo que es de especie femenina, lo que procede de especie servil y, en especial, la mezcolanza plebeya: eso quiere ahora enseñorearse de todo destino del hombre ¡oh náusea! ¡náusea! ¡náusea!
Eso pregunta y pregunta y no se cansa: «¿Cómo se conserva el hombre, del modo mejor, más prolongado, más agradable?» Con esto - ellos son los señores de hoy.
Superadme a estos señores de hoy, oh hermanos míos, - a estas gentes pequeñas: ¡ellas son el máximo peligro del superhombre!
¡Superadme, hombres superiores, las pequeñas virtudes, las pequeñas corduras, los miramientos minúsculos, el bullicio de hormigas, el mísero bienestar, la «felicidad de los más»!
Y antes desesperar que resignarse. Y, en verdad, yo os amo porque no sabéis vivir hoy, ¡vosotros hombres superiores! Ya que así es como vosotros vivís - ¡del modo mejor!

4
¿Tenéis valor, oh hermanos míos? ¿Sois gente de corazón? ¿No valor ante testigos, sino el valor del eremita y del águila, del cual no es ya espectador ningún Dios?
A las almas frías, a las acémilas, a los ciegos, a los borrachos, a esos yo nos lo llamo gente de corazón. Corazón tiene el que conoce el miedo, pero domeña el miedo, el que ve el abismo, pero con orgullo.
El que ve el abismo, pero con ojos de águila, el que aferra el abismo con garras de águila: ése tiene valor. --

5
«El hombre es malvado» - así me dijeron, para consolarme, los más sabios. ¡Ay, si eso fuero hoy verdad! Pues el mal es la mejor fuerza del hombre.
«El hombre tiene que mejorar y que empeorar» esto es lo que yo enseño. Lo peor es necesario para lo mejor del superhombre.
Para aquel predicador de las pequeñas gentes acaso fuera bueno que él sufriese y padeciese por el pecado del hombre. Pero yo me alegro del gran pecado como de mi gran consuelo.
Esto no está dicho, sin embargo, para orejas largas. No toda palabra conviene tampoco a todo hocico. Estas son cosas delicadas y remotas: ¡hacia ellas no deben alargarse las pezuñas de las ovejas!

6
Vosotros hombres superiores, ¿creéis acaso que yo estoy aquí para arreglar lo que vosotros habéis estropeado?
¿O que quiero prepararos para lo sucesivo un lecho más cómodo a vosotros los que sufrís? ¿O mostraros senderos nuevos y más fáciles a vosotros los errantes, extraviados, perdidos por los montes?
¡No! ¡No! ¡Tres veces no! Deben perecer cada vez más, cada vez mejores de vuestra especie, - pues vosotros debéis tener una vida siempre peor y más dura. Sólo así
-sólo así el hombre crece hasta aquella altura en que el rayo cae sobre él y lo hace pedazos: ¡suficientemente alto para el rayo!
Hacia lo poco, hacia lo prolongado, hacia lo lejano tienden mi mente y mi anhelo: ¡qué podría importarme vuestra mucha, corta, pequeña miseria!
¡Para mí no sufrís aún bastante! Pues sufrís por vosotros, no habéis sufrido aún por el hombre. ¡Mentiríais si dijeseis otra cosa! Ninguno de vosotros sufre por aquello por lo que yo he sufrido. -

7
No me basta con que el rayo ya no cause daño. Yo no quiero desviarlo: debe aprender - a trabajar para mí.
Hace ya mucho tiempo que mi sabiduría se acumula como una nube, se vuelve más silenciosa y oscura. Así hace toda sabiduría que alguna vez debe parir rayos.
Para estos hombres de hoy no quiero yo ser luz ni llamarme luz. A éstos - quiero cegarlos: ¡rayo de mi sabiduría! ¡Sácales los ojos!

8
No queráis nada por encima de vuestra capacidad: hay una falsedad perversa en quienes quieren por encima de su capacidad.
¡Especialmente cuando quieren cesas grandes! Pues despiertan desconfianza contra las cosas grandes, esos refinados falsarios y comediantes:
-hasta que, finalmente, son falsos ante sí mismos, gente de ojos bizcos, madera carcomida y blanqueada, cubiertos con un manto de palabras fuertes, de virtudes aparatosas, de obras falsas y relumbrantes.
¡Tened en esto mucha cautela, vosotros hombres superiores! Pues nada me parece hoy más precioso y raro que la honestidad.

