martes, 22 de enero de 2008
TÍTULO DE LA OBRA ORIGINAL“ADOLF HITLER, MEIN JUGEND FREUND”TRADUCCIÓN DIRECTA DEL ALEMÁN POR MANUEL SCHOLZINTRODUCCIÓN
Despues de la Primera Guerra Mundial, y como, consecuencia del tratado de paz que puso término a aquella, surgió, en Europa Central, un nuevo tipo de jefe político: el tribuno popular. Estos hombres, provenientes de los más diversos estratos sociales, que convirtieron en su lema la frase del semidiós griego: “¡No lo has llevado a cabo todo por ti mismo, oh, ardiente y santo corazón!”, llegaron a alcanzar las más altas cimas de la fama. El entusiasmo de las masas les rodea, y la propaganda les ensalza sin medida. ¡Que Dios se apiade, empero, de aquellos que osan aventurarse en una guerra, y se permiten perderla! De acuerdo con la moral de nuestro tiempo, esto significa ser condenado a muerte y ser ahorcado por un tribunal que pretende defender el derecho de gentes, pero que, en realidad, no hace sino defender el derecho de los vencedores. O, si quieren escapar a este destino, deben elegir la muerte por su propia mano. El fin de Hitler y Mussolini es característico. Estos dos estadistas iniciaron la era de los tribunos populares, que más tarde habría de encontrar su continuación en un gran número de variaciones, en otros países y continentes.Adolf Hitler se derrumbó entre el fragor v las tempestades de un crepúsculo de los dioses. Cuando se hubo dado muerte de un disparo en el refugio de la destrozada Cancillería, y la desgraciada segunda Guerra Mundial hubo terminado con la capitulación incondicional del Reich, su figura se convirtió, en un principio, en una caricatura histórica y humana. La “literatura confidencial” se apropió de ella. Desde los llamados “También-historiadores”, hasta los Psiquiatras, todos intentaron hacer su agosto de esta figura en forma de obras bien remuneradas. Aquellos que afirman ante el pueblo: ”no fue mía la culpa, sino suya”, pertenecen también a ellos, lo mismo que los realmente maltratados, los que a duras penas pudieron salvarse, y que le odiaron ya desde un principio. Y, sin embargo, un retrato claro de la naturaleza y de la obra de Adolf Hitler no podrá ser siquiera esbozado, en tanto no se cree para ello una premisa fundamental: el total conocimiento de todas las relaciones en la gran política y en la vida de Hitler. Y aún cuando ésta exista, la figura del canciller alemán seguirá todavía confusa en la historia, pues, en este aspecto, habrá de ser decisivo el punto de vista desde el que se considere. No hay que recordar sino la actitud de los historiadores europeos en relación con el emperador Federico II, o Wallenstein, y, ante todo, con Napoleón, Metternich y Bismarck en las distintas épocas.Cabe alegrarse, ciertamente, de que la literatura “sensacionalista” y “confidencial” que se venga de la época nacionalsocialista vaya cediendo, cada vez más, el lugar a la ciencia histórica. Se conocen ya serios y nobles intentos para aportar las primeras piedras para un juicio objetivo de la época autoritaria de Alemania y de sus figuras responsables.Esta obra pretende servir también al mismo propósito, ya que ofrece a los historiadores un importante material objetivo de la juventud de Hitler, para permitirles esbozar un estudio de conjunto sobre la naturaleza y la obra de este hombre.Todos y cada uno pueden medir, en su propia existencia, cuán importante es la época de juventud para el ulterior desarrollo del hombre. El carácter, la actitud en relación con lo que le rodea, con la época y sus ideas, con la política, el arte y las ciencias, en resumen, todo el concepto del mundo, se absorben y captan en esta época de la vida. Para Hitler esto es válido en una medida especial, dado que, por razón de sus especiales inclinaciones, apenas si se han modificado aquéllas posteriormente.Hay que hacer constar también en este lugar otra consideración: antes de que el último testigo de la juventud de Hitler deje para siempre la pluma de su mano, es preciso retener y conservar, para la posteridad, sus conocimientos sobre el tribuno popular alemán. August Kubizek, en la actualidad jefe de negociado en el municipio de Eferding, a sus sesenta y cuatro años, es, sin duda, el más importante de ellos, ya que fue amigo de Adolf Hitler. Y debemos destacar que no es un amigo más, tal como se les encuentra en la vida de todo hombre joven, sino el único amigo en aquella época en que Hitler acababa de salir de la escuela real en Linz, y trataba de encontrarse a sí mismo y a su porvenir. Lo mismo es válido, también, para los años de aprendizaje en Viena, hasta la repentina desaparición voluntaria de Hitler. Las declaraciones de Kubizek son, por tanto, de una importancia casi decisiva. Él es el único que está en situación de ofrecernos el cuadro del joven Hitler de modo concluyente, ya que no existe ninguna “fuente” mejor, ni podrá haberla, tampoco, en el futuro.A ello se añade que el autor de este libro es músico por naturaleza e inclinación, al que tan sólo los avatares de la época arrojaron a la administración de una comunidad. La política no le interesaba entonces, ni sigue interesándole hoy día. Es por ello que sus manifestaciones se refieren solamente al aspecto humano y psicológico de Adolf Hitler. Y también cuando se refiere a los proyectos y pensamientos del amigo de su infancia -que más tarde han de resurgir, en efecto, en el programa político de Hitler, con lo que pone de manifiesto, de manera irrefutable, lo consecuente en la naturaleza del dictador alemán-, está muy por encima de la sospecha de servir a la especulación política. Es justamente esta falta de interés por la política la que concede a Kubizek la libertad interior para describir la vida de Hitler antes de su madurez, como hombre y amigo, y nada más que esto.Cuando el 8 de Abril de 1938 ve Hitler de nuevo a “su Gustl” en Linz, y le ofrece espontáneamente su ayuda para que pueda consagrarse a la música, rechaza Kubizek esta propuesta por modestia, pues se cuenta entre aquellos que no buscaron jamás ninguna ventaja o provecho de su amistad con Hitler. Cuando más tarde, siguiendo una invitación del canciller alemán, acude a Bayreuth, lo hace solamente como continuación de la amistad sellada en la entrada de paseo del Teatro Municipal de Linz, ascendido ahora a la categoría de jefe de Estado. Las tentadoras ofertas de los editores para escribir sobre el canciller del Reich, hubo de rechazarlas Kubizek ya en aquel tiempo en que Hitler y Bormann no le habían recomendado aún la mayor reserva. Dado que algunos de sus recuerdos de Hitler estaban en contradicción con las declaraciones de éste en su obra polémica “Mi Lucha”, prefirió distanciarse de todo ello. Pero, cuando la estrella de su amigo empezó a declinar, el músico apolítico, que hasta entonces no había sido siquiera miembro del partido, decidió ingresar en el NSDAP: no para ceder su voto al régimen, sino por pura fidelidad al amigo. En una actitud tan llena de carácter e insobornable, no debe causar extrañeza el que el autor de esta obra se negara, también después de 1945, a publicar en la literatura “sensacionalista” los recuerdos de su juventud al lado de Hitler. Esperó hasta que se hubiera calmado el encrespado oleaje de la excitación política, hasta el que sigue reconociéndose como amigo de la infancia, por encima de toda política, para contribuir a una biografía histórica objetiva y carente de todo apasionamiento. Esto deben agradecérselo todos los círculos interesados -tanto los antiguos enemigos como los partidarios del Nacionalsocialismo-, pues, gracias a ello, podrá salir a la luz la figura del joven Hitler, yacente, hasta ahora, en la oscuridad.La Editorial Leopold Stocker, a cuyos ruegos se escribió la presente obra, agradece desde aquí particularmente al autor, pues sabe cuán falsamente interpretada puede ser tal obra. El hecho de que el autor haya aceptado llevar a cabo esta penosa tarea, en beneficio de la ciencia histórica y de la verdad, es digno del mayor reconocimiento. El propósito de la editorial coincide con el de August Kubizek en todos sus aspectos. No aspira más que a una cosa: ¡prestar un servicio a la verdad!LEOPOLD STOCKERDECISIÓN Y JUSTIFICACIÓNLa decisión de recopilar mis recuerdos de infancia al lado de Adolf Hitler, me ha sido difícil; son grandes, pues, las probabilidades de no ser comprendido. Sin embargo, los dieciséis meses de cautiverio estadounidense a que tuve que someterme en el año 1945, a mis cincuenta y siete años, han quebrantado mi salud de por sí ya no muy fuerte; y es por ello que quiero aprovechar los días que me han sido todavía concedidos.En los años de 1904 a 1908 viví yo al lado de Adolf Hitler como el único de sus amigos, primero en Linz, y después en Viena, donde compartimos la misma habitación. Aun cuando se trata de aquellos años de evolución y desarrollo, en los que va marcándose lentamente el sello de la personalidad de un hombre, poco es lo que se conoce de tan importante capítulo de la vida de Adolf Hitler, y este poco no es, además, siempre verdad. Al referirse a este período, el mismo Hitler se ha limitado siempre a algunas observaciones bastante fugaces. Es por ello que opino que estas páginas pueden contribuir a aclarar el cuadro que al presente se ha hecho de Adolf Hitler, sea cual sea el punto de vista desde el que se examine. El supremo principio que me guía, es: redactar estos recuerdos de infancia sin añadir, pero tampoco silenciar nada. No quiero decir más que lo que fue.Por todo ello no me gustaría que esta obra fuera incluida entre la habitual literatura sensacionalista en torno a Hitler. He demorado la publicación de esta obra hasta ver disminuido el interés despertado por esta clase de literatura, y cuando cabe esperar que habrá de ser tomada en serio por los hombres conscientes y de pensar objetivo, al publicarse un libro sobre Adolf Hitler. Sería falso querer añadir a estos recuerdos y vivencias comunes de juventud, pensamientos y opiniones propios de los capítulos posteriores de la vida de Hitler. He procurado celosamente mantenerme alejado de estos peligros, y consignar mis recuerdos de aquellos tiempos de la misma manera como si Adolf Hitler, con el que tuve una amistad tan íntima, hubiera seguido siendo durante toda su vida un desconocido o hubiera caído en la Primera Guerra Mundial.Comprendo perfectamente las enormes dificultades que se oponen a mi propósito de recordar y escribir sucesos y acontecimientos que se remontan a más de cuarenta años. Sin embargo, mi amistad con Adolf Hitler llevó marcada, ya desde un principio, la importancia de lo extraordinario, de forma que los detalles han quedado más firmemente grabados en mi recuerdo de lo que es usual en las relaciones más indiferentes. Por otra parte, me sentía también obligado al mayor agradecimiento hacia Adolf Hitler, por haber sido él quien pudo persuadir a mi padre de que mis inclinaciones y aptitudes musicales no me llamaban al taller, sino al Conservatorio. Este cambio, decisivo para el ulterior curso de mi vida, y que el joven Hitler, que entonces contaba sólo dieciocho años, consiguió imponer a pesar de las resistencias que me rodeaban, dio a mis ojos un superior realce a nuestra amistad. Es por ello, también, que su recuerdo ha quedado tan firmemente grabado en mi mente. Debo añadir, además, que yo, a Dios gracias, gozo de una excelente memoria, que, de todas formas, es eminentemente acústica. Para la redacción de esta obra han sido para mí una gran ayuda las cartas, tarjetas y dibujos recibidos de mi amigo, y, de otra parte, las anotaciones tomadas por mí mismo hace ya mucho tiempo.Si nuestro pueblo quiere recuperar algún día la confianza en sí mismo, tan quebrantada en estos últimos tiempos, debe procurar superar este difícil y penoso capítulo de su historia, es decir sin ningún impulso desde el exterior. Esto no puede conseguirse, es cierto, por falsas “revelaciones” o juicios unilaterales, sino por la representación objetiva, justa y, en consecuencia, realmente convincente de los acontecimientos históricos. Y confío poder contribuir a ello en el modesto marco de esta obra.Eferding, Agosto de 1953.AUGUST KUBIZEK
HItler mi amigo de juventud II
II. EXTRAÑA AMISTADA partir de aquel día nos encontramos a cada representación de ópera, nos citábamos luego a la salida del teatro, y dábamos largos paseos a pie, uno al lado del otro, por la Landstraße.Linz, que en este último decenio se ha convertido en una moderna ciudad industrial, y que alberga a gentes de todas las regiones de la amplia comarca del Danubio, era entonces una ciudad de fuerte carácter campesino. En sus arrabales se veían todavía las sólidas granjas cuadrangulares de los aldeanos, al modo de viejas fortalezas, y en medio de los bloques de casas de viviendas se extendían las praderas, en las que pacía plácidamente el ganado. En las tabernas, la gente bebía el mosto habitual del país. En todas partes se oía el amplio y cómodo dialecto del país. En la ciudad se conocían solamente los carruajes tirados por caballos, y los cocheros eran quienes más celosamente procuraban que Linz no se distanciara del “campo”. La burguesía, aun cuando en su gran mayoría procedía del campo, y estaba unida también por lazos familiares con la población campesina, procuraba distanciarse tanto más de las capas aldeanas, cuanto más afines eran todavía a ellas. Casi todas las familias más destacadas de la ciudad se conocían entre sí. El mundo del comercio, los funcionarios y los oficiales de la guarnición eran los que daban el tono y prestancia a la sociedad. Quien se tenía a sí mismo en alta estima, se encontraba por las noches en el paseo cotidiano por la calle principal de la ciudad, que lleva desde la estación al puente que cruza el Danubio, y que se llama, de manera significativa, la “Landstraße”. Dado que Linz no poseía en aquel entonces universidad, los jóvenes de todas las capas y estados sociales procuraban imitar lo mejor posible las costumbres de los estudiantes. El tráfico social en esta calle no quedaba muy atrás de la vida nocturna en la Ringstraße vienesa. Por lo menos, así lo estimaban los habitantes de Linz.Hitler no parecía tener mucha paciencia; pues, si en alguna ocasión dejaba yo de acudir puntualmente a la cita convenida, acudía él al instante al taller en mi busca, y ello, tanto si yo estaba justamente ocupado reparando un viejo sofá de hule negro, o una silla de orejas barroca, o cualquier otro objeto. Consideraba mi trabajo simplemente como una molesta interrupción de nuestras personales relaciones y blandía impaciente el negro bastoncillo de paseo que llevaba siempre consigo. Yo me admiraba que tuviera siempre tanto tiempo libre, y en cierta ocasión le pregunté si no trabajaba también.—¡De ninguna manera! — fue la abrupta respuesta.A estas palabras, que me parecieron muy fuera de lugar, añadió Hitler una larga explicación. De acuerdo con su forma de pensar, no consideraba necesario perder el tiempo en un trabajo determinado, un “oficio para ganar el pan”, según su propia expresión.Hasta entonces no había oído yo de nadie palabras semejantes. Estaban en contraste con todo lo que hasta aquel momento había sido fundamental en mi existencia. En un principio acogí sus palabras simplemente como una juvenil baladronada, aun cuando Adolf Hitler no tenía, es cierto, el menor aspecto de vanidoso, ni por su presencia ni por su manera de hablar. De todas formas, no pude por menos de sentirme asombrado por sus propósitos, pero no seguí preguntando. Por ahora ya había sacado bastante de él. Era preferible hablar de “Lohengrin”, la ópera que más nos entusiasmaba, que no de asuntos particulares.“Tal vez sea hijo de padres ricos”, pensaba yo, “o tal vez haya recibido una gran herencia y puede permitirse vivir sin su oficio para ganarse el pan”; estas palabras tenían en sus labios un tono francamente despectivo. No le tenía, en modo alguno, por un ocioso, pues nada en él mostraba el aire superficial e irreflexivo del vago. Cuando cruzábamos por delante del Café Baumgartner, el actual Café Schönberger, se acaloraba siempre al contemplar a los jóvenes sentados allí detrás de los ventanales junto a las mesitas de mármol, como en un gran escaparate, mientras consumían su tiempo en interminables conversaciones, sin que, al parecer, se diera cuenta del contraste de sus palabras con su propia norma de vida. Es posible que algunos de los que “estaban sentados en el escaparate” tuvieran ya una firme posición y unos ingresos garantizados, cosa que en él era todavía incierta.¿Era tal vez Hitler un estudiante? Ésta había sido mi primera impresión. También el negro bastoncillo de ébano con el gracioso zapatito de marfil como puño era un accesorio típicamente estudiantil. De todas formas, no dejaba de sorprenderme que hubiera elegido para amigo a un simple aprendiz de tapicero, siempre temeroso de que durante sus paseos pudiera percibirse todavía el olor de la cola con la que trabajaba durante el día: Si Hitler era un estudiante, debía ir a alguna clase. De manera imprevista llevé yo la conversación hacia la escuela.—¿Escuela?Fue el primer acceso de cólera que tuve ocasión de observar en él. No quería tener absolutamente nada que ver con la escuela. La escuela no le importaba ya en modo alguno. Odiaba a los profesores, a los que no saludaba, y también odiaba a los compañeros de colegio, que en éste eran educados solamente a la ociosidad. Le conté cuán poco éxito había yo tenido en el colegio.—¿Por qué poco éxito? —quiso saber.No parecía complacerle lo más mínimo que yo hubiese obtenido tan poco provecho del colegio, al que él declaraba odiar de esta manera. No pude descubrir el motivo de esta contradicción. Sin embargo, de la ulterior conversación pude deducir que hasta no hacía mucho había asistido él también a un colegio, probablemente a una escuela superior, el instituto o quizá la escuela real, y que estos estudios habían terminado, probablemente, con una catástrofe. De lo contrario, no podía explicarse esta radical oposición. Por lo demás, de continuo descubría yo en él nuevos contrastes y enigmas. Muchas veces llegó a parecerme su carácter misterioso. En cierta ocasión, mientras paseábamos por el Freinberg, se detuvo Hitler de repente, sacó del bolsillo un librito negro —¡me parece verlo todavía ante mí y podría describir todos los detalles! — y me leyó una poesía escrita por él mismo.No puedo recordar ya el contenido de esta poesía, mejor dicho, no puedo distinguirlo de las otras poesías que Adolf me leyó posteriormente. Sin embargo, recuerdo exactamente la enorme impresión que me produjo el hecho de que mi amigo compusiera poesías, y que llevara sus poesías consigo con la misma naturalidad como yo solía llevar las herramientas propias de mi oficio. Cuando más tarde Hitler me enseñó también sus dibujos, planos esbozados por él mismo, proyectos confusos, difíciles de descifrar, que tardé bastante tiempo en poder entender, cuando me explicó que tenía otros muchos mejores todavía guardados en su habitación, y que estaba decidido a dedicar su vida por entero al arte, empecé a comprender, lentamente, lo que le sucedía a mi amigo. Pertenecía a aquel particular linaje humano del que también yo soñaba en mis instantes de audacia; un artista, que despreciaba el vulgar “oficio para ganar el pan”, y se ocupaba solamente de componer poesías, dibujar y pintar, y asistir a las representaciones teatrales. Esto me impuso de manera enorme. Sentí un escalofrío ante lo que veía ante mí. Mis ideas acerca de lo que significaba un artista eran en aquel entonces aún bastante vagas; es probable que Hitler se representara también aún muy incierto bajo este nombre. Sin embargo, tanto más atractivo se me aparecía a mí todo ello.Hitler hablaba raramente de su familia. Era preferible no confiarse demasiado a los mayores, opinaba, pues éstos no hacían más que procurar disuadirle a uno de sus propias intenciones en particular beneficio. Así, por ejemplo, su tutor, un campesino de Leonding, llamado Mayrhofer, pretendía que él aprendiera un oficio. También su cuñado era de la misma opinión.Deduje de ello que en casa de Hitler debían reinar unas complicadas relaciones familiares. Al parecer, entre todos los adultos, no tenía más que a una sola persona en verdadera estima: ¡A su madre!Y, con todo ello, no contaba en aquel entonces más que dieciséis años, es decir, era nueve meses más joven que yo.Por lo demás, ninguna de sus opiniones, distantes de toda concepción burguesa, me molestaba a mí en lo más mínimo. ¡Por el contrario! Justamente este aspecto desusado de su naturaleza me atraía a él aún con mayor fuerza. Que hubiera dedicado su vida al arte era para mí la mayor revelación que una persona joven pudiera anunciar; pues, en silencio, también yo albergaba a menudo la esperanza de poder huir del polvoriento y ruidoso oficio de tapicero hacia el puro y elevado campo del arte, para dedicarme por entero a la música. Para una persona joven no es, en modo alguno, indiferente el lugar en que se inicia una nueva amistad. Que nuestra amistad se hubiera iniciado en el teatro, ante un deslumbrante escenario y en medio de la embriagadora música, se me aparecía, por decirlo así, como un símbolo. En cierto sentido, nuestra amistad se encontraba también bajo esta afortunada atmósfera.Por lo demás, yo me encontraba también en una situación parecida a la del mismo Hitler. Había salido ya de la escuela, y ésta no tenía nada que ofrecerme. A pesar de todo mi amor y afecto por mis padres, las personas mayores no representaban mucho para mí, no tenía yo a nadie en quien pudiera confiarme.A pesar de todo, nuestra amistad fue en un principio bastante difícil, puesto que nuestro modo de ser era fundamentalmente distinto. En tanto que yo era un muchacho callado, algo soñador, muy sensible y acomodable, es decir, dócil, un “carácter musical”, por decirlo así, Hitler era extraordinariamente violento y temperamental. Las cosas más ofensivas, algunas palabras ligeras quizá, podían provocar en él arrebatos de cólera que, a mi modo de ver, no guardaban la menor relación con la intrascendencia de su causa. Sin embargo, es probable que en este punto no entendiera yo del todo a Adolf. Es posible que la diferencia entre nosotros dos fuera que él se tomaba las cosas en serio, en tanto que a mí me eran indiferentes. Sí, ésta era una de las típicas características suyas: todo le ocupaba e intranquilizaba y nada era para él indiferente.Pero a pesar de todas las dificultades, derivadas de la diversidad de nuestros caracteres, nuestra amistad no estuvo jamás seriamente en peligro. No sucedía tampoco, como es frecuente entre los jóvenes, que con el tiempo llegáramos a ser extraños e indiferentes. Al contrario. En las cosas externas nos teníamos mutuamente la mayor consideración. Esto puede sonar tal vez extraño, pero aquel mismo Hitler, tan implacable en la defensa de sus puntos de vista, podía ser, a la vez, tan respetuoso y considerado, que yo debía sentirme a menudo avergonzado. Es por ello que con el tiempo llegamos a habituarnos completamente el uno al otro.No tardé en darme cuenta que la pervivencia de nuestra amistad se debía, en no pequeña parte, a que yo era capaz de escuchar pacientemente. A pesar de ello, no me sentía, en modo alguno, desgraciado por este papel pasivo; pues precisamente por ello comprendía claramente hasta qué punto me necesitaba mi amigo. Tam bién él estaba completamente solo. Su padre había muerto hacía dos años. La madre, a pesar de cuanto él la quería, no podía ayudarle en sus problemas y dificultades. Recuerdo cómo, en ocasiones, me daba largas conferencias sobre cosas que no me interesaban en lo más mínimo, como el impuesto de consumo, que se cobraba en el puente del Danubio, o sobre una lotería de beneficencia, a cuyo fin se colectaba en aquellos días por las calles. Sabía hablar, y necesitaba a alguien que le escuchara. Muy a menudo me sentía yo lleno de asombro, cuando, solo ante mí, pronunciaba un discurso con una animada mímica. Nunca le molestaba que fuera yo su único público. Pero una persona joven que, como mi amigo, pudiera captar con extraordinaria intensidad todo lo que veía y vivía, necesitaba un medio para hacerle tolerables las tensiones provocadas por su impetuoso temperamento. Estas tensiones se expresaban en él de manera directa en sus charlas y discursos. Estos discursos, pronunciados casi siempre en un lugar cualquiera, al aire libre, bajo los árboles del Freinberg, o en los bosques de las islas del Danubio, semejaban a menudo verdaderas erupciones volcánicas. Surgían de su interior como si algo extraño, muy distinto, se abriera paso en él. Hasta entonces no había visto yo tales éxtasis más que en el teatro, entre los actores, que