¿No es este hoy de la plebe? Mas la plebe no sabe lo que es grande, lo que es pequeño, lo que es recto y honesto: ella es inocentemente torcida, ella miente siempre.

9
Tened hoy una sana desconfianza, ¡vosotros hombres superiores, hombres valientes! ¡Hombres de corazón abierto! ¡Y mantened secretas vuestras razones! Pues este hoy es de la plebe.
Lo que la plebe aprendió en otro tiempo a creer sin razones, ¿quién podría - destruírselo mediante razones?
Y en el mercado se convence con gestos. Las razones, en cambio, vuelven desconfiada a la plebe.
Y si alguna vez la verdad venció allí, preguntaos con sana desconfianza: «¿Qué fuerte error ha luchado por ella?»
¡Guardaos también de los doctos! Os odian: ¡pues ellos son estériles! Tienen ojos fríos y secos, ante ellos todo pájaro yace desplumado.
Ellos se jactan de no mentir, mas incapacidad para la mentira no es ya, ni de lejos, amor a la verdad. ¡Estad en guardia!
¡Falta de fiebre no es ya, ni de lejos, conocimiento! A los espíritus resfriados yo no les creo. Quien no puede mentir no sabe qué es la verdad.

10
¡Si queréis subir a lo alto emplead vuestras propias piernas! ¡No dejéis que os lleven hasta arriba, no os sentéis sobre espaldas y cabezas de otros!
¿Tú has montado a caballo? ¿Y ahora cabalgas velozmente hacia tu meta? ¡Bien, amigo mío! ¡Pero también tu pie tullido va montado sobre el caballo!
Cuando estés en la meta, cuando saltes de tu caballo: precisamente en tu altura, hombre superior - ¡darás un traspié!

11
¡Vosotros creadores, vosotros hombres superiores! No se está grávido más que del propio hijo.
¡No os dejéis persuadir, adoctrinar! ¿Quién es vuestro prójimo? Y aunque obréis «por el prójimo», - ¡no creéis, sin embargo, por él!
Olvidadme ese «por», creadores: precisamente vuestra virtud quiere que no hagáis ninguna cosa «por» y «a causa de» y «porque». A estas pequeñas palabras falsas debéis cerrar vuestros oídos.
El «por el prójimo» es la virtud tan sólo de las gentes pequeñas: entre ellas se dice «tal para cual» y «una mano lava la otra»: - ¡no tienen ni derecho ni fuerza de exigir vuestro egoísmo!
¡En vuestro egoísmo, creadores, hay la cautela y la previsión de la embarazada! Lo que nadie ha visto aún con sus ojos, el fruto: eso es lo que vuestro amor entero protege y cuida y alimenta.
¡Allí donde está todo vuestro amor, en vuestro hijo, allí está también toda vuestra virtud! Vuestra obra, vuestra voluntad es vuestro «prójimo»: ¡no os dejéis inducir a admitir falsos valores!


12
¡Vosotros creadores, vosotros hombres superiores! Quien tiene que dar a luz está enfermo; y quien ha dado a luz está impuro.
Preguntad a las mujeres: no se da a luz porque ello divierta. El dolor hace cacarear a las gallinas y a los poetas.
Vosotros creadores, en vosotros hay muchas cosas impuras. Esto se debe a que tuvisteis que ser madres.
Un nuevo hijo: ¡oh, cuánta nueva suciedad ha venido también con él al mundo! ¡Apartaos! ¡Y quien ha dado a luz debe lavarse el alma hasta limpiarla!