debían expresar cualesquiera sentimientos, y, en un principio, yo no era más que un oyente desconcertado y admirado ante tales estallidos, que, en su asombro, se olvidaba finalmente de aplaudir. Sin embargo, no tardé en comprender que este “teatro” no era en realidad teatro. No, esto no era fingido, no era exagerado, ni “representado”, era vivido profundamente. Comprendí, también, cuánta amarga gravedad se escondía en todo ello. Una y otra vez debía admirarme yo por la habilidad de sus expresiones, la fluidez con que las palabras surgían de sus labios, cuán gráficamente sabía describir todo lo que llenaba su interior cuando se dejaba arrastrar por sus sentimientos. No era lo que decía lo que me gustó de él en un principio, sino cómo lo decía. Esto era para mí algo nuevo, algo genial. No había sabido siquiera hasta entonces que un hombre, con la ayuda de simples palabras, pudiera ejercer una influencia semejante. De mí no se esperaba más que una cosa: asentimiento. Esto no tardé en comprenderlo. Y no me fue tampoco difícil ofrecerle mi asentimiento, pues muchos de los temas que tocaba me eran absolutamente desconocidos.A pesar de ello, sería falso decir que nuestra amistad quedara reducida a esta sola faceta. Esto hubiera sido demasiado cómodo para Adolf y demasiado poco para mí. Lo esencial seguía siendo que nos completábamos magníficamente: en él palpitaba una activa concepción frente a la vida, que exigía una participación interna cada vez mayor; pero, en el fondo, sus elementales arrebatos de cólera eran una prueba de la pasión que ponía él en todas las cosas. Yo, en el fondo una naturaleza contemplativa y pasiva, tomaba con más o menos reservas lo que a él le apasionaba, y, salvo en los asuntos musicales, me dejaba convencer fácilmente. Fue gracias a él que pude comprender a fondo el tiempo y el mundo que nos rodeaba.De todas formas, debo reconocer que Adolf exigía mucho de mí. Disponía arbitrariamente de todas mis horas libres. Como su propio tiempo no estaba sometido al menor orden, debía someterme yo por entero a sus deseos. Lo exigía todo de mí, pero estaba también siempre dispuesto a hacerlo todo por mí. Para mí no cabía ciertamente ninguna otra posibilidad. Teniendo de este modo todo el tiempo absorbido por él, no me hubiera sido posible cultivar ninguna otra amistad. Yo no sentía tampoco la menor necesidad de ello; pues Adolf equivalía para mí a toda una docena de amigos más o menos indiferentes. En realidad, sólo una cosa hubiera podido separarnos: una muchacha de la que ambos nos hubiéramos enamorado a la vez; en este caso ninguno de los dos hubiera obrado con la menor contemplación. Pero justamente en este punto el destino tenía dispuesta para nosotros una solución tan extraordinaria —me referiré a ella más tarde, en el capítulo “Stephanie” —, que nuestra amistad no se vio jamás perturbada por ello, sino, por el contrario, se hizo aún más profunda.Yo sabía de él que —aparte de mí— no tenía ningún amigo. Un sucedido sin importancia, al parecer secundario, se ha quedado firmemente grabado en mi memoria, como si acabase de suceder. Adolf había venido a recogerme a mi casa. De la Klammstraße seguimos el camino de costumbre a través de la Promenade, para desembocar en la Landstraße. Fue entonces cuando sucedió. Podría mostrar todavía la esquina en la que tuvo lugar la siguiente escena: Un jovenzuelo, de la misma edad nuestra aproximadamente, dio la vuelta a la esquina; era un señorito bastante compuesto, mofletudo. Reconoció en Adolf a uno de sus antiguos compañeros de colegio, se detuvo, sonrió abiertamente de alegría y exclamó:—Servus, Hitler!Así diciendo, le tomó confiadamente por la manga y le preguntó, con sincero interés, cómo le iban las cosas. Yo esperaba que Adolf contestara con la misma amabilidad a su compañero de colegio, pues siempre hacía gala de una conducta cortés y amable. Pero el rostro de mi amigo enrojeció de cólera. Yo conocía ya este cambio en su rostro de otras ocasiones, y sabía que no significaba nada bueno.—¡No te importa en absoluto! — le gritó, con el rostro rojo de indignación, mientras le rechazaba rudamente.Después me tomó del brazo y proseguimos nuestro camino, sin preocuparse ya más del otro, cuyo desconcertado rostro y el temblor de sus mofletes me parece tener todavía ante mis ojos.—¡Todos son futuros servidores del Estado! — dijo Hitler, todavía furioso —¡Y con semejantes criaturas he ido yo a la misma clase!Tardó bastante antes de que se hubo tranquilizado.Un segundo sucedido, algo posterior, ha quedado también grabado en mi memoria. Mi admirado profesor de violín Heinrich Dessauer había muerto. Hitler me acompañó hasta el cementerio. Esto me asombró, pues él no conocía siquiera al profesor Dessauer. A mi asombrada pregunta me respondió:—Porque no puedo sufrir que vayas y hables con otras personas jóvenes.Había muchas cosas, aún las más intrascendentes, que podían llenarle de excitación. Pero lo que más le indignaba era oír decir que debía convertirse en un funcionario del Estado. Solamente el oír en alguna parte la palabra “funcionario”, aun cuando no fuera pronunciada en la menor relación con su propio futuro, era inmediato en él un arrebato de ira. Yo pude comprobar que estos arrebatos de ira, en cierto sentido, eran todavía recuerdo de discusiones con su padre, hacía tiempo ya fallecido, que quería hacer de él, a toda costa, un funcionario; por decirlo así, “discursos de defensa a posteriori”.Para nuestra amistad de aquel entonces era ciertamente necesario que yo tuviera en tan poca estima como él a la clase y categoría de los funcionarios. Con su casi rabioso distanciamiento de la carrera de funcionario, podía yo explicarme, finalmente, que un sencillo aprendiz de tapicero le fuera más a modo como amigo que uno de aquellos estirados hijos de consejero de la corte, que gracias a la protección, relaciones y compromisos políticos de sus padres llevaban ya en la cabeza el plan asegurado de su empleo, y que conocían desde un principio el probable curso de su futura existencia. Hitler era exactamente lo contrario de esto. En él todo era incertidumbre. Y había todavía una segunda condición positiva, que a los ojos de Adolf me había predestinado para ser su amigo: lo mismo que él, también yo concedía al arte la primacía en la vida de una persona. Naturalmente, en aquel entonces no podíamos formular nosotros estas ideas con unas palabras tan elocuentes. No obstante, vivíamos prácticamente de conformidad con este fundamento, pues, para mí, el ejercicio de la música se había convertido ya en el factor decisivo de mi existencia. El trabajo en el taller no tenía más objeto que asegurarme la existencia externa. Para mi amigo, sin embargo, el arte era todavía mucho más; dada la intensidad con que captaba, examinaba, rechazaba y discutía todo cuanto le rodeaba, en su insondable gravedad, en esta continua e integral participación, necesitaba forzosamente una compensación. Y ésta no podía encontrarla en otra parte que en el arte.Así pues, yo reunía para él todas las condiciones necesarias para una amistad: no tenía nada de común con sus antiguos compañeros de colegio, no me interesaba en lo más mínimo la carrera de funcionario y vivía enteramente para el arte. Además, yo entendía mucho de música.Esta afinidad de aficiones nos unía con la misma fuerza que la diversidad de nuestros mutuos temperamentos. Dejo al cuidado de los demás juzgar si las personas que, como Hitler, siguen su camino con la seguridad de un noctámbulo, saben encontrar casualmente, de entre la masa, a las personas que necesitan para un determinado trecho de su camino, o si es una decisión del destino que las pone ante estas personas en el instante decisivo. Yo no puedo más que afirmar la realidad que, desde el momento de nuestro encuentro en el teatro, hasta su ulterior caída en los tiempos de miseria en Viena, a la que yo no pertenecía, fui esta persona para Adolf Hitler.
La Alemania de Hitler III.2
Año 1936El 27 de Febrero, la Cámara francesa ratificó el pacto franco-ruso por 353 votos contra 164. El 7 de Marzo las tropas alemanas entraron en la zona desmilitarizada del Rhin. Las potencias signatarias del tratado de Locarno (16 de Octubre de 1925) o sean, Francia, Bélgica, Italia y Gran Bretaña fueron notificadas de que Alemania había restablecido la total e ilimitada soberanía nacional en la zona desmilitarizada del Rhin en interés de los derechos más primitivos de un pueblo de asegurar sus fronteras y de afianzar sus posibilidades de defensa (Fig. 45/46).En el memorándum alemán se decía que el pacto de Locarno había perdido su objeto y cesado prácticamente de existir a consecuencia del pacto París-Moscú. Por esa circunstancia, Alemania se veía desligada de ese pacto, sobre todo porque, además, se había completado paralelamente con otro concluido entre Checoslovaquia y la Unión Soviética. Pero para evitar una falsa interpretación de sus propósitos y acentuar el carácter puramente defensivo de estas medidas y dar impulso una vez más a sus anhelos de una pacificación de Europa, el gobierno alemán, basado en estas miras, se mostraba dispuesto a concertar nuevos tratados según las proposiciones siguientes:1. Formación de una zona desmilitarizada a ambos lados de la frontera franco-alemana.2. Conclusión de un pacto de no-agresión entre Alemania, Francia y Bélgica por un plazo de 25 años.3. Firma de este pacto por Inglaterra e Italia como potencias fiadoras.4. Participación de Holanda en este pacto.5. Firma de un pacto aéreo entre las potencias occidentales.6. Conclusión de un pacto de no-agresión con los Estados limítrofes al Este de Alemania, Lituania inclusive, idéntico al hecho con Polonia.7. Regreso de Alemania a la Sociedad de las Naciones con la esperanza de que en el curso de un tiempo razonable se puedan resolver por medio de negociaciones amistosas las cuestiones de la igualdad de derechos coloniales y del Estatuto de dicha Sociedad desligándolo del tratado de Versalles.De esta manera Hitler rompió la segunda de las fuertes ligaduras de Versalles y puso al mundo ante una nueva "sorpresa". Hasta ahora, su plan de paz no ha encontrado en el extranjero, por desgracia, el reconocimiento que se merece. Lo mismo que un año antes, al restablecerse el servicio militar obligatorio, comenzó entonces una campaña diplomática contra Alemania. Al revés de lo ocurrido el año 1935, Italia tomó parte en ella sólo al principio; la neutralidad de Alemania en la guerra ítalo-abisinia mostró en esta ocasión su efecto.Por la resolución del Consejo de la Sociedad de las Naciones, tomada en Londres el 19 de Marzo, Alemania fue condenada por haber infringido el artículo 43 de Tratado de Versalles. Contra esta determinación protestó inmediatamente el embajador von Ribbentrop. El 3 de Abril, el Sr. Eden, ministro de Relaciones Extranjeras inglés, comunicó en la Cámara de los Comunes que "el gobierno inglés, si bien hasta ahora no había tenido tiempo de hacer más que un estudio preliminar, consideraba como muy importantes las últimas proposiciones de Hitler".Por su parte, el pueblo alemán, mediante las elecciones del Reichstag del 29 de Marzo, demostró estar conforme con la decisión tomada por el Führer.La lucha diplomática de las potencias signatarias de Locarno llevó a conversaciones de los estados mayores militares de Francia, Inglaterra y Bélgica, cuyo contenido no se dio a conocer; fueron terminadas, el 23 de Junio en Londres, por una conferencia de estas potencias (sin Italia). Se acordó convocar a una conferencia de las Cinco potencias, cuyos preparativos no se han terminado hasta hoy porque entretanto otros dos sucesos importantes de política internacional se han colocado en primer plano: el fin de la guerra ítalo-abisinia, victorioso para los italianos, y el comienzo de la guerra civil española.La actitud neutral de Alemania con respecto a Italia durante su guerra con Abisinia y en la lucha contra las sanciones debía conducir a una aproximación entre Roma y Berlín. En la cuestión austríaca la política italiana se mostró transigente. Alemania logró concertar con Viena un acuerdo firmado el 11 de Julio. Los gobiernos declararon estar dispuestos a renovar sus relaciones amistosas; de este modo creían servir a los intereses comunes de ambos Estados así como a la paz europea. Alemania reconoció la soberanía del Estado confederado de Austria. Esta