13
¡No seáis virtuosos por encima de vuestras fuerzas! ¡Y no queráis de vosotros nada que vaya contra la verosimilitud!
¡Caminad por las sendas por las que ya la virtud de vuestros padres caminó! ¿Cómo querríais subir alto si no sube con vosotros la voluntad de vuestros padres?
¡Mas quien quiera ser el primero vea de no convertirse también en el último! ¡Y allí donde están los vicios de vuestros padres no debéis querer pasar por santos!
Si los padres de alguien fueron aficionados a las mujeres y a los vinos fuertes y a la carne de jabalí: ¿qué ocurriría si ese alguien pretendiese de sí la castidad?
¡Una necedad sería ello! Mucho, en verdad, me parece para ése el que se contente con ser marido de una o de dos o de tres mujeres.

Y si fundase conventos y escribiese encima de la puerta: «el camino hacia la santidad», -yo diría: ¡para qué! ¡eso es una nueva necedad!
Ha fundado para sí mismo un correccional y un asilo: ¡buen provecho! Pero yo no creo en eso.
En la soledad crece lo que uno ha llevado a ella, también al animal interior. Por ello resulta desaconsejable para muchos la soledad.
¿Ha habido hasta ahora en la tierra algo más sucio que los santos del desierto? En torno a ellos no andaba suelto tan sólo el demonio, - sino también el cerdo.

14
Tímidos, avergonzados, torpes, como un tigre al que le ha salido mal el salto: así, hombres superiores, os he visto a menudo apartaros furtivamente a un lado. Os había salido mal una jugada.
Pero vosotros, jugadores de dados, ¡qué importa eso! ¡No habéis aprendido a jugar y a hacer burlas como se debe! ¿No estamos siempre sentados a una gran mesa de burlas y de juegos ?
Y aunque se os hayan malogrado grandes cosas, ¿es que por ello vosotros mismos - os habéis malogrado? Y aunque vosotros mismos os hayáis malogrado, ¿se malogró por ello - el hombre? Y si el hombre se malogró: ¡bien! ¡adelante!

15
Cuanto más elevada es la especie de una cosa tanto más raramente se logra ésta. Vosotros hombres superiores, ¿no sois todos vosotros - malogrados?
¡Tened valor, qué importa! ¡Cuántas cosas son aún posibles! ¡Aprended a reíros de vosotros mismos como hay que reír!
¡Por qué extrañarse, por lo demás, de que os hayáis malogrado y os hayáis logrado a medias, vosotros semidespedazados! ¿Es que no se agolpa y empuja en vosotros - el futuro del hombre?
Lo más remoto, profundo, estelarmente alto del hombre, su fuerza inmensa: ¿no hierve todo eso, chocando lo uno con lo otro, en vuestro puchero?
¡Por qué extrañarse de que más de un puchero se rompa! ¡Aprended a reíros de vosotros mismos como hay que reír! Vosotros hombres superiores, ¡oh, cuántas cosas son aún posibles!
Y, en verdad, ¡cuántas cosas se han logrado ya! ¡Qué abundante es esta tierra en pequeñas cosas buenas y perfectas, en cosas bien logradas!
¡Colocad pequeñas cosas buenas y perfectas a vuestro alrededor, hombres superiores! Su áurea madurez sana el corazón. Lo perfecto enseña a tener esperanzas.

16
¿Cuál ha sido hasta ahora en la tierra el pecado más grande? ¿No lo ha sido la palabra de quien dijo: «¡Ay de aquellos que ríen aquí»?
¿Es que no encontró en la tierra motivos para reír? Lo que ocurrió es que buscó mal. Incluso un niño encuentra aquí motivos.
El - no amaba bastante: ¡de lo contrario nos habría amado también a nosotros los que reímos! Pero nos odió y nos insultó, nos prometió llanto y rechinar de dientes.
¿Es que hay que maldecir cuando no se ama? Esto me parece mal gusto. Pero así es cómo actuó aquel incondicional. Procedía de la plebe.
Y él mismo no amó bastante: de lo contrario se habría enojado menos porque no se le amase. Todo gran amor no quiere amor: - quiere más.
¡Evitad a todos los incondicionales de esa especie! Es una pobre especie enferma, una especie plebeya: contemplan malignamente esta vida, tienen mal de ojo para esta tierra.
¡Evitad a todos los incondicionales de esa especie! Tienen pies y corazones pesados: - no saben bailar. ¡Cómo iba a ser ligera la tierra para ellos!