a su vez tenía que orientar su política de acuerdo con la realidad de que Austria se reconoce como un Estado alemán.Por este convenio no se alteran los protocolos romanos de los años 1934 y 1936 ni tampoco la posición de Austria respecto a Italia y Hungría como participantes en estos protocolos. Ambos gobiernos consideran la organización política interna de sus respectivos países, incluso el nacionalsocialismo austríaco, como un asunto exclusivamente interno.Con este tratado desapareció por fin una disensión que había tenido alejados a estos dos Estados alemanes. El carácter alemán se ambos participantes les indujo a los naturales sacrificios. El terminar con una situación que tanto política como espiritualmente había pesado sobre la población fronteriza de ambos países valía la pena de hacer tales sacrificios.También se pudo ver al firmarse este convenio, lo mismo que en el tratado polaco-alemán y que en acuerdo naval anglo-alemán, que el sistema directo del entendimiento bilateral produce resultados positivos.Este convenio no significa ninguna "nueva constelación"; en él se prevé que los acuerdos romanos de Austria con Italia y Hungría no sufran alteración alguna ni tampoco tienen como consecuencia un giro de Viena de esta línea política. Para Alemania tampoco significa el convenio un desvío de su política de buscar las relaciones amistosas con sus vecinos, de eliminar los factores perturbadores y de contribuir a una paz colectiva, justamente entendida.Como resultado de la actitud cordial de Roma, el joven ministro de Relaciones Exteriores italiano, conde de Ciano, hizo una visita a Berlín el 19 de Octubre. Después de una recepción solemne cambió amplias impresiones con el ministro de Relaciones Exteriores von Neurath y con otras eminentes personalidades. En Berchtesgaden, el Führer le comunicó que Alemania reconoce, bajo todas sus formas, el Imperio italiano de Etiopía (Fig. 48).Ciano declaró que habían sido examinadas las negociaciones para la sustitución del Tratado de Locarno así como los diferentes aspectos del problema de la Sociedad de las Naciones; a partir de entonces todas las cuestiones habrían de ser tratadas mediante consultas de carácter amistoso entre ambas naciones. Alemania e Italia habían llegado además al convencimiento de que el gobierno nacional del general Franco está apoyado por la firme voluntad del pueblo español en la mayor parte del territorio de aquella nación. Italia y Alemania deseaban que España, en su plena integridad nacional y colonial, recuperara el puesto que le corresponde.Además, se acordó intensificar aun más las relaciones culturales entre Alemania e Italia. En relación con el reconocimiento del Imperio italiano de Etiopía se ha establecido un arreglo de las relaciones económicas ítalo-alemanas en cuanto se refiere a Etiopía.El conde Ciano tomó parte en Berlín en una manifestación de las juventudes hitlerianas, en la que anunció la fundación de un instituto en Berlín y otro en Roma de las organizaciones juveniles ítalo-alemanas.Esta visita fue el punto de partida de una serie de viajes de personalidades de la política, de la economía, del ejército, etc., de Berlín a Roma y viceversa.En su discurso "realista" de Milán, del 1 de Noviembre, Mussolini dijo que "la vertical Berlín-Roma no es una secante sino más que eso un eje, en el cual pueden apoyarse todos los Estados europeos que estén inspirados por la voluntad de colaboración y de paz".Así tuvo lugar la realización de un deseo expresado por Hitler en su libro "Mein Kampf": el logro de una Entente Cordiale con Italia.El mes de Noviembre trajo tres acontecimientos importantes para la política alemana de libertad y de paz.El primero fue el restablecimientos de la soberanía del Reich sobre los ríos alemanes.El 15 de Noviembre, el gobierno alemán transmitió una nota a los gobiernos que por el tratado de Versalles estaban representados en la Comisión fluvial internacional del Rhin, Danubio, Elba y Oder. En esta nota se decía que las prescripciones del tratado contradicen a los principios de igualdad de derechos en la navegación fluvial y significan un sistema unilateral desventajoso para Alemania. Como los esfuerzos alemanes para suprimir este insoportable estado de cosas habían sido siempre infructuosos, el gobierno alemán ya no podía aceptar por más tiempo la situación creada y por tanto no reconocía más dichas prescripciones concernientes a los ríos en territorio alemán y a la administración del canal de Kiel. Al mismo tiempo, el gobierno alemán denunció los acuerdos tomados el 4 de Mayo referentes a la navegación por el Rhin.Con esto cesó la colaboración de Alemania en el seno de la Comisión fluvial creada por Versalles. La navegación por los ríos alemanes está abierta a todos los Estados que vivan en paz con Alemania y no hay diferencia alguna en la manera de tratar a los barcos alemanes y extranjeros. Condición previa para ello es, desde luego, la garantía de reciprocidad.Hitler eliminó así una de las últimas ligaduras del Dictado de Versalles.El segundo acontecimiento de este mes fue la visita oficial del secretario de Relaciones Exteriores austríaco Dr. Guido Schmidt que sostuvo largas conversaciones con el ministro de Relaciones Exteriores alemán, Neurath, y que seguidamente fue recibido por el Führer. Objeto de estas conversaciones fueron los problemas de naturaleza política, económica y cultural. Las relaciones comerciales austro-alemanas habrían de ser inmediatamente intensificadas. Se vio que, manteniendo en vigor las bases del convenio del 11 de Julio, podría resultar una colaboración provechosa en muchas cuestiones.El tercer acontecimiento lo constituye el pacto contra la Internacional comunista que fue firmado el 25 de Noviembre entre el embajador de Japón y el embajador von Ribbentrop. Alemania y Japón reconocen que el fin de la Internacional comunista es la descomposición y opresión de los Estados existentes; están convencidas de que una intromisión del Komintern en los asuntos internos de las naciones amenaza tanto a la paz y bienestar social interiores como a la paz mundial. Ambas naciones acuerdan informarse recíprocamente sobre la actividad de la Internacional comunista, consultarse sobre las medidas de defensa necesarias y ejecutar éstas en estrecha colaboración. Los demás Estados, cuya paz interna aparezca amenazada por la labor destructora de la Internacional comunista, son invitados a participar en este acuerdo. El pacto será válido durante 5 años.Un protocolo adicional establece la formación de una Comisión permanente de ambos países. Las autoridades competentes deben adoptar las más severas medidas contra los colaboradores directos o indirectos de la Internacional comunista en el interior o en el extranjero.Los motivos para este acuerdo se encuentran en la resolución del séptimo Congreso del Komintern de formar un "Frente único para la lucha contra el fascismo y el imperialismo" que se dirigía principalmente contra Japón, Alemania y Polonia. Con esto, la actividad del Komintern demostró su carácter internacional: las medidas para oponérsele tenían que ser por tanto de colaboración internacional.Las ideas expuestas por Hitler y otros oradores, dos meses antes, en el Congreso del Partido en Nuremberg, encontraron por primera vez inmediata aplicación en este acuerdo.Entre otros acontecimientos importantes de este año, hay que citar el "convenio comercial y de pagos" firmado con Lituania, el 5 de Agosto. El objeto del mismo es disminuir la tirantez entre ambos países y fomentar sus relaciones políticas. Esta política pacifista de Alemania con respecto a los Estados vecinos se afianzó con las ofertas de garantía de neutralidad a Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Suiza.Año 1937El año comienza con un viaje a Italia del presidente del Consejo de Ministros, mariscal Göring, acompañado de su esposa. El colaborador de Hitler fue recibido en audiencia por el rey y sostuvo varias conversaciones con el Duce y con el conde Ciano. En éstas se trató de los problemas internacionales presentes, especialmente de la guerra civil española. En una recepción concedida a la prensa, en Capri, el mariscal Göring acentuó que el eje Berlín-Roma es una articulación sólida en la obra de reconstrucción de la paz; mediante la firme voluntad de desembrollar la situación internacional Alemania quiere contribuir a consolidar la paz de Europa de nuevo amenazada.El resultado práctico de estas conversaciones se expresó en la coincidencia de las respuestas con las cuales Italia y Alemania contestaron el 25 de Enero el memorándum de la Gran Bretaña referente a la prohibición de los voluntarios para España.Anteriormente, ambos gobiernos ya habían propuesto prohibir la intromisión indirecta (ayuda económica, propaganda, envío de voluntarios). Esta propuesta no fue tomada en consideración. Alemania e Italia estaban ahora dispuestas a dar una nueva ley por la cual debería prohibírsele la entrada a España a todas las personas que se propusieran marchar a dicho país para tomar parte en la guerra civil. Las notas se referían a las propuestas de ambos gobiernos de retirar de España a todos los combatientes no españoles, incluso agitadores y propagandistas.Esta respuesta se comunicó a raíz de las inculpaciones de la prensa extranjera contra Alemania por la supuesta presencia de tropas alemanas en el Marruecos español y contribuyó a calmar el estado de ánimo en el mundo. Es preciso hacer constar que, gracias a una conversación sostenida entre el Führer y el embajador francés, Françios Poncet, en la recepción de año nuevo del cuerpo diplomático, así como a la actitud objetiva de los gobiernos francés e inglés, se debe el que el incidente del supuesto desembarco no haya tenido graves consecuencias internacionales. Desde entonces, Roma y Berlín, de completo acuerdo, siguen la misma política en la cuestión española.El 30 de Enero de 1937, los cuatro primeros años del gobierno nacionalsocialista se terminaron con un discurso por la paz, pronunciado por Hitler ante el Reichstag. El Führer dio cuenta general de los resultados obtenidos en todos los ramos de la vida nacional. Hitler puso en evidencia que la revolución nacionalsocialista ha realizado el mayor milagro imaginable en el gobierno de un país y que el orden en el interior, así como la reorganización del ejército alemán, le han dado la posibilidad de liberarse de aquellas ataduras que Alemania tuvo que soportar como la mayor ignominia que se le ha hecho hasta ahora a un pueblo.A continuación, el Führer anunció su propósito de dar por terminado el proceso de igualdad de derechos de Alemania, pero esto no podría tener lugar hasta que no se hubieran cumplido otras dos condiciones previas:1. Subordinar a la soberanía del Reich los ferrocarriles alemanes y el Banco Nacional (Reichsbank).Una vez cumplida, en efecto, esta resolución desaparecen las últimas ligaduras internacionales de la legislación monetaria alemana. Así terminó un período de amargos recuerdos para el Banco Nacional: toda forma de dependencia del extranjero significa una humillación para el Banco emisor de un pueblo con conciencia nacional. Los ferrocarriles alemanes, una vez liquidadas las participaciones privadas, pasaron a ser del Estado.2. La segunda condición es la de retirar solemnemente la firma alemana de la declaración obtenida, por exacción, de un gobierno débil, contra ciencia y conciencia, de la culpabilidad de Alemania en la guerra.Si bien esta declaración no significaba más que un gesto, su efecto moral era grande, ya que el texto del artículo 231 del Tratado de Versalles (Reconocimiento de la responsabilidad única e indemnización de daños) pesaba constantemente sobre el sentimiento nacional del pueblo alemán.Historiadores y escritores alemanes, basándose principalmente en las publicaciones del archivo secreto ruso editadas después de la guerra, se han esforzado en demostrar el error histórico de aquel artículo tan ofensivo para Alemania.En el extranjero también se han hecho investigaciones de esta índole con resultados favorables para Alemania. A pesar de esto, dicho error ha enturbiado el criterio de muchos hombres de Estado y ha hecho fracasar todo intento de Alemania de obtener una revisión del artículo 231.Hitler manifestó en su discurso que Alemania, como Estado que ha recuperado la igualdad de derechos, tiene