17
Por caminos torcidos se aproximan todas las cosas buenas a su meta. Semejantes a los gatos, ellas arquean el lomo, ronronean interiormente ante su felicidad cercana, - todas las cosas buenas ríen.
El modo de andar revela si alguien camina ya por su propia senda: ¡por ello, vedme andar a mí! Mas quien se aproxima a su meta, ése baila.
Y, en verdad, yo no me he convertido en una estatua, ni estoy ahí plantado, rígido, insensible, pétreo, cual una columna: me gusta correr velozmente.
Y aunque en la tierra hay también cieno y densa tribulación: quien tiene pies ligeros corre incluso por encima del fango y baila sobre él como sobre hielo pulido.


Levantad vuestros corazones, hermanos míos, ¡arriba! ¡más arriba! ¡Y no me olvidéis las piernas! Levantad también vuestras piernas, vosotros buenos bailarines, y mejor aún: ¡sosteneos incluso sobre la cabeza!
18
Esta corona del que ríe, esta corona de rosas: yo mismo me he puesto sobre mi cabeza esta corona, yo mismo he santificado mis risas. A ningún otro he encontrado suficientemente fuerte hoy para hacer esto:
Zaratustra el bailarín, Zaratustra el ligero, el que hace señas con las alas, uno dispuesto a volar, haciendo señas a todos los pájaros, preparado y listo, bienaventurado en su ligereza: -
Zaratustra el que dice verdad, Zaratustra el que ríe verdad, no un impaciente, no un incondicional, sí uno que ama los saltos y las piruetas; ¡yo mismo me he puesto esa corona sobre mi cabeza!
19
Levantad vuestros corazones, hermanos míos, ¡arriba! ¡más arriba! ¡y no me olvidéis tampoco las piernas! Levantad también vuestras piernas, vosotros buenos bailarines, y mejor aún: ¡sosteneos incluso sobre la cabeza!
También en la felicidad hay animales pesados, hay cojitrancos de nacimiento. Extrañamente se afanan, como un elefante que se esforzarse en sostenerse sobre la cabeza.
Pero es mejor estar loco de felicidad que estarlo de infelicidad, es mejor bailar torpemente que caminar cojeando. Aprended, pues, de mí mi sabiduría: incluso la peor de las cosas tiene dos reversos buenos,
-incluso la peor de las cosas tiene buenas piernas para bailar: ¡aprended, pues, de mí, hombres superiores, a teneros sobre vuestras piernas derechas!
-¡Olvida, pues, el poner cara de atribulados y toda tristeza plebeya! ¡Oh, qué tristes me parecen hoy incluso los payasos de la plebe! Pero este hoy es de la plebe.

20
Haced como el viento cuando se precipita desde sus cavernas de la montaña: quiere bailar al son de su propio silbar, los mares tiemblan y dan saltos bajo sus pasos.
El que proporciona alas a los asnos, el que ordeña a las leonas, ¡bendito sea ese buen espíritu indómito, que viene cual viento tempestuoso para todo hoy y toda plebe, -
-que es enemigo de las cabezas espinosas y cavilosas, y de todas las mustias hojas y yerbajos: alabado sea ese salvaje, bueno, libre espíritu de tempestad, que baila sobre las ciénagas y las tribulaciones como si fueran prados!
El que odia los tísicos perros plebeyos y toda cría sombría y malograda: ¡bendito sea ese espíritu de todos los espíritus libres, la tormenta que ríe, que sopla polvo a los ojos de todos los pesimistas, purulentos!
Vosotros hombres superiores, esto es lo peor de vos­otros: ninguno habéis aprendido a bailar como hay que bailar - ¡a bailar por encima de vosotros mismos! ¡Qué importa que os hayáis malogrado!
¡Cuántas cosas son posibles aún! ¡Aprended, pues, a reíros de vosotros sin preocuparos de vosotros! Levantad vuestros corazones, vosotros buenos bailarines, ¡arriba! ¡mas arriba! ¡Y no me olvidéis tampoco el buen reír!
Esta corona del que ríe, esta corona de rosas: ¡a vosotros hermanos míos, os arrojo esta corona! Yo he san­ticado el reír; vosotros hombres superiores, aprended - ¡a reír!

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