conciencia de su misión europea y colaborará desde ahora en la solución de los problemas internacionales.Con estas palabras del Führer se terminó un período que comenzó el 28 de Junio de 1914. Para Alemania, para toda Europa, este tiempo abarcó guerras y revoluciones, miserias y sufrimientos que apenas tienen su equivalente en los anales de la Historia. Ahora una nueva era comienza; todos esperamos confiados en que será mejor a pesar de las dificultades internacionales presentes.El Führer ha mantenido su promesa de devolver a Alemania la igualdad de derechos, la libertad y el honor nacionales.Es interesante recordar que en este discurso, que acabamos de citar, Hitler decía que el gobierno alemán había asegurado a Bélgica y a Holanda el estar dispuesto a "reconocer y garantizar en todo momento a estos Estados como territorios neutrales e intangibles". Esta buena disposición de ánimo de Alemania halló un eco entusiasta en la Cámara holandesa; el gobierno declaró que Holanda apreciaba estos buenos propósitos en todo su valor.El 12 de Febrero tuvo lugar una conversación entre el embajador alemán, Ribbentrop, y el representante del ministro de Relaciones británico, Lord Halifax, en la cual se trataron diferentes cuestiones que afectaban los intereses de ambos países. Esta conversación preparaba la visita que más tarde hizo Lord Halifax a Alemania.El ministro de Relaciones Exteriores, Neurath, que llegó a Viena el 22 de Febrero para pasar allí dos días, celebró varias entrevistas con el canciller de la Confederación, Schuschnigg, y con el secretario de Relaciones Dr. Schmidt. En un comunicado oficial se anunciaba la satisfacción con que se había comprobado que el acuerdo del 11 de Julio de 1936 había servido para el restablecimiento de las relaciones amistosas con plena confianza de ambos Estados y como base adecuada para garantizar en lo sucesivo una colaboración provechosa. En estas conversaciones se expresó la esperanza de que la aproximación conseguida por el acuerdo económico del 27 de Enero había de favorecer un movimiento más intenso de mercancías y viajeros, que a su vez tenía que influir sobre el desarrollo general de las relaciones entre ambos países. En cuanto a la política cultural se discutieron extensamente las cuestiones más urgentes del intercambio intelectual. En consecuencia, se nombró la comisión para el fomento de las relaciones culturales entre Austria y Alemania que ya se había acordado cuando el secretario de Estado, Dr. Schmidt, hizo su visita a Berlín. Esta comisión debía principiar sus funciones el 25 de Febrero.Poco después, el presidente de la Confederación suiza, dio a conocer al Consejo que uno de los miembros de éste, Schulthess, con motivo de un viaje privado a Alemania, efectuado con su anuencia, había sido recibido en audiencia por el Führer. El canciller renovó sus deseos de paz y declaró que la existencia de Suiza es una necesidad europea; además hizo observar que en su discurso del 30 de Enero, al hacer referencia a la declaración de neutralidad de Bélgica y Holanda, no se había citado especialmente a Suiza porque no afectaba en modo alguno a la neutralidad ya reconocida por Alemania y las otras potencias. La inviolabilidad y neutralidad de Suiza será en todo tiempo respetada por Alemania, ocurra lo que ocurra. El canciller concedió al Sr. Schulthess plena autorización para comunicar esta declaración expresa y terminante al gobierno de la Confederación a fin de que aquél lo transmitiera al pueblo suizo. El Consejo federal, con satisfacción, tomó nota de esta declaración.La primavera del año 1937 se caracterizó por diferentes acontecimientos que llevan el sello de una inteligencia internacional.En primer lugar, el Dr. Rust, ministro de Educación Nacional, se trasladó a Grecia para inaugurar las excavaciones de Olimpia, emprendidas gracias al donativo anunciado por el Führer con ocasión de los Juegos Olímpicos de Berlín. Más tarde, el presidente del Banco Nacional, Dr. Schacht, correspondió en Bruselas a la visita que antes le hiciera en Berlín el gobernador del Banco Nacional de Bélgica; en esta ocasión fue recibido en audiencia por el rey Leopoldo. El Dr. Schacht declaró a los periodistas que, según su opinión, la reorganización de las relaciones económicas internacionales sólo sería posible su estuviera precedida de una depuración de la situación política. Como nadie quiere la guerra será bien posible conseguir esta inteligencia. El rearme alemán no es impedimento alguno, antes por el contrario, facilita este entendimiento ya que Alemania no ha sido respetada mientras no hubo recuperado su fuerza. El subsecretario de Estado y jefe de las Juventudes italianas, Ricci, acompañado de algunos oficiales de Balilla, hizo una visita a Alemania para saludar a los jefes de las juventudes alemanas y conocer su organización. El presidente del Consejo de Ministros, mariscal Göring, fue recibido en Roma por el Duce.Según una nota oficial, en las conversaciones sostenidas en Roma entre el ministro de Relaciones Exteriores, Neurath, Mussolini y Ciano, se expresó de nuevo la voluntad de ambos gobiernos de continuar una política coincidente sobre la base del protocolo ítalo-alemán de Octubre de 1936 y hacer en lo sucesivo todos los esfuerzos necesarios que contribuyan a favorecer una amplia colaboración con las otras potencias. Más tarde el barón von Neurath estuvo en Belgrado, Sofía y Budapest, para consolidar e intensificar las buenas relaciones del Reich con esos países. También es interesante anotar la declaración que más tarde hizo el ministerio de Relaciones belga, de que su país se da cuenta exacta del significado de la buena voluntad mostrada por el canciller alemán de reconocer y garantizar la neutralidad de Bélgica. En ello se ven posibilidades a las cuales el gobierno belga no quiere renunciar en modo alguno.El 24 de Mayo, cuatro buques de guerra italianos, que estaban anclados en Palma de Mallorca, fueron atacados por dos aeroplanos del gobierno de Valencia, ataque que causó desperfectos. Dos días más tarde cayó una bomba sobre el comedor de oficiales del crucero italiano "Quarto" matando a 6 oficiales e hiriendo a varios más.El 29 de Mayo, el buque de guerra alemán "Deutschland", que estaba anclado en la rada de Ibiza, fue bombardeado por dos aeroplanos del gobierno de Valencia. En una nota del gobierno alemán, radiada por las emisoras del país, se hacía constar que el barco pertenecía a las fuerzas navales destinadas al control marítimo internacional estaba anclado y por tanto la tripulación se encontraba en la cámara de proa desprovista de toda protección. Una bomba estalló en el comedor de tropa, 20 muertos y 73 heridos resultaron de este atentado criminal. Una segunda bomba dio en la cubierta lateral produciendo ligeros desperfectos. El barco no había disparado antes ni un solo tiro contra los aeroplanos. La declaración del gobierno alemán añadía que el de Valencia había sido ya avisado por dos veces por la Comisión de no-intervención y por el gobierno alemán de abstenerse de efectuar agresión alguna contra los buques al servicio del control internacional.Como represalia contra la agresión al acorazado "Deutschland", fue bombardeado por la escuadra alemana el puerto fortificado de Almería. Una vez que fueron destruidas las instalaciones del puerto, y se redujo al silencio a las baterías enemigas, se dio por terminada la represalia. Para reforzar la escuadra alemana en aguas españolas se enviaron algunos buques de guerra más.El embajador von Ribbentrop entregó a la Comisión de no-intervención, en Londres, una nota en la que la agresión era citada y calificada como uno de aquellos incidentes semejantes en que fueron amenazados, por buques de guerra rojos, el acorazado "Graf Spee", a comienzos de Abril, y el crucero "Leipzig", el 11 de Mayo. El gobierno alemán, en vista de esto, había decidido no participar más en el sistema de control y en las deliberaciones del Comité de no-intervención en tanto que no se obtuviera una garantía contra la repetición de tales incidentes. Mientras subsistiesen estas circunstancias, los buques de guerra alemanes tenían la orden de defenderse con las armas contra cualquier aeroplano o buque de guerra español que se aproximase. Así protegió Adolf Hitler la dignidad de Alemania y el prestigio de las fuerzas de guerra internacionales en las aguas españolas.El tratado naval cuantitativo anglo-alemán de 1935, no preveía acuerdo a de naturaleza cualitativa hasta que no se llegara a una inteligencia entre Inglaterra, Francia, los Estados Unidos y la Unión Soviética. Como en efecto se había ya realizado, volvió a firmarse un nuevo tratado naval anglo-alemán que queda en vigor hasta el 31 de Diciembre de 1942. Una cláusula de seguridad determina que, en caso de surgir circunstancias especiales, el tratado podrá ser revisado. Además, para el tercer trimestre del año 1940, se han previsto nuevas entrevistas referentes a la prolongación o modificación del tratado; éste determina el tiempo de vida activa y por consiguiente cuándo pueden ser sustituidos los cruceros, portaaviones, buques rápidos, submarinos y otras unidades pequeñas. Desde un punto de vista cualitativo (tonelaje y calibre) se fijan los valores máximos siguientes: para acorazados: 35.000 t y piezas de 40,6 cm; para portaaviones: 23.000 t y piezas de 15,5 cm; para buques rápidos, es decir, cruceros grandes: 10.000 t y piezas de 20 cm; para cruceros pequeños: 8.000 t y piezas de 15,5 cm; y para una subsección: destructores, etc.: 3.000 t y piezas de 15,5 cm; para submarinos: 2.000 t y piezas de 13 cm. Para los cruceros grandes se fija un plazo de suspensión en las construcciones que termina el 1 de Enero de 1947. Sin embargo, si la Unión Soviética realizara su intención de construir en ese tiempo cruceros de gran tonelaje, este plazo de suspensión podrá ser acortado. En el acuerdo se expresa claramente que Alemania en este caso no tendrá responsabilidad alguna. El tratado estipula, además, que ambas partes se notificarán mutuamente por adelantado las nuevas construcciones que se propongan emprender. Asimismo, se previene el intercambio de noticias sobre la puesta en servicio de buques de guerra. Un acuerdo adicional al tratado naval anglo-alemán de 1935 y designado como "aclaración" contiene prescripciones sobre la aplicación de la proporcionalidad del 35:100 de la flota alemana respecto a la británica en las distintas clases de barcos, sobre la posibilidad de la transferencia del tonelaje de una clase a otra y sobre los acuerdos especiales respecto a la edad de los buques de guerra alemanes construidos conforme al Tratado de Versalles. Un cambio de notas, considerado como la tercera parte del tratado, se refiere a la ya citada posibilidad de reducción del plazo por el que se suspende la construcción de cruceros grandes.A principios de Septiembre se hizo saber que en la segunda quincena del mes, el jefe del gobierno italiano, Mussolini, visitaría Alemania por invitación del Führer. El encuentro de los dos jefes de Estado habría de servir para proclamar de nuevo el estrecho compañerismo y armonía de los movimientos revolucionarios que en ambos países habían llevado a una total transformación de la vida del pueblo y del Estado.El Sr. Mussolini, jefe del gobierno italiano, realizó su visita a Alemania acompañado de un gran séquito en el cual se hallaban el ministro de Relaciones Exteriores, conde Ciano, el secretario del Partido, ministro Starace y el ministro de Instrucción Pública, Alfieri. Mussolini fue saludado en la frontera austro-alemana por el lugarteniente del Führer, Rudolf Hess y acompañado por éste a Munich. Después de ser recibido en esta ciudad por el Führer, el Duce depositó una corona en el Ehrentempel situado en la Plaza Real, visitando enseguida los edificios de la administración del Partido y la Casa del Führer, donde se efectuó la recepción de los jefes del Partido (ver Fig. 51-62).Después del desfile de las milicias del Partido y de una visita a la Casa del Arte alemán, tuvo lugar en este edificio una recepción, en la cual Mussolini nombró a Adolf Hitler Jefe de Honor de la Milicia Fascista, confiriéndole con esto la más alta dignidad que el Partido Fascista puede otorgar.El nombramiento de Hitler como Jefe de Honor de la Milicia Fascista llevaba esta leyenda: "Adolf Hitler, Führer del pueblo alemán, devolvió a Alemania la fe en su nueva grandeza. El restaurador del orden nacional, social y político, con mano firme, lleva a la nación alemana a su elevado destino. Convencido de la civilización europea y defensor de la misma contra todo intento de subversión, mostró a Italia, en horas de lucha, su amistad leal y su solidaridad."Adolf Hitler entregó a Mussolini a Gran Cruz de la Orden del Mérito del Águila Alemana, especialmente confeccionada para él y ejemplar único, y la Insignia de Oro del Partido, que hasta ese momento sólo había sido llevada por el Führer.Mussolini en compañía del Führer partió de Munich hacia el Norte de Alemania para presenciar las maniobras militares que allí se ejecutaron; después se trasladaron a Essen para visitar los talleres Krupp de donde continuaron su viaje a Berlín.En la estación, al llegar a la capital del Reich, primeramente, se hizo la presentación de los miembros de gobierno al jefe de gobierno italiano y, acto continuo, en medio del entusiasmo y de la cordial acogida de la multitud, se trasladó, atravesando las calles engalanadas de Berlín, al palacio presidencial del Reich que fue destinado para su residencia. Tanto este día como el 25 de Septiembre para Munich fueron declarados días festivos.Por la noche tuvo lugar en la Cancillería una recepción del gobierno. En su brindis, que aquí resumimos, Adolf Hitler saludó en Mussolini al genial creador de la Italia fascista y al fundador de un nuevo Imperio.El vivo entusiasmo del pueblo alemán, con motivo de su visita, es una prueba de que ésta significa más que un simple y convencional encuentro diplomático. En un mundo en el cual reina una gran tirantez, Italia y Alemania se han encontrado mutuamente, coincidiendo en una sincera amistad y en una estrecha colaboración política. Esta colaboración es impulsada por una voluntad indestructible de vida y de conservación mediante el propio esfuerzo de ambos pueblos y por ideales políticos afines que forman la base de la fuerza interior para la consolidación de ambos Estados. Entre los intereses vitales y efectivos de Italia y Alemania no hay elementos que los separen sino al contrario que los completan y unen. Las conversaciones de los últimos días confirmaron de nuevo esta tesis. La obra política, acordada en común para asegurar la paz, no se puede conceptuar como la formación de un bloque dirigido contra otros Estados europeos. Por el contrario, con esta obra se favorece de la mejor manera el propósito de llegar a una inteligencia de carácter internacional y general. Bajo este espíritu ambas naciones están dispuestas a revisar las cuestiones políticas y evitar así cualquier posible intento de separarlas o de enfrentarlas.En su respuesta Mussolini señaló a Adolf Hitler como el regenerador de la nación alemana. Las revoluciones fascista y nacionalsocialista son revoluciones creadoras, que han hecho surgir grandes obras de la cultura y del progreso. La solidaridad ítalo-alemana no es el resultado de ningún cálculo político, ni sutileza diplomática alguna, sino la expresión y el resultado de una afinidad natural y de intereses comunes. Ambas naciones se encuentran dispuestas a colaborar con todos los pueblos que para ello tengan buena voluntad. Piden, sencillamente, respeto y comprensión para sus necesidades y para la intangibilidad de la cultura europea. Mussolini llevará consigo hacia Italia el recuerdo de las tropas poderosas, de las manifestaciones del pueblo, de la obra reconstructiva espiritual y técnica y la certeza de una firme amistad.El segundo día de su estancia en Berlín, Mussolini visitó la Armería. Potsdam, la Casa del Fascio en Berlín y por invitación del presidente del Consejo, mariscal Göring, la residencia de éste, Karinhall en Schorfheide. Por la noche hubo una gran manifestación en el Campo Nacional de Deportes (Campo de Mayo, estadio y campos adyacentes) en el que se congregó un millón de almas, más dos millones de personas reunidas en calles y avenidas que conducen al campo; en total, aproximadamente 3 millones. Primeramente habló Adolf Hitler y dijo que esta manifestación no era un mitin corriente sino que expresaba una profesión de fe en ideales e intereses comunes, hecha por dos hombres, oída por un millón y esperada y asentida por ciento quince millones de almas. De este modo, esta noche representa una manifestación de dos pueblos cuyo sentido profundamente sincero es el deseo de garantizar a ambos países aquella paz que no es recompensa de una resignada cobardía sino el resultado de un afianzamiento consciente y responsable de las sustancias y valores éticos, espirituales, físicos y culturales, paz con la cual se tocan los intereses de toda Europa. Ningún pueblo anhela más la paz que el alemán, pues éste ha conocido las nefastas consecuencias de una débil y ciega confianza. Los ideales del liberalismo y de la democracia no han podido salvar a la nación alemana de los atropellos más graves. En estos tiempos de prueba, Italia, y especialmente la Italia fascista, no ha tomado parte en las humillaciones impuestas a Alemania. Por eso nos embarga la más sincera satisfacción al haber sonado la hora en que Alemania pudiera recordarlo y, en efecto, lo recuerda. De la comunidad de las revoluciones fascista y nacionalsocialista ha surgido también una comunidad, no sólo en sus ideales sino también en la acción. Si Italia, gracias a la genial actividad de un hombre ha llegado a ser un Imperio, Alemania por la actitud de su pueblo y por su fuerza militar ha llegado a ser de nuevo una potencia mundial. La fuerza de ambas naciones constituye hoy la más sólida garantía para la conservación de una Europa que no desea sucumbir por la acción de elementos destructores. Cualquier intento de separar y disolver esta comunidad de pueblos fracasará, lo mismo ante una actitud resuelta de los 115 millones de seres que representa esta manifestación de su comunidad, que ante la voluntad de los dos jefes de Estado.A continuación habló el Duce y, entre otras cosas, dijo que su visita significaba un jalón importante en la vida de ambos pueblos, y que no se podía medir de la misma manera que otras visitas diplomáticas o políticas. El haber venido hoy a Alemania no quiere decir que mañana se encuentre dispuesto a otras visitas. No vino solamente en su calidad de jefe de una revolución nacional para dar prueba de la íntima unión de aquella con la revolución nacionalsocialista. En su viaje no hay intenciones ocultas de ninguna clase, nada que pueda disociar más a una Europa ya suficientemente disociada. La consolidación del eje Roma-Berlín no va dirigida contra ningún otro Estado. Los nacionalsocialistas y los fascistas quieren la paz, pero una paz efectiva y provechosa. Por tanto el resultado de esta visita a Berlín significa: Paz. El fascismo y el nacionalsocialismo han dado a Italia y a Alemania una nueva fisonomía y ésta es precisamente la que Mussolini quería conocer en Alemania. Ahora se ha convencido de que la nueva Alemania constituye un elemento fundamental de la vida europea.El nacionalsocialismo y el fascismo tienen muchos elementos ideológicos que les son comunes, y en todas partes el mismo enemigo: la Tercera Internacional. Ambos pueblos creen en la voluntad como la fuerza motriz de su vida y rechazan la doctrina del materialismo histórico. Ambas ideologías glorifican el trabajo en sus múltiples formas de manifestarse, como el signo de la nobleza humana; ambas se apoyan igualmente en una juventud educada con disciplina, perseverancia, amor a la patria y desprecio a la vida cómoda. Ambas persiguen el mismo fin de autarquía económica, pues sin esta independencia se compromete también la independencia política. Italia, por las criminales sanciones económicas, ha podido sentir este peligro. Estas sanciones se ejecutaron con todo rigor pero no consiguieron su objeto y dieron ocasión a Italia de mostrar al mundo su capacidad de resistencia. Alemania no se adhirió a estas sanciones, Italia nunca lo olvidará.Ese ha sido el momento en que por primera vez ha aparecido la necesidad de una íntima colaboración entre ambos países. El llamado eje Roma-Berlín constituyéndose ya en el otoño de 1935 y desde entonces ha servido para una aproximación cada vez mayor de ambos pueblos y para robustecer políticamente la paz. La ética del fascismo exige hablar con claridad y franqueza y marchar con un amigo hasta el fin. Ni en Alemania ni en Italia existe una tiranía. Ningún gobierno del mundo posee la adhesión del pueblo en las proporciones que los de Alemania e Italia; de ahí resulta que estos dos países tienen las mayores y más legítimas democracias del mundo. En ciertos países y bajo la capa de los inalienables derechos del hombre, domina la política de las potencias del oro, del capital, de las sociedades secretas o de los grupos políticos en lucha continua unos contra otros. Otro postulado común entre Alemania e Italia es la lucha contra el bolchevismo, esa forma moderna de tenebroso dominio bizantino de la fuerza bruta, de esa inaudita explotación de la fácil credulidad de las masas humildes, de ese régimen de hambre, de sangre y de esclavitud.Esta forma de la degeneración humana, después de la guerra, ha sido combatida por el fascismo con la palabra y con las armas, pues allí donde no basta la palabra y lo exigen las circunstancias amenazadoras, es necesario acudir a las armas. Así lo ha hecho Italia en España, donde millares de voluntarios italianos fascistas han caído para la salvación de la cultura europea; de una cultura que todavía puede vivir un renacimiento si se aparta de los falsos y engañosos ídolos de Ginebra y Moscú. Ni Alemania ni Italia hacen propaganda fuera de sus fronteras para ganarse prosélitos porque en verdad poseen fuerza suficiente y la Europa de mañana por imperativo lógico de los hechos llegará a ser fascista. Alemania se ha despertado ya; que Europa despierte y cuándo no se sabe, puesto que fuerzas ocultas pero bien conocidas están trabajando para convertir una guerra civil en una conflagración mundial. Es importante, pues, que Alemania e Italia estén unidas bajo una misma e inconmovible resolución.El 29 de Septiembre, ante el Duce y el Führer, tuvo lugar en Berlín una gran parada militar. El mismo día, después de una permanencia de tres días en la capital, salió Mussolini de Berlín con el lugarteniente del Führer quien le acompañó hasta la frontera.Al partir, el Duce invitó al Führer para que visitase Italia. La visita se llevó a cabo en Mayo de 1938, como veremos más adelante.El 6 de Noviembre fue firmado en Roma un protocolo por los gobiernos alemán, italiano y japonés, considerando que la Internacional comunista amenaza constantemente tanto en occidente como en oriente al mundo civilizado y en vista de que perturba el orden y la paz. Los gobiernos están convencidos de que sólo se puede aminorar y eliminar este peligro mediante una colaboración estrecha de todos los Estados interesados en el mantenimiento de la paz y del orden. Como Italia, ya desde el comienzo el régimen fascista y con indomable decisión, ha luchado contra este peligro y desarraigado del país la Internacional comunista, resolvió ponerse del lado de Alemania y de Japón y alentados por el mismo espíritu de defensa contra el comunismo habían tomado ya posición contra el enemigo común. Los tres gobiernos, en conformidad con el artículo II del acuerdo del 25 de Noviembre de 1936, entre Alemania y Japón, declaran que Italia se adhiere a este acuerdo.El presidente del Consejo privado inglés, Lord Halifax, llegó a Berlín el 17 de Noviembre. El primer día de su visita, Lord Halifax tuvo una larga conversación con el ministro de Relaciones Exteriores del Reich, barón von Neurath. Más tarde, Lord Halifax fue recibido por el Führer en su casa de campo de Obersalzberg; durante cinco horas trataron problemas referentes a la política internacional de Alemania e Inglaterra. Lord Halifax regresó el mismo día a Berlín. Antes de partir para Londres, el Sr. Halifax declaró que, si bien no se podía comunicar nada sobre la conversación sostenida con el Führer, manifestaba, sin embargo, que la misma tuvo un carácter inoficial y que confiaba en haber abierto algo más que la puerta para llegar a una inteligencia y aclarar la atmósfera política entre Alemania e Inglaterra. Hizo constar, además, la cordialidad y simpatía con que fue recibido en Alemania, especialmente por el Führer, congratulándose de haber tenido ocasión de entablar relaciones con los hombres de Estado alemanes (Fig. 49).El 21 de Noviembre, el presidente del Consejo de ministros húngaro, Dáranyi, y el ministro de Relaciones Exteriores, Kánya, hicieron una visita al gobierno alemán en Berlín. Con motivo de una recepción en la residencia presidencial, el ministro de Relaciones Exteriores, barón von Neurath, saludó a los huéspedes húngaros y recordó las múltiples relaciones que desde el más remoto pasado han mantenido ambos países y las más duras pruebas por las que han pasado, seguidas de una penosa reconstrucción nacional. El Tercer Reich sigue con cálida simpatía el potente auge de la nación húngara. Lo mismo que hasta ahora, los colonos alemanes, que durante hace muchas generaciones residen en Hungría, y que son fieles ciudadanos de esta nación, en el porvenir seguirán contribuyendo a conservar la amistad entre las dos naciones. La inquebrantable confianza que une a éstas ofrece una garantía para el porvenir político. En su respuesta, el ministro del Consejo, Sr. Dáranyi, expresó su admiración por el ritmo acelerado con que el pueblo alemán se ha librado de sus ligaduras e hizo constar con satisfacción que Hungría está unida a Alemania por una amistad basada en los intereses comunes, de antiguo existentes. Esta amistad, que siempre ha estado al servicio de la paz y que por la guerra mundial se ha consolidado todavía más, continuará en lo sucesivo dedicada a fines pacíficos (Fig. 50).A propuesta del Duce, el Gran Consejo Fascista decidió por voto unánime, el 11 de Diciembre, abandonar inmediatamente la Sociedad de las Naciones. Respecto a la decisión italiana Alemania comunicó oficialmente su comprensión absoluta y manifestó su más calurosa simpatía a Italia por este paso dado. La Sociedad de las Naciones recibió con ello la merecida contestación a su obra política, pues nunca se ha mostrado capacitada para contribuir con una aportación útil a la solución de los actuales problemas de la política mundial, no actuando sobre la política general sino con una influencia perjudicial y aún a veces peligrosa. Al amparo de pretendidos ideales, la Sociedad de las Naciones ha llegado a constituirse en una agrupación de defensa de algunos usufructuarios del Tratado de Versalles. La total incapacidad de la Sociedad de las Naciones es hoy un hecho real que no necesita ninguna prueba ni admite discusión alguna. Las esperanzas puestas por los Estados pequeños en la Sociedad de las Naciones se han esfumado ante la evidencia de que la política de Ginebra de la seguridad colectiva ha llevado en realidad a una inseguridad igualmente colectiva. Sólo Moscú manifiesta su adhesión ilimitada a los ideales de Ginebra. Las grandes potencias que continúan en Ginebra no poseen ya el derecho de considerar a la Sociedad de las Naciones como la representante autorizada de los Estados y como órgano supremo de la colaboración internacional. El gobierno alemán está convencido de que el sistema político de Ginebra no sólo es desacertado sino pernicioso y por tanto el reingreso de Alemania en dicha sociedad no será nunca tomado en consideración.Con esta declaración solemne que hizo desaparecer las esperanzas de muchos partidarios de la Liga ginebrina finalizó un año muy movido en las cuestiones diplomáticas.Año 1938(Hasta la visita del Führer a Italia)En el curso de este año continuaron las visitas de los hombres de Estado extranjeros a Alemania. El ministro de Relaciones Exteriores de Polonia, coronel Beck, de paso para Ginebra, permaneció algunos días en Berlín; en esta ocasión fue recibido por el Führer sosteniendo, además, varias conversaciones con el barón von Neurath y otras destacadas personalidades alemanas.Siguió la visita del presidente del Consejo y ministro de Relaciones Exteriores de Yugoslavia, Sr. Stojadinovic, quien conferenció sobre asuntos de política con el presidente del Consejo, mariscal Göring, y con el mismo canciller. Como se informó oficialmente, las conversaciones se desarrollaron en una atmósfera de sincera amistad y absoluto entendimiento en cuanto a sus respectivos puntos de vista políticos, confirmándose de nuevo que existen las bases para una amistad duradera y para una colaboración en todos los terrenos que contribuyen a mantener la paz de Europa. En ambas naciones existe la voluntad firme de estimular en todas las formas las relaciones germano-yugoslavas. La prensa, de común acuerdo, servirá en lo sucesivo para fortalecer los lazos cordiales que recíprocamente unen a los dos países. Con el fin de centralizar oficialmente todas las cuestiones concernientes al comercio de la madera, entre Alemania y Yugoslavia, se constituyó una comisión agrícola-forestal integrada por peritos de ambas partes y encargada de fomentar las operaciones de este ramo.Adolf Hitler prescindió esta vez del mensaje anual que lee en el aniversario de su advenimiento al poder para comunicar más tarde al Reichstag decisiones y sucesos importantes que aun no había realizado. A principios de Febrero el ministro de Relaciones Exteriores, barón von Neurath, a instancia propia, fue relevado de su cargo. Sin embargo, al mismo tiempo fue nombrado ministro del Reich y jefe del Consejo de Estado que se formó simultáneamente. En una carta autógrafa el Führer dice a Neurath que no puede aceptar su demanda de retirarse a la vida privada porque su consejo y opinión le han hecho imprescindible en la gobernación del Estado. Su nombramiento como presidente del Consejo de Estado fue hecho para mantenerlo, también en el futuro, como consejero, en uno de los puestos más elevados del Reich.Como sucesor del barón von Neurath fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores Joachim von Ribbentrop quien hasta entonces había ejercido las funciones de embajador en Inglaterra.Los asuntos ordinarios del nuevo Consejo de Estado, concernientes a la política exterior, están bajo la dirección del ministro y jefe de la Cancillería, Lammers. Como miembros del mismo Consejo fueron nombrados: el ministro de Relaciones Exteriores von Ribbentrop, el ministro de Aeronáutica, mariscal Göring, el lugarteniente del Führer, ministro Hess, el ministro de Propaganda, Dr. Goebbels, el ministro y jefe de la Cancillería, Dr. Lammers, el general en jefe del Ejército, capitán general von Brauchitsch, el comandante general de la Marina de Guerra, almirante mariscal Dr. h. c. Räder y el jefe de la comandancia general de las Fuerzas Armadas, general de artillería Keitel.Adolf Hitler llamó a los embajadores von Hassel, en Roma, von Dirksen, en Tokio, y von Papen, en Viena, debiendo, sin embargo, permanecer en disponibilidad.El mismo día, el ministro de la Guerra y general en jefe de las Fuerzas Armadas, mariscal von Blomberg, presentó su dimisión basada en motivos de salud. En un autógrafo que le dirigió el Führer, éste recordaba que el general von Blomberg fue el primer oficial del nuevo Reich que prestó juramento el 30 de Enero de 1933 al gobierno nacionalsocialista y que desde entonces ha dirigido la reorganización de las fuerzas armadas de un modo incomparable. El canciller expresó su más profundo y conmovido agradecimiento al general von Blomberg.Simultáneamente, el Führer dio un decreto en virtud del cual se hacía cargo, a partir de esa fecha, y directamente y personalmente, del mando supremo de todas las Fuerzas Armadas. Los tres comandantes en jefe de las diversas fuerzas armadas quedan subordinados directamente al Führer. Las actividades de la antigua Dirección General de las Fuerzas Armadas en el Ministerio de la Guerra, en calidad de "Comandancia General" y Cuartel General del Führer, entran en funciones bajo el mando directo del Führer y canciller. A la cabeza de la Plana Mayor de la Comandancia Suprema del Ejército fue nombrado el general de artillería Keitel como "jefe de la Comandancia Suprema de las Fuerzas Armadas"; su rango corresponde al de ministro del Reich. La Comandancia Suprema del Ejército se hizo cargo igualmente de los asuntos del Ministerio de la Guerra y su jefe ejerce, por delegación del Führer, las funciones que correspondían hasta ahora al ministro de la Guerra. A la Comandancia General le corresponde durante el tiempo de paz, según instrucciones de Adolf Hitler, la preparación unitaria de la defensa del Reich.El comandante general del Ejército, general von Fritsch, también presentó su dimisión por motivos de salud. El Führer, en una carta autógrafa, le expresó su más profundo reconocimiento por sus servicios sobresalientes en la reorganización del Ejército. En su lugar fue nombrado el general de artillería von Brauchitsch, que hasta entonces había venido desempeñando el cargo de comandante del 4º Grupo del Ejército; al mismo tiempo que fue promovido al grado de capitán general fue nombrado comandante general en jefe de las Fuerzas Armadas. El comandante supremo de la Aviación, general Göring, fue nombrado mariscal general.Estas disposiciones de naturaleza militar y política, a las que sucedió una reorganización del Ministerio de la Economía, y de la cual hablaré en el correspondiente capítulo, fueron en el extranjero objeto de los más diversos comentarios. En realidad, como resultado de estas disposiciones deben verse dos hechos claros. Mayor participación del Partido en la dirección del Estado y mayor concentración de la política militar y económica en las manos del Führer. También en otros países puede observarse análoga tendencia de centralización.Reservándome para más adelante la descripción del proceso de reincorporación de Austria al Reich, el cual resumo en un capítulo especial, creo oportuno describir aquí otro acontecimiento importante: el viaje de Adolf Hitler a Italia, aceptando la invitación del rey de Italia y emperador de Etiopía y correspondiendo la visita de Mussolini al Reich (Fig. 75-84).El Führer, acompañado de los ministros del Reich von Ribbentrop, Hess, Dr. Goebbels, Dr. Frank y Dr. Lammers, del ministro de Estado Dr. Meissner, del jefe de la Comandancia General de las Fuerzas Armadas, Keitel, del jefe de la Policía alemana y de las SS, Himmler, de los secretarios de Estado von Weizsäcker y Bohle, etc., pasó la frontera germano-italiana del Brenner donde fue saludado por el duque de Pistoia y por el ministro Starace, secretario del Partido. En el curso de su viaje a Roma en todas partes se tributaron al Führer calurosas ovaciones y se le hicieron entusiastas recibimientos. La llegada a Roma tuvo lugar por la noche en la estación de Ostia, construida ex profeso; el Führer fue recibido ahí por Víctor Manuel III y por Benito Mussolini, acompañados de brillante séquito. El pueblo de Roma, correspondiendo a la proclama del gobernador de la ciudad, ésta suntuosamente engalanada, ofreció al ilustre huésped un magnífico recibimiento. Adolf Hitler acompañado por el rey y emperador, en un desfile grandioso atravesó la nueva Avenida Adolf Hitler dirigiéndose al Quirinal donde estableció su residencia como huésped del rey y emperador. En la Puerta Paulina, el gobernador de Roma, príncipe Colonna, presentó al Führer el saludo de bienvenida en nombre de la ciudad.El 4 de Mayo, por la mañana, Mussolini visitó al Führer en el Quirinal. A continuación tuvo lugar la solemne colocación de coronas en el Panteón, la cripta sepulcral de los reyes de Italia, en la tumba del soldado desconocido al pie del Monumento Nacional y, por último, en la capilla conmemorativa de los fascistas caídos por la causa. Enseguida el Führer correspondió a la visita de Mussolini, presentándose la primera ocasión para sostener una conversación de carácter político. Por la tarde, el Führer y el Duce visitaron, en Centocelle, el campamento de 14.000 tiendas de los 50.000 miembros de las organizaciones de la Juventud Fascista, de todo el Imperio, y presenciaron las impresionantes evoluciones militares de la juventud. Más tarde, el Führer recibió en la Basílica de Maxentius a los alemanes residentes en Italia dirigiéndoles una alocución. El día se terminó con un banquete de gala que el rey y emperador dio en honor de su huésped y en el cual se cambiaron cordiales brindis. Por la noche el Führer partió para Nápoles.El 5 de Mayo, por la mañana, Víctor Manuel y su huésped se embarcaron a bordo del "Cavour" donde fueron recibidos por Mussolini en su calidad de ministro de Marina, y para presenciar las maniobras navales seguidas de un gran desfile de la flota. En esta revista naval tomaron parte unas 200 unidades de la Armada italiana. Por la noche tuvo lugar una gran manifestación del Partido Fascista en la que participaron unas 600.000 personas que con entusiasmo ovacionaron al Führer. A continuación, una función de gala en la Ópera de Nápoles y más tarde un banquete ofrecido por el príncipe heredero. Luego, el Führer emprendió su regreso a Roma.El 6 de Mayo, por la mañana, tuvo lugar una parada militar en la Via dei Trionfi, en la cual tomaron parte unos 50.000 hombres de todas las armas, desfilando con el nuevo "paso romano" ante el rey y emperador, el Führer y Mussolini. Además, en la parada tomaron parte unos 600 automóviles, 400 tanques, 400 cañones, 200 morteros, 320 motocicletas y la Juventud y la Milicia fascistas. La tarde fue dedicada a la visita a la Exposición de Augusto y de otras curiosidades. Enseguida tuvo lugar, en el Capitolio, el saludo oficial al Führer por el gobernador de Roma, príncipe Colonna. Por la noche se celebró una fiesta popular, organizada por el Dopolavoro en la Plaza de Siena, del Parque de la Villa Borghese; participaron unas 100.000 personas. El programa comprendía bailes populares de más de 10.000 parejas, canciones regionales y ejercicios hípicos de los carabinieri.Las maniobras militares previstas para el 7 de Mayo fueron suspendidas a causa del mal tiempo. En su lugar el Führer se dedicó a visitar monumentos artísticos y otras cosas dignas de verse (Exposición Augusto, Museo del Capitolio, Castillo de Sant’Angelo, Panteón, Museo de las Termas y Galería Borghese). Por la noche el Duce dio en honor del Führer una recepción en el Palacio de Venecia, durante la cual se pronunciaron los discursos siguientes:Discurso del Duce:Führer: Con la más cordial alegría os expreso mi saludo de bienvenida, el del gobierno y el del pueblo italiano en esta ciudad de Roma que hoy os recibe bajo el brillo de la doble gloria de sus tradiciones y de su fuerza. Vuestro recibimiento en Roma completa y confirma la armonía entre nuestros dos países. Esta armonía, que nosotros hemos pretendido con voluntad firme y que hemos construido con tenacidad, tiene sus raíces en vuestra revolución y en la nuestra; su fuerza emana de la comunidad ideológica que une a nuestros pueblos; su misión histórica está en los intereses permanentes de nuestras dos naciones. Cien años de historia —desde que Alemania e Italia se alzaron para conquistar con la revolución y con las armas su derecho a la unidad nacional— demuestran el paralelismo de esta posición fundamental y la solidaridad de estos intereses. Con la misma fe y con la misma voluntad han luchado Alemania e Italia para fundar su unidad; ambas han trabajado para asegurarla y consolidarla, ambas también se han libertado, en el último tiempo, de la corrupción de ideologías destructoras para crear el nuevo régimen del pueblo que es el signo característico de este siglo. Por este camino señalado por la Historia marchan nuestros pueblos unidos, con propósitos leales y con plenitud de confianza de que han resistido ya a la prueba de los acontecimientos de estos años de paz y de armonía entre ambas naciones. En la amistad, la Italia fascista no conoce más que una sola ley ética: aquella que en el Campo de Mayo expuse ante el pueblo alemán. La colaboración entre la Alemania nacionalsocialista y la Italia fascista ha obedecido a esta ley, la obedece en el presente y la obedecerá en el porvenir. Las bases y las finalidades de esta colaboración, que han sido consagradas por el eje Roma-Berlín, las hemos reforzado constante y abiertamente. Alemania e Italia han dejado tras de sí las utopías a las cuales Europa en su ceguera ha confiado su suerte para buscar entre sí y con los demás un régimen de vida internacional y común que esté en condiciones de proporcionar, de la misma manera y para todos, los medios eficaces de seguridad, de justicia y de paz. Esto sólo se puede conseguir si se reconocen lealmente los elementales derechos de cada pueblo a la vida, al trabajo y a la defensa y si el equilibrio político descansa sobre la realidad de las fuerzas históricas que lo fundamentan y determinan. Estamos convencidos de que los pueblos de Europa encontrarán por estas vías aquella tranquilidad y aquella paz que son imprescindibles para guardar las bases esenciales de la cultura europea.Führer: Ante mis ojos está todavía presente el magnífico cuadro de trabajo, paz y fuerza que vuestro país me ofreció el año pasado, reconstruido por V.E. sobre bases de virtud, disciplina, energía y tenacidad que hacen la grandeza de los pueblos. No he olvidado ni olvidaré el recibimiento que se me hizo por V.E., por las autoridades y por el pueblo. Expreso mis más ardientes deseos y los del Imperio fascista por que se cumpla la magna obra de reconstrucción nacional emprendida por V.E.Führer: alzo mi copa por vuestra salud y brindo por la prosperidad de la nación alemana y por la inalterable amistad entre nuestros pueblos.Contestación del Führer:Duce: Profundamente conmovido os agradezco las palabras de salutación que salidas del corazón me ha dirigido V.E. en nombre del gobierno y del pueblo italiano. Me siento feliz de estar aquí, en Roma, que a los testimonios de su incomparable y glorioso pasado une las señales de la potencia de la joven Italia fascista. Desde el momento en que pisé suelo italiano, he encontrado por todas partes una atmósfera de amistad y de simpatía que me conmueve profundamente. El último otoño, con la misma emoción íntima ha saludado el pueblo alemán, en la persona de V.E., al creador de la Italia fascista, al fundador de un nuevo Imperio y al mismo tiempo al gran amigo de Alemania. El movimiento nacionalsocialista y la revolución fascista han creado nuevos Estados que hoy se alzan en medio de un mundo de desorden y descomposición como figuras de orden y de sano progreso.Alemania e Italia se han unido estrechamente entre sí por los mismos intereses y por su comunidad ideológica. Con esto se ha formado en Europa un bloque de 120 millones de almas que están decididas a defender sus derechos vitales y a defenderse contra todas aquellas fuerzas que trataran de oponerse a su evolución natural. De esta lucha contra un mundo de incomprensión y de desdén que Italia y Alemania juntas tuvieron que emprender ha crecido una cordial amistad entre ambos pueblos. Esta amistad ha mostrado su solidez durante los acontecimientos de los últimos años, e igualmente ante el mundo, que a los justos intereses vitales de las grandes naciones hay que tomarlos en cuenta de una o de otra manera. De ahí que sea muy natural que nuestros pueblos aumenten su amistad, cada vez más satisfactoria en estos últimos años, y la profundicen también para el porvenir mediante una colaboración constante.Duce: En el otoño pasado, en el Campo de Mayo de Berlín, proclamasteis como ley ética, sagrada para vos y para la Italia fascista, la sentencia siguiente: Hablar clara y francamente y cuando se tiene un amigo marchar con él hasta el final. Yo también, en nombre de la Alemania nacionalsocialista reconozco esta ley. Hoy quiero responder a V.E. lo siguiente: Desde que romanos y germanos, según lo sabemos, se han encontrado por primera vez, han pasado ya dos mil años. Encontrándome sobre este venerable suelo de la historia de la Humanidad, siento la tragedia del destino que en el pasado descuidó que se trazara una clara divisoria entre estas dos razas tan inteligentes y tan valiosas. La causa fue una serie de indecibles desgracias a través de muchas generaciones. Hoy al cabo de casi dos mil años resurge de las remotas tradiciones el Estado romano hacia nueva vida gracias a la histórica labor de V.E., Benito Mussolini. Y al norte de vosotros ha surgido de numerosos pueblos un nuevo imperio germánico. Aleccionados por la experiencia de dos mil años, nosotros dos, ahora que hemos llegado a ser vecinos inmediatos, queremos reconocer aquellas fronteras naturales que la Providencia y la historia de nuestros pueblos han trazado claramente. Esta patente delimitación de los territorios vitales de ambas naciones no sólo servirá a Alemania e Italia para facilitar una feliz colaboración sobre bases de paz, seguridad y duración, sino que servirá también como puente de ayuda y de protección recíprocas.Mi voluntad inquebrantable y mi legado al pueblo alemán es que, por esta razón, la frontera alpina trazada por la naturaleza entre nosotros se considere para siempre como intangible. Yo sé que de ahí ha de resultar un porvenir grande y próspero para Roma y para Germania.Duce: De la misma manera que V.E. y vuestro pueblo habéis conservado la amistad para Alemania en días decisivos, también yo y mi pueblo mostraremos a Italia la misma amistad en las horas graves.La grandiosa impresión que he recibido ya de la fuerza juvenil, de la voluntad de trabajo y del orgulloso espíritu de la nueva Italia quedarán grabados en mí como recuerdos imperecederos. Inolvidable será también la visión de vuestros soldados y camisas negras cubiertos de reciente gloria, de vuestra experimentada flota y del empuje de vuestra importante aviación militar. Todo ello me da la convicción de que vuestra admirable obra de reconstrucción, que acompaño con los más íntimos deseos, seguirá logrando grandes éxitos. Alzo mi copa y brindo por vuestra salud, por la felicidad y grandeza del pueblo italiano y por nuestra inmutable amistad.El 8 de Mayo, en Santamarinella, ciudad del litoral, y ante el rey y emperador, el Führer y el Duce, el Ejército ejecutó un ejercicio militar empleándose toda clase de armas y de municiones en pie de guerra. A continuación, la aviación militar demostró, en Firbara, su poder en las técnicas del vuelo y de la guerra por medio de un ataque a distintos objetivos. Por la noche, en el Forum Mussolini, la Juventud de Lictorios ejercitó diversos deportes y actos gimnásticos. En seguida se representó una ópera en un teatro al aire libre, y por último, grandes fuegos artificiales a orillas del Tíber.El 9 de Mayo, a las 9 de la mañana, el Führer acompañado por el rey y el Duce partió de Roma para Florencia adonde llegó a las dos de la tarde. Acompañado por Mussolini visitó las cosas dignas de verse en la ciudad. A medianoche emprendió el regreso a Alemania.En las primeras horas del 10 de Mayo, el Führer pasó el Brenner —frontera germano-italiana—; hasta ahí le acompañaron el duque de Pistoia y el ministro Starace. Al abandonar suelo italiano se cambiaron cordiales telegramas de despedida entre Hitler, el rey emperador, el Duce y el príncipe heredero. El mismo día, al atardecer, entró el Führer en Berlín en donde el pueblo le recibió con muestras del mayor júbilo. En el saludo de bienvenida, el mariscal Göring hizo constar que el pueblo alemán recibió como propios los honores tributados al Führer en Italia. No es casualidad, que estos dos poderosos hombres de Estado que ha producido el siglo presente, se hayan encontrado para corresponderse con un sentimiento de amistad que les es común. Como esta amistad debe ser la de los dos pueblos que representan y tan eterna como la paz que el Führer ha anunciado entre ambos.Frente a una serie de artículos erróneos, maliciosos algunos, sobre el significado de las nuevas entrevistas germano-italianas, la parte de mayor peso de la prensa extranjera, como, naturalmente, la de ambos países, hizo constar de un modo objetivo la estabilidad y la razón del eje Berlín-Roma que en esta ocasión se ha mostrado ante el mundo entero más real que nunca. Los días que el Führer pasó en Italia han dado la más profunda impresión sobre la resucitada grandeza del pueblo italiano. Ninguno de los que participaron en estas vivencias, como el autor de esta obra, puede dudar que esta Italia con su fuerza actual y con los grandiosos elementos tradicionales de su vida cultural y civilizadora es una potencia con cuya acción activa tiene que contar el mundo y que para Alemania es una compañera digna de aprecio.Por otra parte, la solemne seguridad dada por Adolf Hitler sobre la intangibilidad de la frontera del Brenner ha eliminado aquel recelo que aún pudiera existir entre ambos pueblos, de modo que se puede confiar en la persistencia de la amistad creada por estos dos hombres.
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